
Nahir Gutiérrez, escritora: “Los críos tienen que saber que hay cosas que no queremos que pasen y pasan”
La autora presenta, junto con Iván Harón, ‘El cajón de las cosas que no duelen’, una historia que enseña a pequeños y mayores a ‘dejar ir’
No puedes pedir a un niño que use menos el móvil si tú siempre lo tienes en la mano: cómo jugar sin pantallas
La chispa surgió durante los primeros días de la pandemia, cuando cancelaron el viaje a México en el que iban a embarcarse una amiga y su pareja. “¡Qué faena!”, exclamó Nahir Gutiérrez al oírlo. Y siguió lamentándose: “Qué pena, era la primera vez que ibais…”, pero pronto, su amiga le cortó: “No te preocupes: ya lo he echado al cajón de las cosas que no duelen”.
A Gutiérrez, directora de comunicación de la editorial Planeta, aquella frase se le quedó grabada. “Se merece un cuento”, pensó. Y es ahora, cinco años después, cuando ve la luz El cajón de las cosas que no duelen (Destino Infantil & Juvenil, 2025), su tercer libro infantil, que será presentado este domingo por la tarde en la Feria del Libro de Madrid. “Como sociedad, creo que aún estamos aprendiendo que hay cosas que hay que dejar caer. Y ese es el objetivo del cuento, enseñar a los críos a dejar caer las cosas que ya no tienen arreglo por lo que sea: porque hace mucho que pasaron, porque no está en su mano arreglarlas…”.
El mensaje, no obstante, también va dirigido a los adultos: “Hay padres que no dejan soltar. En el libro, por ejemplo, el protagonista va a ‘por chuches’ y le roban la bici. Pues bien, si el padre le está recordando todo el rato el tema (‘Cuidado, a ver si van a volver a hacer con esta bici como con la que se la llevaron, etcétera’), el niño no va a poder dejar eso en el cajón de las cosas que no duelen. De hecho, yo suelo decir que esta historia es para niños pequeños y para adultos con síndrome de Diógenes emocional. Nos cuesta mucho dejar las cosas atrás, y son cosas que al final se te enquistan y acaban en una contractura muscular, o haciendo que no respires bien…”, explica la autora.
La mochila emocional
Entre tantos libros en torno a las emociones, para Gutiérrez, la lección que proclama el suyo tiene una especial importancia en la sociedad actual: “Somos unos cuantos los que llevamos una mochila emocional pesada. Y lo corroboran las cifras acerca de la cantidad de gente que tiene ansiedad, que tiene trastornos… En España somos el país más medicado para dormir, por ejemplo. Seguramente, hay un porcentaje de cosas que no estamos soltando y podríamos soltar”.
Yo tengo una teoría, y es que no les estamos preparando para el mundo real. Los críos tienen que saber que hay gente mala en el mundo
En la literatura infantil actual, pese a que se trata el tema de la muerte, por ejemplo (lo hace la propia Gutiérrez en su libro ¿Dónde está güelita Queta?), muchas de las historias parecen estar cada vez más vacías de la complejidad de la verdad, de la vida real. De hecho, ver en ellas un villano es ya rara avis, y si lo hay, siempre tiende a tener una gran excusa para justificar sus fechorías.
“Yo tengo una teoría, y es que no les estamos preparando para el mundo real. Los críos tienen que saber que hay gente mala en el mundo. Y que hay cosas que no queremos que pasen y pasan, como la guerra. Esa realidad no se la puedes escamotear a los niños”, opina Gutiérrez. “Considerar a los niños ciudadanos de segunda, seres menos inteligentes, es un error de base. Es como la costumbre de pedir el menú infantil: tu hijo es una persona como otra cualquiera. Si le acostumbras a comer nuggets de pollo y macarrones, no le vas a educar el paladar. Pasa lo mismo en la literatura, no hay que dárselo todo hecho. Como autora, debes confiar y dejar que ellos mismos lleguen a una conclusión”.
Un armario parlante en el que guardar las emociones
El libro infantil ‘El cajón de las cosas que no duelen’.
