
Un ‘Fuenteovejuna’ brutal grita con voz feminista por el fin de las guerras y la violencia
Rakel Camacho firma este poderoso montaje que adapta la obra de Lope de Vega y que tiene una gran carga política con el que ha inaugurado el Festival de Almagro
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Comienza fuerte la nueva época de la Compañía Nacional de Teatro Clásico liderada por Laila Ripoll con este Fuenteovejuna netamente político, de una violencia frontal que quiere remover conciencias. La responsable, Rakel Camacho, ha trasladado toda su estética para ofrecer un aquelarre en contra de la violencia de la guerra donde hay una clara protagonista: la mujer, la gran víctima de estas situaciones. Testosterona, poder, alcohol y buenas dosis de sangre para reflejar, no aquel pueblo del siglo XV que intentaba sobrevivir a la injusticia de una sociedad feudal, sino esta sociedad bajo bombas y genocidios.
Fuenteovejuna es una de las obras del Siglo de Oro más versionadas y a la que más se le ha metido mano. Hemos visto de todo. Compañías japonesas o de Costa de Marfil en este mismo Festival. Montajes trasladados al presente como el reciente Fuenteovejuna, historia de un maltrato de la uruguaya Marianella Morena que ocurría en un supermercado. Montajes en el propio pueblo cordobés de Fuente Obejuna, que suelen darse cada tres años y donde destaca el que dirigiera María Paz Ballesteros en 1994 que sugirió, por primera vez, que todo el elenco estuviera compuesto por ciudadanos de la localidad. O aquella inolvidable versión en danza española compuesta por Antonio Gades para el Ballet Nacional a principios de siglo.
Pero el estreno en el Festival de Almagro era Fuenteovejuna puro. El montaje es respetuoso con el texto y el verso. Como tiene que ser en un montaje de la CNTC. Además, en esta ocasión, se ofrece una versión, de la dramaturga María Folguera, que limpia anacronismos y acerca sentidos. Pero a partir de ahí, la obra va por otros derroteros. Camacho desde el primer acto lo tiene claro y comienza a desplegar un teatro de una fisicidad extrema que busca revolver los estómagos y las conciencias mostrando toda la crudeza de numerosas acciones violentas que recorren la obra.
Chani Martín en el papel del Comendador en Fuenteovejuna
Un hiperrealismo que además se arropa en la especial capacidad visual de esta creadora. Las acciones se dan en un universo cargado de símbolos fálicos, en un mundo donde no hay idealización de un pueblo gentil e irreal como en otros montajes. Nada se esconde, ni la violencia a las mujeres, ni las humillaciones a los hombres, ni el oportunismo del pueblo, ni el machismo más exacerbado del Comendador, ni la sed de sangre de unos Reyes Católicos que, ya en su primera escena, salen vestidos un tanto fashion y blandiendo espadas bañadas en sangre.
El estreno fue en el Hospital de San Juan, espacio al aire libre creado por Adolfo Marsillach que se inauguró en 1993 precisamente con el estreno de esta misma obra. No es un espacio fácil. La escenografía de Mónica Borromello, dada a las estructuras (aquí manda una pasarela en el fondo de la escena que se extiende hasta las patas laterales), alejaba un tanto la acción y el verso. Las redondillas del primer acto no corrían, una tendencia a la pausa en un verso que no lo necesita hicieron que el montaje no volase. A eso se sumaron problemas de ajuste de microfonado que alejaban aún más el verso de Lope. Son detalles que se irán ajustando. Todo hace prever que cuando el montaje llegue a la otra sede de la CNTC, el Teatro de la Comedia de Madrid, donde la acción estará más pegada a platea, no habrá micrófonos y se habrán llevado a cabo los ajustes necesarios, la obra explotará en toda la fuerza centrípeta, que la tiene, y mucha.
Además, la fuerza de este Fuenteovejuna se halla en su fe y convicción de ruptura. Rompe este montaje con las lecturas tradicionales que de la obra se han hecho. Fuenteovejuna, en su momento, no triunfó, no fue hasta principios de siglo XX que se empezó a montar con regularidad. No es extraño. Es la primera obra que recoge el movimiento social. Lope se adelanta dos siglos a su tiempo y, sin que él pudiera así expresarlo, crea un drama donde, ante la injusticia, el pueblo reacciona colectivamente y con conciencia de clase.
La obra avanza el primer tramo del siglo XX sumida en lecturas ideológicas. Unos apoyaban la liberación de un pueblo oprimido, otros la defensa de la monarquía. Todos esgrimieron sus razones. Algo que acabó en los años 40. Es irresistible no poner aquí las palabras del crítico del ABC, Diez Crespo, ante el estreno que dirigió Cayetano Luca de Tena en 1944: “Drama en el que ya se canta el amanecer de España, en el que el Yugo y el Haz tienen en su aurora el sentido unitario, y en el que, por fin, el reflejo popular clama amparado en el caudillaje imperial simbolizado en la tierra por los Reyes Católicos y en el cielo por Dios Todopoderoso”.
Cristina Martín Miro en un momento de la obra como Laurencia
Después de los años duros y prietas las filas del franquismo, Fuenteovejuna recupera la visión del pueblo oprimido y se abre a otro de los grandes temas de la obra: el amor. Frente a la injusticia, Lope contrapone el ideal barroco del amor. Las hermosas pláticas entre Laurencia y Frondoso son buen ejemplo de ello. Ahí, los montajes de Narros y Marsillach son fundamentales. Pero ¿qué hace Rakel Camacho en este montaje?
