
48h en Bremen: más allá de sus músicos, una de las ciudades más bonitas de Alemania
En un fin de semana puedes pasear por sus callejuelas medievales, seguir el sonido de un carillón de porcelana y comer ‘knipp’ junto al río Weser; una escapada que ofrece mucho más de lo que parece
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Es imposible mencionar Bremen y no pensar en Los músicos de Bremen, el famoso cuento de los hermanos Grimm, o incluso en la serie de dibujos animados Los Trotamúsicos, si eres de mi generación. Llevamos oyendo hablar de Bremen desde nuestra infancia y quizá nunca nos ha dado por conocer la que, para muchos, es una de las ciudades más bonitas y auténticas de Alemania. Pero si vas, quizá llegues con la imagen de los músicos del cuento en la cabeza (el burro, el perro, el gato y el gallo, subidos unos sobre otros), pero te aseguro que cuando te marches te habrás llevado mucho más que una foto con su escultura.
Ciudad hanseática con más de 1.200 años de historia, Bremen es una de esas joyas del norte de Alemania que aún sorprende al viajero. Su tamaño, perfecto para ser explorada a pie, su mezcla de tradición y modernidad, su vida tranquila pero culturalmente intensa… Bremen puede convertirse en una excelente opción a la que escaparte cualquier fin de semana. Por lo que si te animas, aquí tienes una guía para que aproveches al máximo tus 48 horas, desde que llegas un viernes por la tarde hasta que te vas el domingo con las pilas cargadas y con ganas de volver.
La Marktplatz en el corazón de Bremen
Viernes tarde: llegamos a Bremen
Lo mejor de llegar a Bremen un viernes por la tarde es que rápidamente empiezas a disfrutar de la ciudad, pues desde el aeropuerto el tranvía te lleva al centro en poco más de diez minutos. Al salir, lo primero que impresiona es el corazón de la ciudad: la Marktplatz. Todo está a unos pasos. A un lado, la estatua de Roland, un comandante histórico de los francos, responsable de defender la frontera de Francia contra los bretones, y símbolo de libertad desde hace más de 600 años. Al otro, el Ayuntamiento, con esa fachada que parece un decorado barroco. Y, justo al lado, los célebres músicos que querrás fotografiar. La famosa escultura de bronce es más pequeña de lo que uno imagina, pero el ritual es claro: tocar con las dos manos las patas del burro y pedir un deseo. Lo dicen hasta los bremenses.
Desde allí puedes ir entrando en materia tomando la calle Böttcherstraße, que parece sacada de un cuadro expresionista, con sus ladrillos rojos, sus relieves dorados y ese carillón que suena cada hora, desde las 12.00 hasta las 18.00 horas, con campanas de porcelana. Al caer la tarde, lo ideal es dejarse llevar hasta la Schlachte, la ribera del Weser. Antiguamente, era el puerto de la ciudad. Hoy es un paseo animado, lleno de terrazas, cervecerías y barcos históricos amarrados como decorado flotante.
Para cenar, lo mejor es quedarse por esta zona o subir hacia el casco antiguo. Bremen tiene una gastronomía contundente, de raíces marineras y campesinas. No faltan opciones para probar platos como el labskaus (puré de patata con carne curada y remolacha, coronado con un huevo) o el knipp, una especie de morcilla de avena que se sirve frita, con pan o patatas. Y para el postre, mejor un dulce local como los Bremer Kluten (menta con chocolate) o una porción de klaben, un pan de frutas tradicional que acompaña bien con una infusión o un vino caliente si hace frío.
Los famosos músicos de Bremen junto al ayuntamiento.
Sábado al completo en Bremen
El sábado pide madrugar, aunque solo sea un poco. Una buena idea es desayunar en algún local cerca del río o en la zona de las antiguas murallas. Muchos bremenses empiezan el día en torno al molino de viento del Bürgerpark, que además de fotogénico, tiene cafetería con vistas. Pero si prefieres estar ya en el centro, el entorno de Sögestraße también es buena opción para arrancar.
