
Paula Bonet pinta el año que diluvió en València: «Con Chirbes entablas una relación incluso física con tus muertos»
La ilustradora presenta ‘El año que nevó en Valencia’ (Anagrama, 2025) en visitas a un minúsculo museo en el que habitó antes de huir de la ciudad a la que retorna de la mano del escritor que le cambió la vida
Hemeroteca – Rafael Chirbes, los diarios del novelista que “no podía ser escritor sin Marx”
“A mí me parecía que aquella guerra de la que hablaban aún no había concluido del todo”. El escritor Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949 – Beniarbeig, 2015) narró con la mirada del niño huérfano de familia de vencidos el invierno distópico, nevado y nórdico en una València resacosa de la posguerra, con “aquellas misteriosas edificaciones sobre cuyas cegadas puertas aparecía escrita la palabra REFUGIO”. Casi como un eternauta mediterráneo. El relato, una de las más bellas obras de Chirbes, se sitúa poco antes de la riuà que arrasó en 1957 la ciudad, enmudecida en pleno franquismo y en la que solo las piedras podían hablar: “Era tanto como si se hundiera Valencia, o como si se borrase del mapa: bueno, unos meses más tarde estuvo a punto de desaparecer del mapa la ciudad, por culpa de una inundación”. Después de la riada, técnicamente DANA, que ha dejado 228 fallecidos y una atmósfera terrible de degradación, tristeza y miseria moral como no se vivía desde la dictadura, la pintora y escritora Paula Bonet (Vila-real, 1980) ha publicado El año que nevó en Valencia, una obra ilustrada que recupera el brevísimo relato de Rafael Chirbes y que inaugura la nueva colección de Intervenciones de la editorial Anagrama. “Con Chirbes consigues entablar una relación incluso física con tus muertos, con las personas amadas que ya no están”, dice la pintora, un soleado día de finales de mayo, en el piso del barrio de Russafa que habitó hace tiempo y que sirve de minúsculo museo privado y, al mismo tiempo, abierto al público para las visitas —íntimas, con pequeños destacamentos de admiradores del trabajo de ambos autores— durante una entrevista con elDiario.es en la que asoma constantemente el entusiasmo por la durísima mirada y la prosa del fallecido narrador. Y también, en cierta manera, la añoranza por un escritor que le cambió la vida: “Leyendo a Rafael Chirbes lo que me sucedió fue que entendí quién era yo”. El diálogo transcurre bajo la atenta mirada del retrato de la bisabuela de la artista, que bien podría ser un personaje de Chirbes (y que, de hecho, lo es). “He querido amontonar, también, en un piso que podría ser perfectamente el escenario del relato, a todos mis muertos”, explica Bonet.
La pintora se topó con la obra de Chirbes en una afortunada casualidad, enfrascada en su proyecto de La anguila (Anagrama, 2021), en un “momento complicado en el que veía que me podía engullir”, según relata. “Aunque fuera una tarde”, recuerda, “decidí alejarme de mí leyendo. Busqué un libro pequeñito, una cosa que no me ocupara demasiado tiempo, me di cuenta de que si cogía cualquier libro de mi librería no me iba a alejar de mí, entonces salí a la calle, fui a una librería y busqué algo alejado”. Ahí estaba la primera edición de El año que nevó en Valencia, segundo título de la colección Nuevos Cuadernos Anagrama.
El relato de Rafael Chirbes (con su evocación de cuando el tío Antonio se lo llevaba de pesca en el pueblo y de aquella “cesta de anguilas” en la que “metía la mano y tocaba aquellos cuerpos fríos y resbaladizos” que, a pesar de que le daban “miedo” y “asco”, no “podía” evitar “tocarlos”) supuso el descubrimiento de un autor al que, inexplicablemente, aún no había llegado: “Un hombre mucho mayor que yo, valenciano como yo, con un conflicto con su tierra como yo; me doy cuenta de que hay veces que, para cambiar tu vida, necesitas saber quién eres”.
El año que nevó en Valencia, como la novela La buena letra, “contiene todo Chirbes”, sostiene Paula Bonet: “Está la posguerra, están las relaciones familiares, está la homosexualidad, está el paisaje y la carne, están los sanguíneos, está lo que se pudre, están las injusticias, está la especulación inmobiliaria. Tuve que volver a leerlo para empezar a ver todas esas capas”. De hecho, lo releyó un número disparatado de veces (“No puedes leer a Chirbes una sola vez”, advierte su ilustradora).
La pintora y escritora Paula Bonet.
El proceso para elaborar las pinturas del libro en una nueva edición, de tapa dura y gran formato, fue más complejo de lo que podía parecer a simple vista y se alargó varios años. “A mí”, recuerda Bonet, “me sucedía cuando empecé a pintar, que me ponía los pasodobles que se escuchan en la fiesta de cumpleaños del tío Pablo, que es la que se celebra en este libro, y yo volvía a ser una niña y volvía a estar con mi abuelo”.
