
Pamela Radcliff: «Las feministas entraron en la oposición antifranquista, pero los temas de mujeres siguieron minimizados»
La hispanista estadounidense dio una charla la semana pasada en Zaragoza en la que habló sobre asociaciones, género y sociedad civil en el último franquismo
Una mayoría de ciudadanos en España cree que el feminismo ha ido demasiado lejos y ahora se discrimina a los hombres
Pamela Radcliff (Passaic, 1956), historiadora y profesora de la Universidad de California–San Diego, llegó al hispanismo como muchos otros estadounidenses: de la mano de George Orwell, se interesó durante su etapa universitaria –“probablemente desde una perspectiva romántica”– por la Guerra Civil española y por el movimiento anarquista.
Esta semana visitó Zaragoza dentro de unas jornadas bajo el título ‘El franquismo y las mujeres. De la subordinación a la conquista de espacios’, organizadas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza por Ángela Cenarro y Miguel Ángel Ruiz. Su charla, que impartió el lunes, versó sobre ‘Asociaciones, género y sociedad civil en el último franquismo’.
¿El fin del régimen franquista fue de abajo arriba o más bien al revés? Es decir, ¿influyó más la sociedad civil o las élites institucionales?
Precisamente la charla que he dado en Zaragoza está relacionada con esto, que conté en un libro hace una década. La transición desde abajo incluye la movilización de las asociaciones en la sociedad civil, y abrir esta puerta supone también hacerlo a la transición de las mujeres, porque no había mujeres en las élites o entre los padres de la Constitución. Como buena historiadora, diría que las dos cosas. Las élites del régimen franquista se dividieron: unos querían cambios y otros, mantener el sistema. Pero, desde abajo, ese renacimiento de la sociedad civil sirvió para socavar la rigidez del régimen franquista, hizo insostenible la continuidad del régimen.
Ha dicho que la movilización al final del franquismo fue fruto del desarrollo económico, pero también de los propios déficits del modelo de desarrollo autoritario.
El régimen franquista abrió las puertas a unos cambios económicos que produjeron unas consecuencias impensables para ellos: no se les pasaba por la cabeza que abriría la puerta por ejemplo del turismo, que trajo a extranjeros con sus libros y sus bikinis. Otro ejemplo: el impacto de los cambios en la Iglesia católica en Italia, con una mentalidad más abierta y de justicia social, tuvo influencia en España. Los grupos de mujeres y hombres católicas se habían ido diversificando muy temprano en los años cincuenta y se acercaron a posiciones más izquierdistas. Esos cambios ocurrían en un régimen en el que Franco pensaba que la Iglesia estaba con él: no entendió hasta muy tarde que el terreno de la Iglesia había cambiado.
Destaca también el papel de la oposición antifranquista no solo por sus logros, sino por su papel como “agentes de concienciación” en la población.
Esa es otra dinámica entre las movilizaciones que emprendieron las asociaciones de amas de casa o las asociaciones de vecinos. Empezaron abordando las molestias de su vida diaria: no estaban pensando en un cambio de régimen, sino en mejorar su día a día. Al toparse con la inaccesibilidad del régimen franquista, que no respondió a sus quejas y que no abrió canales para expresar sus deseos, les canalizó hacia los partidos ilegales. Estos partidos, que entraron en las asociaciones como cobertura legal, proporcionaron una visión más amplia, que incluía los problemas globales. Y pudieron ofrecer un esquema, una transición política y una oposición antifranquista.
En este contexto, ¿cuál fue el papel de las mujeres? ¿Se tiende a olvidar su rol en la transición?
Me gusta mirar los dos lados de los cambios en la mujer. Por un lado, el movimiento feminista estaba metido en la oposición antifranquista, pero los temas de las mujeres seguían minimizados. Ante esto, se dieron cuenta de que debían formar organizaciones para priorizar sus temas y ese fue el origen del feminismo como un movimiento autónomo. Por otro lado estaban las asociaciones de amas de casa, productos del propio régimen franquista y donde la mayoría no participaron en la oposición antifranquista por su posición conservadora. Sin embargo, también cuestionaron el rol tradicional femenino y fue algo importante, porque trataron de que la voz de las mujeres se tomara en serio. Socavaron la visión estricta y rígida del papel de la mujer.
Hoy llama la atención la importancia que tuvieron en esa etapa las asociaciones de vecinos, muy desprestigiadas en la actualidad.
Surgieron en los barrios pobres, aunque no solo en ellos, por los problemas de desarrollo urbanístico que había en las ciudades, sin regulación de las administraciones y donde las empresas campaban a sus anchas. Y emergieron porque no había otra manera de articular la protesta política. Aún quedan logros que consiguieron en esos años para las ciudades, desde edificios a parques o centros culturales. A esto hay que unir, y esa es una historia que aún no se ha escrito, que mucha de la gente que integró esas asociaciones entró después, durante la transición, en los nuevos ayuntamientos democráticos para implementar las mejoras que habían reclamado como vecinos.
Uno de los factores que introdujo la Constitución del 78 fue la igualdad de género. Y sin embargo se hizo sin participación femenina en la redacción de la Carta Magna y con la ausencia de una defensa de los derechos de las mujeres en los debates.
Yo argumento que la declaración de igualdad de género en la Constitución fue un símbolo de modernidad, una cuestión de imagen, más que un intento real por imponer la igualdad de género. No llegaron a pensar en cuestiones como el divorcio o el aborto.
Las élites políticas se aprovecharon de la movilización popular para cambiar el régimen. ¿Cómo ha sido la relación entre ambos actores desde la llegada de la democracia?
Después de la Transición, los partidos trataron consolidar su poder y para ello buscaron desmovilizar a la población. Desde cierta perspectiva, se puede decir que han intentado consolidar una democracia de partidos políticos en vez de una democracia participativa o más abierta. Muchos de los integrantes de las asociaciones se sintieron decepcionados.
¿Cómo contempla el revisionismo que promueve Vox en el ámbito social o respecto al feminismo?
Es un fenómeno global, hay una serie de puntos que comparte la ultraderecha en los países occidentales, como el antifeminismo y la idea de que el feminismo ha traído la degeneración a la familia y a la masculinidad. Yo creo que Vox es más una reinvención el franquismo; es decir, no tenemos que volver al franquismo para entender la presencia de Vox hoy.
Como estadounidense, ¿cómo observa el panorama en su país?
Es un momento muy peligroso y preocupante. Aunque hemos tenido muchos problemas en nuestra historia, aunque no hemos vivido una democracia ideal, el sistema nunca ha sido perfecto; pero, dicho esto, ahora estamos en el peor momento de la democracia, al menos que yo haya visto en vida. No sabemos adónde nos conducirá, adónde nos llevará esta nueva Administración.
Habiendo estudiado los movimientos del final de franquismo, ¿hay lecciones de entonces que nos pueden servir para ahora? O son etapas tan distintas que no podemos aprovechar nada de esa época.
(Piensa durante unos segundos) Tenemos que defender nuestros derechos, nuestros logros, pero ese es el problema: qué tipo de movilización puede ayudarnos ahora. En 2016, en la última elección de Trump, salieron millones de personas a la calle, pero no consiguieron nada. Y ahora no sabemos qué pasaría si volvieran a salir millones de personas a la calle.