
La catedral de la electrónica inaugurada por Will Smith en Ibiza: locura colectiva a más de 100 euros la noche
Las doce horas del opening de [UNVRS] producen retenciones en la carretera principal de la isla, en una noche donde el club más grande del ocio ibicenco se llena con 7.000 personas que pagan bebidas a más de 25 euros
Un pastel millonario repartido entre pocas manos: la guerra sibilina entre las discotecas de Ibiza
Son las once de la noche. El Mini Cooper tiene el morro despanzurrado y está en contradirección. Junto al coche, sirenas azules de la Guardia Civil. El golpe ha debido ser grande y provoca un atasco que intenta resolverse luchando contra el crono. El tiempo apremia. La carretera principal de Eivissa está cortada en sentido oeste y en el punto que, esta noche (y las que vendrán hasta octubre), más quema de la isla: la rotonda de acceso a una discoteca con capacidad para 7.000 personas que acaba de abrir sus puertas.
Desde que el conductor pisó el freno, el autobús preside el atasco. A su espalda hay decenas de vehículos y en su lateral se lee un mensaje con letras blancas y gigantes: Welcome to [UNVRS]. Como si fuera la última acción publicitaria de una apertura que lleva promocionándose –en redes sociales, vallas estáticas, paredes de aeropuerto, las puertas de los taxis– desde que Will Smith viralizó un vídeo en el que perseguía ovnis en el cielo ibicenco. En aquel anuncio disfrazado de cortometraje, el Agente J de Men In Black terminaba trepando hasta una azotea redondeada por una cúpula descubierta. Allí resolvía el misterio dándole la mano a Yann Pissenem, el hombre detrás de la idea de volver a poner en funcionamiento la discoteca más grande de la isla. Ha pasado un año, el gran momento llegó.
Es medianoche. Resucita un recinto gigantesco, con proporciones de hangar. La música suena desde hace sesenta minutos. La prendió Carista, una deejay –holandesa de Utrecht, con sangre de Surinam– que tiene 42.000 seguidores en Instagram. Una minucia al lado de los más de 2 millones de personas que siguen a Carl Cox –británico de Oldham, con sangre de Barbados–: este veterano se encargará de cerrar la fiesta cuando ya sea de día y el reloj marque las nueve de la mañana. Hay simbolismo, y no sólo porque Carl Cox sea probablemente el deejay más respetado y esperado del mundo. Tiene 63 años, infinitos éxitos en su lista de reproducción tras cuatro décadas pinchando. Y, pese a todo, cuenta con el favor de lo novedoso: en la isla hacía casi una década que no protagonizaba una fiesta semanal durante todo el verano. Hay algo más, sin embargo. Algo que trasciende a los humanos. El lugar donde reaparece el deejay británico, de alguna forma, la electrónica se convirtió en el ritmo que debía sonar cuando se organizara una macrofiesta en Eivissa. El más seguido, el más rentable. El más poderoso.
Bailarinas en un escaparate donde se invitaba a los ‘clubbers’ a entrar para fotografiarse con ellas.
Ku, la discoteca más grande del mundo
Ocurrió en los ochenta, cuando se llamaba Ku, que presumía de tener Guinness a la discoteca más grande del mundo. Desde los noventa hasta la pandemia, fue Privilege. Ahora, su nombre, que es un acrónimo, se pronuncia universe. Las notas de prensa que han enviado durante los últimos meses desde un negocio que no parece tener abuela lo subrayan con esmero. Y también especifican que en esta catedral de la electrónica todo será “legendario”, “revolucionario”, “visionario”. Los porqués de este punto y aparte quedan sin especificar. Hay opacidad. A los medios acreditados no se les permite hacer fotos, conseguir una entrevista con alguno de sus responsables resulta una quimera, acercarse a las áreas exclusivas de la discoteca. La discoteca es hija de su tiempo. De un tiempo turbocapitalista. Resulta sencillo imaginarse a Elon Musk aparcando su Tesla en el aparcamiento más privado de la discoteca y deslizándose hasta la terraza de los privilegiados: The Catacomb, la catacumba.
Julio Iglesias, que se encontraba en Eivissa donde fijó su residencia durante su gira por Europa, saluda a Abel Matutes en la discoteca Ku. Año 1988.
