Alfonso Zarauza, cineasta: «Para mí el cine de ficción es algo así como partir de la mentira para llegar a la verdad»

Alfonso Zarauza, cineasta: «Para mí el cine de ficción es algo así como partir de la mentira para llegar a la verdad»

30 años después de su primer corto, ‘Hay que joderse’, el cineasta compostelano Alfonso Zarauza echa la vista atrás y repasa su obra con una retrospectiva en la sala Numax de su ciudad natal al tiempo que recibe el Pedrigree de Honor del Festival de Cans y trabaja en ‘Islandia’, que será su sexto largometraje

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Alfonso Zarauza (Santiago de Compostela, 1973) ha llegado a un recodo del camino. Hace 30 años que estrenó su primer cortometraje, Hay que joderse, tras buscar a los actores entre la gente del teatro que frecuentaba la vida nocturna compostelana. A día de hoy, su trayectoria la balizan cinco largometrajes, el último Malencolía (2021), protagonizado por Melania Cruz y Xulio Abonjo. El cineasta ha decidido echar la vista atrás. Una exposición, Nunca deixara de chover no meu cinema, recorre memorabilia y documentos ligados a su trabajo, y una retrospectiva en la sala Numax repasa su obra fílmica, que explora géneros diversos, del metacine al slasher o el intimismo casi claustrofóbico. Todo en su ciudad natal, a la que ha retratado en numerosas ocasiones. “Me siento como una especie de enlace entre dos generaciones”, explica divertido en conversación con elDiario.es, “pasé de ser el más joven de los que hacíamos cortos antes de las escuelas de imagen y sonido y el boom de 1995-2000 a ser el más viejo del Novo Cinema Galego”. Y el popular Festival de Cans, en O Porriño (Pontevedra), le ha otorgado el premio Pedigree de Honor. Dueño de una poética orgullosamente bohemia e infatigable defensor del cine de autor, Zarauza destaca entre sus colegas por su apuesta decidida por las películas de ficción con actores profesionales. “Para mí el cine de ficción es algo así como partir de la mentira para llegar a la verdad. En otros caminos es al revés, partes de la verdad y al final estás fundamentado estéticas que pueden ser mentirosas”, afirma. Ahora trabaja en Islandia, un filme a caballo entre la isla nórdica y Galicia sobre el proyecto frustrado de un director de cine. Espera empezar a rodar dentro de un año y medio.

Lleva 30 años haciendo cine independiente en Galicia y, buena parte de él en gallego. No existen muchos ejemplos comparables.

Está Jorge Coira.

Sí, pero quizás su carrera ha transcurrido más insertada en la industria.

Sí, últimamente sí, está haciendo series para televisión. Pero no hay muchos. Hubo dos generaciones de cineastas en Galicia y yo me siento una especie de enlace entre ambas. Cuando hicimos el segundo corto en 1995 [¡Aproba!], nos entrevistó Antón Reixa porque éramos los directores más jovenes en Galicia. Ahora soy el más viejo (ríe). Entonces un cineasta como Alber Ponte tenía 34 años. Yo tenía 20. Un año o dos después abrieron las escuelas de imagen y sonido, las facultades de periodismo se convirtieron en facultades comunicación audiovisual, y se rodaron las primeras series, Pratos combinados o Mareas vivas. Entre 1995 y 2000 hubo un bum, pero dos años antes no había nada. Y entonces pasamos de ser los más jóvenes al enlace con el Novo Cinema Galego. Enseguida empaté con los nuevos directores a nivel discursivo, del tipo de cine que me interesaba…

Ese audiovisual gallego de los 90 tenía una mirada sobre todo industrial.

