
Crónica del Rey Lobo: el último señor de Murcia que soñó con la independencia
Murcia celebra su historia milenaria recuperando para la memoria colectiva la figura de Ibn Mardanís, un líder controvertido que llevó a la ciudad a una de sus épocas de mayor esplendor político y cultural
Para los cristianos era un líder fiero, astuto y resistente, capaz de sobrevivir entre potencias hostiles. Para sus grandes enemigos, el temido y legendario Rey Lobo fue un traidor a la causa almohade. En el año en que Murcia conmemora el 1.200 aniversario desde su fundación en el año 825 por el emir Abderramán II, la figura de Abu Abd Allah b. Mardanīs (1125-1172), conocido como Ibn Mardanís, emerge desde las brumas del tiempo con la fuerza de un mito y todo el peso de la historia.
La que recuerda una Murcia independiente, cosmopolita y de visión estratégica a través de un personaje que fue el reflejo de una época convulsa, de un mundo que cambiaba, de guerras, alianzas, traiciones y sangre.
Gobernante, guerrero y diplomático, Ibn Mardanís desafió a imperios, pactó con reyes cristianos y convirtió a Murcia en la joya de un reino levantado en armas. Su espíritu aún impregna las piedras antiguas del río Segura mientras su nombre resuena como un eco de independencia que desafió al poder almohade en Al-Ándalus.
Enemigo de los almohades, aliado de los cristianos
Ibn Mardanís nació en Peñíscola (Castellón) en el seno de una familia de aristócratas muladíes de origen hispanorromano, visigodo y cristiano –se cree que su apellido podría derivar del sobrenombre en lengua romance ‘Martínez’ o del hidrónimo Merdanix, documentado en la localidad riojana de Nájera– que se convirtieron al islam tras la conquista musulmana de la península ibérica.
Una circunstancia que, para el historiador Ignacio González Cavero, explicaría algunos de sus comportamientos: “Vestía como los cristianos, portaba las mismas armas y las tropas de su ejército estaban integradas principalmente por mercenarios castellanos, aragoneses, navarros y catalanes”.
Un fuerte carácter que le granjeó las simpatías de los cristianos y concitó sobre su persona el odio de los almohades. A los primeros les debe el apodo de Rey Lobo. En la Crónica de Alfonso VII, se le menciona como ‘Lupus Rex’, en alusión a su fuerza militar, su carácter independiente y su astucia política. Pero también a su condición de enemigo peligroso y difícil de someter.
En un tiempo marcado por el colapso de los reinos de taifas y el avance implacable del imperio almohade desde el norte de África, con su visión radical del islam y el objetivo de la unificación del territorio, Ibn Mardanís sucedió a Abu Muhammad b. Iyad en el gobierno de Valencia y Murcia, la antigua cora de Tudmir.
Mapa del Emirato de Murcia en tiempos de Ibn Mardanís, hacia 1160
Corría el año de 1147. Dos antes, la población levantina ya había dejado de prestar obediencia a los almorávides, lo que dio inicio a una nueva etapa de la historia andalusí denominada “segundos reinos de taifas”.
En ella, el poder quedó repartido entre los diferentes señoríos independientes situados en el Algarbe, Córdoba, Málaga, Granada, Valencia y Murcia. En estos dos últimos territorios, además de en parte de las actuales provincias de Cuenca, Teruel y Almería, Ibn Mardanís ejerció su poder de forma autónoma. Su reconocimiento de la soberanía del Califato abasí (la tercera dinastía de califas en el islam, que gobernó desde 750 hasta 1258 d.C.), con capital en Bagdad, era solo nominal. En la práctica, mediante alianzas con los reinos de Castilla y Aragón, levantó un férreo bastión de resistencia en el sureste peninsular frente a la penetración del régimen almohade.
Espíritu conquistador
El Rey Lobo fue descrito por el historiador Juan Martos Quesada como “el último emir andalusí independiente con aspiraciones de hegemonía peninsular”. No en vano, su decidida política de resistencia frente al poder almohade, no se limitó a impedir su expansión hacia el este peninsular. También trató de expulsarlo de al-Andalus.
Ibn Mardanís amplió su poder desde las costas levantinas hasta Jaén. En exitosa alianza militar con su suegro, otro caudillo militar al sur de la península llamado Ibrahim b. Hamušk –conocido como Hemochico en las crónicas cristianas–, sitiaron Córdoba, tomaron Écija y Carmona, amenazaron Sevilla, castigaron la zona gibraltareña e incluso consiguieron entrar en la ciudad de Granada en 1162.
Pero en 1169, cuando, quizá en venganza por haber repudiado a su hija, su suegro le traicionó entregando su estado y reconociendo el credo almohade, la resistencia del Rey Lobo comenzó a desmoronarse. Poco después, la dinastía bereber que dominó el norte de África y lo haría también en el sur de la península ibérica entre los siglos XII y XIII, tomó Quesada, en el corazón de la Sierra de Cazorla, y se instaló en Larache, a las afueras de Murcia, donde recibió las adhesiones de Lorca, Elche y Baza en cascada. Era el principio del fin.
Una época dorada para Murcia
Antes de su declive, el emirato del Rey Lobo había abierto una etapa de esplendor político y cultural en su capital, la ciudad de Murcia –entonces Mursiyya–, convertida en el núcleo del estado mardanisí. Su moneda, conocida como el morabetino lupino, fluyó por León y Castilla. Aprovechando estructuras anteriores, se construyó una compleja red hidrológica en torno al río Segura que contribuyó a la prosperidad de la agricultura y sentó las bases del actual sistema de riego de la huerta murciana.
La artesanía también se desarrolló hasta alcanzar tal prestigio que la cerámica de la región se exportaba a las repúblicas italianas.
