El juez Peinado es el inspector Clouseau de la justicia

El juez Peinado es el inspector Clouseau de la justicia

‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es

Juan Carlos Peinado es el inspector Clouseau de la justicia. Se da toda la importancia de la función a la que representa, pero en realidad es un personaje cómico e incompetente al que acompañan risas y miradas de asombro. Habrá quien piense que el asunto no es para divertirse, pero es difícil resistir la tentación. La instrucción judicial que lleva en su juzgado tiene una gran relevancia política al dirigirse directamente contra la esposa del presidente del Gobierno. Se ha convertido para el Partido Popular en un elemento esencial de su estrategia de oposición. El PSOE la considera el ejemplo evidente de que algunos jueces han decidido actuar como operadores políticos de la derecha. 

Antes de nada, hay que recordar que la decisión judicial que más influencia ha tenido en la política fue el auto del Tribunal Supremo que negaba la aplicación de la ley de amnistía a Carles Puigdemont. Lo hacía con argumentos con los que imaginaban las consecuencias económicas de una hipotética independencia catalana que la misma Sala del Supremo había calificado de ensoñación en la sentencia de 2019. Pero el Gobierno y el PSOE no pueden declarar la guerra a la instancia judicial más importante de España. A algunos les gustaría, pero sencillamente no es posible. El sentido común obliga a huir de los conflictos institucionales en los que no existe una salida establecida por la ley.

Con Peinado, que está al frente de uno de los ochenta juzgados de instrucción que hay en Madrid, todo es más fácil y además ha dirigido su investigación contra Begoña Gómez por unos hechos en los que sólo se puede ver delito si uno cree que el Gobierno es la pirámide de una organización criminal y ella es uno de los capos de la trama. Es decir, no hay pruebas, pero seguro que es porque no las han buscado con la intensidad necesaria.

Peinado lleva un año investigando el caso y no tiene nada. A lo largo de todos sus pasos, ha demostrado una notable ignorancia sobre cómo funciona la Administración y la universidad y actúa como un fiscal que por definición no puede ser imparcial, ya que representa a la acusación. No tiene ningún inconveniente en parecer parcial y en desdeñar lo que ha establecido la Audiencia Provincial de Madrid al dirimir los recursos que ha recibido. De esto último, casi no hay ni precedentes. Para terminar de adulterar su reputación, tiene reacciones que son tan autoritarias como infantiles, un detalle que llama la atención en alguien que tiene 70 años.

Esta semana, la causa ha tenido otro hito, el de la declaración de Félix Bolaños, ministro de Justicia, ante Peinado en el Palacio de la Moncloa. Todo porque Gómez cuenta con una persona que le sirve de asistente para todo lo que tenga que ver con actos oficiales y lo que surja. Es el mismo puesto que ya existía para las cónyuges de Aznar y Rajoy en los gobiernos del PP. No está contemplado específicamente en ninguna norma, pero nadie le había dado importancia hasta ahora. Y no se le había dado, porque no la tiene. 

A Peinado le molestó que Bolaños mencionara ese hecho y dijo que no era el asunto que se trataba en ese procedimiento. Claro que le molestó. Daba a su investigación el aroma inconfundible de la intencionalidad política.

No hay que ser un paranoico para sospechar que Peinado pretendía que Bolaños saliera imputado de esa declaración. A fin de cuentas, es lo que ha hecho en varias ocasiones. Llamar a alguien a declarar como testigo –por tanto, está obligado a decir la verdad– y luego volver a llamarlo como imputado con toda la carga de descrédito que supone. Es una forma de intimidar al testigo que no encontrarás en la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Lo dice su artículo 439: “No se harán al testigo preguntas capciosas ni sugestivas, ni se empleará coacción, engaño, promesa ni artificio alguno para obligarle o inducirle a declarar en determinado sentido”.

Bolaños le estropeó la jugada al afirmar que no supo nada de esa contratación cuando era secretario general de Presidencia hasta varias semanas después. Sí dijo que se había seguido la normativa sobre personal eventual, que por otro lado tampoco obliga a mucho. Se trata de nombramientos discrecionales. Para puestos de asesor o asistente, eliges a quien quieres. Son puestos de confianza política o personal.

Fue ahí donde Peinado demostró que no sabe de lo que habla. En ese momento, mostró su sorpresa, según el acta de la declaración citada por El Mundo: “Perdone que insista tanto, pero es que llama poderosamente la atención a quienes tenemos algún tipo de vinculación con la Administración Pública. Esto no es lo habitual, sino todo lo contrario, se exigen unos procesos bastante rígidos y bastante selectivos para nombrar a alguien que va a percibir cantidades con cargo a los presupuestos generales del Estado”. Los procesos rígidos y selectivos, por utilizar esas palabras, son los que se llevan a cabo en las oposiciones. 

La vinculación de Peinado a la Administración se limita a la Administración de Justicia. Un Gobierno o el grupo parlamentario de un partido nombra a los asesores que quiere. Todos ellos cobran de la institución de que se trate. Se supone que deben ser gente válida, pero eso queda a criterio del que contrata. 

El juez intentaba convertir en sospechoso o delictivo algo que es normal en el funcionamiento de la política. Y es normal porque no es ilegal. Él ha decidido que todo lo que hizo Gómez es ilegal, sin tener pruebas de ello, y por tanto cualquiera que colaboraba con ella de alguna manera debe estar en el punto de mira.


Viñeta de Bernardo Vergara.

