Una ‘casa’ modesta en el Esquilino, el barrio multicultural y en conflicto que el Papa eligió como última morada

Una ‘casa’ modesta en el Esquilino, el barrio multicultural y en conflicto que el Papa eligió como última morada

Situado en el corazón de Roma, de espaldas a la céntrica estación Termini, en la zona conviven con dificultad la belleza clásica que reivindican los artistas e intelectuales que se han propuesto recuperarla, las oleadas migratorias y la realidad de cientos de personas sin hogar que viven en sus calles

Por qué fascina tanto (a creyentes y no) todo lo que rodea a la sucesión del Papa

La plaza Vittorio Emanuele II, casi siempre llamada sencillamente Piazza Vittorio, es la más grande de Roma, con 60.000 metros cuadrados, casi 10.000 más que San Pedro. Es el corazón del Esquillino, el barrio que ha elegido el papa Francisco como última morada. 

Este sábado su cuerpo será trasladado desde la basílica de San Pedro a la de Santa Maria Maggiore, ya que a diferencia de otros papas, este ha elegido ser enterrado fuera del Vaticano. La basílica preferida de Bergoglio está a escasos ocho minutos a pie de Piazza Vittorio, y ambos puntos marcan de alguna manera los límites de una de las siete colinas de Roma, la que le da nombre al quartiere. Una zona céntrica encaramada a espaldas de la estación Termini, multicultural y repleta de contrastes y desigualdades.

Casualidad o no, la última morada del Papa será un telón de fondo adecuado para el mensaje póstumo de Francisco sobre la pobreza, la inclusión y las migraciones. O quizá una evocación del barrio en el que nació, Flores, también metamorfoseado a fuerza de cambios sociales y movimientos migratorios, y con una de las villas miseria (poblados marginales) más grandes de Argentina: la llamada 1-11-14.

Ajeno a las filas que se multiplican frente a la basílica, el parque de Piazza Vittorio estalla de primavera y de gente. Cuesta encontrar un banco libre, y en el césped conviven una familia de turistas nórdicos en pleno picnic con un grupo de hombres indios de mediana edad que juegan a las cartas sentados sobre cartones. Más allá, madres que pasean a sus niños pasan junto a personas sin hogar que buscan un rincón tranquilo para colocar sus bártulos o para compartir una cerveza.


El parque de la Piazza Vittorio.

La de los clochard, como se les llama también aquí, utilizando la palabra francesa como sinónimo de mendigo, se ha convertido en una presencia constante –y conflictiva– en el céntrico Esquillino, cuyos señoriales edificios en decadencia conviven con tiendas al por mayor y puestos callejeros regentados por personas de origen indio o chino, y otros palacios dignos de la monumentalidad cinematográfica de Roma.

Precisamente, la casa del director de cine Paolo Sorrentino se asoma a Piazza Vittorio, pero el creador de ‘La gran belleza’, público defensor de este barrio en el que viven numerosos artistas, es una de las voces conocidas que se han alzado contra su “degradación” y sus problemas de convivencia. 

Por la noche, la estampa bucólica del parque muta en territorio de trapicheo y consumo de drogas, y los imponentes soportales a su alrededor en techo improvisado para decenas de personas, un paisaje que se repite en las calles que los separan de la estación Termini y las vías del tren. 

Hace años que la estación, a dos pasos del centro histórico de la capital italiana, se convirtió en territorio para quienes esta ciudad ha dejado fuera, a quienes la sociedad “ha olvidado conscientemente”, como llegó a decir Francisco en uno de sus discursos más recordados. 


El Papa habilitó un edificio para el cuidado de las personas sin hogar que dormían bajop las columnatas del Vaticano.

Hace solo unos días, un hombre sin techo cayó desplomado –dicen los periódicos que murió “probablemente” por causas naturales– en una de las calles adyacentes a Termini. No se pudo hacer nada por él. Días antes, los bomberos rescataron a un migrante en un soportal de la plaza cuyo saco de dormir se estaba incendiando. Un episodio causado –otra vez, “probablemente”– por una colilla arrojada al descuido.   

“Veo una ciudad que ha sobrevivido a milenios de historia, pero ofendida y herida cotidianamente por las noticias”, aseguró Sorrentino cuando le preguntaron qué veía desde su ventana. 

