Comisiones Obreras: hay partido

Comisiones Obreras: hay partido

Es evidente que los sindicatos tienen que aprender a adaptarse a los mundos que vienen, pero también está claro que han sido, son y serán imprescindibles

Rerum Novarum. El papa León XIII tomaba posición frente a las condiciones laborales y los derechos de los trabajadores en un momento clave. Corría el año 1891 y la doctrina social de la Iglesia empezaba su andadura. León XIV ha reconocido en nuestros días un cierto aire de época. Un sistema económico inhumano que se apoya en la precarización laboral y la pobreza, y ha reivindicado más y mejor sindicalismo frente al (bio)capitalismo salvaje.

Regular y controlar la economía de plataformas es uno de los grandes retos que afronta el mundo del trabajo. Y el reto no es menor porque la silicolonización del mundo, como diría Eric Sandin, no es un nuevo modelo económico sino toda una nueva civilización. Las plataformas someten a los trabajadores a la ficción del algoritmo y superan, con mucho, la ficción decimonónica del “contrato” de la que siempre ha dependido la definición de nuestras relaciones laborales y nuestra arquitectura jurídica. Muere el derecho civil y el derecho mercantil.

¿Qué puede hacer un sindicato en un mundo en el que es casi imposible identificar empleo y trabajo y en el que los marcos regulatorios al uso se están quedando desfasados? En la actual economía de plataformas los trabajadores se autodisciplinan de forma que ni se pueden identificar con los asalariados ni pueden señalar fácilmente a los patronos. ¿Quién es quién y dónde está cada quién?

El trabajador está solo y en tránsito permanente; no tiene continuidad biográfica ni visión a largo plazo; es un sujeto conectado pero descontextualizado, sin conciencia de clase ni identidad laboral, separado de los otros y “liberado” de relaciones estructurales. Cada uno se busca la vida para encajar en la fluidez del mercado laboral como mejor pueda. La mayor parte de nuestra juventud (aunque no solo) vive en este reino de la “flexiseguridad” donde hay trabajadores que no saben que lo son o solo luchan por ser considerados como tales.

En estos días, tendrá lugar el Congreso Confederal de Comisiones Obreras, el sindicato más potente de este país y uno de los más importantes de Europa. Todo indica que se abrirá el tercer mandato de su actual Secretario General, Unai Sordo. En su inauguración, en un auditorio lleno de gente, con autoridades y altos representantes sindicales de todos los rincones del mundo, Sordo ha querido dejar claro el lugar exacto en el que estamos.

Hoy los sindicatos tienen la gran tarea de reformular lo que se entiende por “trabajo” denunciando la explotación y la desprotección laboral que esconden las formas modernas de empleo; el modo en que las transformaciones tecnológicas sirven para camuflar horarios imposibles, casas convertidas en fábricas, presión continua, estrés y ansiedad. Pero su tarea no se reduce solo a eso. Los sindicatos tienen, además, que conectar el derecho al trabajo con el derecho a la vivienda y con el nivel de vida; defender el salario mínimo y las políticas sociales frente al mantra de las “paguitas”; apostar por un modelo energético renovable que reparta equitativamente cargas y responsabilidades; dirigirse a la población migrante que es la “clase trabajadora” que sostiene buena parte de nuestra economía y sufre el miedo a la “movilidad descendente”. Ese miedo que, como decía Adorno, es campo abonado para el fascismo. La incomparecencia de la izquierda frente al fenómeno migratorio, las reacciones a destiempo y la tentación de claudicar, finalmente, al marco securitario, el cierre de fronteras y las deportaciones, ha conectado a las personas migrantes con la semántica de las derechas. Sin embargo, sabemos que sin esas personas “se nos para el país”, advertía hoy Sordo. Y hay que dar respuestas. “No se trata de migración sí o migración no, sino de migración cómo”.

Es evidente que los sindicatos tienen que aprender a adaptarse a los mundos que vienen, pero también está claro que han sido, son y serán imprescindibles. En medio de las transiciones e incertidumbres que atravesamos, el diálogo social y la negociación colectiva son requisitos necesarios para mejorar nuestras condiciones de vida y promover la resiliencia de nuestras sociedades. Un diálogo social efectivo en el que se asuma que la competitividad no exige bajar los salarios ni la productividad trabajar de sol a sol. El sindicalismo español defiende la reducción de la jornada laboral y el control de las horas extras no pagadas de cuyo valor añadido se apropian íntegramente los empleadores. Como nos dijo Marx en El Capital, para alcanzar el “reino de la libertad” hay que transformar primero los principios de funcionamiento del mercado laboral.

Unai Sordo repetirá como Secretario General de Comisiones Obreras. Es un hombre hábil, inteligente, valiente y audaz al que esperan años difíciles, inestables y, probablemente, adversos. Con su esfuerzo y el de su Ejecutiva, el sindicato tendrá que combatir la autoexplotación que alimentan las plataformas (el nodo trabajador-productor-consumidor); defender los servicios públicos; ganar porosidad entre una juventud desafecta que sufre pobreza laboral y no tiene dónde vivir; recuperar e incorporar a la población migrante; regular y humanizar los cuidados formales e informales; fortalecer a las mujeres; trabajar en el territorio con conciencia ambiental, luchando contra el neoextractivismo; tender la mano al sector primario, agricultores y ganaderos cautivados hoy por el populismo revanchista; y volar, volar muy alto, por encima de sus propias fronteras, para batirse en una Europa tensionada y a la defensiva, que quiere salir de su ciénaga como el barón de Münchhausen. Que Dios reparta suerte. De momento, parece que hay partido.

Nuevos retos, mismas luchas.