
Capitalismos
Resulta que Elon Musk, el tótem del liberalismo de nuestra época, el que pretendía reducir hasta el raquitismo a la Administración de EEUU, chupa de la teta del Estado como cualquier gran empresario liberal de España que se respete
Mi abuelo paterno nació en una pequeña ciudad polaca llamada Pinczow, y en 1926, con 27 años, los azares de la historia hicieron que recalara en Barranquilla, una ciudad del caribe colombiano que vivía una gran agitación industrial y comercial. Sin saber una pizca de español, comenzó a ganarse el sustento vendiendo de puerta en puerta con una vieja maleta el calzado que le fiaba un zapatero también inmigrante, y al cabo de un tiempo, cuando ya conocía los vericuetos del negocio y balbucía el idioma del país, montó una tienda popular de calzado, que llamó Calzado Sofía en honor a su esposa. Lo recuerdo ya entrado en años trabajando como un mulo 12 horas diarias, seis días a la semana. Cuando se aproximaban fechas de mayor consumo, como el Día de la Madre o las Navidades, abría la tienda incluso los domingos.
Mi abuelo –no lo digo con orgullo, solo describo– nunca recibió subsidios del Estado ni contratos públicos. Mucho menos rescates cuando las cosas pintaban mal. Navegaba sin flotador en las aguas imprevisibles del capitalismo básico de Adam Smith, encargando la fabricación de la mercancía a un zapatero y vendiendo a continuación el producto a los clientes. Sabía que, si algo fallaba en la elemental cadena, lo pagaría en el acto de su propio bolsillo. Por eso estaba todo el tiempo pendiente de que su proveedor cumpliera con los plazos pactados y desplegaba todas sus artes de persuasión para convencer al cliente de que el zapato que se probaba le sentaba de maravillas. El margen de beneficio que le dejaba la tienda no lo hizo rico, pero con el tiempo le permitió una vida desahogada junto a su familia.
He recordado a mi abuelo estos días al leer un tuit de Donald Trump en el que afirma lo siguiente sobre su antiguo mejor amigo Elon Musk: “Elon puede recibir más subsidios que cualquier otro ser humano en la historia, de lejos, y sin subsidios Elon probablemente tendría que cerrar su negocio y regresar a su casa en Sudáfrica”. Entre dos canallas que rompen relaciones es normal que se crucen mensajes miserables como este; pero lo que ahora me interesa resaltar es la descarnada nitidez con que el presidente de Estados Unidos retrata, en una sola frase, un estadio del capitalismo que no conoció mi abuelo y que ha permitido la consolidación de muchas fortunas colosales de nuestro tiempo: el capitalismo de los jugosos contratos públicos, de los subsidios astronómicos, de las reducciones impositivas a quienes más tienen… y de las ayudas multimillonarias del Estado, incluso a fondo perdido, cuando los grandes negocios tambalean.
España no es ajena al fenómeno. Durante el mandato de Mariano Rajoy se aprobó el mayor rescate bancario de la historia, con el pretexto de que una quiebra de los bancos provocaría una catástrofe de todo el sistema. Con el dinero de los contribuyentes españoles, el Gobierno del PP corrió en auxilio de unas empresas que tenían gran parte de la responsabilidad de la crisis financiera que ahora las tenía contra las cuerdas. Pero no había otra cosa que hacer sino salvarlas, se nos dijo. Son “too big to fail”, demasiado grandes para fallar (en español lo solemos traducir erróneamente, pero de modo mucho más eficaz, como ‘demasiado grandes para caer’). Hasta el momento, los contribuyentes no hemos recibido la devolución de ese rescate que hemos pagado de nuestros bolsillos, pese a que los beneficios de los bancos aumentan cada año de un modo obsceno. Podríamos hablar también de las grandes constructoras: de sus corruptelas para conseguir contratos públicos, como se ha puesto de manifiesto una vez más en el escándalo de Ábalos y Cerdán, y de cómo actuaron como una auténtica mafia durante al menos un cuarto de siglo para repartirse el botín de la contratación del Estado sin el riesgo de que les surgieran competidores indeseables. O de las grandes eléctricas, que disfrutan, con el beneplácito sumiso del Estado y para júbilo de sus accionistas, de un sistema abusivo de fijación de precios al consumidor final.
Aunque Musk y Trump ya estaban de las uñas, lo que hizo saltar por los aires la relación fue que el presidente rehusó incluir en su proyecto de ley fiscal medidas para forzar a los estadounidenses a pasarse al coche eléctrico, uno de los negocios estrella del magnate surafricano. Era una de las contraprestaciones que esperaba el dueño de Tesla a cambio de su aportación millonaria a la campaña de Trump. La apuesta de Musk por el vehículo eléctrico no obedece a una devoción ambientalista, sino a un instinto meramente empresarial, y su ambición de apoderarse del mercado ha chocado con la apuesta de Trump por los combustibles fósiles, de los que existen enormes yacimientos en EEUU y en los países de Oriente Medio a los que pretende poner a sus órdenes.
Musk, el hombre más rico del mundo, enemigo acérrimo del Estado Leviatán, alabado hasta el éxtasis por nuestros sedicentes liberales y responsable hasta hace bien poco del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) con el encargo de recortar hasta el raquitismo los gastos de la Administración estadounidense, resultó ser, según Trump, el hombre más subvencionado del mundo. “No más lanzamientos de cohetes, satélites o producción de coche eléctrico, y nuestro país ahorraría una FORTUNA. ¿Quizá debería el DOGE echarle una buena, y severa, mirada a esto? ¡¡¡MUCHO DINERO PARA SER AHORRADO!!!”, escribió el presidente en su mensaje (las mayúsculas son suyas).
La mayor fortuna del planeta debería ser, al menos en teoría, el paradigma del “too big to fail”. Pero lo que nos viene a decir Tump es que, si Musk cae, el sistema no sufrirá ningún cataclismo, sino que, por el contrario, ahorrará mucho dinero al cortarle al magnate el chorro de subvenciones. Sabemos que Trump es un personaje lenguaraz y caprichoso, habituado a amenazar como un pandillero a quienes osan enfrentarse a él, de modo que hay que tomarse con pinzas sus palabras. En todo caso, el tuit del presidente estadounidense merece dos apuntes. El primero es la evidencia de que el tótem del liberalismo de nuestra época chupa de la teta nutritiva del Estado como cualquier gran empresario liberal de España que se precie. El segundo es que, como en el cuento de Anderson, haya sido un niño, Trump, quien aireara la desnudez del rey, porque la gente mayor, como lo son nuestros circunspectos gobernantes, evita por prudencia señalar los pecadillos de los poderosos, no sea que amenacen con irse con su dinero a Tanganica.
Ignoro cómo terminará el enfrentamiento entre Trump y Musk. Sí sé cómo terminó mi abuelo: agotado tras más de cuatro décadas de controlar los tiempos de su proveedor y repetir como un autómata a los clientes con su marcado acento polaco: “Es el zapato perfecto para su pie”, porque sabía que el negocio dependía exclusivamente de su habilidad para mantenerlo a flote. Mi abuelo siempre tuvo conciencia de que no era demasiado grande para caer.