Memoria de Manuel Bohórquez, el crítico flamenco más temido: «Me arrepiento de haber hecho llorar a algunos artistas»

Memoria de Manuel Bohórquez, el crítico flamenco más temido: «Me arrepiento de haber hecho llorar a algunos artistas»

El periodista sevillano publica sus recuerdos de 50 años de contacto con lo jondo, incluyendo vivencias con Morente, Camarón, Manolo Sanlúcar o Paco de Lucía

‘Guirijondo’, un festival para demostrar que la pasión flamenca no tiene fronteras

El flamenco fue un destino para Manuel Bohórquez, literalmente, desde la cuna. Con dos años y medio y una salud muy precaria, fue alojado en una incubadora al tiempo que su padre yacía seriamente enfermo en el mismo Hospital Central de Sevilla, en una habitación compartida con el legendario cantaor Manuel Vallejo. “Mi madre se llevó a mi padre en un taxi, y antes de llegar al pueblo falleció. Luego, una monja le contaría que Vallejo venía a verme todas las noches, a decirme que no me preocupara. Sin conocer esta anécdota ni saber nada de él, la primera vez que escuché un disco de Vallejo me harté de llorar”.

Es una de las muchas historias que contiene ‘Memorias del pellizco’ (Colibrí), el nuevo libro de este periodista nacido en Arahal en 1958, y que en su larga trayectoria se ha granjeado una fama de crítico severo no siempre injustificada. De su villa natal, la familia se mudó a Palomares del Río, “un pueblo muy poco flamenco, aunque en las vacaciones volvía a Arahal y allí me hice amigo de algunos cantaores, y hasta vi una vez a Diego del Gastor. En aquella época, los cantaores estaban en las tabernas y los niños no podíamos entrar en ellas. Pero un día conocí a un cantaor llamado Isaías El Vaquero, y resultó que era de Palomares. Sin embargo, mi inmersión total fue cuando me vine a vivir a Sevilla”.

En la capital hispalense, Bohórquez participó en la fundación de diversas peñas, como la del Chozas, la Torres Macarena, la del Sombrero, la Niño Ricardo, la Soleá de Triana… Un momento de ebullición que fomentó la afición del joven. “Fue un flechazo total, me cambió la vida. No echaba cuenta de novias, ni del Betis. Ya todo fue el flamenco”, evoca. También comenzó la época de los grandes festivales, como Mairena, la Caracolá de Lebrija, el Gazpacho de Morón o la primera Bienal de Sevilla, que fueron aupando a las estrellas emergentes del momento, como Camarón, Turronero, Chiquetete o Juanito Villar. El propio Bohórquez soñó con ser una de ellas alguna vez: “Quise intentarlo como cantaor, sí, pero la primera vez que actué lo pasé tan mal que me descompuse, y me di cuenta de que no era lo mío”. 


Con Fernanda.

De Fernanda a Morente

Esa frustración le abrió otra puerta inesperada: el periodismo. No le acomplejó el hecho de haber abandonado el colegio a los 12 años, apenas sabía escribir, pero se expresaba con soltura y, sobre todo, tenía una enorme determinación y un estilo propio, además de una seguridad en sus juicios que no pasó desapercibida. “Soy un clavo de mi madre, que era una mujer muy crítica, que no le gustaba nada de lo que hacíamos sus hijos”, confiesa. “Como nunca fui a la universidad, y me formé como alicatador, yesero y escayolista, tenía un lenguaje muy básico, escribía como hablaba. Al principio decía cosas como ‘ese no tiene ni idea, yo canto mejor que ese de aquí a Manila’. Mis compañeros me pedían que tuviera cuidado con las faltas, recuerdo a Carmen Carballo corrigiéndomelo todo. Pero el director de El Correo de Andalucía, Gómez Cardeña, les decía: ‘Puede ser buen crítico, no me lo humilléis, que sabe de esto’”.

El Correo, Radio Aljarafe, TVE, fueron algunos de los medios por los que pasó este sevillano, y que le permitió codearse con lo más granado del flamenco de la época. “Recuerdo que Fernanda de Utrera se sorprendió de que el segundo apellido de mi abuelo fuera Peña, y me dijo: ‘Entonces tú vende ca’ [eres gitano]. Yo le respondí, en mi ignorancia del caló, que no vendía nada, que trabajaba en los albañiles”, ríe. “Luego me presentó a Bernarda de Utrera, me miró de arriba abajo y me dijo: ‘¡Pero si este es más gachó que un olivo!’”.


