
Cuando el Mar Menor se convierte con la lluvia en un pozo de tierra y nitratos: “Las ramblas son desagües de cultivos”
Desde el 1 de marzo han desembocado en la laguna desde la rambla del Albujón 1,33 hectómetros cúbicos de agua, según datos del Gobierno murciano, pero los científicos advierten: esa agua contiene sedimentos y químicos procedentes de la agricultura intensiva
Los expertos relacionan la mancha blanca del Mar Menor con los nitratos y alertan del riesgo de una nueva anoxia
Desde el pasado domingo 2 de marzo todas las miradas, las de preocupación y las que lo analizan con detenimiento, están puestas de nuevo sobre el Mar Menor. Aquel día, hacia las seis de la tarde, y después de varias horas seguidas de lluvia, un mensaje ES–Alert hizo sonar los teléfonos de la gente que vive en buena parte del Campo de Cartagena. La rambla del Albujón, el principal cauce que recala en la laguna tras atravesar miles de hectáreas de cultivos de regadío en la cuenca vertiente, arrastraba una caudal inasumible de agua. Pero no solo era agua: en ella había sedimentos, materia orgánica, nutrientes, fertilizantes, nitratos, fosfatos.
Otra vez, un episodio de lluvia más, el Mar Menor se había vuelto a transformar en un pozo sin fondo de tierras y químicos agrícolas. Solo ese 2 de marzo entraron a la laguna desde el Albujón 22.000 litros por segundo de agua contaminada. Pero ha seguido lloviendo durante las siguientes semanas. La cifra total de agua que ha desembocado en el ecosistema en marzo –únicamente por dicho cauce, aunque hay muchos más– es de 1,33 hectómetros cúbicos, según los datos públicos que maneja la Comunidad Autónoma. El río de la rambla continúa corriendo veloz, rebosante de nutrientes, y no se detendrá ni se secará aunque no vuelva a caer ni una sola gota en varios meses.
Se trata de una situación que se repite como una costumbre todos los años. Es del azar del clima, de la aleatoriedad de que las precipitaciones se produzcan en invierno y no en el calor del verano, o de que éstas sean más o menos persistentes, y no de las medidas implementadas por el Gobierno regional –que velan por su ausencia– de lo que depende que las consecuencias de la lluvia para la laguna no sean catastróficas.
También influye, por su puesto, su capacidad de resistencia, adaptada desde hace mucho tiempo a un estado de salud crítico. Los expertos consultados por esta redacción lo afirman sin un ápice de duda: lo relevante no es que desemboque agua dulce constantemente en el Mar Menor, sino la cantidad de químicos y productos del agro que ésta contiene.
“Es muy llamativo ver ese color marrón que toma el mar cuando desemboca el agua de la rambla. Está asociado a la turbidez, a los sedimentos. La luz no consigue penetrar y no llega al fondo cuando sucede eso, pero no es algo que preocupe. Podría decirse que es normal, y que los ecosistemas marinos suelen estar habituados. Otra cosa muy distinta es lo que pasa en un sistema tan alterado por la acción humana, como es el caso del Mar Menor. Esta semana ha habido una descarga importante no solo de agua, sino de tierra, nutrientes y materia orgánica, con el consiguiente impacto que eso puede tener en la laguna”, explica Juan Manuel Ruiz, investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO) y encargado de monitorizar en tiempo real el estado del Mar Menor gracias a los datos que recogen tres boyas submarinas colocadas recientemente en el fondo para que no se escape ni un solo detalle.
El científico pone algo de calma. La lluvia de marzo, dice, no ha causado, “por ahora”, un daño “significativo” en el estado de las aguas, ni en sus valores principales, el oxígeno, la salinidad o la clorofila, aunque matiza que “puede haber algún efecto posterior” cuando “se calmen los vientos y haya más días soleados”. Ruiz hace hincapié: “El agua que ha llegado ha sido inferior a la de otros episodios torrenciales, pero lo importante es la cantidad de sedimentos que arrastra por todos los terrenos agrícolas” que atosigan los alrededores de la albufera.
Una realidad que se repite
Esta es una realidad de la que se conocen todas sus consecuencias, que lleva sucediendo décadas y que ha tenido varios picos muy sonados: la sopa verde de 2016 y las anoxias de 2019 y 2021. El Gobierno autonómico de Fernando López Miras (PP), sin embargo, no ha puesto todavía remedio. Cada día las explotaciones de regadío intensivo del Campo de Cartagena vierten en la albufera miles de kilos de nitratos. “Hay que estar atentos a cómo evoluciona la situación, porque los mecanismos de resistencia que tiene el Mar Menor respecto al ecosistema que era antes de la sopa verde han mermado. Ahora es mucho más vulnerable a todo”, añade el investigador del IEO.
