La historia interminable de la izquierda desunida

La historia interminable de la izquierda desunida

‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es

Como dice el meme, shit, here we go again (mierda, allá vamos de nuevo). En una legislatura en la que no hay semana sin sobresaltos para el Gobierno, vuelve a hablarse de la unidad de la izquierda en las urnas, ese animal mitológico que a veces es muy real y a veces una criatura diseñada por H.R. Giger. Todo depende del día de la semana, de la última encuesta o del ánimo con que se levanten sus (numerosos) protagonistas. La realidad no es muy diferente a la de los meses anteriores a las elecciones de 2023. Si Sumar, Podemos, Izquierda Unida y otros partidos no se unen en una sola candidatura, la derecha tendrá todas las papeletas para ganar en las urnas y sumará mayoría absoluta con la extrema derecha. Todo lo demás es literatura.

La última andanada de declaraciones se inició con la asamblea del Movimiento Sumar en la que Yolanda Díaz pidió esa unidad como algo que reclaman los votantes: “La gente no quiere que pensemos igual. Somos maravillosas siendo más verdes, más pacifistas, más diversas. La gente quiere que caminemos juntas”. Ya antes el coordinador de IU, Antonio Maíllo, había asumido la ingrata tarea de empezar a tender puentes de forma discreta y sin imponer ningún resultado prefijado. Pablo Iglesias no tardó nada en poner el semáforo en rojo: Sumar está “políticamente muerto” y ya no es “un paraguas para absolutamente nada”. Y no hay más que hablar.

Con estas palabras, parece que no conviene levantar expectativas poco realistas. Por otro lado, Iglesias se posicionó en contra de que Podemos entrara en una coalición dirigida por Sumar varios meses antes de las elecciones de 2023. Al final, el partido aceptó la participación de mala gana, porque temía que ir por su cuenta le llevara a la desaparición. Consiguió así cinco escaños, que luego se quedaron en cuatro con la dimisión de Lilith Verstrynge. Como probablemente tenían previsto, abandonaron el grupo parlamentario de Sumar recién iniciada la legislatura para comenzar su propio camino. No fue un desenlace que sorprendió a ninguno de los participantes en la historia.

El escaso bagaje político de la legislatura ha permitido a Podemos hacer un balance muy negativo del Gobierno de coalición y afirmar que ellos son la única izquierda real. Frente a cualquier avance que plantea el Gabinete de Pedro Sánchez, Podemos sostiene que es insuficiente o que el Gobierno ha girado a la derecha. Eso exige ignorar la correlación de fuerzas en el Congreso, donde hay una mayoría de derechas condicionada por lo que necesite Junts en cada momento. El partido denuncia que Sánchez lo utiliza como excusa para no hacer nada, un análisis que sólo puede convencer a su núcleo duro de votantes. Bajo ese punto de vista, Sánchez no tiene presupuestos porque no quiere.

El debate sobre el gasto militar ha contribuido a alejar aún más a Podemos del Gobierno. Ione Belarra ha llamado “señor de la guerra” a Sánchez, una definición curiosa para el presidente del país de la OTAN con el menor gasto en defensa en porcentaje del PIB. Sánchez le dijo en el Congreso que en los años en que Podemos estaba en el Gobierno el gasto militar se aumentó en 10.000 millones sin que entonces le endosaran tal sobrenombre.

Por utilizar un símil conocido, Podemos prefiere ser cabeza de ratón que cola de león. Por mucho que sus dirigentes afirman que se están recuperando en las encuestas, no es eso lo que parece. La última del CIS le da un 3,8%, cinco décimas más que las que obtuvo Irene Montero en las elecciones europeas. Los sondeos de El País y El Periódico van en esa línea, 3,6% y 3,3%. Los números son mejores en la encuesta de El Mundo (5,2%). Sumar también sufre de un caso agudo de anemia demoscópica. Va del 5,9% en el sondeo de El País al 7,5% y 7,6% en los de El Periódico y el CIS. Están las dos formaciones como para sacar pecho. 

Las encuestas tienen un valor relativo cuando no se esperan elecciones a corto plazo. Hay una parte muy importante del electorado que aún no ha fijado su posición y no lo hará hasta que se acerque la cita en las urnas o hasta la campaña electoral. Eso no quiere decir que sean irrelevantes. De entrada, los políticos y los periodistas las consumen como si fueran adictos a sustancias psicotrópicas. 

