«Nos dicen que aguantemos porque el turismo nos da de comer»: el hotel-discoteca que tortura a vecinos de Ibiza

«Nos dicen que aguantemos porque el turismo nos da de comer»: el hotel-discoteca que tortura a vecinos de Ibiza

Un recinto gigante, el Ibiza Rocks, complica la vida de los residentes con sus fiestas de día –con capacidad para 2.500 personas–, ruidos, vómitos, orines, latas y cartones de comida rápida, amparados por una ley de Turismo del PP de 2012

La catedral de la electrónica inaugurada por Will Smith en Ibiza: locura colectiva a más de 100 euros la noche

Dos chicas otean el horizonte tras los cristales de unas gafas oscuras. La piel de sus hombros está bronceada. Reluce, todavía más, gracias a la posproducción y al contraste con las tiras de un bikini amarillo y un bikini azul. Las chicas que otean el horizonte son un anuncio: imagen impresa en una valla de gran formato clavada en la entrada de un hotel de tamaño proporcional –362 habitaciones– a las dimensiones del cartel. El nombre del negocio está serigrafiado sobre una melena. Una púa de guitarra enmarca dos palabras que ofrecen coordenadas –geografía, actitud– precisas: Ibiza Rocks. A la izquierda de la otra melena hay un eslogan, escrito en inglés para principiantes: Your Summer Starts Here. Tu verano empieza aquí. La resaca de muchos, también.

Cinco chicos salen del hotel con una buena curda a las espaldas, alguna color crustáceo. De cintura para arriba y rodillas para abajo llevan la piel al aire y, en una mano, una lata de cerveza, comprada en la bodega, gran variedad de licores, que hay junto a la recepción. En dos filas, tres delante, dos detrás, bajan la calle pegando voces en un inglés duro, gutural, muy difícil de entender excepto para oídos con un nivel muy avanzado. Los chicos no caminan por las aceras, estrechísimas. Prefieren zigzaguear levemente por el asfalto. Es una ruta corta, menos de cien metros. Al final de la cuesta les espera un kebab. Piden dürums y patatas. Necesitan proteína y potasio que chupe el alcohol que sus gargantas llevan horas tragando. Son las siete y media de la tarde. La fiesta empezó pasado el mediodía.

“¿De dónde sois?” “¡Del norte de Irlanda!” “¡Ah! ¿De qué parte del Úlster?” “¡Tú pon que somos irlandeses!” Y empiezan, a coro, a cantar una melodía que fue muy conocida a mediados del siglo pasado. Es This Land Is Your Land, un antihimno yanqui compuesto por Woody Guthrie, el mentor lírico de Dylan cuando con veinte añitos lo llamaban Bobby. La versión que se escucha en el kebab tiene una letra que en vez de describir las praderas, los ríos, las montañas, los desiertos y las ciudades de Estados Unidos recorre los paisajes de la isla esmeralda (From the hills of Kerry / To the streets of Derry). Fue un hit entre los partidarios del IRA durante los años en los que más plomo voló en el conflicto norirlandés. Parece que lo sigue siendo tras la paz firmada en 1998. Estos amigos, los cinco, nacieron mucho después de los Acuerdos del Viernes Santo. Son de principios del siglo presente, Generación Z. Superan por poco la mayoría de edad y lo tienen claro: “Acabamos de pegarnos la mejor juerga de nuestras vidas, amigo. Esa piscina es lo más cool que te puedas imaginar”.


El cartel que recibe a los huéspedes y los asistentes a las fiestas del hotel.


Vecinos y turistas en busca de fiesta, una convivencia imposible en el centro de Sant Antoni.

Protegidos por la Ley de Turismo del PP

Según sus dueños, el Ibiza Rocks Hotel es el negocio pionero en explotar la gallina de los huevos de oro: generar tanta o más pasta con una actividad secundaria, una fiesta o un concierto junto a una piscina, que con la principal, las pernoctaciones cambiando las leyes del ocio ibicenco (la farra, de tarde, en vez de por la madrugada) con la protección de la Ley del Turismo que redactó el conseller Carlos Delgado Truyols –imputado y absuelto por corrupción– en tiempos del president José Ramón Bauzá, entonces, miembro del PP.

