¿Podemos sumar?

¿Podemos sumar?

Es demostrable que el campo plural y común de las izquierdas gana fuerza cuando se crean uniones amplias con programas viables, cuando se construye amistad política. Lo contrario es también perfectamente verificable

Una de las razones (hay varias) del ascenso del trumpismo internacional ha sido la acción   y la inacción previas de la izquierda y del centroizquierda, sobre todo en dos aspectos principales. La crisis financiera y social de 2008, que erosionó a fondo los programas neoliberales de desregulación, no fue aprovechada eficazmente para construir un nuevo sentido común y aplicar programas viables de izquierda (unos patinaron artísticamente hacia el centro; otros chocaron con la cargante realidad). En segundo lugar, aunque es archisabido que las izquierdas se debilitan dramáticamente cuando predomina la división entre los distintos grupos y dentro de ellos, la tendencia a la fragmentación aumentó, a veces hasta extremos ridículos. Elly Schlein, líder del Partito Democratico italiano, comentó en alguna ocasión que “a veces bromeo diciendo que en la izquierda italiana tenemos más partidos que votantes”. 

La cosa continúa. “Es asombroso comprobar con qué facilidad se reproducen los añejos esquemas cainitas”, ha escrito Enric Company. El veterano periodista barcelonés considera que “el desempeño actual de Podemos se contradice de manera flagrante con el que tuvo en 2014, hace solo una década, y que fue la condición básica, esencial, de su fulgurante éxito político: reunir lo disperso, acercar lo dividido, compartir una orientación estratégica entre organizaciones diferentes”. 

Es muy recomendable un libro recente, ‘Los años irrecuperables’ de Jaume Asens,  que entre otras cosas describe, con lúcida precisión de insider, la fascinante parábola de Unidas Podemos. Asens es un hombre puente que ha contribuido decisivamente a deshacer algunos nudos, sóllo aparentemente gordianos,  de la política de estos últimos años. Sin embargo, ha asistido, con desagrado pero sin resignarse, a la fragmentación del movimiento que contribuyó a crear. Su libro es una seria advertencia: “Concebir la unidad como recomposición alrededor de Podemos en medio de las ruinas que queden tras la pelea interna es una estrategia temeraria. Es difícil unificar dedicando tantos esfuerzos a destruir a tu futuro aliado. Genera desafección general. Anticuerpos en tus bases. ¿Cómo las convences luego de la bondad de un acuerdo? La hoguera que enciendes contra tu adversario, al final también te chamusca a ti”.  

Más tajante es Santiago Alba Rico, en el prólogo del libro de Asens: “Aguien dijo que ‘en el futuro se estudiaría el nacimiento de Podemos en las facultades de Ciencias Políticas’. También se estudiará, probablemente, su derrumbe, tras un curso vital celerísimo, pues en apenas diez años pasó de tocar los cielos a descomponerse en un montón de astillas sin sutura posible”. 

¿Estamos destinados a repetir siempre la misma historia? Es demostrable que el campo plural y común de las izquierdas gana fuerza cuando se crean uniones amplias con programas viables, cuando se construye amistad política. Lo contrario es también perfectamente verificable: las posibilidad de formar y mantener mayorías de izquierdas se destruye cuando la división se impone. Las lecciones del pasado son claras, particularmente en España, donde durante décadas se tuvo que luchar simultáneamente en dos frentes: contra la dictadura y contra las divisiones entre sus oponentes. 

¿Estamos condenados a no sumar, a no poder? Se ha dicho que las llamadas a la unidad son una fachada comunicativa para  reducir al disrepantr  y que «si esto es la unidad, entonces habrá qué hacer otra cosa». Pero lo que aparece en el horizonte es una desalentadora pugna por el «sorpasso», esta vez entre opciones enfrentadas a la izquierda del socialismo, y con repercusiones que van mucho más allá, porque afectan al conjunto de la sociedad. 

Para explicar los ciclos de fragmentación de las izquierdas se invocan en general razones de tipo subjetivo: el cainismo, el personalismo, la libido dominandi, las derivas  multiformes del poder. Lo decía hace poco Costa-Gavras, en una entrevista: “Quizá esté en la naturaleza humana el ansia por dominar a los demás y quizá estemos condenados a soportar liderazgos insensatos por los siglos de los siglos sin que importe en absoluto el beneficio común, para todo el pueblo, que debería ser la única motivación”. El cineasta, de 92 años, ha visto de todo: guerras, dictaduras, esperanzas frustradas, estrellas fugaces, divisiones inútiles. Se ha ganado el derecho al pesimismo. 

Otro nonagenario, José Mujica, expresidente de Uruguay, ha apuntado en la misma dirección. Dice que el individualismo es hoy una “cultura de hecho”, que el capitalismo espolea subliminalmente en nuestras sociedades, y que incluso  penetra en el interior de los movimientos alternativos. A Pepe Mujica le exaspera constatar que “las izquierdas se dividen por ideas y las derechas se unen por intereses”. Llama a recobrar el altruismo, no por un prurito de buenismo ingenuo, sino por puro realismo, por eficacia elemental. 

Junto a los factores ligados a la condición humana, las divisiones de las izquierdas  suelen responder a problemas objetivos que se sitúan en los territorios de frontera de nuestras sociedades. Uno de ellos se sitúa entre los sectores motivados por las condiciones “sociales” (servicios públicos, salarios, seguridad, etc.) y los que se mueven más por motivos “post-materiales” o identitarios (derechos civiles, de género, nacionalitarios, etc.). Un segundo territorio de frontera se da entre el mundo del trabajo estable y el del trabajo precario; y un tercero, entre el mundo asalariado (estable y precario) y el de las clases medias que temen el declive.

Si se impulsan y mantienen las adecuadas alianzas estratégicas, estas tres zonas fronterizas generan energia política, unitaria y mayoritaria. Hay que añadir que, en España, estas tres alianzas necesarias son en realidad cuatro, como los mosqueteros, porque  se suma la diversidad territorial. En todo caso, y en todas partes, el reto prioritario es hoy superar la falsa y nefasta confrontación “woke»/«antiwoke”, que tan suculentos  beneficios suministra al  trumpismo y a las demás derechas radicales.  

Otro reto principal de las izquierdas es el de la continuidad. En las fuerzas de la nueva política se dan problemas de almacenaje comparables al reto aún hoy irresuelto de las baterías y otros procedimientos para almacenar la energía solar, o la eólica. Los nuevos movimientos han sido muy entrópicos, a veces casi  pirotécnicos.

“En política”, escribe Asens en su libro, “la radicalidad no se mide por las camisetas que llevamos, por los golpes de pecho o la gesticulación. Tampoco se mide por las intenciones, sino por los resultados. Por la capacidad para transformar la vida de la gente”. Pedir a las izquierdas más sentido común y más oficio (más mano izquierda) no es una retórica llamada a la unidad. Es un grito de alerta. Nos enfrentamos al rápido desarrollo de nuevos hechos y circunstancias cuyo significado y dirección aún no podemos vislumbrar plenamente, pero que sabemos brutales y muy peligrosos. En estas condiciones, la exigencia de unidad es una reclamación amplia, mayoritaria e instintiva, de inexcusable respuesta, porque las funestas consecuencias de la división de las izquierdas no afectarían únicamente a sus promotores. Es  el futuro de la sociedad en su conjunto lo que está en riesgo. 

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