Pepita Etxano, Leblond, T-1 y otros nombres propios del espionaje y la contravigilancia durante la Guerra Civil

Pepita Etxano, Leblond, T-1 y otros nombres propios del espionaje y la contravigilancia durante la Guerra Civil

Un libro del historiador Jesús María Pascual repasa cómo durante la contienda la información supuso otro campo de batalla en donde “las malas artes” también estaban permitidas

La ‘Red Álava’, el grupo de espías vascos creado por mujeres durante la dictadura franquista

No se podía confiar en nadie, pero en alguien tenías que confiar. Los servicios de inteligencia españoles durante la Guerra Civil se afanaron en contrarrestar al oponente a través de la infiltración, los dobles agentes y, en algunos casos, la fuerza que proporciona el saberse partícipe de una lucha crucial por tus ideales. Republicanos y sublevados compitieron en el campo del espionaje como nunca antes. El riesgo era extremo. Algunos de ellos encontraron la muerte como respuesta a sus indagaciones destinadas a apoyar al enemigo.

El experto en Historia Contemporánea Jesús María Pascual Pérez ha escrito El espionaje en la Guerra Civil. La información como arma (Catarata, 2025). Se trata de la adaptación de su tesis doctoral en la que de manera minuciosa detalla cada uno de los organismos que vertebraron esta lucha subterfugia, clandestina, cloaquera. Según introduce, en España apenas había un servicio de espionaje hasta la llegada de la Segunda República, ya que en la Primera Guerra Mundial el país se había mantenido neutral.

Tras el fallido golpe de Estado de julio de 1936, estos servicios de inteligencia quedan partidos en dos. “Los alzados tuvieron la suerte de que muchos de sus espías ya se dedicaban a ello en el campo de la información policial o como militares”, comenta el también director de Comunicación de la UNED. Por otra parte, la República tuvo que hacer frente a la nueva realidad relevando a muchos de sus diplomáticos en el exterior. “Algunos eran realmente franquistas, por lo que reestructuraron sus embajadas y servicios de inteligencia”, apunta.

En aquel momento, en ocasiones ya era patente la poca estructuración de los servicios de inteligencia republicanos, frente a la forma de actuar de los sublevados, quienes contaron con la gran ventaja a nivel tecnológico y profesional que les aportaron los nazis alemanes y fascistas italianos. 

Compartían el cifrado

Además, en los primeros momentos de la Guerra Civil los mensajes que se enviaban en cada uno de los bandos combatientes eran fácilmente descifrables. “Es curioso, porque al provenir de las mismas escuelas o maneras de actuar, los servicios de inteligencia compartían claves, por lo que la información era fácilmente descifrable”, añade Pascual. 

Faustino Camazón jugó un papel determinante en torno a esta cuestión. Sin ser un espía como tal, este matemático y criptógrafo ayudó de manera denodada al bando republicano al sistematizar el cifrado y descifrado de las comunicaciones. Más allá de la contienda española, Camazón trabajó para los aliados en Francia, descifrando comunicaciones de los nazis. Junto a un grupo de españoles consiguió prever el bombardeo de la Luftwaffe sobre París, antes de la rendición francesa. 


Foto y nota de una posible espía republicana encontrada por las tropas franquistas en una tienda de Almería llamada Photo Mateos tras tomar la ciudad (SIPM, 31/8/1938)

Tras la rendición marchó a Argelia, pero volvió al país galo. Desde ahí ayudó a descifrar otras comunicaciones nazis que atestiguaban la política de exterminio hacia los judíos, por aquel entonces no tan documentada. Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, Camazón fue nombrado jefe de criptografía de un servicio de información creado por el Gobierno republicano en el exilio. Volvió a España en 1966. Murió en Jaca, donde está enterrado.

El objetivo estaba claro, conocer cualquier dato o información que aportara cierta ventaja sobre el enemigo. Desde los movimientos bélicos previstos hasta cuánto comían las tropas, así como su nivel de moral o las condiciones sociales y económicas de la retaguardia. Según el experto, durante la Guerra Civil casi cualquier persona podía ser un espía, teniendo en cuenta la importancia de la quinta columna. “No siempre eran agentes reglados que trabajaban para un organismo político de espionaje, sino personas de a pie que también podían distribuir propaganda, ayudar a los presos o socorrer a los perseguidos”, ilustra el autor de la monografía.

Agentes descubiertos

Pascual destaca a Jules Brocard, espía conocido con el sobrenombre de Leblond, como uno de los espías más distinguidos del bando republicano, aunque no empezó como tal. “Era un agente franquista enviado a Barcelona para instalar una emisora de radio. El servicio de información republicano le detuvo porque otro agente detenido le delató. Desde entonces, actuaba como un agente doble. Enviaba mensajes que desinformaban a los sublevados”, explica el historiador.

