Rosalía, Antonio, Viviana y Simón Gómez: la última generación de personas esclavizadas descendientes de africanos en Canarias

Rosalía, Antonio, Viviana y Simón Gómez: la última generación de personas esclavizadas descendientes de africanos en Canarias

Las Islas también formaron parte de la institución esclavista hasta el siglo XIX. Personas traídas a la fuerza de África eran sometidas a trabajo extremo y sin libertad en los hogares de los terratenientes y en los ingenios azucareros

La huella negra de Canarias a través de la esclavitud

Al mismo tiempo que los esclavizados en Estados Unidos y el Caribe sobrevivían en condiciones inhumanas en las plantaciones de algodón o azúcar, también en Canarias personas traídas a la fuerza del continente africano y sus descendientes eran sometidos a trabajo extremo y sin libertad en los hogares de los terratenientes y en los ingenios azucareros. El sistema esclavista en las Islas se mantuvo durante trescientos años hasta el siglo XIX. En Tenerife, Rosalía Gómez y sus tres hijos, Antonio, Viviana y Simón, están documentados como los últimos esclavizados de la isla y presumiblemente de Canarias y de España. Su historia la ha recogido el escritor Nelson Frías en el libro Rosalía Gómez. La última esclava de la isla de Tenerife. “La esclavitud de seres humanos, principalmente africanos negros, también forma parte del lado más oscuro e ignorado de la historia de nuestro Archipiélago”, recala el autor en las primeras páginas de su trabajo de investigación. 

Rosalía Gómez nació en Abona, Tenerife, en 1801. Descendía de mujeres que habían sido esclavizadas en el sur de la Isla desde hacía, mínimo, dos siglos. El trabajo realizado por Frías, quien también es juez decano de Arona, muestra que el linaje de Rosalía se remonta hasta el siglo XVII, con Ana Serrana, una mujer esclavizada, “hija de María Serrana, de color mulata”. La madre de Rosalía, Úrsula González, era esclavizada por haber nacido de una mujer que también lo era. La ley ‘El parto que sigue al vientre’ en el sistema esclavista marcaba que el hijo heredaba el estatus legal de su madre, por lo que todo hijo nacido de madre esclavizada, aunque su padre fuera libre, se convertía automáticamente en esclavizado.

La madre de Rosalía ya era esclavizada con cinco años en la casa de sus amos, en el Valle de San Lorenzo, Arona, tal y como recoge Frías en su obra. Años más tarde, su dueña la entregó a su hija como parte de la dote por su matrimonio y se trasladó de municipio. Sin embargo, Úrsula se resistía a vivir sin libertad y se escapó, del mismo modo que lo habían hecho sus dos hermanos mayores, según se precisa en el libro. Finalmente fue capturada de nuevo por sus amos y vendida a otra familia en Granadilla de Abona. Las ventas entre familias adineradas o las donaciones como parte de la dote a las hijas de la familia eran un procedimiento habitual. Úrsula tuvo dos hijos, entre ellos Rosalía, de quienes en sus partidas bautismales se especificaba que eran “de padres desconocidos”.

Una práctica habitual dentro del sistema esclavista eran los abusos sexuales, sobre todo por parte de los amos hacia las mujeres esclavizadas. Los embarazos no deseados estaban a la orden del día, puesto que los propietarios de los esclavizados buscaban aumentar la mano de obra para sus extensos terrenos. El autor incluye en su obra un relato de la tradición oral que cuenta que un esclavizado negro de la Casa Fuerte de Adeje era llevado hasta el Valle de Santiago para que mantuviera relaciones sexuales con otras mujeres sometidas a la esclavitud con el objetivo de engendrar nuevos esclavizados. En el caso de Rosalía y sus hijos, Frías detalla en su libro que no se puede comprobar si fueron fruto de violaciones por parte de sus amos o de otros hombres de la zona o de relaciones consentidas con otros esclavizados o libertos. Debido a la ausencia de padre reconocido, generalmente, las personas que sufrían la esclavitud adoptaban los apellidos de sus amos. Rosalía se apellidaba Gómez, como el primer señor de quien estuvo a cargo. 

Según el relato de Frías, Rosalía fue separada de su madre cuando era muy pequeña y antes de cumplir 13 años ya había sido vendida en dos ocasiones. Juan Bethencourt Medina, un rico indiano que había hecho fortuna en La Habana y en Caracas, fue el amo con el que pasó más años en su casa de Arona, cercana a la iglesia del municipio. Ahí, tal y como señala el autor, seguramente se dedicaba a las labores de hogar, como lavar, sacar agua del aljibe o cuidar de los bebés y niños de su amo. Presumiblemente, la joven perdería contacto con su madre una vez fueron separadas, otra de las prácticas habituales dentro del sistema esclavista. “El interés del amo era tener controlado en todo momento el paradero de su esclava para evitar tentaciones (como las fugas que protagonizaron los tíos de Rosalía buscando su libertad)”, narra Frías en su libro. 