Los cuadros de Paula Bonet, al igual que la reciente adaptación a la gran pantalla de La buena letra, protagonizada por Loreto Mauleón, permiten poner cara a los personajes de Rafael Chirbes (también la serie basada en la novela Crematorio, con Pepe Sancho en un papel de despiadado constructor que le venía que ni pintado).
—Hay una cosa muy hermosa que está en La buena letra, que habla de la compasión y de los que no tienen y dan más que los que tienen. Habla de la compasión desde un sitio muy bestia, es como si él consiguiera desplegarse, alejarse de quien es, de cuáles son sus orígenes, de quién es su familia, y los pudiera ver desde fuera. Y no recuerdo la frase exacta pero dice algo así como: de los que se tenía que sentir compasión era de ellos. Ellos sintiendo compasión de otros que todavía tenían menos, pero es que no tenían nada. En la película, Celia Rico lo resuelve muy bien con las naranjas, cómo cocinaban con pieles de naranja, cómo hacían tortilla sin huevo. Y también la luz y la sombra, no hay tonos medios.
La edición ilustrada de ‘El año que nevó en Valencia’ inaugura la colección Intervenciones de Anagrama.
En la singular exposición de Russafa, están “estos antepasados que nos miran desde las paredes”, reflexiona Paula Bonet. “Los personajes que en el momento de la fiesta estaban vivos están pintados sobre un tipo de tela y con una intención y los que están ya muertos, están pintados sobre una tela más gruesa y con otra intención, acercándome más a ese recuerdo fotográfico y no tanto a todas las capas que intento construir en el resto de personajes”, explica.
Colgados en las paredes del efímero museo, los antepasados observan a los visitantes: “Está pasando algo muy bello que no esperaba, sinceramente, sobre todo con las visitas que estoy haciendo, que es que la gente se queda conmocionada. Y me doy cuenta de que venimos todos de un sitio muy parecido. Esta herida, que el poeta Martí Sales me decía espero que no sea la tuya, es la de muchos y la de muchas y tenemos que ser capaces de poder (para abrazar nuestros orígenes y para abrazarnos y para poder vivir con dignidad) ser capaces de alejarnos, como hace Chirbes, para poder narrarnos”.
La artista señala una de las obras:
—Ahí hay capas y capas, los lunares de la camisa están pintados no sé cuantas veces, primero con pincel, luego con estos gomets de niños, luego la veladura reventada con el sansodor que construyó aquella textura que acaba pareciendo una mantilla. Ha sido muy bello también, mientras pintaba, entender que no podía usar todo esto que me daba el blanco de zinc con el sansodor, que se me craquelaba de manera que era como escarcha. Que no quedara como algo anecdótico, sino que se integrara y tuviera sentido. Y no abusar tampoco de ningún tipo de efecto. Yo eso es lo que veo en la obra de Chirbes cuando hablábamos de los paralelismos. Yo jugaba mucho con esas lenguas, una vez que estaba pintada la pieza y que estaba seca, ponía la veladura y le echaba el disolvente, jugaba a ir inclinándolo para que la lengua de pintura, más diluida con el disolvente o con el aceite, lamiera a los personajes como el agua de la playa nevada de la Malva-rosa. Todo el rato he ido buscando también el ritmo del relato. Tiene mucho ritmo y entras y sales y te tira y para; y ese final y ese principio también. Mientras pintaba buscaba eso. Luego el formato: yo pienso que El año que nevó en Valencia, igual que La buena letra, es un libro básicamente sobre el hambre, sobre la necesidad, sobre el no tener.
En la obra de Chirbes emerge, irremediablemente, la memoria de un país y de varias generaciones destrozadas por el trauma de una posguerra que el autor define a la perfección, en una entrada del 12 de agosto de 2004 del primer tomo de sus Diarios, con la figura —central— de su progenitora: “En las fotos de fines de los años veinte, mi madre aparece vestida como cualquiera de las muchachas de las clases modestas neoyorquinas que protagonizan las películas de aquellos años, el pelo a lo garçon, escote cuadrado, tacón ancho, falda charlestón… Apenas un decenio después, en las fotos de la posguerra, aparece una vieja enlutada y triste, se diría que han transcurrido cuarenta años entre una y otra fotografía, y que lo han hecho de forma inversa; que el tiempo ha corrido velozmente al revés, y la mujer de la foto de posguerra es la abuela de la jovencita vestida con aquella falda de talle bajo que pusieron de moda las muchachas que bailaban charlestón”.