“Cuando hablo de la ciudad, aunque soy famoso por una película que cuenta Roma de manera abstracta, prefiero hablar como ciudadano: necesitamos una administración que tenga un proyecto para este lugar”, se quejaba Sorrentino en esa entrevista con Il Messagero. 


Los soportales de la Piazza Vittorio.

A falta quizá de un gran proyecto, el Gobierno municipal del demócrata Roberto Gualtieri aprovechó unas obras de renovación de la Piazza del Cinquecento, a las puertas de la estación, para colocar unos bancos de mármol con divisiones de hierro para evitar que pudieran ser utilizados para dormir, una “arquitectura hostil” criticada por la izquierda y los colectivos de derechos humanos, y que ha sido reiteradamente “intervenida” ilegalmente para quitar esas barreras.

Entre la “humanidad” y la “belleza”

Así, el barrio se debate entre la “humanidad” y “la belleza”, dos argumentos que usa una vecina que prefiere no decir su nombre al analizar la situación. Está sentada en un clásico café romano junto a la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados. En la coqueta terraza, la última mesa tiene vistas a una alambrada sobre la que alguien ha puesto a secar unos vaqueros. 

“A eso me refiero –dice mirando hacia allí– esta gente no puede vivir así y nosotros tampoco podemos ver cómo el barrio se vuelve cada vez más feo y nos da miedo salir por la noche”, se queja. El dilema llega al indagar sobre posibles soluciones; entonces el discurso no está tan claro. Un grupo de vecinos, entre ellos varios escritores, actores y músicos, crearon un grupo de vigilantes, Rete Esquilino vivo, para informar a la policía de incidentes y proponer mejoras. 

Unas calles más allá de la mesa del bar, el papa Francisco parece lanzar un mensaje más al barrio y a la ciudad. Este sábado, cuando su cuerpo llegue Santa Maria Maggiore, será recibido en las escalinatas por “un grupo de personas pobres”, según la información distribuida por la oficina vaticana, sin dar más detalles.   


Imagen de cómo quedará la tumba de Francisco difundida por el Vaticano.

En la basílica las colas son constantes, y la entrada está vigilada por carabinieri que al ver el pase de prensa advierten de que dentro no se pueden hacer fotografías “ni hablar con nadie”, so pena de perder una acreditación que, con más de 4.000 periodistas registrados, obliga a pasar por un purgatorio de trámites, filas y esperas. 

Pero como nadie puede impedir hablar en la cola, mientras se espera, Bianca cuenta que ella y su familia vinieron de viaje desde Como por el Jubileo, y les sorprendió la noticia. Vienen a ver la que será la última morada de Francisco, –“el Papa de los desvalidos”, lo llama– pero no puede esperar a su llegada. Deben volver a casa. 

Dentro, pocos hacen caso de la indicación de no tomar imágenes. La enorme basílica –una de las cuatro de peregrinación de Roma– es un cúmulo de estilos arquitectónicos que dan cuenta de lo dilatado de su historia y de los gustos de los diferentes pontífices que han ‘intervenido’ con algún encargo.


Fieles esperan para confesarse junto a la que será la tumba de Francisco.

La aportación de Francisco promete destacar en ese batiburrillo que va del románico al barroco, en este caso por su sencillez. Este jueves ha trascendido el proyecto de tumba que encargó en sus voluntades: una lápida blanca hecha de una piedra llamada ardesia, típica de la Liguria, la región de origen de su familia. 

De momento, solo se puede ver una valla de madera que tapa el lugar donde estará la tumba, justo al lado de la capilla Paulina, dedicada a la pequeña pintura de Maria Salus Populi Romani, que según cuentan sacaban los romanos en procesión para implorar ayuda en tiempos difíciles. La misteriosa obra de arte, que no tiene autor conocido, era la preferida de Bergoglio. Igual de misterioso es el benefactor que pagará el entierro del pontífice, que donó todo su dinero para ayudar a los presos de Roma. A falta de tumba en la que visitar al Papa, los visitantes toman fotos de la ‘zona de obras’ o hacen fila para confesarse junto a las vallas.

Cae la noche sobre el Esquilino. El parque empieza a vaciarse y pronto se cerrarán sus portones de hierro. Varias personas van acomodando sus cartones y mantas en los soportales. Y en Santa Maria Maggiore miran al cielo para que la lluvia no inutilice las sillas que han colocado delante de la entrada. Cada día se reza un rosario para preparar la llegada del vecino más famoso y compasivo del Esquilino.