Una de sus estrategias fue meter información sensible escrita en papel de cebolla en las costuras de los calzoncillos de los presos a los que iban a visitar

Brocard, que trabajaba para el Servicio de Información Militar (SIM), transmitió a los alzados operaciones inexistentes, movimientos de tropas falsos, pero los franquistas se dieron cuenta del engaño.

Este fue el último mensaje que le transmitieron: “El SIPM Nacional sintoniza por última vez con los cándidos manipuladores del falso Leblond, agradeciéndoles cordialmente sus informes que, tomados en sentido contrario, han contribuido no poco a los actuales éxitos del ejército español. ¡Arriba España! ¡Viva Franco!”. Como reseña Pascual y aparece en la documentación del SIPM, “a los triunfos de los campos de batalla hubo que añadir también el de las malas artes”.

Ellas, pocas y decisivas

Las mujeres que integraron los servicios de información que destacaron en el Servicio Vasco de Información (SVI) a partir de 1937, en concreto de la llamada Red Álava, impulsada por Luis Álava Sautu. Bittori Etxebarría, Itiziar Múgica, Delia Lauroba y María Teresa Verdes hubo un tiempo en que no fueron conocidas por estos nombres. Pepita Etxano, Shalus Lasalde, María Elortegui o Marta, y Tomasa o Timotea Ariz, respectivamente, fueron los nombres en clave que usaron.


Despliegue de la Red Álava del Servicio Vasco de Información (SVI) en la provincia de Guipúzcoa [Archivo General Histórico de Defensa (AGHD)

Pascual explica que, sobre todo, se dedicaron a transmitir mensajes entre el interior y el exterior de las cárceles. Cuentan que una de sus estrategias fue meter información sensible escrita en papel de cebolla en las costuras de los calzoncillos de los presos a los que iban a visitar. “También robaron expedientes de condenados a muerte sin que hubieran cometido delitos de sangre. La noticia apareció en periódicos extranjeros y contribuyó a relajar un poco la represión tan dura que ejercía el franquismo”, añade el historiador.

El bando sublevado también contó con grandes especialistas en la contravigilancia y el espionaje. Uno de ellos fue Antonio Sarmiento León-Troyano, el hombre que mejor conocía la máquina Enigma en España, la utilizada por los nazis para comunicarse entre ellos de forma cifrada y que, años después, Alan Turing consiguió desarticular. Franco compró a Alemania diez unidades de su modelo comercial K en noviembre de 1936. El crucero Canarias fue el primero en utilizarla, y se instalaron otras en el Cuartel General de Burgos y en las embajadas de Berlín y Roma. En enero de 1937 llegaron otra decena más y a finales de ese año ya había una veintena operativas en el Ejército de Tierra, refleja Pascual.

Las motivaciones tras el espía

Enrique Hortet Esteve, conocido por su nombre en clave como María o MHMN, fue un agente franquista considerado como el jefe del espionaje en el extranjero. Fue el encargado de llevar a cabo una misión encomendada desde Burgos: tenía que sobornar a los capitanes de los barcos con bandera griega que trasportaban armas y provisiones a la República. “Y lo intentó a través de encuentros algo peliculeros, con contraseñas, lugares apartados y neutrales”, explica Pascual.

Por último, el historiador destaca a Santiago Solanillas, apodado T-1 o agente 59, como una de las personas que mejor se infiltró en el enemigo. En febrero de 1938 se hizo pasar por un desertor franquista que en la zona republicana hizo circular la falsa noticia de una ofensiva inminente sobre Madrid. De hecho, un informe de un agente republicano demuestra que le creyeron. “Noticia absolutamente cierta por venir de un oficial faccioso con el que cené ayer”, explicitó.

Nada más lejos de la realidad. La ofensiva a Madrid se había intentado en el invierno de 1936, pero la capital resistió, y resistiría hasta los últimos días de la contienda. En cambio, Solanillas llegó a codearse con importantes personajes de los servicios de inteligencia. El 1 de febrero de 1939 se reunió en Béziers con el director del Servicio de Información Diplomática y Especial, Anselmo Carretero, y en abril y mayo se vio dos veces con el político de Izquierda Republicana Ignacio de Tomás, quien le pidió que atentara contra el jefe de Policía o el alcalde de Barcelona, en ese momento fieles franquistas, ya que la ciudad había caído el 26 de enero.

No existía una sola motivación para trabajar como espía. Unos lo hacían como mera forma de supervivencia, ya que no se pagaba mal para el momento que se vivía. Otros se convertían en agentes por su afán de aventura y emoción, personas que buscaban el riesgo en su día a día. Entre los motivos también estaba el espíritu de venganza. Sin embargo, otros tantos lo hacían por su ideología, luchando al lado del bando que mejor defendía su forma de ver la vida. Fue el caso de África de las Heras, una de las espías más importantes de la historia de España. “Fue una firme comunista convencida que nunca se fijó en el dinero y siempre quiso servir a la idea”, concluye Pascual.