Una tortilla sin huevos

Una tortilla sin huevos

Algo debe estar pasando muy gordo dentro del PSOE como para arrasar esa escala de lealtades que presidió un día el cónclave de Suresnes

De todos los que compartieron la foto de la tortilla en los pinares de La Puebla del Río ha emergido el señorío y la lealtad, para con su partido y secretario general, de Luis Yáñez-Barnuevo; para decir, ciertamente con cariño, que no reconoce a este Felipe González. Aún no había muerto Franco y pronto los allí convocados darían el golpe definitivo para hacerse con el poder en Suresnes y así situarse en el lugar adecuado para constituir la pata izquierda de un bipartidismo, luego imperfecto, a la carta de las burguesías nacionalistas, que al parecer sólo uno o dos de los presentes, conocedores de la partitura, tenían en la cabeza.

Hoy, difícilmente querrían exhibir los papeles de lo acordado en Suresnes y mucho menos reivindicarlo, no sea que los acusen de situarse a la izquierda de Podemos. Ya los escondieron en su momento.

Algo debe estar pasando muy gordo dentro del PSOE como para arrasar esa escala de lealtades que presidió un día el cónclave de Suresnes. Tanta lealtad que nunca nadie de los tortilleros se atrevió a cuestionar la figura de Felipe, mucho menos en público, por entonces solo un abogado laboralista local.

No lo sé, pero impresiona. Ciertamente todos los mayores que hoy firman y hacen declaraciones contra su secretario general por aquí y por allá, en los platós de su aparente enemigo, nunca han sido líderes ilusionantes ni ejemplo del socialismo prometido. Tal vez hubo una tortilla secreta, sin la maestría fotográfica de Pablo Juliá y su escondido auxiliar, en la que se contrajeran otros compromisos que siempre hay que cumplir. Los allegados, los desleales, han sido beneficiarios del régimen, navegantes por casi todas las oportunidades que brindó el felipismo. Felipe hizo muchas cosas pero sus músicos fueron y siguen siendo irrelevantes. Más murga que virtuosos solistas.

Quizá le resulte obvio que la historia le recuerde no por lo bueno que hizo sino por lo que no hizo teniendo el poder para hacerlo. Quizá le duela que parezca que fue solo un mandado de un secreto tortillero mayor y por eso, hoy, que ya no es presidente, se descubra solo como un empleado, el más distinguido y mejor oyente e intérprete de una partitura que solo él conoce, escrita por el poder profundo

Felipe, desde que fue presidente, y antes protegido con una reputación creada de la nada, un artefacto de autor, disfrutó de su legado de manera plácida. Nadie, tortilleros o no, le refregó la yenka con la OTAN ni la renovación de las bases americanas ni el GAL, en el que luego se reafirmó, ni sus corrupciones ni haber tenido un vicepresidente con una parentela corrupta con despacho en sus propios morros. Ni siquiera le han recordado aquello que dijo como epístola: desconfiad de los políticos que acabarán en una puerta giratoria.

Entonces, ¿qué ha pasado? No quiero aventurarme en disciplinas que desconozco como la psicología o la psiquiatría pero, a la espera de averiguar si hubo más tortillas secretas, algo de celotipia hay. Tal vez la mera evidencia de las presidencias de Zapatero y Sánchez, ambos menos atlantistas, ya le sugieren una impugnación siquiera parcial de su propio mandato, con dos mayorías absolutas. Quizá le resulte obvio que la historia le recuerde no por lo bueno que hizo sino por lo que no hizo teniendo el poder para hacerlo. Quizá le duela que parezca que fue solo un mandado de un secreto tortillero mayor y por eso, hoy, que ya no es presidente, se descubra solo como un empleado, el más distinguido y mejor oyente e intérprete de una partitura que solo él conoce, escrita por el poder profundo.

Aquella tortilla constituyente de La Puebla fue, sin embargo, sin huevos, es decir, que no hubo tortilla. Un bulo diríamos hoy, o una mentirijilla fundacional. Hoy, los huevos los ha puesto Luis Yáñez, todos los demás suenan a monaguillos pazguatos, no llegan ni a seises.