Los dueños hacen más negocio con la fiesta de día que con las pernoctaciones en el hotel gracias a una ley que aprobó el PP en 2012

Según cientos de vecinos que viven alrededor de un recinto mastodóntico –ocho bloques, dos patios, con sus piscinas, un callejón que conduce al acceso principal–, el Ibiza Rocks Hotel es algo muy diferente. El ruido y las vibraciones que casi todas las tardes se les cuelan en las salas de estar, las cocinas, los cuartos de baño, las habitaciones y les torturan el sistema nervioso. Un sanfermín chiquito que dura de mayo a octubre. Los vómitos, las meadas, las latas, botellas y cartones de comida rápida que deben esquivar en la acera cuando bajan a pasear al perro, a hacer la compra, o cuando van y vuelven de hoteles, comercios o restaurantes donde no sería extraño que atendieran a uno de esos mismos extranjeros: muchos de los vecinos del hotel-discoteca son kellys, camareros, recepcionistas, dependientas, personal de mantenimiento, cocineros. Currelas del turismo que no pueden echarse una siesta entre turnos o antes de fichar para pasar toda la noche trabajando.

–Es como cuando pones a hervir una rana a fuego lento. La estrategia que han utilizado es hacer que la gente se acostumbre. Como estamos en verano, tenemos que aguantarlo, es lo que nos da de comer, nos dicen. En los edificios que dan a la piscina donde celebran las fiestas, directamente, no se puede vivir. En la puerta siempre hay 10 o 15 camellos apostados para vender droga. Tengo vídeos de gente meando o vomitando en la calle, tirando mierda al suelo.

Quien habla es una de las 400 personas que firmaron un documento –queja formal– que se entregó al Ajuntament de Sant Antoni de Portmany el pasado septiembre. El núcleo más poblado de este municipio (20.000 de sus 28.000 habitantes viven allí) es, desde los años ochenta, una de las representaciones más descarnadas del turismo basura que pueda encontrarse en el Mediterráneo. Existen negocios mucho más amables con el residente, pero los pubs, durante décadas, y la electrónica al aire libre, en el último decenio, “hacen muy complicado que el beneficio de algunas empresas pueda convivir con el descanso y el bienestar de los vecinos”, como denuncia una de esos cientos de personas que pidió que se le pusiera coto al Ibiza Rocks Hotel: “Ha pasado casi un año, y, aunque parece que se están controlando un poco más, el problema sigue”.

La zona es un ejemplo del turismo basura del Mediterráneo. Cuatrocientos vecinos han presentado una queja al alcalde porque ‘es muy complicado que el beneficio de las empresas pueda convivir con el descanso y el bienestar’ de los residentes, unos 20.000


La crema solar, complemento imprescindible para no achicharrarse bajo el sol mediterráneo.


Uno de los ‘clubbers’ vomita detrás de un contenedor junto a una pista de fútbol donde juegan unos chavales.

Al alcalde actual, Marcos Serra Colomar, del PP, no le gustan las etiquetas “que dan mala imagen del municipio”. Lo ha dicho muchas veces, en plenos, entrevistas, ruedas de prensa. La oposición se lo afea. Cuando el Govern estaba formado por una coalición de centroizquierda, el alcalde Serra rechazó acogerse a un decreto que permitía reconvertir “zonas maduras” para que atrajeran otros perfiles de visitante.

“¿Cómo se permiten negocios así en medio de un pueblo? Ya no es la música, que molesta por el ruido y la vibración, sino lo que genera: borracheras, drogas, prostitución, trapicheos… No ha ocurrido en Santa Eulària ni en Vila. En el centro de una ciudad como Palma sería impensable. Pero en Sant Antoni sí ocurre, y aquí el PP ha gobernado treinta y pico años; la izquierda, sólo cuatro, aunque los gobiernos de Francina Armengol también tienen responsabilidad: estuvieron ocho años en el poder y no derogaron la Ley Delgado”, dice el concejal Antonio Lorenzo Bustamante, portavoz del PSOE.

