Barcelona se encamina a un nuevo verano de récord turístico pese a las promesas de mitigar la masificación

Barcelona se encamina a un nuevo verano de récord turístico pese a las promesas de mitigar la masificación

El plan de Collboni de contener el número de visitantes con el veto a los apartamentos turísticos o la reducción de cruceristas choca con proyectos como la ampliación del aeropuerto

Barcelona crea un comisionado para gestionar el turismo y pone al frente a José Antonio Donaire

El pasado domingo, 15 ciudades europeas se manifestaron para exigir que en sus calles hubiera menos turistas. Barcelona, Palma, Donosti, Génova o Marsella fueron algunas de las que acogieron las marchas y, siguiendo la estela de la polémica manifestación que celebró la capital catalana ahora hace un año, sus protagonistas sacaron pistolas de agua para rociar a los turistas y a los hoteles.

Los visitantes observaban entre atónitos, divertidos, asustados o desafiantes cómo los manifestantes les apuntaban con sus juguetes coloridos y coreaban el ya famoso lema tourists go home. Este cántico resume el malestar de los habitantes de algunas ciudades como Barcelona, donde la masificación turística ya hace años que está entre las tres principales preocupaciones de los vecinos de una capital que empieza un verano en el que se prevé de nuevo un aumento de los turistas: un 8% más que en 2024.

A las puertas del verano, Barcelona concluye un curso en el que su alcalde, Jaume Collboni, ha enarbolado cada vez con más claridad el discurso de poner coto al turismo. “Barcelona marcará tendencia diciendo que existen límites. Es difícil decir cuántos miles o cientos de miles, pero sí hemos introducido una variable en las políticas turísticas: decir que tenemos derecho a decidir cuál es nuestra capacidad”, expresaba a principios de abril en una entrevista con elDiario.es.

En este sentido, ha impulsado medidas para “limitar” el turismo, como el cierre de los 10.000 pisos turísticos de la ciudad en 2028, la reducción de dos terminales de cruceros o la regulación de los Espacios de Gran Afluencia. Pero estas apuestas conviven con proyectos que abren la puerta a más visitantes. La ampliación del Puerto y del Aeropuerto son las principales, pero también la perspectiva de poder crear 5.000 plazas hoteleras más o la apuesta por los macroeventos deportivos como la Copa América se cuentan entre ellos.

La reducción de dos terminales de cruceros

Hace años que Barcelona pulveriza sus propios récords en lo que a turismo se refiere. El último en conocerse ha sido en el campo de los cruceros: durante los cinco primeros meses de este año, el tráfico de cruceristas ha aumentado un 20% respecto al mismo periodo del año anterior. Y eso en temporada baja.

Collboni reconoce desde hace meses que hay que “poner freno” a esta industria que “trae a personas que pasan pocas horas en la ciudad, ocupan el espacio público, pero ni se alojan en hoteles ni hacen un gran gasto”. En un solo día de temporada alta, pueden salir más de 25.000 personas de las entrañas de estos barcos.

Ante este panorama, el Ayuntamiento pactó con los Comuns cerrar dos terminales para revisar el plan que se acordó en 2018 –con Colau en la alcaldía– para ampliar el número de amarres. Las que se pactaron entonces ya están proyectadas y no se pueden parar, así que la idea es cerrar alguna de las que tienen la licencia a punto de vencer para volver a las cinco terminales iniciales.

Pero el problema es que este verano Barcelona tendrá seis amarres. Eso es porque en marzo entró en funcionamiento una de las terminales que estaban proyectadas, pero no caducará ninguna licitación hasta finales de 2025. La misma situación se repetirá en 2027, cuando entrará en vigor la segunda de las nuevas terminales licitadas, pero todavía quedarán dos años para que acabe el permiso de la última que se pretende cerrar. En ese impás, podrían llegar a atracar en Barcelona cinco millones de visitantes al año, un 40% más que ahora.

