Intimidad

Intimidad

No se trata de que no tengas nada que ocultar. Se trata de que tienes un derecho a tu intimidad y a no difundir cosas que no quieres que todo el mundo sepa

Sé que vivimos en una sociedad contradictoria e hipócrita, pero hay algo que, a pesar de todo, sigue llamándome la atención: tenemos una lujosa normativa de protección de datos con la que se llenan la boca muchas empresas e instituciones. En la vida cotidiana una se ve confrontada en muchas ocasiones con la falta de una información en asuntos de necesidad, un dato concreto que no te pueden facilitar porque “es fundamental proteger la intimidad de las personas”. No me parece mal la idea de proteger la intimidad propia y ajena. Muy al contrario. Siempre he sido partidaria del respeto por la vida privada de las personas y de que nadie pueda saber cosas que no le conciernen, de que quienes trabajan de cara al público guarden silencio sobre si alguien está o no hospedado en un hotel, o si acude a este o a aquel médico y cosas similares. Me parece bien que, si preguntas, te contesten que no pueden divulgar esos datos confidenciales.

Por otro lado, sin embargo, resulta muy curioso que cada vez con más frecuencia nos pidan datos y más datos personales, incluso a veces íntimos, en todas partes y con una desfachatez impresionante. Y algo mucho más curioso: se los damos sin pestañear.

¿No les llama la atención que cada vez que abres una página de Internet te quieran colar un montón de cookies y no te quede más remedio que sacrificar cinco minutos de tu tiempo rechazando los permisos uno por uno para dejar claro que no los autorizas? (Que sirva de algo o no es una cuestión en la que no entro porque no sé bastante del asunto, pero al menos que conste que yo no quería autorizarlos). Lo más gracioso de todo, que no sé a quién se le habrá ocurrido y que me hace subirme por las paredes cada vez que lo leo por lo que representa de falta de respeto y de tomadura de pelo es lo siguiente: te están dejando claro que quieren llenarte de publicidad, que a través de esos cookies te van a pasar publicidad de treinta y cinco empresas, que van a entrenar a su algoritmo para que detecte tus costumbres, tus intereses, tus opiniones políticas, tu orientación sexual… y tienen la cara dura de decir que es un “interés legítimo”.

¿Por qué es legítimo ese interés? ¿Quién o qué legitima el que unas cuantas empresas quieran bombardearte con sus ofertas cada vez que estés trabajando o abras tu portátil para lo que sea?

Estamos tergiversando el lenguaje hasta niveles orwellianos en los que la libertad es la esclavitud y el odio es amor. Ahora resulta que el interés económico es legítimo.

Vas a un hotel y te piden que les des cinco minutos de tu tiempo para rellenar un cuestionario lleno de preguntas sobre ti mismo, tu vida, tus gustos, tu dirección electrónica, tu fecha de nacimiento… cualquier cosa que puedan rentabilizar, cualquier información que puedan suministrar a su algoritmo para crear un perfil con el que ofrecerte cosas que tal vez quieras comprar, cualquier cantidad de datos que puedan vender a otras empresas.

Lo curioso es que si eso mismo te pasa mientras vas caminando por la calle o estás sentado en una cafetería y se acerca alguien con un cuestionario en la mano, te dice que no serán más que cinco minutos y se lía a hacerte preguntas sobre tu edad, tu sexo y tus gustos lo mandas a hacer puñetas en el mismo momento de presentarse. Pero si sucede por Internet al abrir un enlace que has visto en una red social y te ha parecido interesante o sucede en un hotel o en un restaurante que has visitado y te dicen que, rellenando el cuestionario tendrás algún tipo de recompensa o de ventaja, entonces muchas personas se toman cinco minutos o los que hagan falta y comparten alegremente sus datos, con la esperanza de obtener un pequeño descuento la próxima vez que se alojen en esa cadena de hoteles o usen esa compañía aérea.

Nos dicen que nuestra intimidad está a salvo -¿recuerdan que hay páginas que, para presentar los famosos cookies nos anuncian eso de “valoramos mucho tu intimidad”? (“y por eso queremos saberlo todo sobre ti”, habría que añadir, en el colmo de la cara dura)- pero nunca tantos han sabido tanto sobre tantas personas.

Ni siquiera los servicios secretos de países totalitarios, como la felizmente desaparecida Alemania Democrática, la famosa Stasi, llegó nunca a tener fichas tan completas sobre sus ciudadanos. Ni la policía del franquismo, ni el FBI de Hoover en la época de McCarthy.

Y ahora lo hacemos voluntariamente. Contamos nuestras cosas en público, incluso sin obtener nada a cambio, ni esa miserable minirrebaja en el hotel. Además de rellenar cuestionarios con lo que nos pregunten, posteamos fotos de nuestra sala de estar, de nuestras parejas, hijos y amigos, de nuestras vacaciones, nuestro perro y nuestro coche, para que todo el mundo sepa la suerte que tenemos y lo bien que nos va y la vida tan estupenda que llevamos. Todos estos datos son ahora del dominio público y, como dicen en las películas de juicios, se podrán usar en nuestra contra en cualquier momento.

Nos dejamos llevar por el malestar o la rabia y escribimos barbaridades en nuestras redes sociales, cosas que, dichas en un bar entre amigos se pueden olvidar misericordiosamente pero que, así, quedan registradas para siempre, para que quien sea, en un futuro, pueda esgrimirlas como arma contra nosotros.

La intimidad empieza a ser simplemente una de esas palabras-comodín cada vez más desprovistas de significado, pero que le dan un toque de elegancia a las frases más vacías y estúpidas. Intimidad, libertad, dignidad, integridad, democracia…

Un pequeño ejemplo: En ejercicio de tu “libertad” compartes una foto de tus genitales porque tienes todo el derecho del mundo a mostrar tu “intimidad” a quien mejor te parezca ya que vivimos en una sociedad “democrática” donde la “dignidad” del individuo está asegurada, y el culpable del mal uso que pueda hacerse de esa foto es siempre el otro, el que no ha comprendido tus derechos fundamentales. Dicho así resulta bastante estúpido, ¿verdad? Pues es una argumentación real que yo he tenido que escuchar ya varias veces en ciertas conversaciones.

Y también he oído que la proliferación de cuestionarios donde te preguntan cosas personales que no habría por qué divulgar, al fin y al cabo no tiene nada de malo: simplemente se preocupan de que recibas la información y la publicidad que necesitas, te hacen la vida más cómoda y a fin de cuentas, ¿qué importa que sepan tanto de ti? No tienes nada que ocultar.

Yo no sé si es la tendencia general, pero me parece que la estupidez se va extendiendo. No se trata de que no tengas nada que ocultar. Se trata de que tienes un derecho a tu intimidad y a no difundir cosas que no quieres que todo el mundo sepa. Sin embargo vamos avanzando en dirección a lo que antes se llamaba “hombre de cristal”, y ahora sería la “persona de cristal”, que ya no tiene nada íntimo porque todo resulta visible a poco que se investigue.

Y si no se encuentra nada, se inventa y se crea una mentira, verosímil o no. Pero eso, como decía Kipling, es otra historia.