Ser emprendedora y no encajar con el relato de éxito masculino: de pedir perdón a soportar risas en eventos

Ser emprendedora y no encajar con el relato de éxito masculino: de pedir perdón a soportar risas en eventos

Pasé mucho tiempo pidiendo perdón —a veces literalmente, otras solo en mi cabeza— por tener una empresa pequeña que era rentable y sostenible, pero que a ojos del relato dominante del emprendimiento era poco ambiciosa, poco innovadora: el tipo de empresa que solemos poner en marcha muchas mujeres

“¿Tú a qué vienes, a limpiar?” o “Bastante cobras para ser tía”: cómo es ser mujer en el sector de la construcción

“He venido buscando mujeres”.  Lo dije en voz alta, con total naturalidad, delante de un auditorio lleno de emprendedores, durante uno de los eventos más populares del ecosistema de emprendimiento madrileño en aquella época: ‘Iniciador’. Era 2009, la web 2.0 estaba eclosionando en España y entendíamos que se trataba de una revolución tecnológica en la que no podíamos quedarnos atrás. El público asistente, formado en un 99% por hombres, estalló en carcajadas. Yo no me reí.

Fui a aquel encuentro con mi socia, sabiendo ya que algo no encajaba. No encontrábamos a otras mujeres emprendedoras, especialmente en sectores innovadores y tecnológicos. Queríamos vernos reflejadas, sentirnos menos solas… La escena fue breve, pero se me quedó grabada. Como si, por verbalizar una ausencia, hubiera hecho el ridículo. Lo cierto es que nadie parecía haber caído en la cuenta de que lo realmente vergonzoso era que en encuentros como aquel, casi todos los asistentes fueran hombres.

Años después entendí que aquella situación no era un hecho aislado. Era consecuencia de una cultura empresarial que yo misma había interiorizado y que deslegitima, a veces sutilmente, otras veces de manera ofensiva, cualquier alternativa a un modelo de éxito emprendedor que a todas luces es tóxico.

Pasé mucho tiempo pidiendo perdón —a veces literalmente, otras solo en mi cabeza— por tener una empresa pequeña: una academia de inglés que había sacado adelante con mis escasos recursos. Rentable, sí. Sostenible, también. Un proyecto que me había permitido construir la vida que quería tener. Pero a ojos del relato dominante del emprendimiento, poco ambicioso, poco innovador, nada sexy. El tipo de empresa que solemos poner en marcha muchas mujeres

El canon de aquella narrativa dominante venía de Silicon Valley: rondas de inversión millonarias, escalabilidad infinita, crecimiento exponencial. Yo no tenía nada de eso. Y durante años, aquello me llevó a creer que no estaba legitimada para contar mi historia.

Hasta que años después tuve que mudarme temporalmente con mi marido y mi hija a San Francisco. Fui allí a ejecutar, como Regional Manager de ‘Women 2.0’ y Presidenta y Co-Fundadora de ‘Ellas 2.0’ el proceso de multi-cooperación que nos iba a llevar de la mano a impulsar juntas diversas iniciativas para apoyar a emprendedoras en América Latina. Era un salto profesional importante, pero lo que realmente me cambió fue ver de cerca la cara B del sistema que había aspirado a imitar.

“Resolver” lo de mi familia

Silicon Valley siempre se ha presentado como el corazón de la innovación y el cambio, con una estética que mezcla lo hippie y lo tecnológico, lo disruptivo y lo espiritual, lo comunitario y lo empresarial. Una mezcla que Richard Barbrook y Andy Cameron definieron en los noventa como The Californian Ideology: un cóctel de individualismo neoliberal, contracultura digital y fe ciega en el mercado como vía de progreso. Yo llegué creyendo que ese entorno quizás sería más abierto, más igualitario, más meritocrático. Pero no. Era otro molde más. Otro lugar que no contemplaba nuestras vidas.

Recuerdo una conversación con un emprendedor de “éxito” en una cafetería del SoMa, epicentro de las startups más “disruptivas” en aquellos años. Era español y venía de una familia con capital económico, social y cultural. Su vida había estado siempre rodeada de redes, recursos y certezas. Me escuchó hablar de mi proyecto profesional y de que estaba allí acompañada de mi familia con la que también tenía intención de pasar tiempo. “Si no resuelves eso, no vas a lograrlo”, me soltó.

“Eso” era la crianza. En ningún momento se planteó que quizás no era “mi problema”. Que había un padre, corresponsable, asumiendo esa parte. Que yo, de hecho, ya lo tenía resuelto. Porque el relato imperante que comparten muchos emprendedores, empresarios e inversores trae consigo una idea muy concreta de cómo se tiene que vivir y trabajar cuando estás emprendiendo. Y todo lo que supone una alternativa, simplemente, no se toma en serio.

 «Un emprendedor me dijo: ‘Si no resuelves eso, no vas a lograrlo». “Eso” era la crianza. En ningún momento se planteó que quizás no era “mi problema”. Que había un padre, corresponsable, asumiendo esa parte. Que yo, de hecho, ya lo tenía resuelto. Porque el relato imperante que comparten muchos emprendedores, empresarios e inversores trae consigo una idea muy concreta de cómo se tiene que vivir y trabajar cuando estás emprendiendo

Lo más paradójico es que logré todo lo que me había propuesto. Entre ‘Women 2.0’ y ‘Ellas 2.0’ pusimos en marcha una red sólida que se extendió por comunidades hispanas en Estados Unidos y por Argentina, Chile, Venezuela, México, Colombia y Uruguay. Organizamos cientos de eventos, conectamos territorios, y aglutinamos a distintas comunidades de mujeres fundadoras que se contaban por miles.

Ya no pido perdón

Hoy lo veo claro: el relato que domina el emprendimiento no está pensado para nosotras. Ni para nuestros cuerpos, ni para nuestros ritmos, ni para nuestras vidas. Pero eso no quiere decir que no estemos haciéndolo, ni que lo estemos haciendo mal. Estamos emprendiendo poniendo a las personas -y no al dinero- en el centro de todos los procesos, trabajando por la sostenibilidad de la vida y de nuestros proyectos, no solo por la rentabilidad económica. Y cooperando al margen del capital acumulativo. No somos nosotras las que no funcionamos, es un sistema hecho a la medida de hombres blancos y ricos que, por otra parte, se sostiene en cuidados invisibles asumidos mayoritariamente por mujeres racializadas. 

Sigo buscando mujeres. No para llenar cuotas, ni para que no se rían en los eventos. Las busco porque están, porque hacen, porque lideran. Aunque no facturen millones. Me interesan sobre todo las que deciden parar para llegar al parque, a yoga, a una caña con amigas. 

Y esta vez, ya no pido perdón por cómo entiendo el éxito. Ni por cómo cuento mi historia.