Ser más ultra que los ultras en inmigración no salvará a ningún líder

Ser más ultra que los ultras en inmigración no salvará a ningún líder

‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es

Es casi una tradición en la política británica. Cuando un Gobierno cae en los sondeos se apresura a anunciar reformas con las que reducir la inmigración y convertirla en el origen de todos los males que sufre el país. El buen resultado de Reform UK, el partido de Nigel Farage, en las recientes elecciones locales ha hecho que el primer ministro, Keir Starmer, entre en pánico y explique en detalle qué es lo que va a hacer al respecto. Lo malo es que lo ha hecho con una retórica que en España sólo escuchamos a Vox. Ni siquiera el PP, que está intentando boicotear el reparto de menores inmigrantes en la península, se atreve a tanto. 

Con un Gobierno de izquierda, Reino Unido se convierte en el nuevo país europeo en el que alguien decide que la mejor forma de derrotar a la extrema derecha es copiar sus ideas xenófobas sobre inmigración. No le funcionó a la derecha francesa para dejar de seguir perdiendo votos en favor de Le Pen. Ni a la Liga en Italia. Ni le fue especialmente bien, aunque ganara las elecciones, a la CDU y a Merz antes de la última campaña en Alemania. 

Más allá de las propuestas concretas, lo más alarmante del discurso de Starmer fue su retórica y algunas frases que podrían haber firmado Farage o Santiago Abascal. “En una nación diversa como la nuestra, y yo lo celebro, estas reglas (para reducir la inmigración) son aún más importantes. Sin ella, nos arriesgamos a convertirnos en una isla de extraños, no una nación que camina junta”. “An island of strangers”. De gente que no se conoce, que en el fondo no pertenece a la misma comunidad, aunque la palabra también puede referirse a los extranjeros.

“Cumpliremos con lo que nos habéis pedido una y otra vez y recuperaremos el control de nuestras fronteras”, dijo. Ahí el líder laborista recuperó el eslogan más efectivo de la campaña de los partidarios del Brexit en 2016: “Take back control”. No puede sorprender que Farage dijera después que su partido ha recibido encantado el discurso: “Parece que (Starmer) ha aprendido mucho de nosotros”. No está nada equivocado.

Por su tono, el discurso ha sido comparado por los críticos con otro mucho más xenófobo del pasado. En 1968, el diputado conservador Enoch Powell denunció que la inmigración provocaría el aumento de la violencia en el país y que correrían “ríos de sangre”. La virulencia extrema del mensaje hizo que los tories renegaran de Powell. La triste realidad es que la mayoría de los británicos se mostró a favor de ese mensaje claramente racista.

“Esta es la primera vez en que un político británico importante ha apelado al odio racial de una forma tan directa desde la guerra”, dijo el editorial del diario conservador The Times.

En una encuesta de YouGov, un 41% está a favor del discurso de Starmer y no tiene problemas con el lenguaje empleado. Otro 12% apoya el mensaje, pero cree que el lenguaje es inapropiado. 

El discurso del lunes no va a sacar de pobre a Starmer. La última encuesta de YouGov, conocida el viernes, lo coloca en el punto más bajo desde que llegó a Downing Street. También entre sus propios votantes. Los votantes laboristas con opinión favorable sobre él han pasado del 62% al 45% en el último mes en paralelo a su giro a la derecha en varios asuntos. La diferencia entre los que le apoyan y los que le critican ha escalado hasta un menos 46. La puntuación de Farage, al que los votantes de otros partidos desprecian, está en un menos 27. Starmer pretende atraerse a los votantes de Reform UK, pero la opinión que estos tienen del primer ministro es deplorable.


Nigel Farage celebra la victoria de su partido en las elecciones locales el 2 de mayo.

La evolución del número de llegadas a Reino Unido en la última década es sorprendente y deja a las claras el fraude de los años de gobiernos tories. Después del referéndum del Brexit, que causó una caída fulgurante de los procedentes del resto de países de la UE, se aprobó con Boris Johnson un sistema por puntos que aspiraba a reducir el número de inmigrantes y que provocó el efecto contrario. La inmigración neta –la diferencia entre los que llegan, sobre todo de países de fuera de la UE, y los que se van con independencia de su nacionalidad– llegó a superar las 900.000 personas anuales en 2022 y los dos años posteriores. El último dato hasta junio de 2024 está en 728.000 personas. El plan conocido del Gobierno consiste en que las nuevas medidas reduzcan en 100.000 ese número y en 300.000 al final de la legislatura.

