Del Mediterráneo al Atlántico: siete islas cercanas para bajar el ritmo y olvidarse del reloj

Del Mediterráneo al Atlántico: siete islas cercanas para bajar el ritmo y olvidarse del reloj

Playas solitarias, caminos de tierra y un estilo de vida que no entiende de prisas. Estas siete islas son el antídoto perfecto contra el ruido y los ritmos acelerados, y lo mejor es que están mucho más próximas de lo que parece

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Hay momentos en los que apetece desaparecer un rato. Bajar el ritmo, desconectar del móvil, olvidarse de qué día es. Y no hace falta irse muy lejos para eso. A veces basta con subirse a un barco y cruzar unos kilómetros de mar. Al otro lado espera otra manera de vivir: sin coches, sin horarios, sin ruido. Solo mar, caminos de tierra y días que pasan lentamente.

Estas siete islas tienen algo en común: son pequeñas, tranquilas y nos alejan del trepidante ritmo diario. No hay centros comerciales, ni discotecas, ni rutas marcadas para ver ‘lo imprescindible’. De hecho, lo imprescindible en todas ellas es lo mismo: no hacer nada. Caminar sin rumbo, sentarse frente al mar, darse un baño, leer, disfrutar de una puesta de sol… Son islas que ofrecen tiempo. Y por eso son perfectas para olvidarse del reloj.

Algunas se recorren en unas horas. Otras piden al menos una noche. Pero todas tienen lo necesario para una buena desconexión: silencio, naturaleza y esa sensación de que el mejor plan es no hacer nada. Si crees que es lo que necesitas, toma nota porque del Mediterráneo al Atlántico tienes unas cuantas opciones.

Isla de Tabarca (Comunitat Valenciana)

Tabarca está muy cerca de la costa (frente a Santa Pola, a solo una hora en barco desde Alicante) pero en cuanto pisas tierra, todo cambia. Hay un núcleo urbano pequeño, con casas encaladas, una plaza central y una iglesia del siglo XVIII. Todo rodeado por una muralla que recuerda que esta isla tuvo importancia defensiva. También hay un museo, la torre de San José, un faro y muchas historias de piratas berberiscos y pescadores genoveses.


Isla de Tabarca, en Alicante.

Pero más allá de eso, lo que atrapa es el ambiente. El ritmo pausado, el paseo sin rumbo, la gastronomía marinera entre la que siempre destaca su tradicional caldero, y las calas de aguas limpias donde hacer snorkel sin más compañía que los peces. Se suele visitar en el día, pero si puedes quedarte a dormir, mejor. Cuando se van los barcos es cuando descubrimos la mejor Tabarca de todas.

La Graciosa (Islas Canarias)

En La Graciosa no hay carreteras. Tampoco hay asfalto ni semáforos, ni mucho menos coches de alquiler. Es la más discreta de las Islas Canarias y también la que va más a su aire. Solo se puede llegar en ferri desde el norte de Lanzarote y, una vez allí, lo que toca es bajar el ritmo. En Caleta de Sebo, el único pueblo, todo está a mano: el muelle, un par de tiendas, algunas pensiones, bares tranquilos y un ambiente que invita a disfrutar de la calma.


Vistas de La Graciosa desde el Mirador del Río en Lanzarote

El resto es tierra volcánica, caminos de arena, playas solitarias y un mar azul penetrante. Se puede recorrer en bicicleta (hay sitios donde alquilarlas) o en 4×4, pero lo mejor es hacerlo caminando. Las playas de Las Conchas o Montaña Amarilla son solo dos ejemplos de lo que te espera. Lo recomendable es quedarse a dormir en la isla para así disfrutar sin estar pensando en el último ferri de vuelta a Lanzarote.

Îles d’Hyères (Francia)

Frente a la costa de Toulon, las Îles d’Hyères ofrecen una desconexión casi total sin necesidad de irse lejos. El archipiélago incluye varias islas, pero las más interesantes son Porquerolles y Port-Cros. En Porquerolles no hay coches y todo se recorre en bici o andando. Tiene playas amplias, caminos entre viñedos, calas escondidas y un pueblo que, aunque hoy es bastante turístico, parece de otra época.


Îles d’Hyères, en Francia.