Sí, completamente. Los grandes impulsores eran las productoras de Agapi (Asociación Galega de Produtoras Independentes), que también se fundó en 1995. Fue un sector que pasó de hacer vídeos industriales de empresa a, poco a poco, meterse en las series, etcétera. Hasta que llegó el bipartito [coalición entre Partido Socialista y BNG que gobernó Galicia entre 2005 y 2009] y dio un giro de la mano de Manolo González [director de la Axencia audiovisual Galega, desaparecida] para apostar por lo autoral, lo que había era pagarle a empresas y pasar siempre por el filtro de un productor.

¿Y cómo se las ha arreglado para hacer películas durante 30 años?

La parte apasionada, siempre tiene que haberla en el cine, la tuve muy exacerbada. Y yo quería dedicarme a eso, me encantaba el cine, primero como espectador. Después con Pablo Iglesias dijimos: “¿Y si nos hacemos nosotros cineastas?”. Pero no sabíamos muy bien cómo. Preguntábamos a Alber Ponte, a los que teníamos cerca. La primera cámara de era de Ángel Novoa, de Fotos Novoa, bodas, bautizos y comuniones. Fueron comienzos bonitos, muy naíf, amateur diletantes. Éramos un poco tontos pero era bonito. Teníamos energía, y esa energía nos sirvió para ir tirando, al principio con ilusión e inocencia. En 1998 nació mi hija y me marché a Madrid a buscar trabajo. Acabé en el Programa Media, haciendo cursos en toda Europa. Fue una época muy interesante, hice contactos muy buenos que todavía duran, pero no estaba haciendo cine. Cobraba un sueldo dentro de la industria audiovisual. Estuve en Madrid hasta 2008.

Hasta su primer largometraje, A noite en que deixou de chover, con Luís Tosar.

Sí, es una película producida desde Madrid. La quise hacer en gallego pero… No nos damos cuenta de que hacer cine en gallego hoy en día no solo es posible, sino que es hay hasta un público. Pero antes era completamente imposible. Si querías hacer una peli en gallego que fuera a taquilla no te financiaba nadie. Tenías que pasar por el criterio de la industria, los distribuidores, las productoras. Ponían la venda antes de la herida: “No, no, pero ¿a quién le va a interesar una película en gallego?”.

¿Qué ha cambiado?

Lo conseguimos a base de cabezonería. Esa primera peli, A noite…, me había frustrado. Estuve muchos años sin poder verla, estaba deturpada en muchas cosas.

Había tardado en salir adelante.

Tuvo mala suerte. La presentamos en la Seminci. Fue a Viña del Mar (Chile) y obtuvo el premio al mejor director, pero justo estalló la crisis y cerró la productora. Quedó en un limbo. Llegó a las salas, pero cómo se llegaba en esa época, un tingladete que habían montado las productoras, tenían como cines de tercera fila. Pero cuando volví ya en 2009 me dije: “Quiero hacer cine desde aquí, en gallego, con mi mirada, cine más autoral”. Apareció el Novo Cinema Galego, empecé a salir con Jaione [Camborda, Cineasta, Concha de Oro en Donosti en 2023 por O corno], me hice muy amigo de Oliver [Laxe, autor de O que arde, premio del jurado en la sección Un certain regard en Cannes 2019]… Fue como renacer.

Su apuesta siempre fue por la ficción, lo que es singular dentro de esta generación.

Yo venía de la ficción, mientras que muchos cineastas del Novo Cinema Galego habían empezado en la no ficción. Pero yo venía de la ficción, lo único que conservé del pasado. La única manera de hacer cine autoral y en gallego, autorales era desde la no ficción, pero yo estaba empeñado en la ficción.

¿A dónde llega la ficción que no llega otro cine?

Llega a un cierto público. Hay un público preparado para ver pelis autorales de ficción pero no de no ficción. Le da miedo, respeto, tiene como un estigma, pero la ficción puede tragarla.

He llegado a escuchar “no es una película, es un documental”.

