¿Es Spiderman de izquierdas y Harry Potter de derechas?

¿Es Spiderman de izquierdas y Harry Potter de derechas?

Los ciudadanos proyectan sus propias ideas políticas sobre héroes y villanos y esta tendencia tribal distorsiona la percepción de las personas.

Desde muy pequeños, se nos socializa para ver el mundo dividido entre “los buenos” y “los malos”. Cuando somos niños y jugamos en el patio, nadie quiere ser el malo, y cuando llega el momento de disfrazarse, todos peleamos por quién llevará el traje de Luke Skywalker y nadie quiere ponerse el de Darth Vader.

Esta forma simplificada de ver el mundo como una lucha entre el bien y el mal, entre personas buenas y personas malas, no desaparece cuando crecemos. Al contrario, suele reforzarse a medida que desarrollamos las identidades sociales que definen quiénes somos en la vida adulta.

Esto es especialmente evidente en el ámbito de nuestras identidades políticas, y en particular, de las lealtades partidistas a las que las personas se aferran. La cultura política actual es extremadamente tribal, y las líneas divisorias entre izquierdas y derechas son más fuertes que nunca. El partidismo es una fuerza increíblemente poderosa. No solo basta con colocar una etiqueta de partido a un político para determinar si le apoyamos o no — sin importar qué defiende realmente esa persona—, sino que también moldea nuestra percepción del estado del país y de la economía.

Pero los efectos del partidismo y la pertenencia tribal a neutra banda política no se limitan solo al ámbito electoral. El partidismo también es una poderosa fuerza social. Afecta con quién decidimos relacionarnos, a quién invitamos a una cerveza o incluso a quién contratamos. Saber a quién vota tu vecino —y si es de la “banda” correcta— influye en si le ves como buena persona o no.

En un estudio reciente con Markus Wagner (Universidad de Viena) publicado en la revisa internacional Political Science Research & Method, demostramos que también ocurre lo contrario. Saber si alguien es bueno o malo influye en si pensamos que es uno de los “nuestros” o uno de los “otros”. Dicho de otra manera: los partidistas proyectan sus propias identidades políticas sobre las personas que consideran buenas, y proyectan la identidad política de sus oponentes sobre aquellos que no les gustan.

¿Por quién vota Gandalf y Cenicienta?

La primera parte del estudio consistió en un experimento social que aplicó un giro político a un juego infantil. En una encuesta representativa a miles de personas en Estados Unidos y Reino Unido, los participantes vieron imágenes de personajes ficticios de la cultura popular: héroes como Capitán América o Spiderman, y villanos como Voldemort de Harry Potter o Cersei Lannister de Juego de Tronos. Después, se les pidió que adivinasen la afiliación política de cada personaje. Los resultados fueron sorprendentes: los participantes asumían que los héroes votaban por su mismo partido y que los villanos votaban por el partido contrario. Por ejemplo, los de izquierdas asumían que Harry, Ron y Hermione votaban a la izquierda, mientras que los de derechas estaban convencidos de que ese trío de magos votaba a la derecha. Esta tendencia se repitió con personajes de muchas otras historias de cine y ficción.

La segunda parte del estudio fue más allá del universo ficticio. En un experimento social distinto, los participantes leyeron un breve relato sobre un político local. En una versión, el político aparecía como una persona generosa, que donaba dinero a la caridad. En la otra versión, el mismo político se presentaba de manera negativa, acusado de corrupción. En ningún momento se mencionaba el partido político del político.


Gráfico 1: Porcentaje (%) que identifica el personaje como votante de «su» partido (héroes indicados con azul y villanos indicados con morado).

A pesar de esta ausencia de información, los encuestados “recordaban” falsamente la afiliación partidista del político de acuerdo con el tono moral del relato. Los participantes que votaban a la izquierda y leyeron la historia del político generoso decían recordar que se trataba de un político de izquierdas. Los conservadores, leyendo el mismo relato, recordaban que era conservador. Lo contrario ocurrió cuando los participantes leyeron la historia sobre el político corrupto. Estos resultados son impactantes: incluso cuando no había nada que recordar y podrían haber dicho simplemente que el partido no se mencionaba, los votantes interpretaron lo que querían entre líneas, guiados por sus identidades políticas tribales.

Por supuesto, estos estudios —aunque divertidos de diseñar y analizar— ponen de manifiesto un problema mayor: el poder tribal de la política, y especialmente de las identidades partidistas, para socavar la racionalidad de los votantes. La proyección políticamente motivada —es decir asumir que quienes son buenos deben ser “de los nuestros” y que quienes son malos deben ser “de los otros”— no solo moldea cómo vemos a los demás; también refuerza y consolida las divisiones partidistas.

Si asumimos que nuestro vecino es un mal vecino porque vota al partido contrario, y al mismo tiempo creemos que alguien vota al partido contrario porque es un mal vecino, entramos rápidamente en un ciclo donde nuestros instintos tribales se sienten cada vez más justificados. Este ciclo de vilipendiar ahonda las divisiones y dificulta encontrar puntos en común. Si seguimos permitiendo que el partidismo moldee no solo cómo votamos, sino también cómo nos vemos entre nosotros, corremos el riesgo de transformar a nuestros rivales políticos en algo aún peor: en enemigos.