
Por los suelos y ciegos
La sensación de orfandad es aplastante, sin embargo, hay una especial conciencia de que el bien a proteger es la democracia. Sabemos lo que se avecina, por mucho que no se atrevan a verbalizarlo ni a ponerlo negro sobre blanco
Con togas y a lo loco
Un placero de mi barrio me saludó, en realidad nos cruzamos queriendo con la esperanza de darnos una palabra de ánimo. Nuestras reacciones no son tan poéticas como las palabras sentidas de Ian Gibson. No tenemos el alma por los suelos, es que no sabemos dónde queda el suelo después de haber tímidamente, quizá, tal vez, acariciado el cielo.
Mi amigo está dolido, destrozado, no es militante de nada, solo tiene conciencia de clase desde como mínimo sus abuelos. ¿Y ahora, qué hacemos? Desconcierto es una de las palabras, entre la indignación y el peligro sentido por las alternativas probables. Habíamos avanzado aunque solo un poquito –me dice– pero esto que nos amenaza es volver a los cuentos negros y siniestros de nuestros padres y abuelos.
La izquierda convencional, la llamemos incluso histórica, ha malbaratado su capital moral y nuestra confianza, en realidad lo lleva haciendo desde Felipe, me dice. Se han separado de nosotros, están en su mundo, y ese mundo no nos gusta. Mi amigo vende fruta pero de la que cogen los trabajadores y muchos inmigrantes, no de las que adornan el discurso de los malhechores. Corrupción y frutas, sobres, volquetes, vacaciones y viviendas deslumbrantes, timbas inmorales en oscuros mentideros.
Aquel futuro que vislumbraba Wells donde la humanidad esté fatalmente dividida entre los Eloi, aristócratas delicados que moran ociosos y se nutren de fruta, y los Morlocks, una estirpe subterránea de proletarios que de tanto trabajar en la oscuridad manteniendo la rutina de las máquinas del poder se han quedado ciegos, está ya aquí. Quién le iba a decir a Borges que por poquito lo vive. En ese su paraíso y nuestro infierno conviven malhechores de todo origen, condición y empeño: empresarios, ministros, diputados, dirigentes y exdirigentes, guardias civiles, fiscales y jueces. Aún no constan tonadilleras aunque sí algún que otro torero.
No sabemos cuánto más van a apoyar desde todos los frentes para que el gobierno caiga, y si cae no será por una brillante oposición, en todo caso, por una oposición marrullera y vacía de contenido que no de intenciones
Si hay elecciones adelantadas qué hacemos, y si aguanta el gobierno qué hacemos. Rendirse no es una opción, son, han sido, varios años de refugio ante la inclemencia de los misiles de la mala política, de bulos, mentiras, manipulación, lawfare, guerra sucia, traiciones. También de una resistencia estúpida, el brazo tonto del gobierno y del PSOE ha funcionado con prodigalidad.
La sensación de orfandad es aplastante, sin embargo, hay una especial conciencia de que el bien a proteger es la democracia. Sabemos lo que se avecina, por mucho que no se atrevan a verbalizarlo ni a ponerlo negro sobre blanco. No sabemos cuánto más van a apoyar desde todos los frentes para que el gobierno caiga, y si cae no será por una brillante oposición, en todo caso, por una oposición marrullera y vacía de contenido que no de intenciones. El temor está en que si por la naturaleza real de una oposición débil, ésta pueda ser sustituida por agentes irregulares del poder y otros abiertamente regulares y uniformados.
De momento, no parece que la sola oposición, torrentinamente dirigida por Feijóo, sea capaz de nada por sí. Eso es lo temible, que le echen una manita más aún a riesgo de socavar los cimientos de la democracia que quedará dañada para siempre. Otro amigo presente, comenta que en la memorias de Azaña se puede observar cómo, también por procedimiento similares, en 1933 se fue minando la República.
Para despedirnos, me regaló una mandarina. Qué gusto la fruta fresca, la de los trabajadores, y no la de los corruptos y Eloi. Que, por cierto, no son solo tres aunque los demás sean tan poderosos que nunca saldrán del todo de su luz ociosa, ni se depurarán; son los frutos de un sistema que los gobiernos democráticos, con algunas mayorías absolutas de izquierdas, nunca han querido sacar del canasto de la democracia. Esa dejadez, sin duda, ha contribuido a la ceguera de los Morlocks. Ahora, no valen los lamentos.