Sí, y es una mentira creada por la industria para discriminar determinadas formas. También sentía la necesidad de construir nuestro imaginario, de alguna manera hacer país, señalar temas que hay que tratar, o géneros sobre los que trabajar. La idea de hacer Malencolía fue la de hacer una peli comercial, porque era una tv movie, pero de género: usé el slasher y lo llevé a nuestro mundo. Ahora estamos muy bien dotados de miradas autorales, pero sigue habiendo agujeros.

Falta un cine popular de calidad, según cierta crítica.

Sí, cercano a nosotros y que vaya buscando un público.

En su caso ¿qué papel ocupa su atracción por actores y actrices?

Fue lo que me enganchó, trabajar con actores. Quizás debí tirar por el teatro, porque me encanta la dirección de actores.

¿Por qué?

Tú escribes un personaje y cuando empiezas a trabajarlo con un actor, él siempre aporta algo hermosísimo, sus emociones, su fisicidad, su experiencia, le meten capas. Y esas capas, si las diriges bien, llegan a una hondura a la que tú no llegabas al escribir. A una verdad que es muy bonita. El cine de ficción es algo así como partir de la mentira para llegar a la verdad. En otros caminos es al revés, partes de la verdad y al final estás fundamentado estéticas que pueden ser mentirosas.

Lo hace algún telediario, por ejemplo.

Claro (ríe). Es interesante, y un camino muy bonito que me gusta mucho. Ahora doy clases de vez en cuando y me gusta trabajar sobre la dirección de actores.

Levantar una película de ficción tras otra, con mirada autoral, en Galicia y en gallego, ¿no tiene algo de Sísifo?

Totalmente. Sobre todo noto que me hago viejo porque me da más pereza pasar el calvario de cuatro años de financiación, buscar dinero en las administraciones, con los productores… Es un proceso muy largo, muy pesado. Pero sin eso no habría libertad para hacer lo que quieres hacer.

Lo decía antes, importa la energía y que no se agote.

Al final dedicas casi el 10% del tiempo a crear y un 90% a la financiación. Es un poco desproporcionado. Tuve la experiencia de tener productores, pero claro, si tú no estás en la producción, te someten. Al final desgasta mucho, le pasa factura a los proyectos. En cambio, estar en la producción, controlar el diseño de producción, es fundamental para sacar adelante las películas como quieres. Por ejemplo, Ons (2019) [rodada en la pequeña isla atlántica del mismo nombre] no se podría haber hecho sin controlar el diseño de producción y la negociación con los actores. Les pedía a todos estar en la isla, porque rodábamos en función del clima y solo lo sabíamos unas horas antes. Le planteo eso a un productor seis meses ante y le da un ataque de risa.

Fue uno de tus proyectos más complejos.

El más complejo pero muy nutritivo, porque me di cuenta de que así es como puedes hacer bien las cosas, rompiendo esos parámetros que siempre te acartonan, esa arquitectura tan rígida.

Hay una pelea constante por la independencia.

Claro, pero con los años te haces más sagaz. Cuando empezaba ni se me pasaba por la cabeza la producción, pensaba en lo que quería crear. Siempre acababa frustrado, porque no podía hacer lo que quería.

¿Las administraciones acompañan como debieran?

Acompañan con cierta desidia. Al final en todas mis películas -en la mayoría- están TVG y Agadic (Axencia Galega das Industrias Culturais). Lo que pasa es a veces que con poca fe. Son sinergias continuistas. Estamos en un momento en que se podría crecer mucho más si hubiera más fe y creencia desde la TVG y desde Agadic. Eso sí, por lo de ahora en el cine gallego no hay mucha intervención política, por lo menos nos dejan ese espacio.

Su mirada a los géneros es plural, del metacine de Encallados (2013) al intimismo de Ons (2020) o al cine social de Os fenómenos (2014) pero, ¿cuál es el elemento vertebral de su cine?

