
La conjura de los mediocres
Estoy absolutamente convencida de que nuestro problema no es de ideologías sino de mediocridad. No son las diferencias sino la mediocridad necia y cicatera de quienes las defienden lo que nos hunde en la miseria
Mi excelencia los confundió
Estoy absolutamente convencida de que nuestro problema no es de ideologías sino de mediocridad. No son las diferencias sino la mediocridad necia y cicatera de quienes las defienden lo que nos hunde en la miseria. Dos personas brillantes de los polos más opuestos del espectro siempre están más cerca que dos mediocres con el mismo carné.
Políticos mediocres, periodistas mediocres, jueces mediocres, funcionarios mediocres, ciudadanos mediocres. El que pretendió que la igualdad de la democracia es sinónimo de la igualdad de criterios, conocimientos, disposiciones, capacidades y discernimientos dinamitó el principio del mérito que es la premisa inexcusable del ascensor social y de la igualdad. La mediocridad sólo nos hunde. Ninguna sociedad en su sano juicio pone al frente a los mediocres y estigmatiza, denigra y aísla a sus elementos más valiosos. “La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta”, que decía Chesterton o, en nuestros días, estar delante de la inutilidad y ensalzarla.
Nuestros políticos son mediocres. Es mediocre dar la nota con una invectiva a las lenguas cooficiales, sobre todo porque parece que ignoras la cantidad de bilingües de todas ellas que te votan. Ayuso es una figura mediocre, de eso no cabe duda. No hay problema en afirmarlo si somos capaces de ver la mediocridad de enfrente. Mediocre es Sánchez, que nunca fue una lumbrera ni cuando trabajaba a nuestro lado; mediocre es Feijóo, mediocre o cobarde, de ahí su falta de carisma ya que no es capaz de darse cuenta de que sólo un planteamiento no de confrontación sino de preservación de la integridad de las instituciones y de la constitucionalidad estaría a la altura. No me hagan definir a los ministros que caen en una manipulación para mediocres y no rectifican por amor al líder ni de los que aspiran a volver a donde salieron a base de confrontación, ni de los que saben que no irán a ninguna parte y aun así insisten. No me hagan hablar de los socios periféricos y su mediocridad de parte. No mencionemos a quienes están dispuestos a tragar con ruedas de molino como si fueran hostias consagradas. Ni a los que desprotegen a sus ciudadanos y los dejan morir sin ningún arrepentimiento ni consecuencia. No hablemos de los que les aplauden como si no vieran la realidad.
Nuestros políticos quieren jueces mediocres. Esos que saben menos y son más fáciles de manipular y de engañar. El gran problema del país no son los jueces de parte -y mucho menos el fantasma inexistente de los jueces franquistas- sino los jueces mediocres y el impulso que reciben por parte del poder. Un mediocre siempre debe un favor y siempre necesitará favores para seguir su carrera. Este día de San Bernabé algunos jueces van a parar diez minutos para protestar contra la última tropelía de Bolaños, la de meter en la carrera judicial a los suplentes y sustitutos que nunca debieron juzgar, y a los que ahora quiere dar carta de naturaleza. El problema no es que, como pretenden algunas asociaciones judiciales, quieran meter jueces de su cuerda: eso es absurdo porque sustitutos hay de todo signo y, si me apuran, un montón de ellos son muy conservadores. Tampoco creo que empujar a un puesto para el que no han hecho méritos los vaya a volver acérrimos de la progresía, eso no funciona así, entrarán por la puerta de atrás y seguirán siendo lo que eran. El verdadero problema de la entrada masiva de sustitutos es la de la abundancia de la mediocridad. Venga, que esto vale muchos insultos e igual me da. Nunca debimos tener juzgando a diletantes, a aficionados, a licenciados que no fueron capaces de sacar la oposición, a enchufados y aledaños. Cierto que hubo entre ellos personas con valía pero, a estas alturas, los que valían, con su experiencia, se han ido a ejercer a despachos donde al menos ganaban dinero. Quedan muchos de los más mediocres, no tengan duda.
Los jueces de oposición van a parar diez minutos. Una protesta sin duda mediocre y que funciona como un fuego artificial mojado. Las asociaciones no son las que propulsan el paro sino una extraña UTE de jueces movilizados por internet que se dice apolítica y fuera de las asociaciones pero que, sin duda, ha sido movilizada por algunos que los que estamos en el cotarro conocemos. Los magistrados con experiencia saben que las huelgas no valen para nada: ya no sorprenden, no consiguen parar nada más de lo que ya lo está, el trabajo que se retrasa les sigue esperando a la vuelta y además desde el momento Delgado les descuentan los días como a todo hijo de vecino. Lo urgente debe despacharse igual. Una huelga que no molesta no sirve como huelga. Llevan razón en sus quejas sobre las inicuas reformas de Bolaños aunque a estas alturas ya da igual, la furia del esperpento y de la vergüenza democrática y del deterioro no permiten que se abran paso las ideas ni el debate sereno sobre ellas.
La mediocridad es la causa de la vergüenza. La mediocridad de Leire Díaz, la de sus agraviados de la joint venture, la de los que la sustentan. La mediocridad de quienes se corrompen, porque en su horizonte no hay otra perspectiva que el amasar como urracas delincuentes lo que no podrían jamás ganar con sus propios méritos. La mediocridad de quien solo es capaz de pensar en términos de lo menos malo posible, la de quienes no son capaces de ejercer como ciudadanos ante la ignominia. La mediocridad que sumerge los tobillos y que como una ciénaga va hundiendo en el fango a todo lo mejor que tiene una sociedad como la nuestra. La mediocridad del que no es capaz de escuchar otras opiniones, la del que no es capaz de emitir las suyas a sabiendas de que el bienestar procede de la intersección inteligente y voluntariosa de todas ellas.
Y en la polémica de la semana, la mediocridad de insultar al que ha demostrado tanto; la de no comprender que ciertamente hay socialdemocrátas y militantes socialistas que no están de acuerdo con el cariz que están tomando las cosas. La incapacidad de asumir que un espectro ideológico no depende de los liderazgos sino de los principios y que sin principios todo se va al traste, incluidos los líderes.
No será el fascismo el que derrote la democracia, serán los mediocres de todo signo.