
Ajustar cuentas a costa de la Salud Pública
En política cada uno se suicida como quiere, pero lo que proyectan los partidos entregados al tacticismo, como PP y Junts, al votar las leyes con las tripas y no con la cabeza, son síntomas de una concepción de la política que nada tiene que ver con su utilidad social
Cuando un partido primero dice y luego se desdice, cuando acepta un trato y después lo rompe, cuando pacta y más tarde se retracta, y todo en medio de una bronca monumental, es que algo va mal. Nadie monta un bochinche como el que montó este jueves el PP en el Congreso de los Diputados, si no hay algo gordo detrás.
El pleno arrancó con una sonora bronca entre el popular Miguel Tellado y el vicepresidente de la Cámara, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, por la negativa de la Mesa a incorporar las enmiendas aprobadas por el Senado a la ley de desperdicio alimentario que, según la oposición, fueron vetadas “ilegalmente” el martes.
Los populares pretendían que se modificara el orden del día para suprimir el debate y la votación de la norma hasta que los servicios jurídicos resolvieran el asunto. Pero, ante la negativa del vicepresidente, toda la bancada popular, puesta en pie y con sonoros golpes en los escaños, gritaba: “reglamento, reglamento”, “dictadura”, “vergüenza”, “arbitrarios”, “mercenarios”, “vendidos” y “prevaricación”. Nada, por otra parte, que no se hubiera escuchado antes entre las paredes de la Cámara Baja porque el Congreso también es ese sitio, donde además de legislar, hace mucho tiempo que los diputados se cruzan insultos como si estuvieran de madrugada apoyados en la barra de un bar. Hay que agradecerles, eso sí, que no hayan llegado aún al bochornoso espectáculo que se vivió hace una semana en la Cámara de Diputados de Argentina, donde se pudieron ver empujones, golpes y forcejeos entre parlamentarios que llegaron a lanzarse hasta un vaso de agua en medio de un debate.
La utilización partidista de las instituciones y el radicalismo del debate político han impactado de tal manera en las Cortes que ya no es solo que los partidos utilicen el Congreso y el Senado en beneficio propio, es que con tal de fastidiar al contrario frivolizan con asuntos nucleares para la sociedad como la red de vigilancia en salud pública y un sistema sanitario que nos proteja cuando vengan mal dadas, como ocurrió con la pandemia hace cinco años. La irresponsabilidad, en este caso del PP y de Junts, ha llegado a eso.
Y es que la consecuencia de la zapatiesta que se vivió en la Cámara a cuenta de la ley de desperdicio alimentario fue que neo convergentes y populares votaran en contra de otra ley, a la que ya habían dado previamente su apoyo en comisión, y por la que se iba a crear, cinco años después del COVID, una Agencia Estatal de Salud Pública.
PP y Junts se pasaron al “no” en protesta por el veto del Gobierno a las enmiendas referidas a otra norma. Un ajuste de cuentas a costa de la salud de los ciudadanos para el que PP y Junts se habían coordinado previamente, ya que solo con el voto en contra de uno de ellos, el texto hubiera salido adelante.
El PSOE ha pretendido responsabilizar en solitario a los de Feijóo de semejante imprudencia, pero igual de temerarios y oportunistas han sido sus socios de Junts, contra quienes por cierto se cuidan mucho de hacer una sola crítica. Tampoco cuando escuchan a su portavoz, Míriam Nogueras, justificar su “no” con todo lo que tenga que ver con España o con una entidad española, en línea con su negativa a comparecer ante los periodistas en las salas oficiales del Congreso donde está la bandera de España y de la Unión Europea.
En política, cada uno se suicida como quiere, pero vengarse del Gobierno a costa de la Salud Pública lo que proyecta, en definitiva, es a partidos entregados a un tacticismo que les convierte en irrelevantes a ojos de quienes les votaron. La consecuencia de esta suma de irresponsabilidades es el deterioro del sistema político y su deslegitimación porque hay quienes se empeñan, uno y otro día, en huir del compromiso y la sensatez para votar las leyes con las tripas y no con la cabeza. Son síntomas de una concepción de la política que nada tiene que ver con su utilidad social.