
«Cuando yo canto, los infiernos tiemblan»: el ‘culto’ gitano cumple medio siglo
En el Día del Pueblo Gitano elDiario.es recupera el papel que las Balears tuvieron en la instauración oficial de la Iglesia Evangélica de Filadelfia en España. En la actualidad cuenta con cerca de 3.000 fieles y se ha convertido en todo un “movimiento social”
“¿Que no parezco gitano? Quizá soy el ejemplo de que un gitano no es como tú crees”
Aarón Martín se enjuga las lágrimas con un pañuelo. Esta mañana algo, Dios, le dijo que hoy el culto tenía que ser así. Diferente. Con el sermón reducido al mínimo y las alabanzas, cantadas al compás de teclado y batería, reverberando entre las cuatro paredes del templo. No hay piel que no se erice. Es domingo y la iglesia evangélica de Filadelfia de Son Gotleu, una de las más antiguas de Palma, se abarrota.
Hace apenas una semana más de medio millar de fieles de la Iglesia Evangélica de Filadelfia de toda la ciudad se reunieron en su santuario del Polígono de Son Castelló. Ni siquiera era la asamblea anual, sino, casi, una demostración de fuerza. De tronío. De la vitalidad de una fe que llegó al archipiélago hace medio siglo y que se extendió de forma abrumadora entre la comunidad gitana. La bandera con la rueda de carro roja ondea sobre sus cabezas al fondo de la sala. Todo en una sociedad teóricamente cada día menos creyente. “Pero cada vez hay más gente con ansiedad, con problemas. Gente necesitada de la palabra de Dios, que necesita creer que hay algo”, asegura su responsable en Balears, Alberto Rado.
Dos mil iglesias, 2.500 pastores y unos 200.000 feligreses –“el 70% de ellos, gitanos”- componen la radiografía de este credo en España, según detalla el pastor y conferenciante evangélico, Fernandito de Miranda. La historia, en realidad, comenzó en Francia. En 1965 un grupo de gitanos que trabajaba allí en la vendimia se convirtieron y volvieron acompañados de algunos predicadores franceses para divulgar el Evangelio. “Siete magníficos que no traían pistola, sino la palabra de Dios”, compara Fernandito. Siete hombres –el hermano Emiliano, El Marido, Jaime Díaz, el hermano Castro, Joselito, Lari y Claudio Salazar- que recorrieron y evangelizaron el país de punta a punta. De Santander a Sabadell. De Jerez de la Frontera a Bilbao.
El éxito fue espectacular. Miguel Hernando de Larramendi y Puerto García Ortiz explican en su estudio ‘Religion.es’ que si en 1968 se inauguraba en Balaguer (Lleida) el primer templo, una década después su número ya pasaba del centenar. “Muchos, incluso, hemos aprendido a leer con la Biblia”, reconoce Rado.
La fe evangélica sigue teniendo calado entre las nuevas generaciones gitanas.
Aaron Martín, pastor de Son Gotleu, en un momento del culto.
Una fe ‘clandestina’ en tiempos de Franco
En esta expansión, De Larramendi y García Ortiz señalan que Balears tuvo un rol importante. Cuando en 1971 se inscribió oficialmente como Misión Evangélica Gitana –nombre adoptado tras ser rechazado el original- lo hizo con sede en el Port de Pollença. Allí también, recogió el farmacéutico y bibliófilo Lluís Alemany en El protestantismo en Mallorca, se habían celebrado reuniones evangélicas desde un año antes en una finca conocida como Pinaret de Ca N’Anglada.
En aquel momento nadie sabía que la dictadura tenía los días, los años, contados. “En pleno franquismo algunos de quienes se iniciaron a predicar el evangelio acabaron en la cárcel”, asegura Fernandito. En 1973 cuatro pastores evangélicos -entre ellos el gitano Francisco Jiménez de la Iglesia de Filadelfia, que ya contaba con un templo en la calle Can Curt- intentaron celebrar en Palma una asamblea conjunta para transmitir “el mensaje de Cristo”. Según relataron al diario Baleares, el gobernador civil había dado autorización, pero el último alcalde del régimen, Rafael de la Rosa, denegó los permisos. El cónclave no pudo convocarse hasta 1980.
En pleno franquismo algunos de quienes se iniciaron a predicar el evangelio acabaron en la cárcel
En ese tiempo, la fe pasó de aglutinar básicamente a los gitanos de Palma a alcanzar otros municipios e islas. Hoy cuenta con 23 iglesias en el archipiélago: 22 en Mallorca -de Manacor a Alcudia, pasando por Inca, Sa Pobla o Felanitx- y una, la del pastor Gala, en Eivissa. Una estructura que sostienen un centenar de pastores y candidatos, y casi 3.000 fieles.