Este incremento se da porque las terminales que se van a cerrar son las más pequeñas que hay, con capacidad para menos de 200.000 cruceristas, mientras que las que abrirán podrán acoger a más de 500.000. Es decir, que a pesar de que el mensaje es que Barcelona reduce el número de amarres, se da la paradoja de que previsiblemente la capacidad de acogida de visitantes será mayor que antes.

Los Espacios de Gran Afluencia

Uno de los problemas que destacan tanto el Ayuntamiento como las entidades cuando se habla de estos turistas que no pasan más de 24 horas en Barcelona es que, al tener poco tiempo, se concentran todos en los mismos sitios: la Sagrada Familia, el Park Güell, el mercado de la Boquería o la Barceloneta. Todos estos lugares reciben miles de visitantes al día y se han convertido en zonas que los locales no pisan.

Por eso, el Ayuntamiento creó hace un año la figura de los Espacios de Gran Afluencia. Son 11 y en cada uno de ellos se han diseñado estrategias para descongestionarlos, en total 33 acciones para llevar a cabo en los próximos cuatro años por un valor de 44 millones de euros.

Uno de los que necesitaban actuación más urgente es la Sagrada Familia, que se llevará un tercio del presupuesto. En concreto, el gobierno municipal plantea cambiar las paradas de taxis y autobuses turísticos, reubicar a los paradistas y echar a los vendedores ambulantes para descongestionar las aceras o reformar la salida del metro que, a menudo, está impracticable.

También aplicó la medida de sólo vender entrada al templo por internet, para evitar las colas de gente. “Pero los que entran a la Sagrada Familia no son el problema. El problema son los otros, que ocupan cada centímetro que se ha liberado gracias a las políticas del Ayuntamiento”, señala Gabriel Mercadal, presidente de la Asociación de Vecinos del barrio quien, a pesar de estar “satisfecho” con los avances, pide ser más ambicioso en las medidas.

Los datos hablan por sí solos: cada día entran al templo 15.000 personas. Y en sus inmediaciones, a diario, hay 84.500. “Las medidas se notan, pero van lentas. Y alguien que no esté muy metido en el día a día del barrio, es normal que no vea diferencia”, asegura Mercadal.

Con todo, desde este barrio están contentos con la actuación del Ayuntamiento y reconocen la voluntad de empezar a revertir una situación que “se ha ido de las manos”. Ahora bien, no comparten la satisfacción con otras administraciones. “¿De qué nos sirve que el distrito lo haga bien si luego viene la Generalitat y lo fastidia todo, por ejemplo, ampliando el aeropuerto?”, se preguntan.

90 vuelos cada hora

A mediados de junio se conoció que la Generalitat había llegado a un pacto con Aena para la ampliación del aeropuerto de El Prat. El objetivo es que se puedan ofrecer más rutas intercontinentales, permitiendo el despegue de aviones que, por tamaño y peso, necesitan más espacio para arrancar, y así hacer que el aeropuerto llegue a su máximo: 90 vuelos cada hora.

Con todo, el tráfico aéreo, que en la última década ya ha crecido un 47%, aumentará un 45% respecto a las cifras actuales. Las administraciones defienden que la mayor capacidad de la infraestructura no servirá para traer más turistas, hasta el punto de que Collboni llegó a afirmar que hacerlo crecer es “coherente” con sus políticas para reducir el turismo. “Hay que diversificar la economía y enfocarse en nuevos sectores que traerán empleos más estables”, afirmó.

Según el president Salvador Illa y el alcalde de Barcelona, los vuelos traerán profesionales cualificados que trabajarán en los “parques científicos” o en “los eventos que se organicen de la mano de la ampliación de La Fira”. Los trabajadores a los que miran son, especialmente, los que vienen de Estados Unidos y de Asia. Pero este es precisamente el origen desde el que más ha crecido el turismo en Barcelona.

Desde Asia viene un 20% más de personas que hace sólo un año y desde Estados Unidos un 11,7% más, siendo el país que factura más turistas hacia la capital catalana (con la excepción del visitante español) y muy por delante del Reino Unido.