Es Robusto Ropero Picaporte, ‘armario de alta gama’, quien se encarga de poner a disposición de Simón, el niño protagonista, ‘el cajón de las cosas que no duelen’. Lo hace de una forma tan atildada que termina siendo cómica, una sensación en la que tienen mucho que ver las divertidas ilustraciones de Iván Harón.
“El reto era conseguir que Robusto fuese un armario que resultase creíble, pero al que, a la vez, se le cogiese cariño”. El armario ‘vivo’ de La Bella y la Bestia fue su primera inspiración, aunque al final, Robusto acabó pareciéndose más a los forzudos de circo de los años 40.
Su interior, sin embargo, es el de un armario al uso. Solo que lo que guarda dentro Robusto son pequeños universos emocionales: “Reflejar las emociones es complejísimo, porque intentas no caer en cosas manidas. La alegría está representada como un cajón que realmente es un auto de choque de cristal porque, muchas veces, los niños tienen esa particularidad de que, cuando están muy contentos, cogen muchísima velocidad y luego, al final, acaban llorando. Es muy transparente. Es imposible no demostrar que está alegre, pero, por otra parte, también es muy frágil. Quería utilizar esa pequeña dualidad”, explica Harón.
El texto dice que el colgador de la ira hay que ventilarlo, y yo lo asemejé con ese olor así como un poco profundo y desagradable que tiene el pescado
En el miedo, por ejemplo, el ilustrador no plasma un fantasma, sino una videoconsola rota (¿qué puede ser más terrorífico para un niño?), y la ira está simbolizada por un personaje con forma de raspa de pescado: “Representa a estas personas que se nos cruzan a todos por la vida y están amargadísimas. El texto dice que el colgador de la ira hay que ventilarlo, y yo lo asemejé con ese olor así como un poco profundo y desagradable que tiene el pescado”.
Los cuentos ‘para’
En un panorama saturado de títulos bienintencionados destinados a gestionar las emociones, los autores de este libro consideran que se diferencian en algo clave: ellos no tienen solo vocación didáctica; tienen, sobre todo, una historia. “Queríamos hablar de un niño que no sabe cómo gestionar lo que le pasa, algo que le sucede muchas veces también a los adultos. Tanto Robusto como Simón van creciendo y van evolucionando a lo largo del cuento, porque Robusto realmente cree que es un tipo superpreparado, que es el mejor de los mejores, y no entiende lo que le está pasando a Simón, porque él está acostumbrado a gestionar las emociones de los adultos. Nos gustaba plantear esa especie de contraste entre un personaje y otro, pero sin poner el foco en hablar de una emoción concreta y cómo gestionarla: queríamos contar una historia”, resume Harón.
Queríamos hablar de un niño que no sabe cómo gestionar lo que le pasa, algo que le sucede muchas veces también a los adultos
“Leí un artículo de prensa que me llamó mucho la atención, que hablaba de los cuentos infantiles ‘para’. Son cuentos a los que se les ven las costuras, y ahora te hablo como madre: más que nada, son libros de instrucciones, que están muy bien para los microondas, pero no para los niños. De hecho, ellos son los primeros que les ven las costuras, y ya les dejan de hacer gracia. Los niños no tienen un pelo de tontos”, reflexiona, por su parte, Gutiérrez. “Lo importante es que los niños se lo pasen bien con un cuento, que se rían”.
Y con el suyo se ríen, tal y como ha experimentado Gutiérrez en las presentaciones. Y, también, encuentran el contexto perfecto para expresar lo que sienten: “Hicimos un taller en la Feria del Libro en el que invitábamos a los niños a decir las cosas que querían dejar atrás, y en un momento dado, les preguntábamos por la emoción del miedo. ‘¿A qué tenéis miedo?’, les dije, y, de pronto, se levantó una niña muy pequeña y dijo: ‘Yo tengo miedo a la muerte’. Su madre se quedó tiesa, era una cosa que nunca había dicho en casa”.
Para la autora, es en ese tipo de confesiones donde radica la importancia del cuento nocturno. Pero hay que estar a la altura del momento, pues, en su opinión, los niños exigen de nosotros la verdad, no respuestas edulcoradas.