La cápsula a presión de Pedro Sánchez

La cápsula a presión de Pedro Sánchez

Después del encarcelamiento de Santos Cerdán, la cápsula en la que el presidente ha querido encerrar el problema está a punto de reventar. Cualquier novedad sobre la causa de corrupción o ampliación en las responsabilidades no puede resolverse acusando a los de enfrente de haberlo hecho peor

La entrada en prisión del otrora todopoderoso Santos Cerdán –que ha pasado de dormir en un ático millonario y mover los hilos del PSOE y su engranaje con el Gobierno a dormir en la misma cárcel por la que pasaron Rato o Bárcenas– es la peor situación posible dentro de la mejor perspectiva posible que se pintó Pedro Sánchez para resistir hasta 2027. La primera temporada de la crisis tras el informe de la UCO y las grabaciones de Koldo García se cierra con un secretario de Organización socialista en una celda por corrupción. Era una posibilidad, pero era la posibilidad más nefasta para un gobierno y unos socios que tienen un precipicio delante y en el que no saben si detrás les espera agua, una suave colina o un escarpado acantilado en el que se dejarán el pellejo y la hemeroteca. El verano no acaba de llegar o, al menos, tan rápido como querría el Partido Socialista. Los partidarios de resistir hasta que el PP se vea también en supuestos apuros judiciales no acaban de ser aliviados con la benevolencia de los calendarios.

La estrategia de Sánchez fue circunscribir el caso de corrupción y mordidas en Navarra y en el Ministerio de Fomento de Ábalos a un “triángulo tóxico” del partido, como dijo la portavoz Pilar Alegría. De ese triunvirato hemos sabido cosas como que uno de los miembros es putero y colocaba a mujeres en empresas públicas, el otro grababa los repartos del dinero y participaba presuntamente en ellos. Y quien susurraba al oído del presidente del país hasta anteayer mentía descaradamente minutos antes de que toda España pudiera escuchar su voz hablando de cientos de miles de euros en adjudicaciones. El hecho de que Santos Cerdán quisiera retransmitir su declaración ante el juez este lunes levantó la moral y la esperanza de muchos socialistas de bien que, con la entrada de Cerdán en Soto del Real, vieron esfumarse sus anhelos tan rápido como peligrar el futuro de una legislatura que será tan fuerte como débiles sean las novedades judiciales y viceversa.

Cerdán entre rejas es la escena final de esta temporada y el nivel de inmundicia máximo que puede soportar esa idea de que eran ‘solo’ tres sinvergüenzas del partido y que el PSOE ha actuado y que fallaron todos los sistemas de alerta hasta que llegó, diez años después, la UCO. La instrucción está en su fase inicial y lo que se avecina es una lluvia constante de novedades y detalles que no parece que pudieran mejorar la imagen que se tenga del gobierno hoy ni las perspectivas electorales de los socialistas para 2027. Para empezar, el caso de corrupción tiene necesariamente que salpicar a más personas, ya que para amañar contratos se necesitan también altos cargos y funcionarios. Otro riesgo es que se conozcan detalles de interés periodístico aunque no sean delito, y la UCO tiene horas de grabaciones de tres personas hablando de políticos y miembros del gobierno. La otra pata es la responsabilidad política de un presidente que, en el mejor de los casos, se rodeó de los peores.

Como dice el politólogo Lluís Orriols, se piden elecciones, pero “elecciones va a haber seguro, porque España es una democracia, la pregunta es cuándo”. Que llegue a gobernar el PP con Vox es una posibilidad y un riesgo si se vota hoy, pero también si se celebran en dos años. La pregunta estratégica que tiene que hacerse Sánchez y los miembros de su partido a partir de este sábado –al margen de consideraciones morales– es si mantener la legislatura para evitar ese gobierno ultra engorda precisamente a los ultras y si hipoteca la credibilidad del socialismo y los partidos progresistas a futuro a cambio de resistir contra todo.

La desolación es importante, como la gravedad del caso, y lo que vale hoy puede quedar hecho trizas con el próximo auto. Hay cuatro salidas: seguir como si nada (poco ética y arriesgada para la credibilidad del partido), tomar alguna medida contundente más allá de un cambio de caras, convocar elecciones anticipadas si la trainera de socios no resiste o que Pedro Sánchez dimita y se le dé la vuelta al Partido Socialista con una nueva presidenta del Gobierno y un partido renacido que haga una revolución que conecte con las clases trabajadoras y sea, simple y evidentemente, otra cosa con otras personas. Para eso, Pedro Sánchez tendría que darle una puñalada al hipercitado ‘sanchismo’.

La respuesta inmediata, en realidad, no está en su mano, sino en manos de un juez de instrucción y también, en gran parte, en los socios de la investidura. La cápsula en la que el presidente quiso meter la corrupción que ha crecido en su entorno más directo se puede sellar, pero puede reventar de presión. Ahí dentro no cabe nadie más ni más detalles escabrosos. Si los hubiera, la excusa de que “no somos como el PP”, que ya es corta, se queda simplemente ridícula.