Además, no hay nada que permita garantizar que en esos aviones viajarán más profesionales que turistas. Actualmente, sólo dos de cada diez personas que aterrizan en Barcelona lo hace por motivos laborales. En los vuelos intercontinentales, el 9% de sus pasajeros se desplazaba por trabajo. Los datos son de un informe del Comité de Desarrollo de Rutas Aéreas (CDRA), un órgano integrado por la Cámara de Comercio de Barcelona, la Generalitat, el Ayuntamiento y Aena.

Los macroeventos y el “turismo de calidad”

“Tenemos que construir un modelo que respete la calidad de vida de los residentes. Debemos pasar de la promoción a la gestión, apostar por un turismo sostenible, equilibrado y comprometido. Barcelona ha llegado al límite del crecimiento”. Estas son palabras de José Donaire, doctor en Geografía que precisamente este viernes fue nombrado comisionado de Turismo Sostenible de la capital catalana.

Su primer discurso coincidió con el inicio de la temporada turística, marcado no sólo por el comienzo del verano sino por la concentración de grandes acontecimientos. Por un lado festivales como el Primavera Sound, el Sónar o el Cruïlla (el primero, con asistentes de 134 países distintos) o la celebración del premio de Fómula 1 en Montmeló.

Hace tiempo que Barcelona, en su voluntad de exportar una marca de ciudad, apuesta por grandes eventos: desde las Olimpiadas del 92 o el Fórum de las Culturas del 2004 hasta llegar a la Copa América, que se celebró ahora hace un año. Pero ese último acontecimiento fue un punto de inflexión a partir del cual el gobierno municipal empezó a reconocer la necesidad de acabar con el turismo de masas y, en cambio, apostar por el “de calidad”.

Se trata de un término que disgusta a las entidades vecinales y hasta al mismo recién nombrado comisionado. “Me genera un rechazo brutal. Hay una clase, que suele ser de profesionales liberales, que hacen mil viajes internacionales y le dicen a un minero de Gales que no puede estar 15 días en la Costa Brava porque genera muchos problemas. Pero claro, hay una visión generalizada de que el primero es turismo de calidad y el segundo no”, dijo Donaire en una entrevista en elDiario.es, en la que añadió que “pretender tener sólo turismo de calidad no sólo es injusto, sino que también es imposible”.

Para Daniel Pardo, portavoz de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico (ABDT), este mantra es “una estrategia de distracción para hacer ver que se hacen cosas nuevas, pero seguir haciendo lo de siempre”. Además, alerta de que eventos como la Copa América requieren de una gran inversión pública “con retorno muy dudoso”. De hecho, después de un baile de números que no dejaban claro si el evento náutico había supuesto un beneficio para la ciudad o no, este febrero el mismo Puerto de Barcelona reconoció que la competición les había dejado un agujero de 3,5 millones de euros.

Aun así, el Ayuntamiento nunca ha querido cerrar la puerta a volver a acoger la Copa América, insistiendo en que es un evento que ha dejado 1.200 millones de euros de beneficio, basándose en un informe sobre el que pesan dudas por haber usado posibles datos falseados. También se escudan en que el evento creó 8.500 puestos de trabajo, pero desde la ABDT insisten en mirar más allá de la cifra: “El salario de las personas que se dedican al turismo es del 60% de la media barcelonesa. Y eso es más grave todavía si vemos cómo afecta al mercado de la vivienda”, dice Pardo.

Por poner un ejemplo, en la Barceloneta, el barrio más cercano al puerto que acogió la competición, se registraron niveles inéditos de alquiler de temporada. Durante los meses de la Copa América, el 80% de las viviendas del barrio estaban en este mercado y la mayoría no han vuelto a ser de larga duración, según constató una investigación de elDiario.es.

La guerra contra Airbnb

La capital catalana inició en 2017 una campaña contra las residencias turísticas ilegales. Fue una de las batallas insignia de Ada Colau, y el actual alcalde Jaume Collboni le ha tomado el relevo. En estos ocho años, se han cerrado más de 15.000 anuncios y se han incoado más de 11.500 expedientes por usuarios que ofertan pisos sin tener licencia para ello.