Al final del último verano, coincidiendo con la recogida de firmas, el grupo municipal de Unides Podem acusó al equipo de gobierno de “opacidad” por impedirles acceder a las licencias de actividades de varios locales conflictivos, entre ellos, el Ibiza Rocks. Para este reportaje, el Ajuntament de Sant Antoni no ofreció la posibilidad a elDiario.es de realizar una entrevista con el equipo de gobierno. Los argumentos se enviaron por escrito y son antagónicos a los que ofrecen los portmanyins con domicilio próximo a la discoteca que se esconde bajo la piel del hotel.

El Ayuntamiento y los vecinos, dos versiones antagónicas

“El Ayuntamiento ha atendido en todo momento las quejas de ruidos recibidas referentes a este establecimiento”, defiende el Consistorio. “Es mentira: tenemos registros de entrada que nunca se atendieron”, contestan los vecinos. “Se han realizado sonometrías donde los vecinos lo han permitido, algún vecino desestimó que pudieran hacerse en su vivienda. De las mediciones no se desprende anomalía en los resultados y no se puede determinar que el impacto acústico grabado sea causado por este establecimiento. En otras inspecciones sí se determinó que excedía el volumen de ruidos, por lo que se abrió el pertinente expediente sancionador”, sostiene el Ayuntamiento.

La réplica de los vecinos es contundente:

–Dicen que han hecho las sonometrías que se les han permitido porque una persona celosa de su intimidad no quería que un extraño entrase en su casa. En otros casos, cuando han hecho una sonometría, la música se escuchaba, casualmente, menos que nunca. Vimos a gente con walkies, para comunicarse con el dj de turno cuando vieran aparecer al inspector. Hasta donde sabemos los expedientes sancionadores jamás llegaron a nada, y tenemos conocimiento de que una sanción la dejaron prescribir. Pedir una inspección y luego quedar con el inspector es directamente perder el tiempo porque el Ibiza Rocks y el Ayuntamiento son socios. McKay empezó en Privilege, con Manumission, y luego migró a fiestas diurnas, pero siempre en Sant Antoni. ¿Por qué siempre en San An?

Sanan es Sant Antoni, la forma abreviada que empezaron a utilizar los turistas y empresarios angloparlantes en los ochenta para referirse a un pueblo donde la oferta pensada para ingleses, escoceses, galeses e irlandeses desplazó casi por completo a turistas de otras nacionalidades. Se hizo tan popular que, no pocos ibicencos, cuando hablan, en castellano, también nombran así al pueblo.

Vimos a gente con walkies, para comunicarse con el dj de turno cuando vieran aparecer al inspector. Hasta donde sabemos los expedientes sancionadores jamás llegaron a nada, y tenemos conocimiento de que una sanción la dejaron prescribir. Pedir una inspección y luego quedar con el inspector es directamente perder el tiempo porque el Ibiza Rocks y el Ayuntamiento son socios

Vecino de Sant Antoni


El kebab que se encuentra a menos de cien metros del hotel hace el agosto cuando termina la fiesta.

“Con Andy McKay no conviene meterse”

Manumission fue una macrofiesta. Desembarcó desde Manchester en los noventa, terminó en 2008, pero todavía se recuerda. Fue el evento donde, probablemente, se enterró el espíritu de performance que había caracterizado a la noche ibicenca desde los setenta, para convertir a los djs en lo que son hoy: el centro de las miradas, superestrellas que llegan a tarifar la hora como los actores más cotizados de Hollywood o los jugadores más valorados de la NBA.