Desde allí se puede hacer un recorrido tranquilo por la historia. De nuevo en la Marktplatz, ahora con más luz y menos gente, merece la pena fijarse en los detalles del Ayuntamiento, con sus figuras mitológicas talladas, sus ángeles y sus monstruos, y entrar en la Catedral de San Pedro, que guarda crónicas de incendios, reformas y alguna que otra momia en su Bleikeller (o cripta). Si subes a una de las torres, verás la ciudad a vista de gárgola.
Antes de que den las doce, toca acercarse otra vez a la Böttcherstraße. A esa hora comienza su rutina el carillón de campanas de porcelana, por si te lo perdiste la tarde anterior. Luego puedes seguir callejeando o cruzar hacia el barrio de Schnoor, el más antiguo y quizá el más encantador de la ciudad. Sus callejones estrechos, sus casas de colores del siglo XV y sus tiendas de artesanía están llenas de encanto y todo invita a caminar sin rumbo y sin prisas. Aquí también es buena idea parar a tomar algo, como un schnoorkuller (una trufa típica) o un pedacito de kaffeebrot, una especie de tostada dulce con mantequilla y canela.
El Museo Universum, en Bremen.
Para el almuerzo, Schnoor es un buen lugar para quedarse. Hay restaurantes donde sirven cocina local en versiones modernas o más tradicionales. Si te animas, prueba el kohl und pinkel, un plato de invierno que mezcla col rizada con salchicha ahumada, panceta y patatas cocidas, capaz de resucitar a cualquiera.
Por la tarde, tienes varias opciones según si te apetece cultura, paseo o simplemente curiosear. Puedes visitar el Kunsthalle y su colección de arte europeo desde el medievo al siglo XX, o acercarte al Universum, un museo interactivo con forma de ballena metálica que sorprende a visitantes de todas las edades. Si prefieres un plan al aire libre, alquila una bici y explora el barrio de Überseestadt, antiguo puerto transformado en zona moderna con arquitectura industrial, museos portuarios y cafeterías con encanto.
Cuando el sol empieza a bajar, el plan perfecto es dirigirse al Viertel. Es el barrio joven, con tiendas independientes, librerías, galerías y un buen puñado de restaurantes. Aquí nació el rollo, una especie de kebab o burrito local con salchicha y puré de patata. Pero también encontrarás cocina de todo tipo, terrazas con luces suaves y bares donde terminar el día con una cerveza local, que para eso estamos en Alemania. Si el tiempo lo permite, muchos bajan a la orilla del Weser por el Osterdeich a ver cómo anochece sobre el agua.
El río Weser se llena de ambiente al caer la tarde en Bremen.
Domingo, últimas horas y despedida
El último día podemos bajar el ritmo. Lo ideal es empezar con un desayuno en algún rincón tranquilo, como los cafés del Bürgerpark o la zona del río. Después, puedes dedicar la mañana a explorar lo que te haya quedado pendiente: una última vuelta por el Schnoor, una visita al museo Paula Modersohn-Becker en la Böttcherstraße, o un paseo por el parque de las antiguas murallas, que sigue el trazado de la ciudad medieval y ofrece rincones llenos de calma.
Si el plan es más activo, puedes volver a subir a la bici y hacer una ruta suave por la ribera del Weser. Desde el Martinianleger parten algunos barcos turísticos, por si apetece ver la ciudad desde el agua. Eso sí, antes de partir queda tiempo para un último almuerzo. En la zona del puerto puedes probar unas gambas del Mar del Norte sobre pan negro, una combinación que sorprende, o un kükenragout, un contundente guiso de ave con verduras. Después, con el estómago llego, ya solo queda esperar nuestra partida viendo el ir y venir de la gente, mientras Bremen se va despidiendo poco a poco.