El escándalo nuestro de cada día

El escándalo nuestro de cada día

Igual que en las redes sociales nos damos atracones de vídeos estúpidos que nos pudren el cerebro, llevamos un tiempo largo haciendo ‘scroll’ periodístico y judicial, leyendo un escándalo y el siguiente y otro y otro más, empachados, olvidando y mezclando todo, incapaces de distinguir la noticia del bulo

Me parece un escándalo toda esa historia de una militante del PSOE que se ha reunido con no sé qué abogados y empresarios para rebuscar en las cloacas algo con que cargarse al jefe de la UCO. Un escándalo enorme. “Un caso gravísimo, algo que no tiene precedentes en la democracia española”, por citar a Feijóo. Mafia pura, dice el líder del PP, y yo con él, escandalizado yo también como él y como los tertulianos que se pronuncian sobre el asunto en todas las tertulias de la mañana: un escándalo.

La semana pasada, a Feijóo, a los tertulianos y a mí nos parecía un escándalo el informe de la UCO sobre Santos Cerdán que no estaba terminado pero del que algunos periodistas ya habían visto el trailer y decían que sería una bomba. Gravísimo, sin precedentes en la democracia, mafia pura. Una semana antes, el escándalo gravísimo y sin precedentes eran los whatsapps de Pedro Sánchez con Ábalos que se habían filtrado y publicado por entregas. Los periodistas aseguraban tener cientos, miles de whatsapps comprometedores, aquello era solo un aperitivo.

Antes de los whatsapps de Sánchez-Ábalos, y de lo de Cerdán con la UCO, ya no me acuerdo bien si eran las fiestas con putas en los Paradores y Ábalos destrozando habitaciones como una estrella de rock; o algo del fiscal general borrando mensajes, Begoña Gómez pidiendo el rescate de Air Europa, sacos de billetes entregados en Ferraz… Tal vez era el piso donde el ministro Torres se veía con señoritas. ¿Alguien se acuerda? ¿Qué se hizo de todo aquello, qué fue de tanto escándalo? “¿Qué fueron sino verduras de las heras?”, que decía Jorge Manrique rememorando los grandes nombres de siglos anteriores ya olvidados.

Yo ya no sé si todo es escandaloso o nada es escandaloso. No sé si hay una trama del gobierno o una trama contra el gobierno. No sé si el gobierno está a punto de caer o le resbalan todos esos tiros de escopeta de feria. No sé si existen el informe de la UCO, la cloaca de Ferraz, las fiestas con putas, la mafia pura; o si todo son pruebas de “el que pueda hacer, que haga”. No sé si la democracia peligra por el sanchismo o por el antisanchismo. No sé dónde termina el periodismo de investigación y dónde empieza el compadreo con delincuentes que mercadean con información en defensa propia.

Solo sé que se me está pudriendo el cerebro. Sí, el brain rot ese del que tanto hablamos referido a las redes sociales. Igual que en Twitter o en TikTok hacemos scroll infinito y nos damos atracones de vídeos estúpidos que nos matan la atención, la creatividad y la inteligencia; llevamos un tiempo largo haciendo scroll periodístico y judicial, leyendo un escándalo y el siguiente y otro y otro más, empachados de revelaciones, filtraciones y escandaleras, olvidando y mezclando todo, incapaces de distinguir la noticia del bulo, la justicia del lawfare, la oposición del acoso y derribo, aplanando nuestra capacidad de indignación porque todo es indignante, esperando cada mañana el escándalo nuestro de cada día, y al final huyendo, desentendiéndonos, apagando la tele o cerrando el periódico por higiene mental.

Supongo que ese es el objetivo, igual que en las redes sociales: que pasemos más horas consumiendo contenido político de mierda, que polaricemos y nos enfademos y discutamos y nos aburramos y nos enganchemos y nos hartemos y nos vayamos y volvamos como yonquis a por nuestra dosis, nuestro chute, nuestro escándalo de hoy, dame más, dame más. Y que luego votemos con el cerebro podrido.