«Si las personas somos cambiantes, ¿a qué nos podemos aferrar para mostrarnos vulnerables frente a la otra?»

«Si las personas somos cambiantes, ¿a qué nos podemos aferrar para mostrarnos vulnerables frente a la otra?»

‘Está bien sentir’ es un espacio de conversación con la poeta y escritora Sara Torres (‘La seducción’, Reservoir Books). Envíanos tus reflexiones y preguntas, tus deseos de indagar sobre una realidad, un vínculo, un placer o un duelo

Consultorio – “Tengo 30 años y la presión por buscar pareja es cada vez mayor, ¿cómo abrazar la soltería sin vergüenza?”

Si las personas somos cambiantes, al igual que nuestros deseos ¿a qué nos podemos aferrar para confiar lo suficiente en mostrarnos vulnerables frente a la otra? ¿Dónde está la estabilidad para poder simplemente “ser”?

Ángela
lectora de elDiario.es

Esta pregunta parece contener una afirmación “las personas somos cambiantes” que arrastra una nostalgia de mundo perdido. El mundo perdido palidece en el paisaje de la pregunta, como si se tratara de un hogar familiar que tuvimos que abandonar a la fuerza. La expresión “cambiante” casi connota un juicio negativo sobre aquello que tendría, entre sus potencias, la posibilidad de trasformación y adaptación. Distinto sonaría por ejemplo decir: “Todo lo vivo, para continuar existiendo, ha de tener la capacidad de cambiar y adaptarse. Así hacemos las personas, y nuestros deseos también”.

Al reconocer la movilidad del deseo humano, parece que una segunda voz se quejase por la pérdida, enunciando entre dientes un malestar causado por la renuncia a una promesa de estabilidad. Ese lugar perdido, al que parece que ya no se puede acceder bajo el paradigma de la movilidad, se dibuja como un lugar donde la estabilidad permitiría una vinculación afectiva profunda y, por tanto, también una intimidad que poder habitar tranquilamente, sin las defensas encendidas.

“¿A qué nos podemos aferrar para confiar lo suficiente?” El verbo “aferrar” sugiere desesperación. Un cuerpo pendiendo en el vacío se aferra a una rama tierna para evitar una caída inminente. Mejor no aferrarse, una nunca puede confiar en la rama si siente que es lo único que la sostiene. Siempre la imaginará a punto de romperse.

¿Hay detrás de esta renuncia una serie de experiencias particulares o tal vez la asimilación de un cambio de discurso social sobre los afectos?

Porque estamos jugando a pensar, otorgándole sentidos a las frases, me pregunto quién o qué habrá hecho creer a mi interlocutora que cierta sensación de consistencia, calma, o estabilidad afectiva, ya no puede más ser el punto de partida de las personas deseantes. ¿Hay detrás de esta renuncia una serie de experiencias particulares o tal vez la asimilación de un cambio de discurso social sobre los afectos? Un cambio de discurso que obliga a mirar hacia la intercambiabilidad y la variación, colocando la lentitud y la profundización en un punto ciego: aquello, que por perdido a priori, no se ha de buscar.

Si en lugar de creer en la posibilidad estable de un mañana amoroso con la otra, mi punto de partida ha de ser asimilar la realidad como una aceleración progresiva e in crescendo ¿Cómo voy a amar? ¿Cómo voy a llegar a conocer en mí esos afectos que, para emerger requieren tiempo y calma? O, siguiendo el texto original: “¿dónde está la estabilidad para poder simplemente ”ser“?” Al sentir el movimiento constante como una obligación, el sujeto siente peligrar su existencia. Y es que “simplemente ser” es una actividad que requiere de continuidad, consistencia y cierta variación a la vez.

Por otro lado, es importante pensar quizás que quien cambia no traiciona una realidad que permanece fija. Cambiamos mientras las otras cosas también se mueven, aunque no siempre cambiamos en sincronía, ni siquiera la compatibilidad dentro del cambio es una garantía. Una puede echarle en cara a la otra “has cambiado” pero dado que la una no pudo permanecer inmóvil, su queja verdaderamente quiere decir: “te moviste hacia una dirección donde ya no me esperas, donde ya no me buscas”.

No es lo mismo anhelar la profundidad, la atención y el cuidado de los afectos que instaurar un orden represivo con el cual intentar reducir al mínimo el riesgo que entraña el amor

La movilidad orgánica de lo vivo, en la contemporaneidad, tiende a confundirse peligrosamente, y a ser asimilada, por la movilidad prescriptiva del capitalismo global. Confundimos así el dinamismo propio de la vida —dinamismo que bien podría definirse como creatividad— con el entrenamiento del deseo en ciclos cortos de excitación y consumo bajo el orden del capital. Si bien es cierto que las personas cambian, no todas tenemos que cambiar para convertirnos en superconsumidoras. Más bien lo contrario, algunas maduraremos en la resistencia a la domesticación del deseo en el orden de la aceleración y la intercambiabilidad.

Que no aplaudan los espíritus conservadores al leer esto: no es lo mismo anhelar la profundidad, la atención y el cuidado de los afectos que instaurar un orden represivo con el cual intentar reducir al mínimo el riesgo que entraña el amor. La estabilidad es amiga de una vida creativa y honesta cuando en lugar de ser fruto de una sistematización represiva de lo posible, aparece como resultado de una capacidad de observación atenta de las consistencias del sujeto que desea a través de los cambios. Vivir acorde a nuestro deseo, entonces, no significa ir cambiando de deseos e intentar satisfacerlos todos, sino llegar a comprender, en la medida de lo posible y con delicadeza, las estructuras rítmicas de nuestra pasión, las capturas de nuestra fantasía y las inercias de nuestros miedos.