Un hombre reza en silencio durante la ceremonia.
De fe a “movimiento social”
Desde su llegada a nuestro país, muchos han intentado escudriñar los motivos de este logro. La Oficina de Asuntos Religiosos del Ayuntamiento de Barcelona resume sus particularidades: el rechazo a la organización jerárquica y sacerdotal, la sustitución del bautismo infantil por la conversión consciente y voluntaria en la edad adulta, la iconoclastia, la Biblia como única base y un culto “especialmente festivo” donde el coro canta entre el “aleluya” y “amén” de los asistentes.
Esa última es, justamente, una de las razones que historiadores e investigadores aluden para explicar también su calado en barrios y ciudades. En su Historia del pueblo gitano en España, David Martín Sánchez sostiene que la Iglesia Evangélica encaja mejor con la forma de ser de la comunidad gitana, cansada del “fuerte paternalismo” con el que la había tratado el catolicismo que era, además, “extraño a su temperamento”.
Los asistentes responden con gritos de ‘amén y ‘aleluya’ a las alabanzas. La iglesia de Son Gotleu es una de las únicas que separa hombres y mujeres.
Un hombre reza en voz alta rodeado por otros feligreses.
Jordi Garreta –autor de ‘La integración sociocultural de las minorías étnicas’– señala que el culto, el nombre que recibe la misa evangélica, se convirtió en un importante espacio de socialización y relación fuera del contexto familiar hasta transformarse en un “movimiento social”. Con mayor poder de irradiación que el propio asociacionismo.
“Conozco a muchos más gitanos que pertenecen a la Iglesia que a una asociación gitana. En gran parte porque la Iglesia ha conseguido llegar donde las asociaciones no llegaban, a la raíz de los problemas, a las familias, a los pocos recursos, a la violencia, a las adicciones”, coincide Antonio Fernández, feligrés y exsecretario del templo de Son Gotleu, donde hasta hace poco también se repartió comida cada semana a los más necesitados.
Conozco a muchos más gitanos que pertenecen a la Iglesia que a una asociación gitana. En gran parte porque la Iglesia ha conseguido llegar donde las asociaciones no llegaban, a la raíz de los problemas, a las familias, a los pocos recursos, a la violencia, a las adicciones
Su papel, añadía Teresa San Román en ‘La diferencia inquietante’, fue clave como “luchador infatigable contra las drogas y la violencia”. De hecho, en esa progresiva evangelización fue decisivo el acercamiento a los poblados gitanos y chabolistas. Hasta La Cañada Real, el mayor asentamiento irregular de España, ubicado en Madrid, contaba con su propia iglesia evangélica. “Ese trabajo empezó sobre los años 70. Fue muy importante, pero no fue fácil. Se trataba de la población menos integrada socialmente y algunos siervos que marcharon a predicar entre chabolas eran recibidos incluso con amenazas”, recuerda Fernandito de Miranda.
Uno de esos espacios fue Son Banya. “Allí surgió todo. El hermano Pedro Barrul, gitano valenciano, llegó a predicar por las casas y en la pagesia abandonada que había. Yo tendría siete u ocho años y aún me acuerdo”, cuenta Alberto Rado. La suya fue una de las 124 familias que en 1969 se instalaron en este poblado gitano creado para realojar a los habitantes del campamento chabolista que existía en la zona del Molinar, y que se interponía en el trazado de la nueva autopista hacia el aeropuerto de Palma.
“Que se entere el mundo que aquí hay gente que ha salido de Son Banya, pero tocada por Dios”, grita desde el púlpito durante el culto en el templo del Polígono de Son Castelló. Los fieles le aclaman. Entre ellos, Gabriel, ‘El Japonés’, de 81 años, que no sólo formó parte de la generación de adultos que estrenaron el poblado, sino que también fue uno de los primeros pastores de la Isla.
Un grupo de mujeres hacen cola para comulgar en el templo de Son Gotleu.
Alberto Rado, responsable de la Iglesia Evangélica de Filadelfia en Balears.
“Gracias a que nos convertimos, muchos de nosotros conseguimos salir de allí porque hemos querido integrarnos, cambiar de vida. Mira cómo está Son Banya ahora”, añade Alberto fuera del estrado. Hoy el poblado es poco más que un gueto convertido en un sumidero social que subsiste entre operativos policiales y planes de desmantelamiento que siempre acaban en dique seco. Ambos condicionados siempre por la venta de droga.
