Irene Vallejo: “Antes las humanidades eran un lujo de ricos, luego se democratizaron y ahora se atacan por inútiles”

Irene Vallejo: “Antes las humanidades eran un lujo de ricos, luego se democratizaron y ahora se atacan por inútiles”

La autora de ‘El infinito en un junco’ defiende las bibliotecas como trincheras de resistencia contra la desigualdad, la exclusión social, la pobreza cultural y la concepción utilitarista del mundo

Este artículo ha sido publicado anteriormente en el monográfico ‘El precio y el valor de la cultura’, la revista en papel de elDiario.es que reciben gratuitamente sus socias y socios. Si tú también quieres recibirla, hazte socio, hazte socia

Irene Vallejo escribe y habla con la emoción de quien imprime a cada una de sus palabras la fuerza del relato. El gran éxito de su obra sobre la invención de los libros, El infinito en un junco, del que ahora se cumplen cinco años, radica precisamente en eso: en el tono del que cuenta una gran aventura.

Para ella es “un libro extraño, un poco insólito” que escribió con la sensación de ser “un cúmulo de causas perdidas”, en un momento en el que nos decían que se acababan los libros con la llegada del mundo digital. “Hacer un elogio de los libros cuando parecía que se los había desahuciado, hablar de los clásicos y de las humanidades cuando estaban desapareciendo de los programas educativos y hacerlo además en un ensayo de 500 páginas, realmente parecía que había elegido todas las insensateces posibles para volcarlas en un libro”. En cambio, se han vendido más de un millón de ejemplares, se han impreso más de 50 ediciones y se ha traducido a más de 40 lenguas.

Vallejo acaba de publicar El inventor de viajes (Siruela), un libro infantil sobre el poder de la fantasía que escribió para su hijo, y mientras tanto trabaja en un nuevo ensayo sobre la relación frágil entre la creatividad, la salud y las humanidades, del que nos habla en esta entrevista.

Este número de la revista de elDiario.es está dedicado al precio de la cultura, en un sentido muy ambivalente. ¿Qué reflexión le sugiere?

La primera idea que me viene a la mente son las personas que no pueden pagar lo que cuestan los productos culturales o las experiencias. ¿Qué ocurre con las personas para quienes los libros son demasiado caros o que no pueden permitirse viajar para acudir a una feria del libro o ir al teatro? Hay que ir a buscar a esas personas y encontrar otros circuitos para que lleguen los libros a ellas. 

¿Como cuáles?

Lo he visto en Latinoamérica. Por ejemplo, cuando estuve colaborando con el proyecto Motete en Colombia, estuvimos en el Chocó, donde en las escuelas no es que no tuvieran libros, es que no tenían casi ni mobiliario. ¿En qué circunstancias se puede acceder a la cultura así? ¿Y quién cubre esos vacíos? ¿Cómo nos organizamos como sociedad para resolver esas situaciones? O los proyectos de misiones pedagógicas que hubo primero en Latinoamérica, luego también en la República Española. Ese esfuerzo por llevar la cultura allí donde están las personas que habitualmente no tienen acceso ni medios, ni pueden pagar el precio de la cultura. ¿Y cuánta gente está comprometida? En principio tendrían que ser políticas públicas, pero ahí donde no las hay, hay personas que se esfuerzan por salvar esas brechas y tender pasarelas.


La escritora Irene Vallejo, autora de ‘El infinito en un junco’

Las bibliotecas comunitarias serían un buen ejemplo.

Exactamente, porque hay muchas iniciativas que son totalmente cívicas y populares, nacen en los barrios y se nutren de voluntarios y de donaciones. Hay personas que se lanzan a los caminos como el Biblioburro, por ejemplo. ¿Cómo se construye todo ese tejido social para resolver también las desigualdades que hay en el acceso a la cultura?

Precisamente hacemos esta entrevista en el Día de las Bibliotecas, de las que podríamos decir que son el gran símbolo de la acumulación cultural. Pero a pesar de esas celebraciones parece que tienen más importancia las privadas, las que cada uno se hace en casa, que las públicas. Usted en El infinito en un junco y en muchas de sus intervenciones ha hecho una encendida defensa de las bibliotecas. ¿Cree que se cuidan realmente en España?

Por supuesto, no. Hay carencias. Hay abandono. Durante la crisis de 2008 algunas bibliotecas lo pasaron muy mal. Les cortaron el presupuesto para adquisiciones y actividades. Y son como una trinchera de resistencia. Hay que reconocer también la parte buena: hay bibliotecas en la mayoría de los barrios, los centros cívicos tienen en general bibliotecas y ahí se ha demarcado un espacio donde se puede reivindicar la convivencia pública alrededor de los libros y se pueden programar actividades culturales para niños y adultos. Hay que resaltar lo que tenemos y lo que se ha logrado y desde ahí reivindicar más, no solo conformarnos con el mantenimiento de la red que tenemos, sino su ampliación.