Por su parte, el catedrático de Ecología de la Universidad de Murcia (UMU) Miguel Ángel Esteve califica sin titubeos las avenidas y las escorrentías provocadas por las lluvias como una de las principales causas “de entrada de nutrientes” en la laguna.
“Cuando suceden, las lluvias lavan el suelo del conjunto del Campo de Cartagena, y arrastran hacia el Mar Menor, como si fueran una escoba, todo el material sólido y disuelto que estaba en la superficie de las tierras. En la cuenca vertiente hay 180 kilos de nitratos acumulados por hectárea, y el suelo de la laguna está lleno de esa tierra”, disecciona Esteve. Aproximadamente 80.000 hectáreas están dedicadas a la agricultura en la comarca. De ellas, muchas más de la mitad, 55.000, son de regadío.
Vista del final de la rambla del Albujón desde el monte El Carmolí. Se aprecia el cambio de color del agua y el inicio de la mancha blanca (07/03/2025). EFE/Marcial Guillén
Una vez superado, aparentemente, este episodio torrencial, porque las tormentas en el sureste peninsular a veces son imprevisibles y sobrevienen de repente, el foco de los expertos está ahora puesto en la primavera y el verano. Juan Manuel Ruiz insiste en que una primavera excesivamente lluviosa, y una consiguiente nueva entrada de agua y sedimentos al Mar Menor, podría desencadenar “efectos acumulativos y algún riesgo mayor”. El investigador pide “prudencia” para valorar la situación, que irá evolucionando con el paso de las semanas.
Miguel Ángel Esteve admite que ha habido “suerte”, porque estas lluvias se han producido al final del invierno, “cuando el agua del mar sigue estando fría, con en torno a 15 grados”. “No son condiciones propicias”, dice, “para que haya un incremento masivo de fitoplancton y una crisis de eutrofia o anoxia”. “Si esta lluvia hubiese caído en septiembre, en verano, con temperaturas del agua cercanas a los 30 grados, la cosa habría sido muy distinta”, señala el catedrático de la UMU.
En la transformación de la cuenca está la clave
El origen del problema salta a la vista. Basta con acercarse a los alrededores del Mar Menor y contemplar la infinidad de parcelas de cultivo que se pierden en la lejanía, a los cuatro costados, hasta alcanzar los pueblos ribereños.
“No es lo mismo una descarga de sedimentos en una cuenca vertiente poco transformada por la acción humana, en la que la vegetación retiene los suelos de manera natural y hay una agricultura más sostenible, que lo que ocurre en el Mar Menor, donde hay una desprotección del suelo que hace que la carga de materiales que recibe sea mucho mayor. La cuenca vertiente ha sufrido una transformación muy intensa. La DANA del 2019 fue significativa. La imagen aérea de esas lluvias recorrió el mundo. Se veían ríos de agua marrón desembocando en el mar, en todos los puntos, atravesando los campos y las poblaciones. Cuanto más transformado está el entorno, mayor es su impacto en el ecosistema”, apunta Juan Manuel Ruiz.
El cambio al que alude el científico fue, hace ya varias décadas, drástico e incontrolable. Y lo sigue siendo. El terreno natural, los humedales y saladares autóctonos que rodeaban el Mar Menor y le proporcionaban un escudo contra las amenazas, los campos de secano, todo cambió por un regadío que abarrotó en tromba el Campo de Cartagena. “Lo que durante milenios nunca fue un problema –las lluvias–, en las últimas décadas está siendo letal”, dice en este sentido el coordinador de Ecologistas en Acción de la Región de Murcia Pedro Luengo.
“Con el secano se intentaba retener la mayor cantidad de agua posible en las terrazas. Cuando caía la misma precipitación que ha caído este marzo, en los años 70 entraba a la laguna mucha menos tierra. Pero las ramblas han dejado de ser ramblas, y ahora son meros canales de desagüe de cultivos”, denuncia el activista.