Y así emerge, plantado en la exposición, otro de los cuadros de Paula Bonet: “Esta señora es mi bisabuela, que está allí pintada al lado del bebé. Ella es la madre, pero lo sostiene otra señora. Mi bisabuela se quedó viuda con dos bebés y acabó sobreviviendo a base de vender leche, que aguaba evidentemente, y de cultivar. Yo la escuchaba de pequeña cómo tenía que seguir trabajando, porque si no no iba a llegar. Y se ponía unos higos en la bolsa y cómo la echaba adelante y, cuando llegaba al higo, se lo comía y seguía trabajando. Cuando tenía la regla, llevaba un pañuelito y se iba limpiando y no dejaba de trabajar. Yo eso lo escuché de mi bisabuela. Y no desde la queja, ella lo contaba como cualquier otra anécdota”.
Paula Bonet: «Me doy cuenta de que venimos todos de un sitio muy parecido»
Los paisajes del Rafael de la infancia y del Chirbes adulto, esa destrozada textura de la Marina Alta devorada por la especulación inmobiliaria de una irrreparable fase tardía del capitalismo, también se asoman en las reflexiones de Paula Bonet, cuando recuerda sus años de estudio en València, en un ambiente intelectual a la inversa, trufado de maestros que eran exactamente lo contrario al escritor; una banda complacida que, en plena hegemonía de la derecha, o bien miraba para otro lado o, directamente, se prestaban alegremente a la nueva causa de los gobernantes cleptócratas (o cosas aún peores).
—Yo tenía 17 años cuando llegué aquí y me entregué, también lo pongo en el epílogo, a la vida y al mundo y, además, en la Facultad de Bellas Artes, con una sed y con unas ganas y con una confianza en el mundo que me destrozó. Y estoy segura de que, en parte, fue porque llegué al mal sitio. Yo me rodeaba de una serie de intelectuales que pensaba que eran de izquierdas y abiertos y modernos. Y eran todo lo contrario. El otro día, hablando con Alfons Cervera, le decía: ¿dónde estabais? Claro, para mí es muy curioso (y es ingenuo que me parezca curioso) que yo no tuviera acceso a la obra de Chirbes cuando llegué con toda esa sed a València y cuando, además, el amor que siento por mi tierra y por mi lengua es evidente.
Aquella época de acumulación originaria de capital, que diría Chirbes, también enlaza con el presente. Del actual ‘molt honorable’ heredero de aquel ciclo zaplanista y de su papel en la DANA del pasado 29 de octubre, el día que diluvió en València, la artista lamenta: “Es que es muy bestia, lo que sucedió es muy grave, cómo se gestionó en aquel momento fue gravísimo, pero cómo sigue la gestión ya es… Es que no hay una palabra para definirlo”.
“Hay mucha belleza en ese pantano”
Rafael Chirbes falleció de un cáncer de pulmón el verano de 2015, dejando huérfanos a sus más vehementes lectores, que lo habían leído con sed y con una suerte de disciplinado afán bolchevique. Fue algo así como aquello de Leonard Cohen que cantaba Morente: Oye, esta no es manera de decir adiós. Los tres voluminosos tomos de sus Diarios vinieron a suplir dicha orfandad, destripando póstumamente a un misántropo a su manera, un hombre tierno y mortalmente fumador, un férreo marxista, un cultísimo cinéfilo e impenitente lector y un excepcional prosista (a la altura de sus más admirados referentes literarios: Galdós, Valle Inclán, Max Aub, Juan Eduardo Zúñiga o Carmen Martín Gaite… la lista es larga).
La pintora y escritora Paula Bonet, autora de ‘La anguila’.
Quién le iba a decir que, por fin, una artista como Paula Bonet acabaría, una década después de su muerte, ilustrando El año que nevó en Valencia, una obra que el autor siempre quiso ver pintada. Bonet, por su parte, sigue leyendo otras afinidades electivas y la extensa bibliografía de Rafael Chirbes, tras haberse empapado de sus ensayos literarios y sus crónicas de viajes, haber saboreado Mimoun y París-Austerlitz y haber sobrevivido a la pantanosa miseria moral que narra en Crematorio y En la orilla. “Es muy bello todo lo que estoy recibiendo de esta pulsión”, dice la pintora.
Cuando se tiró de cabeza al mundo literario de Chirbes, pensó: “Reconozco esta voz, me está nombrando, quiero entrar en esta herida”.
Antes de despedirse en el piso de Russafa, dice: “Vuelvo a la pintura, que eso ha sido otro de los grandes regalos y vuelvo a mi ciudad, de la que me fui huyendo. Y vuelvo, además, con algo bello, por más doloroso que sea, porque yo creo que esto está en la obra de Chribes, esto que decía que no era ni psicólogo ni cura y que no tenía por qué edulcorar la realidad. Pero también hay mucha belleza en ese pantano”.
El escritor Rafael Chirbes contempla el paisaje de la comarca de la Marina Alta poco antes de su fallecimiento.