¿Hacia dónde debe llevarse esa ampliación?

Creo que la batalla principal ahora son las bibliotecas escolares, que las escuelas tengan verdaderas bibliotecas, no solo unas estanterías donde se conservan ahí libros polvorientos de otras generaciones sino una biblioteca auténtica, una biblioteca donde haya libros atractivos, bien organizados, catalogados y que se les conceda a los profesores responsables de la biblioteca una rebaja horaria, una descarga lectiva para dedicarse a atenderla. La biblioteca debería ser el centro palpitante de todos los espacios educativos, de los colegios, de los institutos, de las universidades. La biblioteca nutre el aprendizaje individual, la búsqueda al hilo de la propia curiosidad y de las inquietudes de cada cual. Es un lugar donde realmente se pueden corregir las desigualdades porque alguien que no tenga demasiadas posibilidades en casa tiene ese acceso a través de la biblioteca pública. Ahora depende sobre todo de la iniciativa y la sensibilidad de cada colegio y no tanto de una política clara.

Los colegios necesitan bibliotecas escolares con libros atractivos y bien organizados, y con profesores que vean reducida su carga lectiva por la dedicación

Irene Vallejo
Escritora

Y luego, las redes de bibliotecas municipales me parecen muy importantes porque además realmente funcionan como centro cultural de un barrio. Hay barrios que lo tienen muy bien cubierto, pero otros que no. Allí además se reúnen los clubs de lectura, que para mí son muy importantes. Y en el mundo rural, el hecho de que en una población haya o no una biblioteca cambia totalmente el aspecto de la vida cultural que disfrutan allí. Alrededor de las bibliotecas nacen otras iniciativas como pequeños festivales, recitales y talleres.

¿Cómo se pueden mejorar las bibliotecas públicas?

Hay gente muy comprometida que está constantemente pensando cómo involucrar a la mayor parte de la población, pero para eso es muy importante que tengas un bibliotecario a tiempo completo y no que sea el archivero quien le dedica unas horas a la biblioteca. Que las bibliotecas estén abiertas por las tardes porque muchas veces se abren solo en un horario en el que la gente trabaja o va a la escuela y tienen que abrir incluso por las noches para las épocas en las que los jóvenes necesitan estudiar exámenes, que tengan un lugar caliente, acogedor, donde estudiar con silencio porque hay gente que no lo tiene en sus casas. Todas esas desigualdades se compensan con la conciencia pública de lo importantes que son las bibliotecas.

Usted ha conocido el proyecto de Parques Biblioteca de Medellín, del que también se habla en el ensayo de El infinito en un junco.

Han decidido combatir la violencia y e intentar sanar las cicatrices gracias a esas bibliotecas que no son solo bibliotecas, porque también tienen un espacio comunitario para que se reúna la gente del barrio, tienen unas salas de música y salas para bailar. Están rodeadas siempre de un parque, porque tienen la intención de que sea un lugar donde la gente pueda ir y estar cómodamente con un perímetro seguro en barrios donde a veces sufren conflictividad y violencia.

¿Funcionan? ¿Se usan?

Sí. La gente cuenta que han transformado barrios en los que antes no podías adentrarte o era peligroso porque había delincuencia. Y gracias a las bibliotecas se han convertido en zonas seguras y la gente no tiene miedo de acudir allí. No dicen voy solo para leer un libro sino voy porque tengo acceso a un ordenador que a lo mejor no tengo en casa, puedo bailar, puedo aprender música, puedo reunirme con la comunidad para decidir una movilización por cualquier motivo, puedo preparar un picnic en el parque que está alrededor de la biblioteca y comer con mis amigos.

En una jornada de bibliotecas en Bogotá en la que estuve vinieron bibliotecarios de toda Latinoamérica y recuerdo un caso que fue muy impresionante. Contó su experiencia una ecuatoriana que decía que en la zona en la que ella trabaja reclutan a los niños. Los que están en la biblioteca están seguros porque ellos los protegen pero si están jugando por la calle los secuestran para convertirlos en guerrilleros o en soldados. Hasta ese punto el concepto de una biblioteca como espacio seguro y protegido puede ser vital para una comunidad. Y también los clubes de lectura o talleres de escritura, que muchas veces tienen que ver con la verbalización del trauma y una forma colectiva de sanarlo a través de la conversación. O se incorpora a migrantes a través de los clubes de lectura, porque es una forma también de que acudan, de que se relacionen con gente. 