Desde el punto de vista arquitectónico, las construcciones de la época cuentan la historia de una resistencia lúcida y estratégica, levantada en piedra y custodiada con la ayuda de los castillos preexistentes de Ricote, Blanca, Lorca o Alhama. Muchos de ellos muestran fases constructivas asociadas al gobierno de Ibn Mardanís.
Una excavación para construir un parking desveló el arrabal musulmán de la Arrixaca, en Murcia. ASOCIACIÓN AMIGOS DEL YACIMIENTO DE SAN ESTEBAN
Durante su mandato, y para resistir el empuje almohade, también fue restaurado parte del recinto defensivo de la ciudad de Murcia: la Muralla de Verónicas. Aún se conservan paños del tapial que datan del siglo XII.
Igualmente, ordenó la reforma del palacio de recreo Dar As-Sugra, situado fuera de las murallas de la medina árabe de la capital, en el arrabal de la Arrixaca asperjado con las aguas de la Acequia Mayor Aljufía, y cuyos restos salieron a la luz en 2009 bajo el jardín de San Esteban, donde el Ayuntamiento proyectaba la construcción de un aparcamiento subterráneo.
Aquel palacio, que un día dio muestras del poder del Rey Lobo, hoy es el Monasterio de Santa Clara la Real, un conjunto monástico de la orden de las Clarisas. Durante la Guerra Civil Española, también fue el campo de concentración de prisioneros número tres de Murcia, operado por las tropas franquistas.
El legado en piedra del rey Lobo
Pero, si hay una prueba sin contestación del poderío de la importante urbe en que se convirtió el epicentro de Xarq al-Andalus (la parte oriental del territorio andalusí), ese es el conjunto palatino de Monteagudo, que aún se conserva en las entrañas de la capital de la Región.
Una fortaleza icónica que domina el valle de Murcia y que fue reformada bajo el reinado de Ibn Mardanís. Desde allí se controlaban sus dominios, se trazaban rutas de defensa y se proyectaba el poder taifal.
Restos arqueológicos del Castillejo de Monteagudo, residencia del Rey Lobo. UNIVERSIDAD DE MURCIA.
El Conjunto Monumental de Monteagudo-Cabezo de Torres, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) con la categoría de Sitio Histórico, engloba las cuatro fortalezas del Rey Lobo: los castillos de Monteagudo, Larache y Cabezo de Torres y el Castillejo, que fue su residencia. Todas ellas unidas por exuberantes jardines, grandes estanques y una extensa superficie cultivada.
En los últimos años, el Ayuntamiento de Murcia ha invertido cerca de 5,2 millones de euros en la recuperación de este BIC, que el alcalde, José Ballesta (PP), pretende convertir en “un emblema de nuestra historia medieval”.
Las excavaciones arqueológicas que se están llevando a cabo sobre el terreno están aportando datos cruciales para entender no solo la arquitectura mardanisí, sino también su visión política del territorio.
Mano de hierro, amor por el arte y una herencia perdida
Y es que, a diferencia de los gobernantes eminentemente militares de la época, Ibn Mardanís no fue solo un señor de la guerra. También destacó por ser un amante del arte, la poesía y la arquitectura. Su corte acogió sabios, literatos, médicos y técnicos que la convirtieron en un oasis de conocimiento y contribuyeron a modernizar su administración y a conjuntar la fuerza militar con la diplomacia y el desarrollo urbano.
Sus pactos con Castilla y Aragón, a quienes vendía seda, arroz, oro y caballos a cambio de estabilidad fronteriza, hicieron de él –como lo definió el historiador Hugh Kennedy– “un zorro en la política y un león en el campo de batalla”.
Emilio Molina López, Catedrático de Historia del Islam del Departamento de Estudios Semíticos de la Universidad de Granada, explica que su figura fue “controvertida y contradictoria” y que el máximo descrédito contra el emir murciano procede de fuentes historiográficas pro-almohades, que le imputan “los mayores atropellos y los más horrendos crímenes”.
Así, le reprochan sus alianzas con los cristianos; el uso de su lengua y sus costumbres; la excesiva carga fiscal a la que sometió a sus súbditos; o su nada ejemplar vida privada. Pero, sobre todo, abominan de sus métodos para ejercer la represión política y el abuso de autoridad. Entre ellos, deportaciones, ajusticiamientos, depuraciones, represalias o el destierro de los disidentes. Actuaciones desmedidas en el ejercicio del poder que, por otra parte, eran habituales en otros líderes del ámbito andalusí.
Sea como fuere, tras dos décadas de feroz resistencia, el reino de Mardanís empezó a sufrir sus primeras derrotas. En 1171, mientras se firmaba el Tratado de Cazola, por el que Alfonso II de Aragón renunciaba a conquistar el reino de Murcia en favor de Alfonso VIII de Castilla, la capital del emirato fue duramente sitiada por los almohades. Un año después, moría el Rey Lobo. Su hijo Hilal, no resistió el asedio.
El año en que Murcia celebra su milenaria historia, la memoria del último rey andalusí que osó ser libre, esa que persistió durante siglos en los cantares populares y en las crónicas de sus enemigos, vuelve a hacerse presente.
Como escribió la filóloga y miembro de la Real Academia de la Historia, María Jesús Viguera Molins, “Mardanís fue una anomalía brillante, una figura entre dos mundos, que entendió que la fuerza no bastaba sin inteligencia, ni la fe sin estrategia”.
Para conmemorar su figura, y otras relevantes de la historia murciana, la ciudad está inmersa ya en la celebración de los numerosos eventos culturales programados dentro del proyecto ‘Murcia 1200’, organizado por el Ayuntamiento, que busca su consolidación como destino turístico de referencia.