El Tomasa

Pero la figura de la que conserva quizá un mejor recuerdo es de Enrique Morente. “Yo cantaba en un grupo llamado Arte y Solera y montamos su tema La Estrella, pero reconozco que me costó que me entrara su obra, no entendía sus innovaciones”, señala. “Hasta que alguien me pidió que escribiera sobre él, porque en Sevilla lo machacaban siempre, y a mí me parecía una tremenda injusticia. Incluso dejaron de llamarme para presentar festivales después de salir en su defensa, por apoyar a uno que cantaba ‘atravesado y del revés’. Enrique me lo agradeció. Para mí fue el más grande”. 

Sin compadreos

A Camarón también lo conoció, incluso viajó con él a Montreaux, y compartió camerino con Quincy Jones, Miles Davis y otros astros. “Lo traté, pero no llegué a tener amistad con él, como con Paco de Lucía, que un día llamó a la radio. El técnico me avisó y yo creía que era broma, ‘sí, sí, dile que después lo llamo’. Pero insistió, cogí el teléfono y me dijo: ‘Hola, soy Paco de Lucía’. ‘¿Qué Paco de Lucía?’, respondí. ‘¿A cuántos Pacos de Lucía conoces?’. Quería hablar de la polémica en torno a sus derechos tras la muerte de Camarón, y también estuve con él y Félix Grande en la presentación de su Concierto de Aranjuez”.  

Bohórquez no oculta que, en materia de guitarra, su devoción es para Manolo Sanlúcar. “Lo conocí cuando presentó Tauromagia en el Lope de Vega, escribí elogiosamente sobre él y me dijo: ‘Ya era hora de que un músico escribiera de flamenco’. Le respondí que yo no sabía ni tocar el cajón, pero de ahí surgió una amistad importantísima. En sus malos momentos pasé mucho tiempo con él”. 


Con Fosforito en el AVE.

Claro que el oficio de crítico no solo le ha traído buenas amistades, sino también algunos roces en un ámbito en el que los comentarios se viven con gran intensidad. “Nunca me han agredido ni llevado a un juzgado por una crítica, como presumen otros compañeros, pero sí me han buscado para pelearse conmigo. He sido un crítico duro, sí, que nunca se ha escondido. Pero creo que me supe hacer respetar porque no he tenido compadreo con los artistas ni me he afiliado a ninguna corriente”. 

El fin de las figuras

Bohórquez asegura que sus gustos son más eclécticos de lo que suelen ser los flamencos en general. “Hay quien se sorprende de que me gusten Vallejo y Juan Talega. ¿Por qué no me van a gustar Rembrandt y Picasso y Van Gogh? Poveda hoy no me gusta, pero en mi libro hablo de cuando le hice buenas críticas. Mayte Martín fue mi cantaora, pero hace tiempo que se le fue el rollo flamenco, y los cantaores que se meten en otros terrenos, cuando vuelven, están raros. El mejor de ahora me parece José Valencia, un cantaor con la cabeza muy bien amueblada, al que solo le falta creérselo un poco. Y me gustan artistas de los pueblos muy desconocidos como Perico El Pañero, o Canela de San Roque. De los mayores, El Pele es el mejor que queda, de los pocos que me sacan de Sevilla ya para escucharlo. En el baile solo me mueven El Grilo y Pepe Torres. Pero para quienes vivimos el apogeo de los 70 a los 90, ya no hay figuras”.

El balance de este medio siglo de pasión por el flamenco no excluye la autocrítica: “Si tuviera que empezar de nuevo, haría las cosas mejor. Me arrepiento de haber sido tan duro con algunos artistas hasta el punto de haberlos hecho llorar. Pero nunca lo hice por llamar la atención ni tener más lectores. He sido honrado, nunca he dado un ole si no me salía del corazón, pero no me gusta la idea de haber dañado a artistas, algunos de los cuales han estado seis meses preparando un espectáculo que yo he destrozado en media hora”.

“Por todo ello, he dejado la crítica”, concluye Bohórquez. “Ya nunca más diré en un teatro a Arcángel cómo tiene que cantar, ni a Rocío Molina cómo bailar. Además, es un oficio que ya no se paga. No puedo seguir jugándome la vida en la carretera por 35 euros para cubrir un festival. Acabé desencantado del oficio”.