Hay una intimidad que pertenece a mi mundo. Yo de adolescente escribía cuentos, poemas, en el colegio tenía una revista literaria. Ese mundo, de alguna manera, está presente en mis películas, aunque en diferentes registros. Porque cada película responde a la época. Cuando Jaio y yo empezamos a escribir Os fenómenos en 2010, en plena crisis, daba pudor hablar de nuestras preocupaciones. Lo que estaba pasando era muy jodido y no te ibas a poner a pensar en tu alma mística. En cambio, en Ons venía de dos rupturas sentimentales, primero de mi pareja de toda la vida -madre de mi hija, ahora trabajamos juntos y es una de mis granes amigas-, y luego con Jaio. Rompimos y nos pusimos a escribir Ons. Nuestras propias experiencias están ahí, teníamos que hablar de eso. Noto que no elijo yo, sino que eligen las circunstancias.

En su cortometraje Un flâneur en Compostela (2020) defiende “la pureza simple de la belleza compleja”, ¿es una suerte de autopoética?

Buscar un camino simplificador para el espectador requiere una complejidad absoluta, dominar muchas facetas y que luego aparentemente tenga unas sencillez que haga que llegue a lo profundo.

Que exista comunicación con el espectador.

Exacto.

Lo ha ido mencionando pero ¿se siente cómodo con la etiqueta Novo Cinema Galego?

Ni cómodo ni no cómodo. Yo venía de antes y ya no era novo [joven], pero me siento muy próximo a ellos a todos los niveles. Somos amigos, vamos a Ons todos los veranos y hacemos una cena de Navidad. Todos pasaron por mi casa, hay camaradería. Aunque le llevo diez años a Lois Patiño y soy de la misma edad que Xurxo Chirro [dos cineastas a menudomencionadoss como Novo Cinema Galego] yo ya llevaba 20 años haciendo cosas. En cuqleuir caso, sí que me parece una etiqueta útil y que abrió caminos muy interesantes. También puede ser un estigma, pero un estigma positivo. Algún cómico hace chistes del Novo Cinema Galego.

También los hace usted en su pieza para Videogramas. A propósito de Compostela (2022).

Hay que reírse un poco de nosotros mismos. Me gusta quitarnos importancia y darle importancia a lo importante, los cineastas. Los éxitos están ahí y nadie los puede negar. Este año tenemos dos películas de producción gallega en la sección oficial de Cannes [Sirat, de Oliver Laxe, y Romería, de la catalana Carla Simón]. Y hay una tercera, Ciudad sin sueño, sobre la Cañada Real, y dirigida por Guillermo Galoe, estará en la Semana de la Crítica del festival francés. Su productora vive en Santiago.

Otro elemento nuclear de su trabajo es su ciudad natal, Santiago de Compostela. ¿Ha cambiado en 30 años que lleva filmándola?

Cambió mucho. Aunque haga una película en Ons, siento que esta ciudad, no solo porque nací aquí y vivo aquí, sino porque me formé espiritualmente en la Compostela de los 90: Chévere, a Sala Nasa, Cineuropa, la Sala Galán. Cuando me marché a Madrid en 1998, iba con expectativas. “Voy a una gran ciudad, voy a ver cosas”, pero al llegar allí nada me sorprendió: ya había visto viera a Angélica Lidell, a Corcobado, a Peter Brook con Je suis an phenómène, a Rostropóvich… Esta ciudad me marcó mucho, para bien y para mal, sobre todo para bien. Me dio mucha apertura de mente y muchas vivencias fundamentales. Y eso me lo dio la ciudad, no la universidad, la ciudad.

¿Y esa ciudad todavía existe?

Fue perdiendo mucho. Ahora se intenta recuperar, pero es un cul de sac, siempre estamos en lo mismo.

La presión turística no ayuda.

La gentrificación está matando el alma de la ciudad, sin duda. Una ciudad universitaria que sus universitarios tienen que vivir en Milladoiro [población perteneciente al ayuntamiento limítrofe de Ames]… Pero me siento privilegiado de estar aquí y hacer nuestro cine desde aquí para todo el mundo.