La realidad económica es que Reino Unido no se puede permitir una caída tan fuerte, en especial en sectores como el de los cuidados en residencias y atención domiciliaria que necesitan la mano de obra extranjera. Dicho de forma brusca, los británicos, como los demás europeos, no tienen interés en ocuparse de los ancianos. Y es en ese sector donde el Gobierno de Starmer quiere reducir la contratación de extranjeros que llegan de fuera. 

Starmer también quiere reducir el número de estudiantes universitarios extranjeros, lo que reducirá de forma sustancial los ingresos de estos centros. Y obligar a los cónyuges de los inmigrantes que ya viven en el país a que demuestren un nivel alto de conocimiento del inglés en los casos de reunificación familiar. Nadie se plantea exigir conocimientos de español a los británicos que viven en nuestro país, porque saben que no los tienen ni lo van a aprender.

La base de todo esto es que los inmigrantes deben pagar por los errores de los gobiernos tories anteriores y por el intento de Starmer de recuperar su popularidad. La culpa es siempre de los de fuera. Y los políticos marrulleros como Starmer quieren utilizar esa idea para sobrevivir en los sondeos. Sólo contribuirá a aumentar la xenofobia y a hundir su prestigio. 

Tercer varapalo para Peinado, pero le dará igual


Rosauro Varo, vicepresidente de Telefónica Audiovisual Digital, sale después de declarar ante Peinado en otro intento del juez de implicar a Begoña Gómez.

La Audiencia de Madrid ha tenido que parar los pies una vez más al juez Juan Carlos Peinado. En un auto difundido el viernes, vuelve a ordenarle por tercera vez que no investigue hechos relacionados con el rescate de Air Europa, como lleva intentando hacer desde el primer día jaleado por la prensa conservadora. Básicamente, es porque no cuenta con ningún indicio que relacione a Begoña Gómez con esa decisión del Gobierno. Peinado sabía que no podía seguir por ahí, pero volvió a intentarlo reclamando a la UCO un informe sobre el asunto. Y luego tuvo la jeta de sostener que eso no significaba estar investigando nada. 

La instrucción de Peinado ha ido en paralelo a las denuncias del PP sobre el supuesto papel de Gómez en esa operación. O quizá sea al revés. La verdad es que a veces resulta difícil saber quién lleva la iniciativa. Es lo que ocurre con el aznariano ‘el que pueda hacer, que haga’. Hay tantos actores implicados que se animan a meterse en la batalla que todo genera una notable confusión.

El auto reprocha a Peinado otras de sus decisiones, como facilitar a las partes personadas una copia en vídeo de la declaración como testigo de Pedro Sánchez. Su interés era nulo y hubiera servido con una transcripción, porque Sánchez se acogió a su derecho a no declarar sobre su esposa, algo previsible. Pero, claro, se trataba de hacer llegar las imágenes a los medios de comunicación con la intención de perjudicar la imagen de Sánchez. Peinado era muy consciente de lo que iba a suceder.

A la hora de titular sobre el auto de la Audiencia, los medios de derechas han preferido optar por su decisión de rechazar otros recursos de la defensa y la fiscalía y permitir que continúe la investigación. Contra lo que piensa mucha gente, la Audiencia ha respaldado la instrucción de Peinado en varios puntos esenciales. Lo ha hecho con el lenguaje casi ininteligible que utilizan muchos jueces. En el auto, se dice que “se podría deducir” que Begoña Gómez “debía de venir aprovechándose de su proximidad al presidente del Gobierno, como su esposa, para vender supuestos favores u ofrecer supuestas influencias”. Y con eso de “deducir”, no importa mucho qué pruebas tengas. Puedes tirar del hilo el tiempo que creas necesario. Tienen que pasar años para que una Audiencia Provincial reclame a un juez que ponga fin a una instrucción interminable.

Cada día está más claro que el objetivo no es llegar a un juicio, sino mantener la causa abierta hasta el final de la legislatura. Por eso, Peinado necesitaba poder indagar en el tema de Air Europa por más que se lo habían prohibido. Tendrá que seguir dando vueltas sobre unos hechos de relevancia ínfima para cumplir su propósito.