En Murcia tienen un club de lectura para personas sin techo. Les prestan libros y luego se reúnen. La sensación de dignificación también es muy importante

Irene Vallejo
Escritora

Me pareció maravilloso que en una biblioteca de Murcia tenían un club de lectura para personas sin techo que tienen mucho tiempo para leer, y como no tienen vivienda no pueden dar una dirección. Les prestan libros y luego se reúnen. La sensación de dignificación es importante. Se pueden hacer muchas actividades y se pueden coser las rasgaduras de la sociedad de muchas maneras a través de las bibliotecas. Tienen un poder enorme, pero lo importante y necesario es ser conscientes de esto y apoyarlas realmente como lo que son: una inversión de futuro, no un gasto.

Así lo ha reconocido la UNESCO.

Es una inversión social que da muchos frutos. Hay muchos escritores que reconocen haberse podido convertir en autores gracias a las bibliotecas. José Saramago nació en una casa donde no había libros y dijo que él por nacimiento no estaba destinado, no ya a ser escritor, ni siquiera a ser lector. Pero fue gracias a la biblioteca que se pudo convertir en un escritor. ¿A qué vida estaba destinado José Saramago y qué vida pudo tener gracias a la biblioteca? Son intangibles con unas consecuencias inmensas.

Como precio de la cultura, también podemos entender el valor que le da la sociedad en una época como es esta de arrinconamiento de las humanidades. ¿Qué margen tienen los docentes o los procesos educativos que no suceden en las escuelas sino en otros lugares para pelear contra ello?

Estamos viviendo un momento mundial en el que las humanidades están desprestigiadas porque no parece obvia su utilidad inmediata, no es computable, no parece que tengan una rentabilidad instantánea. No es una cuestión solo de las humanidades, sino en general de una mentalidad que se está apoderando de nosotros, una idea de un pragmatismo muy estrecha. En el mundo laboral parece que solo es importante aquello que nos da posibilidades de optar a un trabajo en unos términos muy concretos. No se valora la formación generalista ni las habilidades menos especializadas. Esa es una lucha porque incluso habiendo gente joven que tiene una clarísima vocación humanística, la familia, el entorno o incluso los orientadores de los mismos centros educativos los alejan de las humanidades porque hay una presión social muy fuerte en ese sentido. Antes parecía que las humanidades eran un lujo que solo se podía permitir la gente rica y ahora que parecía que las habíamos democratizado, las atacan por no ser útiles. No nos damos cuenta de lo revolucionario que es que todo el mundo tenga acceso a lo que durante mucho tiempo ha estado en manos de los grupos más privilegiados de la sociedad.

Vivimos un desprestigio mundial de las humanidades porque no es computable su rentabilidad. Se está expandiendo una idea de pragmatismo muy estrecha

Irene Vallejo
Escritora

Los clubs de lectura son una reacción a ese pragmatismo extremo. En un mundo donde todo se mide por el resultado, de repente hay grupos de personas que dejan de hacer cosas productivas y se reúnen a hablar de libros. No solo los leemos, sino que luego nos reunimos colectivamente y hablamos de ellos y sacamos conclusiones y compartimos experiencias y un poco nos psicoanalizamos mutuamente. Eso me parece una forma de resistencia. Y hay otras, como las asociaciones de filosofía o grupos que se reúnen para debatir o todos los canales posibles que ofrezcan a la gente lo que las escuelas y la educación formal está haciendo desaparecer. Pero no creo que baste con eso. Ya no se trata solo de incluir una asignatura más o de añadir más horas de docencia semanal de esas asignaturas. La victoria de esa concepción del mundo es muy avasalladora y la estamos viendo y viviendo ya en la sociedad: cómo se deshumaniza todo y vamos solo a la rentabilidad, desde los alquileres hasta las condiciones de trabajo, la falta de flexibilidad para los cuidados o la salud mental.

¿Cuáles cree que son las consecuencias?

En muchas circunstancias de nuestra vida se está empezando a notar ese grave déficit de humanidades y por eso creo que hay que empezar a defenderlo de una manera muchísimo más integral. O sea, no se trata de unas horas más de historia o de filosofía, se trata de una forma de vivir que no queremos que nos arrebaten y que además, precisamente, las personas menos favorecidas son las que más tienen que defenderlo porque les va mucho en eso.

Y ahí es donde creo que hay un déficit incluso de debate, de argumentación, de pensamiento, sobre cómo estamos dejando que suceda eso sin hacerle frente, lo cual debilita todo nuestro tejido. Y cuando pedimos que se desarrollen determinadas políticas, si falla el sustento argumentativo, es que no lo vamos a poder conseguir. Yo tengo ahora esta cuestión de la defensa de las humanidades como uno de los puntos de mira o la brújula de mi siguiente libro. No solo protestar por lo que está pasando en la educación sino intentar ver qué han significado las humanidades para nosotros y qué nos puede costar su ausencia.