Conscientes de que las 10.000 viviendas que ahora están a disposición de los turistas podrían estar en el mercado del alquiler y de que, además, estos suelen comportar problemas de convivencia, el Ayuntamiento decidió hace un año que, en 2028, dejaría de conceder licencias. A partir de entonces, quien quiera ir a Barcelona deberá alojarse en un hotel o pensión.

La plataforma Airbnb es la que copa el 90% del mercado en Barcelona y la que también, según el consistorio, pone más trabas para despublicar los anuncios ilegales que detecta el equipo de inspecciones del Ayuntamiento. El consistorio ya ha multado en dos ocasiones a la empresa –una por valor de 600.000 euros y otra de 30.000– y no descarta emprender medidas legales si no cumple con la norma.

Airbnb asegura que quiere colaborar, pero considera que el alcalde de Barcelona les utiliza como “cabeza de turco”. La empresa señala a los hoteles y a los operadores turísticos como “principales impulsores” del “turismo de masas”.

El director general de Airbnb, Jaime Rodríguez, apunta a que las “extensivas restricciones impuestas sobre las viviendas de uso turístico han hecho poco para mitigar los problemas” e insiste en la “contradicción” de que Collboni quiera endurecer las regulaciones sobre el alquiler turístico pero a la vez “defienda la apertura de 5.000 habitaciones de hotel en la ciudad”. Esta última acusación se basa en el Plan Urbanististico (PEUAT) que contempla margen para añadir más plazas hoteleras, que se sumarían a las 87.400 que ya hay actualmente.

Estas deberán estar en los márgenes de la ciudad, ya que hoy está prohibido crear más hoteles en el centro, pero Collboni inició su mandato pactando con Junts una propuesta de modificación del PEUAT para permitir “alojamiento turístico que comporte el aumento de la oferta turística de calidad” en el centro.

Este plan, que todavía no ha sido aprobado y no tiene visos de salir adelante, comportaría deshacer una medida aprobada por Colau que supuso la revocación de licencia a una treintena de hoteles que nunca llegaron a construirse. La idea es que esos edificios pasaran a servir al mercado del alquiler, pero según constató una investigación de este medio, la mayoría se convirtieron en oficinas, viviendas de lujo para extranjeros o alquiler de temporada.

Un aumento de la tasa turística aplazado

Otra de las criticas que se hace al turismo es que sus beneficios no se distribuyen al conjunto de la sociedad, sino que quedan en manos de unas pocas empresas mientras la ciudadanía sólo sufre sus externalidades negativas. Por eso, el Ayuntamiento de Barcelona aprobó un aumento de la tasa turística. Fue una propuesta de ERC que el PSC apoyó a cambio de aprobar sus ordenanzas fiscales.

Pero, como Barcelona ya estaba cobrando el máximo permitido, la modificación tenía que ser aprobada en el Parlament. Así que Collboni pasó el encargo a Illa y, junto con los Comuns, pactaron un proyecto de ley por el cual todos los municipios que quisieran pudieran cobrar más cara la tasa turística y, en el caso de Barcelona, esta podría llegar a los 15 euros por noche, es decir, el doble.

Sin emargo, ERC, el partido que impulsó la reforma en el Ayuntamiento, la paró en el Parlament. El motivo es que no consideraron que se pueda tratar igual a Barcelona que al resto del territorio y recelaron de gravar igual la temporada alta que la baja. Así que el texto no pasó el examen y se acordó convertirlo en un proyecto de ley para dotarlo de “seguridad jurídica” y poder hacer modificaciones en el texto inicialmente pactado por el PSC y los Comuns.

El resultado fue un aplazamiento de la tasa turística, que debía haber entrado en vigor a mediados de abril para estar lista para una temporada veraniega que se prevé de récord. Finalmente se estrenará, como pronto, en octubre, con otra temporada alta ya bien finiquitada.