Port-Cros es aún más salvaje: más montaña, más bosque, menos gente. Forma parte del parque nacional y está casi intacta. No hay nada que hacer más allá de andar, nadar, mirar y volver a andar. Si vas fuera de temporada puedes tener toda una playa para ti. Y si decides quedarte unos días, hay alojamientos pequeños, sencillos y sin pretensiones, pero no precisamente baratos.

Isla de Ons (Galicia)

Ons forma parte del Parque Nacional das Illas Atlánticas y es la única del archipiélago con algo de población y servicios. Tiene rutas de senderismo bien señalizadas, un camping, un par de bares y alojamientos básicos. Pero todo eso queda en segundo plano cuando se empieza a caminar por sus senderos: acantilados, furnas (cuevas), como la del Buraco do Infierno, playas como la de Melide, caminos que cruzan pinares o suben hasta el faro.


Ons desde el aire.

Durante el verano se puede llegar desde varios puertos de las Rías Baixas, siempre con autorización previa pues el aforo diario está limitado. El resto del año, solo con visitas guiadas o barco privado con permiso. Eso hace que la isla se mantenga bastante tranquila. El ambiente es muy gallego, sin artificios. Y justo por eso resulta tan fácil desconectar. Dormir en Ons es dormir con el sonido del mar de fondo.

Berlenga Grande (Portugal)

Berlenga Grande es la mayor de las islas que forman el archipiélago de las Berlengas, frente a la costa de Peniche. Es un islote de granito con acantilados, cuevas, un fuerte impresionante y muchas gaviotas. Para llegar hay que coger un barco y registrarse porque el acceso está limitado a 550 personas al día. Una vez allí, no hay mucho más: un puñado de casas, un pequeño camping, el faro y senderos que cruzan la isla de un extremo al otro.


El fuerte de São João Baptista, en Berlenga Grande.

La isla se puede recorrer en un par de horas. Lo más espectacular es el fuerte de São João Baptista, encaramado sobre las rocas. También las vistas desde la cima, los caminos que bordean los acantilados y la posibilidad de explorar cuevas en kayak o barco. El agua es fría, no olvidemos que estamos en el Atlántico, pero transparente. Y el ambiente, si vas fuera de temporada, es de aislamiento total. Ideal para desaparecer.

Isla de Lobos (Islas Canarias)

La Isla de Lobos está a solo 15 minutos en barco desde Corralejo (Fuerteventura), pero parece de otro planeta. Es pequeña, seca, volcánica, con senderos sencillos que recorren toda la isla en menos de medio día. Aquí solo pueden entrar 200 personas al día, así que conviene reservar con antelación. No hay tráfico ni hoteles, ni apenas construcciones. Solo unas antiguas casas de pescadores en El Puertito, un restaurante familiar, un centro de interpretación y el faro de Punta Martiño al norte.


La Concha, la playa de referencia en la Isla de Lobos.

Lo mejor es recorrerla sin prisa. Bañarse en las calas de agua turquesa, caminar entre rocas, visitar las antiguas salinas o subir a los miradores. La isla tiene ese punto de aislamiento que permite olvidarse de todo. Eso sí, aquí no se puede pasar la noche. Antes estaba permitida la acampada libre, pero desde 2020 está totalmente prohibida. Deberemos volver a Fuerteventura al finalizar el día.

Isla de Comino (Malta)

Comino es pequeña, casi desierta y sin coches. Entre Malta y Gozo, esta isla de solo 3,5 km² parece pensada para quienes buscan silencio y mar. Es famosa por la Blue Lagoon, que en verano se llena de gente, pero si vas en primavera o a primera hora del día puedes disfrutarla con calma. Aparte de eso, hay senderos sencillos, calas escondidas, acantilados, cuevas y un par de playas perfectas para relajarse.


Comino Malta

La mayoría de la gente va y viene en el día, pero si quieres pasar allí la noche, y así disfrutar de las últimas y primeras luces del día con total tranquilidad, hay un camping que puede hacer el apaño. Comino no tiene muchas actividades que ofrecer, sobre todo si lo comparas con el resto de Malta. Su ritmo es lento. Pero si llegas hasta aquí es porque precisamente vas buscando eso: tiempo.