En Alemania, acabamos de ver un ejemplo que revela que nada está decidido hasta el final. Die Linke parecía condenado a un desenlace trágico, superado por la escisión protagonizada por Sahra Wagenknecht, una política de indudable carisma que además aportaba una alternativa ideológica nueva: un mensaje de izquierdas en política económica y un rechazo a la inmigración no muy diferente al de la extrema derecha. Una mezcla intragable. Camino del matadero, Die Linke se recuperó y llegó al 8,7% centrando su discurso en el rechazo a la visión reaccionaria de la inmigración, ayudada por el acercamiento de la CDU a las posiciones de AfD, y despertando el apoyo de jóvenes y mujeres. Al partido de Wagenknecht, BSW, le faltó un puñado de votos para alcanzar el 5% y se quedó fuera del Parlamento.

El mensaje ideológico de BSW es muy diferente al de Podemos. Pero la apuesta por una líder con un alto nivel de reconocimiento por su trayectoria, como lo es Irene Montero de la misma forma que lo era Wagenknecht en Alemania, puede no ser suficiente para propulsar a un partido en unas elecciones. A fin de cuentas, un líder sólo se puede presentar por una circunscripción. 

Cualquier análisis no puede obviar las pésimas relaciones personales entre Díaz e Iglesias. Lo mismo con Montero o Belarra. El exlíder de Podemos nunca desaprovecha la oportunidad de afirmar que la vicepresidenta traicionó al partido que la eligió como candidata para encabezar las listas. “Me arrepiento de haberle entregado tanto poder. Ha trabajado para destruir a Podemos aliándose con mafiosos y con sus enemigos más evidentes”, ha dicho. Díaz apostó por una confluencia con otros partidos cuando Podemos sólo aspiraba a mantener la fórmula de Unidas Podemos a pesar de su fracaso en las elecciones autonómicas de mayo de 2023. 

La opinión de Díaz sobre Iglesias no es mejor, pero se abstiene de manifestarla en público. Ambos se acusan de haberse mentido y es muy posible que los dos tengan razón en eso. Hay ofensas que no se olvidan. Díaz acudió a un mitin organizado por el partido de Mónica Oltra en Valencia en noviembre de 2021 en el que también estuvieron Ada Colau y Mónica García. La intención era reforzar los liderazgos femeninos en los partidos y resulta que no invitaron a Montero y Belarra. Iglesias no lo perdonó y Díaz no hizo nada para reconstruir la relación. Nada que funcionara. 

“Cuando uno en política no sabe diferenciar lo personal de lo político, creo que se equivoca”, ha comentado Díaz esta semana. Suena bien, pero no es muy realista.


Lara Hernández, Yolanda Díaz y Carlos Martín en el final de la asamblea de Sumar el 30 de marzo.

Sumar tendría más posibilidades de mirar el futuro con optimismo si sus votantes supieran qué pasará con el partido y la coalición que comparten el mismo nombre. El mal resultado de las elecciones europeas provocó la dimisión de Yolanda Díaz de la estructura de liderazgo de Movimiento Sumar (el partido, no la coalición que no tiene líder como tal). Fue una decisión impulsiva que iba a tener consecuencias negativas, como así ha ocurrido. Díaz continuaba siendo la líder de eso que se suele llamar el espacio (¿por qué los partidos utilizan conceptos que no significan nada para los votantes?), pero dejaba las riendas del partido a otros. Primero, a un grupo de dirigentes poco conocidos por la opinión pública y luego a dos personas, Lara Hernández y Carlos Martín.

Ahí es donde entra Dani Mateo y su pregunta: “¿Quién coño son Lara Hernández y Carlos Martín?”. Los definió como los nuevos líderes de Sumar o “dos solicitudes de amistad que dejas pendientes en Facebook”. Vale, es una broma gamberra, pero la pregunta es legítima: ¿son ellos los líderes de Sumar que dan órdenes a la vicepresidenta Díaz? No lo parece.

En la asamblea de Sumar, Hernández despejó la incógnita, que por otro lado no existía: “Dejadme que os hable de Yolanda. Estamos aquí gracias a Yolanda. Estamos aquí con Yolanda. Estamos aquí para avanzar con Yolanda”. Entendido, la líder es Yolanda. Entonces, ¿será la candidata de Sumar en las próximas elecciones? No se sabe. Será ella quien tome la decisión final y quizá los partidos integrantes en la coalición Sumar tengan otras ideas al respecto.