Andy McKay es un empresario tan conocido en Eivissa como en el Reino Unido. Quien trajo a la isla Manumission, quien impulsó en la isla el proyecto de Ibiza Rocks Hotel, uno de los que dicen San An cuando nombran a Sant Antoni. Un tipo con el que, dicen los portmanyins que viven puerta con puerta con la discoteca disfrazada de hotel, “no conviene meterse”. “Tiene mucho poder”, y otro hotel, boutique, donde también organiza fiestas, y un antiguo restaurante de barbacoas, reconvertido en discoteca al aire libre. Todo en Sant Antoni.

Fuera de este feudo, McKay y su pareja y media naranja empresarial, Dawn Hindle, sólo ensayaron un proyecto: un motel situado en la carretera de Santa Eulària. Tuvieron desavenencias con Mike, el hermano de Andy, y su compañera. Lo cerraron. Quizás recordando la infancia hippie de Dawn (se la pasó escuchando a los Carpenters y los Stones, cuenta en Balearic, una crónica completísima, escrita por Christian Len y Luis Costa, sobre la historia del ocio ibicenco) decidieron ir cambiando el acid house por la música en directo. Así tallaron la púa de Ibiza Rocks.

Era 2005. Primero fueron unas noches en Privilege con sonido indie –Kaiser Chiefs, Juliette Lewis– que no funcionaron y les enemistaron con José María Etxaniz, el propietario de la mitad de las acciones de la discoteca más grande del mundo, según el Libro Guinness de los Récords. El otro 50% de Privilege era de los Matutes. Enfrentada a Etxaniz, la familia más poderosa de la isla se quedará con el control de Privilege para convertirla en [UNVRS] y, antes, resultará esencial en el crecimiento del nuevo negocio del tándem McKay-Hindle: los enemigos de mi enemigo son mis amigos.

Antes de marcharse de la macrodiscoteca, los ingleses ya habían abierto en Sant Antoni el Ibiza Rocks Bar. Bajo las palmeras del paseo marítimo, lo petaron con la actuación de una banda poco conocida lejos de las Islas Británicas, pero por la que no demasiado tiempo suspirará cualquier gran festival: Arctic Monkeys. No todo eran alegrías. Programar conciertos es menos lucrativo que hacer bailar a una masa enfervorecida con los beats de una sesión grabada. En Privilege podían reunir a 10.000 clubbers y en el bar a mucho menos público. Necesitaban, por tanto, un espacio más grande para cuadrar las cuentas. Lo intentaron en un hipódromo –The Wombats, Pendulum, The Streets– situado justo en el centro de la isla… y dentro del límite del municipio de Sant Antoni.

El hotel discoteca fue montado por Andy McKay, un empresario tan conocido en Eivissa como en el Reino Unido. En sus inicios, lo petaron con la actuación de una banda poco conocida lejos de las Islas Británicas, pero por la que no demasiado tiempo suspirará cualquier gran festival: Arctic Monkeys


Los taxis no dejan de cargar turistas a media tarde, la parada del Ibiza Rocks Hotel es sinónimo de carrera segura.


Chanclas, bañadores, bikinis, riñoneras y mochilas, todo a punto para el festival.

El equipo de prensa de Andy McKay ha declinado su participación en este reportaje, pero en Balearic, el empresario explica con pelos y señales cómo terminó convirtiendo en una sala de conciertos aquel hotel gigantesco que, cuando se construyó en 1998, ya estaba rodeado de viviendas de residentes. Los mapas electorales no engañan: en el centro de Sant Antoni el voto es más progresista, en las zonas rurales, casi exclusivamente conservador. “Los bolos en el hipódromo eran geniales, pero no pudimos obtener más licencias. No nos dieron más por los problemas con el ruido. Y nos fueron empujando hacia el hotel, porque se dieron cuenta de que allí los problemas con el sonido no eran tan graves como en San Rafael. Para la noche de apertura tuvimos a The Enemy actuando y el alcalde nos dijo: ‘Este es el primer y último concierto que montáis aquí’. Así que vinieron con todo el equipo de medición de ruido y el bolo empezó y ellos allí plantados fuera, preguntando: ‘¿Cuándo empieza?’. ‘¡Oh! Pero si ya ha empezado…’ Así que nos permitieron hacer más. (…) Montamos Ibiza Rocks porque teníamos la sensación de que la isla no molaba nada. Contribuimos a que el monstruo, aquel dinosaurio obsoleto, se transformara en algo fresco”.

