
Compromiso frente a la anticiencia
Mazón es un representante conspicuo de una forma de gobernar que incorpora la ignorancia como factor fundamental para el cálculo de oportunidades y la toma de decisiones. Pero, además, es un personaje que insulta a la ciencia, a sus instituciones y a sus practicantes
El anuncio del acuerdo sobre los presupuestos de la Generalitat Valenciana ha vuelto a poner de relieve la condición anticientífica militante de Carlos Mazón, y obliga a recordar la humillación para la ciencia que supuso su presencia activa en el acto solemne de entrega de los Premios Rei Jaume I, acontecido el pasado 14 de febrero en la Lonja de Valencia. Mazón asistía como presidente institucional de la fundación que promueve dichos galardones, que reconocen la labor de científicos en diversas áreas, y pronunció un discurso oportunista e insustancial, en el que hablaba, sin interés ni empatía, de una ciencia “que convive con naturalidad con las dudas en busca de certezas”. Muchas dudas, sí, son las que hemos tenido que naturalizar los ciudadanos en torno a la actuación de Mazón, ante la certeza de que no hizo lo que estaba en su mano para evitar un número inasumible de pérdidas humanas en la jornada del 29 de octubre de 2024.
Aquel discurso de Mazón estuvo precedido por el del Dr. Luis Serrano Pubul, en nombre de todos los galardonados (lamentablemente, ninguna mujer este año). El Dr. Serrano, premiado en el área de Nuevas Tecnologías, es un experto de renombre mundial en el campo de la biología de sistemas y la biología sintética. Como historiador de la ciencia, me complació escuchar al Dr. Serrano cuando recordaba a algunos referentes del pasado científico español que son el testimonio de que también aquí ha habido tradiciones de saber. Con esta evocación, reivindicaba una visibilidad pública para la ciencia en España y un apoyo más decidido de las instituciones y la sociedad. Quizás era el momento, sin embargo, de mencionar la amenaza que supone un movimiento que, con mucha capacidad de conquistar el poder, pretende arrinconar la práctica y la difusión de la ciencia, de la mano de formas renovadas de totalitarismo y supremacismo. Un movimiento que tiene partidarios y cómplices en las instituciones públicas; entre ellos, quien pronunció su discurso tras el Dr. Serrano.
Mazón es un representante conspicuo de una ideología agnotologista; dicho llanamente, de una forma de gobernar que incorpora la ignorancia como factor fundamental para el cálculo de oportunidades y la toma de decisiones. Pero, además, es un personaje que insulta a la ciencia, a sus instituciones y a sus practicantes. Así lo hizo cuando habló de un “discurso fake de sostenibilidad” en marzo de 2024, con ocasión de una reunión con empresarios catalanes. Así, con sus acusaciones contra la Ley de Costas, a la que considera promotora de un extremismo y un fanatismo ecológicos alentados por los expertos que intervinieron en su desarrollo y redacción. Así, con su estridente enmienda de la Ley de la Huerta de València, que nació con la intención de proteger “uno de los paisajes agrarios más relevantes y singulares del mundo mediterráneo”, una condición “ampliamente reconocida por la comunidad científica”, como se expresa en su preámbulo; el consenso científico es, por consiguiente, menoscabado y despreciado por quien culpa a esa ley de la catástrofe del 29 de octubre.
Los insultos más directos se producen cuando Mazón se permite acusar, sin pruebas, o fabricándolas mediante manipulaciones, a los meteorólogos de la Aemet y a los técnicos de la Confederación Hidrográfica del Júcar de no cumplir con sus obligaciones. Por supuesto que una investigación rigurosa deberá ver cómo actuó cada cual. Pero es que la acusación viene de alguien que es capaz de burlarse de la decisión de los órganos de gobierno de una institución científica como es la Universitat de València de suspender las clases por seguir los avisos de otra institución científica, la Aemet. Alguien que se permite, en su omnisciencia, acuñar los nuevos conceptos de “revolución meteorológica” y “revolución hidrológica” para indicar que, en definitiva, meteorólogos e hidrógrafos no tenían ni idea de lo que iba a pasar y acabó pasando. Alguien tan sabio, que ha introducido en epistemología el apabullante pleonasmo “hecho fáctico”. Alguien que sabe de todo y lo sabe todo, aunque no tenía ni idea de en qué se metía al postularse como candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana, es quien vuelve ahora disparando contra el “dogmatismo climático”.
Eché en falta en aquel discurso del Dr. Serrano una invocación de eso que también nos aporta la historia de la ciencia: cuando un poder político anticientífico decide qué ciencia es buena y qué ciencia es mala, el desastre está garantizado. Bastaría con evocar los crímenes nazis contra la “física judía” o los de Stalin contra la “genética burguesa”. Pero, ya que el Dr. Serrano se ciñó a España, podría recordarse que la fundación del CSIC por el régimen franquista ─con cuyos herederos ideológicos ha pactado Mazón sus presupuestos─ formaba parte de un proyecto político de promoción de la “ciencia católica”, que en realidad buscaba acabar con la investigación que había sido auspiciada por la Junta para Ampliación de Estudios, bastión del marxismo, la masonería y el antiespañolismo a los ojos del ministro Ibáñez Martín y sus secuaces. El exilio de Ignacio y Cándido Bolívar, Blas Cabrera, Odón de Buen o José Royo, figuras de la ciencia española con un reconocimiento internacional semejante al de las evocadas por el Dr. Serrano, aconteció no solo por sus ideas, sino porque representaban una acción científica intolerable para el franquismo. Como lo fue la del valenciano Juan Peset Aleixandre, catedrático de Medicina Legal y exrector de la universidad de la que se ríe Mazón, fusilado en 1941.
Los anticientíficos lo son mientras no se les toque el bolsillo y la propia salud. El Franco que aparecía retratado en 1940 como “Caudillo de España y Protector del Progreso Científico” en algunas revistas, o el Mazón que ha hecho suyo el programa ValER para consolidar carreras investigadoras del anterior gobierno valenciano, no negarían que la ciencia sirve para hacer negocios o para mejorar y prolongar vidas como las suyas, que reputan más valiosas que las de sus gobernados. Pero la agenda de Mazón ─como la de Franco─ se fundamenta en la desconfianza hacia la ciencia y sus practicantes. Por eso resultaron intolerables sus fotografías al lado de los científicos premiados con los Jaume I, a más de uno de los cuales querrían ver sus socios presupuestarios lejos de España. Unos potenciales exiliados que ya no serían bien recibidos en la Argentina que acogió a los abuelos maternos del Dr. Serrano. Está bien recordar los momentos gloriosos de la ciencia, pero en tiempos oscurantistas, también hay que evocar las iniquidades perpetradas contra ella para estar preparados para defenderla. Porque la ciencia, aunque no nos guste reconocerlo a los que la practicamos, también exige un compromiso político.