La verdad es que es normal que los votantes de izquierdas estén hartos, o confundidos como mínimo, con tantas variaciones sobre partidos, espacios políticos, confluencias, frentes amplios y lo que toque cada mes. Llega un momento en que los chistes sobre el Frente Popular de Judea dejan de tener gracia. 

La extorsión como forma de Gobierno


Trump enseña el tablero con los aranceles que impondrá a sus socios comerciales.

No hay método en la locura de Donald Trump, escribe el economista Paul Krugman. Para explicarlo, se detiene en los principales argumentos esgrimidos por el Gobierno de EEUU para alardear de las ventajas económicas que obtendrá con el aumento de aranceles a todo el planeta.

1. No aumentará los precios de los productos importados, porque los exportadores extranjeros absorberán el coste.

2. Los consumidores de EEUU pasarán a comprar productos hechos en su país.

3. Los aranceles generarán ingresos gigantescos en favor de EEUU.

Krugman revela la falta de lógica interna de los tres razonamientos (eso en el caso de que todo ocurra de esa manera, lo que es algo más que discutible). Si los precios no aumentan, como ha dicho Trump, los consumidores seguirán comprando esos productos importados y no cambiarán a los norteamericanos. Si las importaciones se reducen y los productos propios salen beneficiados, los aranceles no producirán ingresos astronómicos en favor del Gobierno con los que por cierto Trump quiere financiar la reducción de impuestos. 

En primer lugar, para entender la guerra económica de Trump contra todo el mundo, hay que recordar que se trata de una obsesión personal suya manifestada en público desde los años 80. Sin que ningún economista de cierto nivel, ni siquiera conservador, haya convalidado su teoría, Trump mantiene que las relaciones comerciales, que lógicamente tienden a beneficiar más a los países ricos, son la forma con que todos esos países estafan a EEUU. Es ridículo, porque si por ejemplo EEUU importa gas y petróleo de Canadá es porque a sus empresas energéticas del norte del país les conviene hacerlo. No porque los pérfidos canadienses les obliguen a pasar por caja. Si las empresas tecnológicas y textiles utilizan empresas de Asia para fabricar o montar sus productos es porque salen beneficiadas, no por ninguna imposición de los gobiernos de esos países.

La lógica de Trump procede de su forma de concebir el poder. La extorsión y las amenazas constantes son su estilo a la hora de relacionarse con sus aliados, no sólo con sus enemigos. Ahora mucho más que en su primer mandato, porque entonces tenía en el Gobierno a personas con experiencia que contenían sus peores impulsos. En el Tesoro, en el Consejo de Asesores Económicos, en el Pentágono y en el Departamento de Estado. En estos momentos, todos esos altos cargos han sido elegidos por aquellos que han jurado una lealtad absoluta al líder. 

Era también su costumbre en su época de promotor inmobiliario en Manhattan. Cualquier acuerdo con socios, sindicatos o proveedores podía desaparecer si le convenía económicamente y ser sustituido por una versión reducida en la que el otro salía perdiendo. Si el engañado recurría a los tribunales, Trump contraatacaba con otra demanda basada en hechos reales o ficticios. 

Otra forma de verlo es a través de una de las escenas finales de la película ‘El aprendiz’. Sí, sólo es una película, pero capta perfectamente la psicología del personaje y su evolución desde que entró en los negocios inmobiliarios en la empresa de su padre. También se inspira en parte en el libro que publicó con el título ‘The Art of the Deal’. En esa escena, que puede verse aquí, Trump –es decir, el actor Sebastian Stan– cuenta a la persona que se ocupará de escribir el libro cuáles son sus reglas de conducta:

“Regla número uno: el mundo es una jungla. Tienes que contraatacar. Debes tener la piel dura. Atacar, atacar, atacar. Si alguien viene a por ti con una navaja, tienes que salir con un bazuka. Regla número dos: ¿qué es la verdad? ¿Sabes qué es? Lo que tú dices es la verdad. Lo que yo digo es la verdad. Lo que dice él es la verdad. ¿Cuál es la verdad en la vida? Niégalo todo. No admitas nada. Lo que yo digo es la verdad. Y la tercera regla y la más importante: no importa lo jodido que estés, nunca, nunca, nunca admitas la derrota. Siempre proclama tu victoria. Siempre”. 

Y esa es la forma en que Trump afronta su segunda presidencia. La fiesta no ha hecho más que empezar y no debemos extrañarnos si acaba como un funeral.