Era 2008. Durante ocho temporadas hubo dos conciertos a la semana junto a la piscina del Ibiza Rocks Hotel. Capacidad oficial: 2.500 espectadores, entre el Razzmatazz barcelonés y La Riviera madrileña. Trajeron a nombres –Dua Lipa, Ed Sheeran–, emergentes entonces, que hoy llenan estadios varias noches seguidas. También, bandas consolidadas en el mainstream festivalero –Franz Ferdinand– o viejas glorias –Primal Scream– rescatadas para la ocasión. Había un componente cultural en el trabajo de la sociedad McKay-Hindle, que siempre se encargan de reivindicar cuando la prensa nacional, británica o española, los entrevista.

Pero también causaban problemas. El ruido es ruido, provenga de una mesa de mezclas o de una guitarra eléctrica. Durante los únicos cuatro años en los que no ha gobernado la derecha en Sant Antoni (2015-2019), los empresarios se hartaron de litigar con una Administración que empezaba a ponerles brida, exigiéndoles licencias de actividad y equipos de sonido menos potentes, que se ajustaran a una legalidad que McKay, más de una vez, tilda de “envidia” o “persecución”. Un bolo de Craig David (What’s your flava / Tell me what’s your flava) les abrió los ojos. Se reorientaron hacia el pop, redujeron costes, desplazaron casi por completo al público autóctono y convirtieron el hotel en el escenario “de las fiestas diurnas más grandes de Ibiza”, como reza en su página web. La Ley Delgado les amparaba y, según explica McKay en Balearic, tenían a los Matutes de su parte. Juntos hicieron una prueba piloto en Magaluf, Calvià, el municipio donde había sido alcalde el conseller Delgado:

–Ushuaïa nació el día que traje a Matutes hijo a Ibiza Rocks Hotel. Me dijeron: ‘Esto es lo que vamos a hacer’. Llegamos a un acuerdo y abrimos Mallorca Rocks. Reavivamos la oferta de fiesta diurna a través del hotel, aprovechando las zonas grises de las licencias hoteleras. Mallorca era mucho más rígida y legal, así que tuvimos que conseguir la licencia. Matutes nos ayudó como socio cuando Carlos Delgado instauró las nuevas leyes turísticas. Eso nos permitió legalizar Mallorca Rocks, Ibiza Rocks y Ushuaïa. Ese fue el único motivo por el que existió Mallorca Rocks [que cerraría tras sólo cuatro años]: se construyó para ellos con el fin de extraer información y que aprendieran a llevar un local, porque nunca antes habían hecho de promotores.

Ushuaïa nació el día que traje a Matutes hijo a Ibiza Rocks Hotel. Llegamos a un acuerdo y abrimos Mallorca Rocks. Reavivamos la oferta de fiesta diurna a través del hotel, aprovechando las zonas grises de las licencias hoteleras. Mallorca era mucho más rígida y legal, así que tuvimos que conseguir la licencia. Matutes nos ayudó como socio cuando Carlos Delgado instauró las nuevas leyes turísticas. Eso nos permitió legalizar Mallorca Rocks, Ibiza Rocks e Ushuaïa

Andy McKay
Dueño de Ibiza Rocks Hotel

Andy McKay: “Matutes es un ejemplo de hacer buen dinero”

McKay no escatima en elogios hacia quien considera su protector (y tampoco en críticas a sus detractores): “Algunos dicen: ‘¡Ah! La ley turística creó la competencia diurna y mató a la isla’… ¡No! Porque si vas por el mundo, verás que todo se basa en fiestas diurnas: Londres, Las Vegas… (…) Creo que Matutes es un ejemplo excelente de alguien que recibe el cambio con los brazos abiertos y además es capaz de hacer un buen dinero con él. (…) Se ha producido un cambio de la noche al día, y este fenómeno no ha sido algo que se haya motivado desde Ibiza. Más bien tiene que ver con redes sociales como Tinder o Grinder, y al hecho de que ya no tienes que ir a un club a ligar. Ahora todo gira en torno al hecho de que la gente comparte sus vidas online. Compartir no quiere decir que lo estés pasando necesariamente bien, porque, en realidad, todo va de fingir que lo estás pasando genial”.

