
La guerra contra la inteligencia
Resulta portentoso el parecido entre la Revolución Cultural de Mao y la contemporánea “guerra cultural” de la nueva ultraderecha, encabezada por Trump. Vuelven el culto a la personalidad, el gusto por la humillación ajena y el culto a la estupidez
En 1966, Mao Zedong parecía acabado. Seguía presidiendo el Partido Comunista chino, pero el poder se escurría entre sus dedos. La campaña llamada Gran Salto Adelante (1959-1961) había desembocado en un fracaso monstruoso: millones de muertos (quizá 20, quizá 40 millones) por la hambruna, una grotesca matanza de gorriones que acarreó sucesivas plagas de insectos y un desastre industrial.
Entonces Mao lanzó la Revolución Cultural. Supuestamente, el objetivo consistía en eliminar los residuos capitalistas y tradicionalistas en la nueva sociedad comunista. En realidad, lo que quería Mao era eliminar cualquier vestigio de inteligencia y de pensamiento: China debía sumirse en la idiotez para que no hubiera otro cerebro que el del Gran Timonel.
Una orgía de humillaciones, deportaciones, asesinatos y masacres, junto a un delirante culto a la personalidad (avergüenza pensar que entre la izquierda europea se puso de moda el Libro Rojo, aquel folleto aberrante), condujeron al éxito de la campaña. Es decir, al desastre de China.
Hubo que esperar a la muerte de Mao, en 1976, para que dirigentes pragmáticos como Deng Xiaoping regresaran al poder y China empezara a ser un país habitable. Con el tiempo alcanzó el rango de potencia planetaria.
Las guerras y las revoluciones culturales suelen ser guerras y revoluciones contra la cultura, en todas las acepciones del término “cultura”. Aunque el concepto (“kulturkampf”) procediera del enfrentamiento ideológico entre el canciller Otto von Bismarck y el catolicismo alemán, sus sucesivas reencarnaciones han generado resultados miseria.
Resulta portentoso el parecido entre la Revolución Cultural de Mao y la contemporánea “guerra cultural” de la nueva ultraderecha, encabezada por Donald Trump. Vuelven el culto a la personalidad, el gusto por la humillación ajena y el culto a la estupidez. Vean de qué gente se rodea Trump: aduladores, patanes y oportunistas. Vean su ansia de destrucción. Vean la desfachatez de sus mentiras. Y vean el embeleso con que le idolatran las ultraderechas en el resto del mundo: si el emperador dice que las ruedas deben ser cuadradas, es que han de ser cuadradas.
No crean que el objetivo consiste en suprimir el “wokismo”, sea lo que sea eso, recuperar determinados valores, sean los que sean, y reordenar los equilibrios planetarios. No. El objetivo es acabar con la inteligencia y la crítica y glorificar el poder, mejor cuanto más arbitrario.
En teoría, es posible explicar el concepto de “guerra cultural”. En la práctica, es lo mismo de siempre, desde el “Muera la inteligencia, viva la muerte” de José Millán Astray hasta las sandeces de Donald Trump, pasando por la salvajada de Mao: se trata de degradar el espíritu humano.