
Ana Guerra y el embarazo como forma de legitimar la vigilancia constante hacia las mujeres y su cuerpo
La cantante, en el centro de mira por los rumores sobre su posible embarazo, evidencia el control y el estigma que sufren las mujeres al relacionar sus cuerpos con funciones reproductivas y afectivas
No estoy embarazada, estoy engordando
“Te casas y parece que tu labor es dejar tu carrera, tener hijos y dedicarte a la casa. ¿De verdad somos así?”, declaraba ante los medios la artista Ana Guerra hace unos días. La cantante, que ha estado en el punto de mira por los rumores sobre un posible embarazo, mostraba su enfado ante los micrófonos de Europa Press.
Guerra no ha dudado en criticar duramente estas especulaciones tachándolas de prácticas “retrógradas”, pero asociar el cuerpo de una mujer con el embarazo ante cualquier cambio físico o estético es una práctica habitual. Como ella, son muchos los casos en los que la mujer se pone en el foco de mira, se vigila y se observa de cerca. Jennifer Aniston, Emilia Mernes o María Pombo no son más que ejemplos dentro de un ecosistema constante de vigilancia hacia la mujer y su cuerpo.
Así lo denuncia y reivindica Sandra Gonfaus, activista y comunicadora especializada en género. “Cuando una mujer cambia su cuerpo, especialmente si gana peso o se sale de lo considerado ‘normativo’, el imaginario colectivo necesita justificarlo. El embarazo se convierte entonces en una explicación socialmente aceptable para que ese cuerpo pueda seguir siendo ‘legítimo’”, explica. El caso de la cantante “no es anecdótico, sino estructural”, incide la activista.
Las transformaciones del físico de una mujer son, por tanto, objeto de crítica y observación ante lo que se considera que debe encajar en la normalidad. “No se trata solo de opinar sobre el cuerpo, sino de marcar los límites de lo que se considera aceptable, deseable y visible”, espeta la comunicadora. Desde la Asociación de Matronas de Madrid, Cristina González incide en que este tipo de comentarios se hacen sin saber la historia que hay detrás de cada mujer. “A lo mejor esa persona que estamos juzgando, a la que le decimos que se le va a pasar el arroz, está viviendo una historia de infertilidad, ha tenido varias perdidas gestacionales o está luchando en un tratamiento de reproducción asistida y no está consiguiendo ese hijo que tanto anhela”, alerta.
Otro punto importante para Gonfaus es la manera en la que se expresan este tipo de juicios desde “una aparente preocupación”. “Lo que hay detrás es un control estético y moral. En mi experiencia, he visto cómo esta vigilancia se intensifica en cuerpos gordos, racializados, trans… No se trata solo de opinar sobre el cuerpo, sino de marcar los límites de lo que se considera aceptable, deseable y visible”, sentencia. González coincide con que este tipo de observaciones dejan vía libre para opinar sobre las mujeres. “Parece que es algo gratuito juzgar el cuerpo de las mujeres durante toda nuestra vida”, añade.
Ellos, fuera del punto de mira
La propia Ana Guerra mostraba su enfado con que la pregunta sobre un posible embarazo no se la hicieran a su marido, Víctor Elías. “¿Qué os digo? Que ya salieron los rumores cuando me casé y ahora no sé por qué se ha vuelto a despertar. La verdad, porque estoy estupenda”, llegaba a justificarse Guerra señalando su cuerpo. “No sé, me da pena seguir viviendo en una población tan retrógrada que una vez más, según me caso, tienen que decir que estoy embarazada porque eso es lo que me corresponde hacer ahora mismo en mi vida, ¿no? Porque funcionamos así, con este método”, ha asegurado la intérprete.
Guerra cuestiona que los comentarios se centren en una posible maternidad cuando se encuentra en un momentos profesional muy activo, con el reciente lanzamiento de su single La llama. Y que solo se le cuestione a ella. “A Víctor no le hacen esta pregunta. Me la hacen a mí. Entonces es porque soy yo la que si tengo bebés tengo que quedarme en casa, parar mi carrera y dedicarme a mi casa y a mis hijos, ¿no?”, expresaba. Sandra Gonfaus coincide en que esta lógica no se aplica a los hombres, a quienes “rara vez se les pregunta por su cuerpo, su paternidad o sus cambios físicos”. Para la activista, este hecho evidencia una desigualdad de trato profundamente arraigada, donde “el cuerpo de las mujeres sigue siendo un espacio público, escrutable, opinable”.