Manchester, principios de los noventa. Manumussion ya es un suceso en una ciudad que no quiere dormir pese a los esfuerzos de los gobiernos tories de que los hijos de la clase obrera se metan pronto en la cama. Las mafias ven en el control de las puertas de los locales nocturnos una fuente de dinero fácil. Andy McKay, y Dawn Hindle y otros colaboradores cuentan que él se negó a permitir que vendieran droga en la entrada de su fiesta. Le rociaron con gasolina y estuvieron a punto de prenderle fuego. Por esa razón, “y porque Ibiza” hace 30 años “era muy barata y dejaban hacer de todo”, se mudaron a un “paraíso donde llueve mucho menos que en Inglaterra”.


La primera fallecida este verano en las Illes Balears tras precipitarse de un balcón estaba alojada en el Ibiza Rocks Hotel, donde ocurrieron los hechos.

En la isla, las tornas parecen haber girado. Los vecinos que firmaron pidiendo que cesara la tortura sísmica de las fiestas del Ibiza Rocks Hotel no dan su nombre “por temor a represalias”. “Si pueden, te amedrentan”. Eso mismo intenta hacer uno de los empleados del establecimiento cuando ve al periodista y al fotógrafo de elDiario.es trabajando a pie de calle. No da la mano ni dice su nombre. Tiene un acento peninsular, probablemente del tercio norte. Se presenta con una pregunta a bocajarro:

–¿Habéis pedido permiso para estar aquí?

–Estamos en la vía pública.

–Aquí no podéis estar. No sabemos nada de ningún reportaje.

–Hablamos con el departamento de prensa para pedir una entrevista. No nos la dieron.

–¿Y qué vais a contar?

–Lo que veamos en esta calle.

–¿A que no vais a ir a otros negocios?

–…

–No, ¿verdad? Porque lo que sois es unos haters del turismo. Lo que sobran en esta isla son turismófobos.

“Un VIP en el que se cuela todo el mundo”

Mientras el empleado reparte adjetivos calificativos, el hotel va vaciándose. Un grupo de chicas están indignadas por haber pagado 160 euros para entrar en un VIP “donde se colaba todo el mundo”. Imitan los estilismos de Bad Gyal, que esa misma noche actúa en Pacha. Va saliendo más público. Casi todos son jóvenes, casi todos van (des)vestidos para un día de playa, y, pese a que se escucha alguna pincelada de francés, casi todos son angloparlantes. En los idiomas se manejan los vendedores callejeros que en la acera de enfrente ofertan gafas falsificadas. Uno de ellos contesta cuando se le pregunta si conoce por dentro el lugar del que dependen sus ventas: “Claro, en invierno trabajo en la construcción. Siempre hay mucho que arreglar allí dentro”.

Entonces, aparece un coche de la Policía Local, el primero que circula por la calle del Ibiza Rocks Hotel en los últimos 60 minutos. Ignora a los vendedores ambulantes. Aparca tras la fila de taxis que convierten en sus clientes a quienes eran clientes de la fiesta y del vehículo se apea una pareja de agentes. Entran en una pista de fútbol sala, que está encajada entre las paredes del complejo hotelero. “Please, get out, sirs”, le dicen a cinco chicos –espaldas coloradas, cerveza, patatas y dürums flotando en la panza, porteadores de una buena curda– que se han adueñado de una pelota. Los jóvenes del Úlster han saltado a la cancha y tratan de echar una pachanga que, por lo absurdo, parece escrita por un maestro del humor británico. Los irlandeses se marean y acaban tendidos a los pies de un mural en el que una payesa teclea un ordenador. Podrían pasar por protagonistas de un sketch de Little Britain, o por personajes de For the good times, una novela de David Keenan ambientada en Belfast que bebe mucho de las historias del padre de Trainspotting, un Irvine Welsh que, todo queda en casa, es amigo cercano del dúo McKay-Hindle. A lo lejos, los miran, como quien mira a las vacas pastar en el monte, otros cinco chicos, adolescentes, que juegan en la portería del fondo. “¡Ahmed, pásamela!” Cuando la bola rebota contra el muro, altísimo, que separa el terreno de juego del Ibiza Rocks Hotel, rebota también contra las vibraciones de la fiesta.


