Histeria colectiva antes de la última batalla de Feijóo

Histeria colectiva antes de la última batalla de Feijóo

El congreso del PP nos deja a los ciudadanos ajenos al partido de Feijóo una señal clara: se acabó la España multicultural, confederal, diversa, dialogante y pactista

A Alberto Núñez Feijóo solo le queda una bala, por usar el lenguaje bélico de las nuevas estrellas del PP, Miguel Tellado y Ester Muñoz. Una última oportunidad para desalojar a Pedro Sánchez de esa Moncloa que se le resiste porque España y los españoles se empeñan en hacerle la vida imposible a base de aritmética parlamentaria. Y con las manos libres para hacer y deshacer antes de disparar su último cartucho ha llegado Feijóo al congreso del PP, que pasará a la historia como ejemplo de euforia desacomplejada y desmemoria colectiva.

Sin programa político (ni falta que nos hace, pensará Tellado, ya dueño de todo el poder del partido) ni recuerdo alguno de su pasado reciente, el PP ha optado por fiar su victoria a los errores del presidente del gobierno. Con esta idea se ha diseñado un congreso que tuvo como aperitivos monólogos de humor antisanchista, bromas de Alfonso Serrano (siempre dispuesto a darlo todo), camisetas con lemas del gusto de Miguel Ángel Rodríguez y una charla motivacional de Tony Nadal con una inesperada defensa del catalán. Solo se echó de menos una mayor presencia de Isabel Díaz Ayuso, un poco desmotivada por no ser el centro de atención de tanta alegría histérica. Después de los chascarrillos se entró de lleno en el único tema del congreso: Pedro Sánchez. Sánchez como origen de todos los males y brújula moral inversa de Feijóo, que está listo para tomar el relevo y regenerar la política, a pesar de la preocupante amnesia que le impide recordar que les echaron del poder por la condena al PP como partícipe a título lucrativo en la trama de corrupción del caso Gürtel.

Para apoyar su desmemoria política, Feijóo se subió al escenario con los expresidentes José María Aznar y Mariano Rajoy, que deleitaron a la concurrencia con la mejor interpretación de sus propios personajes. Aznar, duro y propenso a la regañina, sobreactuó en su papel de oráculo feroz, aunque el don de la adivinación le fallara estrepitosamente cuando eligió un consejo de ministros que casi hizo pleno en imputaciones. Desde el atril advirtió de que si te asocias con delincuentes acabas en la cárcel, aunque él mismo y su falta de paso por Soto del Real desmientan esta admonición. Rajoy, que llevaba un cartel identificativo con la leyenda M. Rajoy, presumió de luchar contra la corrupción, pese a su “Luis, sé fuerte”, y a que tardó tres años en echar a uno de los cabecillas de la trama, Luis Bárcenas, y cinco en pedir perdón, periodo en el que siguió gobernando con su inquebrantable tranquilidad de espíritu. Tranquilidad que le permitió presumir de los trenes de su época, a pesar de que un Alvia a Galicia se salió de la vía a la entrada en Santiago y murieron 80 personas con él como presidente.

El congreso del PP, con todos los participantes sumidos en una euforia y deseo de revancha imposibles de convertir en programa de gobierno para todos los españoles, nos deja a los ciudadanos ajenos al partido de Feijóo una señal clara: se acabó la España multicultural, confederal, diversa, dialogante y pactista. España es una, indivisible y homogénea, y cuando recuperen el poder los que nunca debieron perderlo, todos tendremos que fingir que hubo cosas que nunca pasaron y someternos al sentido común de los únicos que aman a España. Entonces y solo entonces, nos daremos cuenta de todo lo irremediablemente perdido.