Camacho pierde cosas por el camino como no podía ser de otro modo. Quizá no sea este el Fuenteovejuna con el verso más elevado. Quizá quede diluido el tema amoroso. Pero en este montaje, Camacho es capaz de que aflore todo el terror de la violencia que ya Lope allí puso y que hoy, en unos momentos donde se blanden los sables, se extermina ante el silencio de todos y suenan las trompetas de regresión en las sociedades más occidentales, resuena con especial fuerza, con especial pertinencia.
Para ello Camacho utiliza todo lo que tiene el teatro. Las palabras de Lope, el cuerpo de los actores, el desborde de la acción, la investigación musical, la luz, el espacio y la potencia del signo. Unos pequeños ejemplos. El signo es aquello que excede el significado. En escena hay un gran cuerno de res. No tiene utilidad, los actores lo mueven, se gira, se levanta, nunca desaparece, permanece como puro signo de este país católico y brutal.
Por otro lado, la voluntad de no esconder. Lo que ocurre en el texto fuera de escena, como el asesinato del Comendador, aquí se resuelve con una impresionante escena en la que el pueblo lo desmiembra a golpes de cencerro. Todos, mujeres y hombres, aplastan y cercenan un cuerpo para luego crucificarlo en una gran cruz de Calatrava. La imagen es brutal, recuerda finales de nuestra historia contemporánea como el de Mussolini o el de Ceausescu.
Otro ejemplo, el célebre monólogo de Laurencia que lleva al pueblo a la acción se desarrolla con toda la tragedia de un cuerpo magullado, ensangrentado y desnudo que acaba de ser vejado. Es el clamor de las mujeres bajo las guerras y tiene una fuerza infernal en el cuerpo y la garganta de Cristina Martín Miró. Esta joven actriz acaba de terminar andadura con la compañía joven de la CNTC y, si ya iba avisando en otros montajes, ahora, después de este Fuenteovejuna, sí se puede afirmar, sin género de dudas, que estamos ante el nacimiento de una gran intérprete.
Momento en que el pueblo de Fuenteovejuna se dispone a crucificar al Comendador
Porque no hay grandes montajes sin grandes actores. Y este los tiene. Chani Martín en el papel del Comendador, todo presencia pestilente del peor machismo violento, de ese que hiede a whisky y animalidad reprimida y represora. Jorge Kent, que interpreta a Esteban, alcalde y padre de Laurencia, está tremendo tanto en los momentos de ternura paternal, como en aquellos que es humillado o en los que alza la voz y es todo contundencia. Ambos actores son de los bregados, ya estuvieron con Camacho en Coronada y el toro.
Pero también hay otro actor joven, que también ha salido de La Joven, que llena el espacio de fuerza vital y energía desbordante. Se llama Pascual Laborda y está imponente en el papel de Laurencio. Destacar también a Alberto Velasco en un sorprendente Mengo, el personaje encargado de la respuesta mordaz, del humor del pueblo llano. Velasco compone un personaje de una manera más tradicional, incluso psicológica, algo que Camacho permite, aunque difiera del resto. Y funciona.
Por último, es de rigor señalar el gran trabajo de Raquel Molano en la dirección musical. La obra de Lope se cimenta en el contraste entre el mundo bélico y el universo comunitario del pueblo. El montaje está atravesado por una música que divide y eleva cada mundo. Algo para lo que Molano se ha apoyado en dos de las cabezas de la música experimental de este país, Pablo Peña y Darío del Moral, del grupo Pony Bravo. Un ejemplo, como intersticio de esos dos mundos durante la obra suena un canto difónico, armónico, de garganta, que sobrecoge y dota al montaje de una sonoridad muy contemporánea. El canto está tratado, pero lo encontraron estos dos buceadores del sonido en los archivos del gran etnomusicólogo americano Alan Lomax. Su origen: cantos tradicionales mallorquines.
En el final de la obra una mujer del pueblo tapa la boca de Isabel II y no le deja decir el final de esta frase: “Y la villa es bien se quede en nos, pues de nos se vale, hasta ver si acaso sale Comendador que la herede”. Una mujer con gesto irreverente tapa la voz del poderoso y le dice que basta ya de que todo cambie para que todo siga igual. Imagen de gran fuerza contra un patriarcado que lleva siglos perpetuándose en el poder. La intención es clara, aquí se acabó que si un rey u otro, que si feudalismo, monarquía, que si progreso o tradición. En esta obra el tema es claro: es un grito frente al horror. El horror de la guerra, de cómo cuando caen las balas se liberan las peores bajezas del hombre.
Ahí los actores comienzan a cantar una canción de Víctor Jara. Hasta eso se permite Camacho, la remembranza hoy prohibida de los movimientos revolucionarios de los años setenta. Ya saben, cuando uno se pone político enseguida hay otro que lo acusa de panfletario y facilón. Camacho no se amedrenta y se apoya en la tradición revolucionaria latinoamericana, sin ambages ni camuflajes. Canta todo el elenco entregado: “Como el yugo de apretado tengo el puño, esperanzado porque todo cambiará”. Quien quiera entender que entienda.