La cantante Rocío Jurado actúa durante el certamen «Lady España» 1989, celebrado en la discoteca Ku de Eivissa.
Es la una de la madrugada. La pista, que en su inmensidad se veía desangelada, se convierte en un hormiguero. Las entradas más baratas (100 euros) no permiten entrar más tarde. El público se apiña, saca móviles del bolsillo, enciende linternas, mezcla sus luces con los haces, potentísimos, que les iluminan desde el techo. Se viene un subidón, uno de los primeros de estas doce horas de fiesta. A casi cien metros de distancia de la mesa del deejay, y a unos veinte metros por encima, una docena de chicos (ingenieros y técnicos de sonido, muy jóvenes) le dan un empujón a la música para elevar el volumen. Locura colectiva.
La pista se convierte en un hormiguero a la una de la madrugada. Las entradas más baratas (100 euros) no permiten entrar más tarde. Locura colectiva
La pista, a rebosar, en uno de los momentos culminantes de la madrugada.
Cifras de negocio estratosféricas
Los promotores insisten. Según su relato, [UNVRS] marcará un antes y un después en la electrónica ibicenca, un sector que se reivindica el poder de generar un tercio del PIB de la isla, un sector que tiene el poder de dictar leyes y modificarlas. Sólo se puede intuir que los números que puedan trascender marearían incluso en ambientes no asalariados. Unas horas bastaron para vender todos los códigos QR que daban acceso a la puesta de largo. Se despacharon miles de entradas a 140 euros, y otra cantidad, imposible de determinar, a 500: las pulseras que sientan al cliente en una mesa VIP. La hiperfacturación es fundamental.
Un transatlántico sólo es rentable si carga todo el pasaje que puede llevar a bordo, sobre todo si los oficiales de la tripulación tienen cachés estratosféricos. Para arrancar, la discoteca más grande de Eivissa hizo saltar la banca. No parece casualidad que su dueño tenga negocios en Dubái. Como si fuera un club de fútbol financiado con petrodólares, se acercó a la más cercana y fichó a golpe de talonario dos fiestas (Paradise: Sand of Solaris de Jamie Jones y Elrow) que serán masivas. Convencer a Carl Cox para que regrese al ruedo también ha sido otro gol por la escuadra: se lo ha marcado a Pepe Roselló. Pissenem se sentó en su trono cuando creó Hï, la misma discoteca que había sido la Space de Roselló, y ahora contrata a un mito que se hizo grande, precisamente, trabajando en el negocio de Roselló, el único ibicenco de nacimiento que llegó a jugar en las grandes ligas de la electrónica.
Unas horas bastaron para vender todos los códigos QR que daban acceso a la puesta de largo. Se despacharon miles de entradas a 140 euros, y otra cantidad, imposible de determinar, a 500: las pulseras que sientan al cliente en una mesa VIP. La hiperfacturación es fundamental
Son las dos de la madrugada. Ya no cabe un alfiler en la pista. Fauna extranjera, pero también muchísimo autóctono. Jóvenes estrenando la mayoría de edad y personajes que, por cuestiones biológicas, podrían tener nietos. Se forman colas en las barras, pero las camareras son un metrónomo a tempo veloce. La inmensa mayoría, mujeres de tez blanca transitando por la veintena (el reverso de lo que sucedía en el aparcamiento, donde la inmensa mayoría de los aparcacoches eran hombres de tez negra). Con las pinzas con las que cogen hielo de la cubitera abren latas de bebidas energéticas. Marcan cifras en el datáfono. Agua a 15 euros, chupitos de hierbas dulces a 16, copas a 25, tequilas y mezcales reposados, un capricho que se va casi a los 50. También, muy a menudo, extienden la mano para cobrar. Vuela el dinero en efectivo. Un chico saca del bolsillo un fajo de billetes. Entrega tres verdes, le devuelven uno rosa. Acaba de invitar a una ronda a sus colegas.
La primera fiesta de este negocio contó con un buen número de ‘deejays’ a los platos.