La libertad de Rosalía y sus hijos no llegó hasta 1840 o 1841, tres años después de la aprobación de la ley abolicionista que prohibía la esclavitud en todos los territorios españoles, menos en Cuba y Puerto Rico.  José Bethencourt encomendó a su hija que le concediera su libertad “si se comportarse con honradez”. En ese momento, los hijos de Rosalía, también niños esclavizados, tenían entre 8 y 17 años. A partir de entonces, según relata Frías, Rosalía continuó trabajando en la casa de la familia Medina a cambio de un jornal hasta el fallecimiento de su amo. Después, se mudó al caserío aronero de Túnez, a una humilde choza de una planta construida con piedras, donde falleció en 1874. “Era soltera de edad de sesenta y ocho años, de padres no conocidos y fue traída a este pueblo (de Arona) como esclava”, constata el párroco de Arona en su partida de entierro, detallada en la obra de Frías. 

Canarias, clave en el comercio de personas esclavizadas

Una vez que triunfó la conquista castellana, el paisaje en el sur de Tenerife, hoy la zona más turística de la Isla, estaba plagado de grandes extensiones de terreno salpicadas de ingenios azucareros y caseríos de una planta con barracones en sus laterales, donde solía dormir la población esclavizada. Para el trabajo doméstico y la producción de caña de azúcar era indispensable contar con abundante mano de obra y la población residente en Canarias no cubría esa demanda. Tal y como señala Frías en su trabajo, al igual que otros historiadores, antes de la llegada de los europeos la esclavitud no existía entre la población amazigh que habitaba en el Archipiélago, de modo que los comerciantes acudieron al mercado de personas negras que ya estaba activo tras la conquista de América. “La fuente de esclavos era el África negra, convirtiéndose la isla de Gorée, por entonces colonia francesa hoy perteneciente a Senegal, en el lugar preciso en donde se estableció el mercado de esclavos”, relata Frías. 

Algunos barcos que comerciaban con personas negras y que tenían como destino el Caribe, hacían escala en los puertos canarios. Aquí fueron comprados por mercaderes, terratenientes y familias acomodadas, sobre todo en Tenerife, Gran Canaria y La Palma, islas las en las que con el tiempo habría una mayor población negra, tal y como detalla el historiador Manuel Lobo

La caña de azúcar se había introducido en el siglo XV en las Islas marcando el inicio de la industria del ‘oro blanco’, cuya producción se exportaba a Europa y la cual trajo consigo la creación de grandes fortunas en algunas zonas de Canarias. En el sur de Tenerife, donde se encontraba la mayoría de los ingenios azucareros de la Isla, se extendió la presencia de personas esclavizadas. “Hacía 1779, el grupo de esclavos, libertos y sus descendientes lo hemos cifrado en más del 7% de la población total de Adeje”, cuenta Frías en su libro. También remarca que las partidas bautismales, de matrimonio y de entierro de personas negras y mestizas en Adeje eran habituales entre los siglos XVI y XVIII. 

En ese municipio, la esclavitud aparece sobre todo ligada a la Casa Fuerte de Adeje fundada por Pedro de Ponte, en cuyos descendientes recayó el marquesado de Adeje, y quien enumeraba a las personas esclavizadas que tenía a su cargo como “piezas de esclavos”. La posesión de esclavizados africanos por parte del marqués de Adeje también la remarcó un viajero británico, George Glas, que visitó el municipio en 1764: “(…) posee algunas tierras en las que mantiene un millar de negros esclavos para plantar caña de azúcar y fabricar este producto”.

La gran presencia de población esclavizada de origen negro se ha quedado guardada en la memoria colectiva de Adeje y ha tenido consecuencias hasta casi la actualidad. Sus habitantes conocen a la población negra esclavizada de la Casa Fuerte de Adeje como “la negrada”, tal y como manifiesta Frías. El autor señala que durante generaciones, los descendientes, que pertenecen a las familias más pobres, “han sido señalados con el dedo, marginados y estigmatizados”. “Tal y como nos han relatado algunos ancianos, hasta bien entrado el siglo XX, constituía una deshonra contraer matrimonio con algún miembro de las familias de las que se sabía, por tradición oral, que eran descendientes de los antiguos esclavos negros (..)”, revela el autor.