Es lo que hizo en una de sus medidas más alucinantes, una que no ha tenido tanta repercusión política, porque el PP la ha dejado pasar. Peinado imputó a Juan José Güemes, que fue consejero de un Gobierno madrileño de Esperanza Aguirre, por fichar a Gómez cuando era directivo de IE Business School. Una institución privada en la que la gente que trabaja allí suele ser de derechas. Por un aparente discrepancia que en realidad no existía con la declaración de otra testigo, Güemes pasó de testigo a imputado. ¿Dónde está escrito que un organismo privado no puede contratar a quien quiera si nadie ha probado que ha recibido una contraprestación material por ello que sea ilegal?

Con Peinado, siempre hay que dejar espacio al folclore judicial. Antes de iniciarse el interrogatorio de Bolaños, exigió que su mesa estuviera colocada a una altura superior a la del ministro. Tuvieron que buscarle una tarima para situar la mesa sobre ella y que el pequeño juez pudiera mirar a todos de arriba a abajo. “No puede ser que yo esté más bajo que el testigo”, dijo. 

Pues claro que no. En qué cabeza cabe tal afrenta a la justicia. ¿Cómo puede hacer justicia si no? Moncloa le envió un vehículo a recogerle, ya que se había molestado en la ocasión en que acudió a interrogar a Pedro Sánchez porque le habían tenido esperando varios minutos en el control de entrada. Por aquello de la seguridad, le pusieron un policía en el asiento delantero del coche, pero él se negó a subirse hasta que el agente lo abandonara. No fuera que le leyera los pensamientos y se chivara a Bolaños.

Es más grave que se haya pasado por la toga la orden de la Audiencia de Madrid de no ocuparse de las ayudas a Air Europa y de la fantasmagórica relación de Begoña Gómez con los créditos que recibió esa empresa en la pandemia. Fue el Gobierno quien tomó la decisión y la SEPI la que estableció los avales que debía presentar la compañía. Le dijeron que no podía seguir con esa línea a menos que surgieran nuevos indicios, lo que sonaba lógico, por ejemplo a partir de la declaración de un testigo. Como no tiene ninguno, ha ordenado a la UCO que lo investigue. Por tanto, al pedir un informe a la policía judicial, está investigando ese caso, que es justo lo que la Audiencia le dijo que no hiciera.

Un año después de iniciar el caso, Peinado no ha probado a nivel indiciario que Gómez obtuviera un beneficio económico indebido de su colaboración con la Universidad Complutense (el año que más cobró recibió casi 15.000 euros, cantidad casi idéntica al salario mínimo de ese año). No ha probado que Gómez registrara a su nombre en el registro de patentes y en su beneficio personal un software diseñado por empresas colaboradoras para su futuro uso gratuito por otras compañías. No ha probado que la Complutense le diera un trato de favor a cambio de contraprestaciones para dirigir una cátedra como las más de cincuenta que hay en el centro, lo que nunca la convirtió en catedrática. No ha probado que la intervención de Gómez fuera decisiva para que Air Europa recibiera los créditos públicos que la salvaron de la bancarrota a causa de las medidas de confinamiento en la pandemia. No ha probado que Gómez forzara la contratación de dos empresas por el organismo público Red.es. 

No ha probado nada, pero puede decir a sus amigos que es el principal ariete judicial contra Pedro Sánchez y que le ha puesto nervioso al ir directamente contra su mujer. Otros hablan mucho de acabar con el sanchismo, pero él ya lleva mucho camino recorrido. Ah, y no olvidemos que le pusieron una tarima en Moncloa.

Hagan caso a Eduardo Mendoza

Estas palabras de Eduardo Mendoza sobre el estilo de vida en España y las ventajas que da el Estado de bienestar hay que recordarlas siempre sin que eso suponga obviar los problemas que existen: “Escucho demasiado que España está fatal, que todo es un desastre, que en otros países se vive mejor y es mentira, no me canso de decirlo. Hasta hace muy poco vivía a caballo entre Barcelona y Londres, he vivido mucho en Estados Unidos, conozco bien Alemania, he trabajado en Suiza. Vete a ver cómo se vive allí y mira cómo se vive aquí. Ya verás qué sorpresa”.

Un libro


Paul Newman en una escena de ‘El buscavidas’.

No había leído la novela en que está basada la película ‘El buscavidas’, de 1961, dirigida por Robert Rossen y protagonizada por Paul Newman. La ha sacado hace unos meses en España la editorial Impedimenta. Es una experiencia muy atractiva, en especial si has visto el film. Escrita por Walter Tevis, cuenta la historia de un joven que se gana la vida jugando al billar, lo que quiere decir que lo hace timando a los incautos a los que hace creer que es peor de lo que parece. Así se busca la vida, a veces peligrosamente, pero Eddie Felson quiere ser el mejor y eso exige viajar a Chicago para enfrentarse a una leyenda del juego, el Gordo de Minnesota. 

Felson el Rápido es todo energía y también arrogancia y por eso nunca ha respetado el juego ni a sus rivales, ni quizá a sí mismo. Alguien lo define como un perdedor nato y no le falta razón. Es el mundo de la mayor parte de los personas que habitan las páginas, un mundo de perdedores encerrados en un espacio cerrado lleno de humo y sudor donde se cierran las cortinas para que no entre la luz del sol. Felson pagará un doloroso precio por ello y tendrá que reconstruirse para volverse a levantar. Tevis tiene la habilidad de presentar las partidas de billar, que se prolongan durante horas o incluso todo el día, como un combate de boxeo en el que van cayendo los golpes y sólo puede sostenerse aquel con la cabeza más firme.