“En los 80 la tragedia de la ignorancia hizo que muchos jóvenes cayeran en la adicción. Y en aquellos años hubo pastores que llegaron a abrir granjas y centros de desintoxicación. Muchos acabaron por convertirse”, explica Fernandito de Miranda. En la Iglesia Evangélica de Filadelfia no tiene sitio la droga. Como tampoco la borrachera. Ni siquiera se puede comulgar si se es fumador.
Gracias a que nos convertimos, muchos de nosotros conseguimos salir de Son Banya porque hemos querido integrarnos, cambiar de vida
Una comunidad de ovejas y pastores
Fuera del poblado, el evangelio se transformó en vertebrador de una comunidad gitana que había permanecido segregada durante décadas, muchas veces por razón de origen. Para Mariano Nieto, gitano alicantino llegado a Mallorca con apenas dos años, esto marcó un gran cambio. “Ha conseguido que nos unamos los gitanos valencianos con los catalanes -que siempre eran de una clase más alta-, los mallorquines, los andaluces, los murcianos. Todos. Te diría que mi tío Manuel fue el primero que casó a una hija con un gitano catalán”, cuenta.
Otra de las claves de su éxito es precisamente que los pastores nunca pierden ese contacto con la calle. Ni durante los cinco años que dura su formación ni luego, cuando ejercen. Tampoco practican el celibato y pueden casarse. Su cargo al frente de las iglesias es rotatorio –la media está en torno al año- y la mayoría tiene un trabajo al margen. “Solo en las iglesias más grandes, donde hay más miembros, se les puede pagar un sueldo o una ayuda, porque la Iglesia se mantiene básicamente de las ofrendas”, explica Fernandito de Miranda. También de los ingresos de las cafeterías que han abierto en cada templo. “Dios perdona tus deudas, el kiosco no”, dice un cartel en la de Son Gotleu.
Los donativos y los ingresos de la cafetería sostienen a la Iglesia. ‘Dios perdona tus deudas, el kiosco no’, dice un cartel.
Alonso Vicente, uno de los pastores más jovenes de Mallorca, canta una alabanza junto al coro.
Aarón Martín es, al mismo tiempo, pastor de ese templo y gerente de una tienda de coches. Cuando hace dieciséis años decidió dar el paso y dedicarse al “servicio total a la Obra y a Él”, contó con el apoyo de su familia desde el primer momento. También con el de Betty González, que le conoció cuando era aún candidato y ella, “oveja” y corista en una iglesia.
Su matrimonio y el nombramiento de Aarón la convirtieron en pastora. “En la Iglesia Evangélica las mujeres no predican, pero tienen un papel muy importante como consejeras y apoyo de todas las mujeres de la parroquia. Es una dedicación 24 horas los siete días a la semana, porque sumas la asistencia los cuatro días de culto semanal a todas las reuniones y el acompañamiento en enfermedades o momentos difíciles”, refiere. La de Son Gotleu es, además, una de las pocas que mantiene la tradición de sentar por separado a hombres y mujeres.
“Hoy en día las nuevas generaciones de pastores están mucho más preparadas que en mi época. La Obra siempre se ha movido por la fe, pero ellos tienen mucho más conocimiento”, reconoce Asensio Moreno, que se hizo pastor en 1990. Alfredo Cubero, profesor del seminario evangélico en Mallorca, explica que actualmente hay catorce candidatos en plena formación.
Alonso Vicente fue uno de los más jóvenes. Tenía solo quince años cuando entró en la Iglesia. “Quería estar en el coro, donde se tocaba y cantaba la música”, recuerda. Empezó con el piano y cinco años después, lo “levantaron” como candidato. A los 24 ya era pastor en Manacor. Labor que combinó con la de pianista en el culto que se celebra una vez al mes en la cárcel de Palma. Ahora, además, entra cada semana a predicar. “Allí a la mayoría le cuesta mucho llevar la condena, además de haber estado metidos en el delito o en la droga, y la palabra de Dios les alivia. He visto presos que se han puesto a llorar al escucharnos y muchos se han convertido”.
El suyo, dicen, es un caso especial porque también aquí es cantautor: no solo canta alabanzas, sino que las compone. Algunas han viajado hasta Sudamérica de la mano de otros evangelistas. Otras, en la era de las redes, acumulan miles de ‘likes’ en el TikTok de su iglesia manacorina. “Cuando yo canto, los infiernos tiemblan”, entonan.