Agua a 15 euros, chupitos de hierbas dulces a 16, copas a 25, tequilas y mezcales reposados, un capricho que se va casi a los 50. Vuela el dinero en efectivo. Un chico saca del bolsillo un fajo de billetes. Entrega tres verdes, le devuelven uno rosa. Acaba de invitar a una ronda a sus colegas
La mayor discoteca de la isla
Bailan agarrados por la cintura, como si en vez de techno sonara una bachata. Ella lleva tatuajes en la espalda. Él, el pelo teñido de amarillo pollito. Él coge una mano de ella y se la lleva al mogollón. Mientras caminan miran la inmensidad del techo. El edificio impresiona. La Comissió d’Ordenació turística del Consell d’Eivissa aprobó un proyecto 8,2 millones para reformarlo. Otras fuentes indican que podría haber cuadruplicado esa cifra. Quedaba un mes para el opening y los cuatro niveles del aparcamiento (cada uno, del tamaño de un campo de fútbol) estaban dejando de ser la zona de guerra (hormigoneras, grúas, excavadoras, casetas de obra y cascos de obrero) del año largo anterior. Había que convertir los 6.500 metros cuadrados de un edificio decadente en una catedral brutalista (por dentro recuerda a la discoteca Fabric de Londres) y mediterránea (los muros están encalados, en teoría, para “homenajear a la arquitectura ibicenca”) moteada con detalles art déco.
La reforma del edificio ha mantenido la cúpula descubierta que se construyó a principios de los noventa.
Son las tres de la madrugada. Las planchas de la hamburguesería que se ha instalado en el interior de la discoteca echan humo. Los estómagos más hambrientos las devoran. Hay que coger fuerzas para seguir una fiesta que acaba de comenzar. Las mesas, los asientos acolchados, el mostrador y las pantallas no dejan dudas: está usted en un dinner, pero la estética no puede ser más futurista. O retrofuturista. Porque todo parece remitir a Stanley Kubrich. Como si hubieran metido en una coctelera La naranja mecánica, Eyes Wide Shut, Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? (el pellizco absurdo siempre se agradece en una farra) y, en una proporción mayor, 2001. Odisea en el espacio. Un pasillo de espejos que conecta las terrazas con la macropista. El paisaje lunar que aparece en muchos momentos en las pantallas que rodean ese rectángulo XXL. La caja transparente donde dos chicas altísimas que resplandecen –como si la estatuilla de los Oscar se hubiera caracterizado de Cleopatra: así podría definirse su aspecto– bailan esperando a quien quiera entrar a fotografiarse con ellas. El barullo del baño al que se entra cruzando una pequeña sala con una cabina en el centro donde se celebra una minifiesta paralela a la principal. La reproducción del ovni que, estrellado junto a la puerta principal, conecta a las filas, ya inmensas, de más gente que se une a la fiesta, con aquel anuncio del verano pasado. Esas filas no dejarán de crecer, y a las seis de la mañana, habrá que esperar dos horas para encontrar un taxi, y a las ocho y pico de la mañana, en pleno after causarán nuevos atascos, mucho más grandes que aquel de las once de la noche, y sin que haga falta una colisión. Simplemente, en la carretera principal de Eivissa no entran más vehículos si un monstruo del tamaño de [UNVRS] se pone a funcionar.
Un ovni, el símbolo de la discoteca, decora la entrada del local.
Desde el negocio explican que Will Smith no ha faltado al bautizo de la nueva criatura de Yann Pissenem. El Príncipe de Bel-Air acompaña al rey del ocio ibicenco en la que puede ser la culminación de su carrera en el show business. Hace quince años, este empresario parisino regentaba el bar de la playa de un hotel setentero. Aquel hotel setentero, cuando sus propietarios vieron cómo rentaban las fiestas que el inquilino organizaba sobre la arena, se convirtió en el Ushuaïa Ibiza Beach Hotel. Una discoteca encubierta con legislación cómoda, y algo más: un cambio de paradigma: desde entonces, la fiesta se trasladó de la noche al día, modificando considerablemente los equilibrios turísticos de la isla. Así nació Ushuaïa Entertainment, una sociedad en la que Pissenem posee la mitad de las acciones y los propietarios de aquel hotel (que también lo son del resto de locales creados por el francés: entre todos trabajan 2.000 personas para atender a casi 20.000 clientes), la otra mitad. El apellido de estos socios lo conoce cualquier ibicenco y, gracias a su expansión hotelera a nivel internacional, cada vez es más conocido en muchos rincones del planeta: Matutes. La pregunta que muchos se hacen con el desembarco de [UNVRS] es la siguiente: ¿ahora volverá a ponerse de moda salir bajo la luz de la luna?