“Y todo es muy intensivo”, continúa. “Se utilizan muchísimos fertilizantes para garantizar que haya tres o cuatro cosechas en un mismo terreno al año. Es un suelo cargado de nutrientes, y en distintas fórmulas químicas. Todo acaba en el mar, tarde o temprano”. Miguel Ángel Esteve califica la cuenca vertiente del Mar Menor como “una reserva de nitratos” a merced de las precipitaciones.
217 miligramos de nitratos por litro de agua
Los análisis del agua que está entrando estos días al Mar Menor no son ni mucho menos positivos: son más bien una fotografía de lo que siempre ocurre. El químico Ramón Pagán, portavoz también de Pacto por el Mar Menor, lleva varios días, tras la lluvia, tomando muestras del río que corre y no se seca del Albujón. “Ya hemos visto lo que ha pasado en ocasiones anteriores. No sabemos lo que puede suceder este verano, cuando aumenten las temperaturas. Se ha recibido una gran cantidad de fertilizantes tras una sequía prolongada”, explica.
Torrente de agua cargada de nitratos agrícolas en la rambla del Albujón, a escasos veinte metros de recalar en la orilla del Mar Menor.
Según los datos recopilados por el propio Pagán, el año pasado, a primeros de marzo, el caudal del Albujón era de 120 litros por segundo. El químico analizó entonces la escorrentía y obtuvo un resultado de 94 miligramos de nitratos por cada litro de agua. Pero ahora todo se ha agravado. Por la rambla circulan 270 litros de agua por segundo, y su concentración de nitratos es de 217 miligramos por cada litro. Pueden entrar al mar –solo en el Albujón– más de cuatro toneladas de nutrientes agrícolas al día. En la desembocadura el agua, cuando ya se funde con el Mar Menor, no solo adquiere un color marrón: también una espuma muy densa y blanca.
Soluciones que no llegan
Ramón Pagán acumula muchos años demandando un sinfín de soluciones que no llegan. Todos los entrevistados coinciden: hay una “urgencia” máxima en que los químicos del campo dejen de recalar en el agua del Mar Menor que no se corresponde con la velocidad de las actuaciones para evitarlo.
Para Pagán y Pedro Luengo, la Comunidad Autónoma debe actuar, primero, en origen, en los propios cultivos de regadío, limitando el uso de fertilizantes y promoviendo actuaciones de desnitrificación de las aguas que expulsan.
Miguel Ángel Esteve aboga, más allá de ese trabajo en origen, por una “renaturalización” completa del Campo de Cartagena. El catedrático de Ecología de la UMU sostiene que “tendrían que implementarse, en cada parcela, barreras de setos de unos diez metros de ancho”. “Éstas”, prosigue, “permitirían retener los sedimentos y el agua, y metabolizar los nutrientes”.
“Sería un servicio ecosistémico suficiente como para controlar buena parte de las avenidas. Seguiría saliendo una cierta cantidad de agua hacia el mar, pero con muchos menos nitratos”, explica Esteve, que arroja una horquilla: entre el 10 y el 20 por ciento de la superficie cultivable de la cuenca vertiente del Mar Menor debe, a su juicio, transformarse en barreras vegetales.
A nivel administrativo, todas esas medidas serían posibles si se aprobase el Plan de Ordenación Territorial de la Cuenca Vertiente, que lleva ya casi dos años de retraso, y que acumula un lustro sin publicarse desde que se aprobó la ley regional de protección de la laguna de 2020, que es incumplida, además, en muchos otros aspectos. “Llevamos años esperando. Hemos superado todos los plazos que establecía la ley y seguimos sin tener los documentos, y no pasa nada. Lo que pasa es que el Gobierno regional piensa más en la agricultura que en curar al Mar Menor”, espeta Pedro Luengo.
El Ejecutivo regional sí que ha puesto coto, durante los últimos años, en conjunción con la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), a casi 3.000 hectáreas de regadío ilegal de las 8.065 detectadas, y ha obligado a los propietarios a transformarlas en secano. Pero las lluvias y los cauces arrancan tierras de la totalidad del Campo de Cartagena.
“¿Por qué, después de tantos años, no ponen soluciones a la contaminación de las aguas de la rambla del Albujón, que llegan cargadas de productos agrícolas todos los días?”, se pregunta Ramón Pagán. Cada litro de agua con nutrientes que desemboca en este mismo momento en el mar es una nueva daga que se clava en un ecosistema que ya ha resistido muchas.
Este periódico se ha puesto en contacto con fuentes autonómicas de Medio Ambiente y Agricultura sin obtener respuesta.