Los dos agujeros negros del pontificado de Francisco

Los dos agujeros negros del pontificado de Francisco

Hay dos grandes huecos en el pontificado de Francisco difíciles de llenar, porque forman parte del ADN de la Iglesia: el machismo cargado de misoginia y el gobierno feudal, que llega a la divinización del Emperador

Jorge Bergoglio pertenece ya a la historia. Las luces, pero también las sombras, aparecen: después de los primeros días en los que se respetaba al difunto, salen los poderes ocultos. Grandes líderes políticos y muchos obispos se aproximarán a San Pedro para asegurar que se ha muerto. Era el enemigo porque no callaba y no aceptaba el discurso de Thatcher: “There is no alternative”. Un Papa contrario a la política de la necesidad de armarse, la de menospreciar y olvidar a los inmigrantes y a la gente de los márgenes, la del respeto a la madre tierra. ¿Era Francisco un papa de izquierdas? No. Sencillamente, era humano. Lo que han perdido demasiados líderes políticos y que nunca han tenido los círculos del poder económico. Unos poderes que están en las cloacas del Vaticano, las cuales no hay manera de limpiar.

Con el gran respeto que me merece un referente que tendremos que guardar en la memoria por lo que seguramente pasará, hay dos grandes agujeros negros en el pontificado de Francisco difíciles de llenar, porque forman parte del ADN de la Iglesia, generados ya en los primeros siglos y que Roma monopolizó, alejándose del andar de Jesús de Nazareth: el machismo cargado de misoginia y el gobierno feudal, que llega a la divinización del Emperador, como imagino se reflejará en el funeral. Es lo que escribió hace más de un siglo Alfred Loisy, teólogo que fue condenado inmediatamente: “Jesús anunció el Reino, y fue la Iglesia la que llegó”. 

Son dos agujeros negros que se comunican, zampando todo lo que atrapan. Lo hicieron desde el inicio: las mujeres, que habían gobernado las primeras comunidades, fueron marginadas. A la vez, la gran diversidad de expresiones de la fe en Jesús fue neutralizada en la Gran Iglesia, cargada de la manía de buscar herejías. ¡Qué lejano el tiempo de Jesús!, escándalo de los suyos por su proximidad con las mujeres y con los colectivos marginales de la religión.

Francisco ha hecho pasos admirables. Ha escuchado a las mujeres y a las disidencias. Pero una cosa es escuchar y la otra dar poder. Lo ha intentado con la Sinodalidad abierta a toda la iglesia. Es imposible, el ADN es muy sólido: dictadura de hombres célibes puros que marcan hasta el hastío, sin dejar a otras voces ninguna decisión vinculante. La única democracia que conocen es la elección del papa, hecha por los que han sido escogidos por él.

Antes ordenarán casados, ¿pero mujeres? Siguen siendo la fuente de la impureza, que es el sexo. Son las grandes transgresoras de la historia y hay que dejarlas en la cuneta. Pero no es la solución la ordenación: es la decisión de las comunidades sobre cómo se organizan y quién ejerce la autoridad.

Estos dos agujeros negros se disimulan con el boato, con las riquezas aparentes, en palacios alejados del mundanal ruido, que es donde, pisando las calles y los barrios periféricos, mezclados mujeres y hombres, y con las diversidades de géneros y de opiniones y de maneras de hacer, se ve todo de otra manera.

¿Y el futuro? Pues como el pasado. Han sido siglos de luchas contra Mordor. Se ha tambaleado, pero nunca cae. Hace falta la fe, como dice el Evangelio, de decir al monte: “Quítate de ahí y arrójate al mar”. Y las únicas que lo pueden hacer son las mujeres disidentes. Francisco ha abierto la puerta, como Juan XXIII abrió la ventana. Es cuestión de meter un pie, y no dejarla cerrar. No tenemos más opción: mujeres y democracia. Y no para la persistencia de la Estructura, que no es lo importante: para tener otra comunidad, en la cual algunos creemos, para transformar el mundo, que es el único sentido de la vida de Jesús y, desde luego, de la Iglesia.