Lucía, víctima de acoso escolar: «Lo peor es que llegué a pensar que era rara, que no era como las demás, que ese no era mi sitio»

Lucía, víctima de acoso escolar: «Lo peor es que llegué a pensar que era rara, que no era como las demás, que ese no era mi sitio»

Esta víctima relata dos años de insultos diarios y marginación en el instituto que no se atrevió a denunciar: «Otra chica lo hizo antes y fue peor: acabó por abandonar los estudios»

Antecedentes – Cuando el recreo es un infierno: resolver un caso de acoso escolar puede dilatarse durante todo el curso

Lucía explotó seis años después. Una tarde de otoño en una terraza con unas amigas en una conversación sobre bullying. Lo dijo por primera vez en voz alta: “Me ridiculizaban, se reían de mi forma de hablar, criticaban mi pelo de rata, me llamaban enana”. Pero ya no le quedaban lágrimas después de dos años de vejaciones e insultos por parte de siete compañeras de clase. “Un grupo de amigas que me rodeaban al salir de clase, me tiraban los libros al suelo, me insultaban… Tenía que tener cuidado porque si se sentaban detrás de mí, me pegaban chicles en el pelo o sacaban punta a los lápices encima de mi melena”, lamenta. Un día llegó un paquete a su casa sin remite: “Era una peluca cutre”.

Algunas de esas chicas de su clase hoy trabajan en las aulas con niños pequeños. Cuando sucedieron los hechos eran alumnas mayores de edad de un instituto de Cantabria. “Yo creo que los profesores se daban cuenta”, admite, pero creo que no les parecía tan grave como a ella, que era quien lo sufría. A veces les llamaban la atención: “No digáis esas cosas”, “no seáis malas”. Nunca preguntaron a la víctima y ella nunca se quejó.

La confesión de Lucía –un nombre con el que protege su identidad, porque aunque han pasado algunos años, prefiere que no reconozcan su historia– hace más fácil de entender a sus familiares más cercanos los dolores de estómago de los lunes sin causa aparente, las frecuentes migrañas al volver de clase. Y el temor. Ese miedo constante, esa inseguridad que le acompañaba como una sombra y que la hacía tropezar con sus fantasmas. “Todavía no se han ido”, confiesa. “Lo peor es que llegué a pensar que era rara, que yo no era como las demás, que ese no era mi sitio”.

“Pensé que se cansarían, pero no fue así”

Lucía era una estudiante excelente, trabajadora, que siempre obtenía buenas calificaciones y presentaba los trabajos a tiempo. También eso parecía molestar a sus compañeras de clase. Pero nunca dijo nada. Resistió sin soltar una lágrima ni un comentario en público para evitar sufrimientos a su propia familia porque siempre tuvo claro que denunciarlo era peor. “Yo decidí soportarlo tratando de esquivar todo lo posible el contacto con ellas”, explica. El silencio y la ausencia de reacción. Nunca les respondía ni se enfrentaba a ellas: “Pensé que así se cansarían, pero no fue así”.  

Yo decidí soportarlo tratando de esquivar todo lo posible el contacto con ellas. Nunca les respondía ni me enfrentaba con ellas. Pensé que así se cansarían, pero no fue así

Lucía
Víctima de acoso escolar

La segunda decisión fue no denunciar. Nunca lo comentó a los profesores, ni en casa, ni puso una queja en el centro, ni solicitó ayuda. Lucía no era la primera víctima de ese grupo de chicas. Hubo otra estudiante a la que le hicieron lo mismo: fue el blanco de todos sus dardos. Las denunció en el centro educativo y, cuando se enteraron, el acoso verbal se acrecentó, aunque fuera del instituto.

Según cuenta Lucía, que lo vivió de cerca, a esta compañera la seguían a casa, la llamaban por teléfono para insultarla, se aparecían por la calle para burlarse e insultarla. Entonces llegaron los empujones e intimidaciones más físicas que verbales. El proceso se dilató durante semanas, en las que seguía conviviendo con ellas en clase. Un día aquella chica no volvió. Sonó la campana y su pupitre quedó vacío. Así siguió hasta final de curso. Decidió dejar los estudios, ni siquiera quiso buscar otro centro.

“Yo sabía lo que había pasado y pensé que si me quejaba iba a ser peor”, admite Lucía. “Es lo mejor, aguantar, porque si denuncias no te protegen, te hace más frágil”. Ni siquiera se lo confesó a sus amigas, que se fueron separando de ella por la presión del grupo que buscaba también aislarla del resto. A las otras chicas y chicos que la hablaban les fueron intimidando y algunas también empezaron a reírse de ella. “Así que un día llegué a clase y nadie se sentó a mi lado, y así siguió siendo hasta el último día de curso”, añade.

Mis compañeros nunca me defendieron, ni me apoyaron, miraban para otro lado o se sumaron a mis acosadoras. Supongo que tendrían miedo de que les pasase lo mismo que a mí

Lucía
Víctima de acoso escolar

Quizá lo que más lamenta es precisamente eso, la indiferencia del resto. “Mis compañeros nunca me defendieron, ni me apoyaron, miraban para otro lado o se sumaron a mis acosadoras. Supongo que tendrían miedo de que les pasase lo mismo que a mí”, considera mientras recuerda aquellos episodios que tanto marcaron su vida.

También dice que no las ha vuelto a ver y que no mantiene contacto con nadie de su promoción. “Solo quería acabar, conseguir mi título y salir corriendo”. Ha puesto hasta kilómetros por medio. “Me cuesta volver a Santander, donde sucedió todo, me cuesta hablar en público, siento que se van a reír de mí si doy una opinión”, suspira. Pero a la vez, y ante la falta de reacción que sufrió por parte del profesorado, se reafirma: “Por desgracia, el proceso de denuncia es peor”.

Ahora lo que más le inquieta es que personas como esas seis compañeras estén educando a menores. También que se les pueda encontrar por la calle. “No las he vuelto a ver porque ya no vivo en Santander, pero cuando vengo al médico o hacer un recado tengo constantemente una sensación de angustia”. Una inquietud que se va disipando cuando se aleja por la carretera en dirección a su pueblo y los recuerdos quedan atrás.