La mitad del campo, para los chicos del pueblo; la otra mitad, para los turistas en estado de embriaguez.


La Policía Local pide a cinco jóvenes turistas que salgan de la pista de fútbol sala donde arman jaleo tras salir de la fiesta.

Esperando a que los mayores liberen la pista hay otros tres chicos, unos niños todavía, sentados en una escalera. Están con el tío de uno de ellos, ya cumplidos los cuarenta, que les dice: “Esto es el patio del colegio al que iba cuando tenía vuestra edad. Ese edificio de detrás, donde está la biblioteca y la escuela de adultos, eran las clases. Aquí jugábamos a Bola de Drac”. Los ejemplares del anime que enseñó catalán a varias generaciones de chavales castellanoparlantes están disponibles en esa biblioteca (la única con la que cuenta el municipio, un espacio pequeño que ocupa varias de las estancias de aquel colegio ochentero que, antes había sido un almacén militar, luego sería un instituto y desde hace años sirve para todo, bajo la socorrida etiqueta de edificio polivalente, mientras el equipo de gobierno no construye allí el centro cultural que ha prometido en las últimas dos elecciones y del que sigue careciendo Sant Antoni) y pueden leerse mientras los ritmos del hotel se cuelan por las ventanas. Un rumor constante. “Es lo que hay. Lo llevamos como podemos. No es fácil convivir con un sitio así al lado”, se resigna el bibliotecario. Cuando cierre, a las ocho, verá en la jardinera que queda junto a la puerta de la biblioteca a otro chico –desnudo de cintura para arriba y rodillas para abajo– durmiendo la mona. Unos y otros saben que lo que dice aquel cartel, “el verano empieza aquí”, ya se ha cumplido.

El bibliotecario, que trabaja al lado del hotel, se resigna: ‘Es lo que hay. Lo llevamos como podemos. No es fácil convivir con un sitio así al lado’. Cuando cierra, a las ocho, se encuentra junto a la puerta de la biblioteca a otro chico –desnudo de cintura para arriba y rodillas para abajo– durmiendo la mona


Uno de los clientes del hotel discoteca duerme la mona en una jardinera situada al lado de la puerta de la biblioteca municipal.

Quienes conocen la intrahistoria saben que el mensaje que se lanzan a los clientes del Ibiza Rocks Hotel deja un regusto funesto. A una de las primeras huéspedes de esta temporada le ocurrió lo contrario de lo que anuncia la valla. Su verano terminó horas después de arrastrar la maleta de ruedas bajo el anuncio y tenderle un pasaporte al recepcionista. La turista estuvo de fiesta y, cuando amanecía, se cayó desde la cuarta planta del edificio. Llamaron a una ambulancia. Intentaron reanimarla durante 40 minutos. No lo lograron. La parada cardiorrespiratoria que provocó el impacto contra el suelo no se podía rebobinar. Tenía diecinueve años. El Ibiza Rocks Hotel volvía a las secciones de sucesos de la prensa balear en una fecha marcada en rojo en los calendarios de cientos de miles de teléfonos móviles repartidos por todo el planeta. Era domingo 27 de abril. Mientras se consumía el fin de semana en el que empiezan a abrir los grandes clubes de música electrónica con sede en Eivissa, se contabilizaba la primera muerte por balconing de 2025 en el archipiélago (hay una media de cinco víctimas por año).