
Wangari Kinoti: “Las mujeres y niñas terminamos absorbiendo el golpe de la deuda y la austeridad»
La activista de origen keniano denuncia que la Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo ha excluido al sur global del debate de las reformas sobre el sistema económico entre gobiernos e instituciones financieras, y recalca que se ha poner coto a la deuda externa con un enfoque feminista
La Conferencia de Sevilla acaba con un sabor agridulce para los países del Sur: “Es insuficiente, pero es un punto de partida”
La IV Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo, celebrada en Sevilla, ha sido escenario de fuertes tensiones entre la sociedad civil y los organismos multilaterales. Mientras los gobiernos y las instituciones financieras debatían sobre reformas del sistema económico global, las voces del sur global denuncian haber sido excluidas del proceso.
Así lo señala Wangari Kinoti (Nairobi, 1973), feminista panafricanista de origen keniano y referente internacional en justicia económica y derechos de las mujeres. Kinoti lideró en Sevilla una de las delegaciones de la sociedad civil que asistieron a la conferencia. Con una trayectoria vinculada a organizaciones como ActionAid y múltiples redes feministas internacionales, señala que mujeres y niñas acaban siendo el amortiguador de las crisis económicas y lanza una advertencia clara: si no se hace justicia con la deuda de los países del sur, no habrá igualdad real.
¿Cómo ha visto esta conferencia en Sevilla? ¿Cuál es su impresión principal sobre el enfoque actual de la financiación para el desarrollo?
El ambiente no ha sido favorable para la sociedad civil. Aunque el secretario general de Naciones Unidas, [António Guterres], aseguró en un mensaje al foro de la sociedad civil que seríamos la conciencia de este proceso, en realidad hemos sido sistemáticamente excluidas del diálogo con los Estados miembros y los organismos de la ONU. Incluso se nos ha amenazado con expulsiones por alzar la voz.
Este proceso, que se presenta como inclusivo y democrático, reproduce la arquitectura colonial y patriarcal de la financiación del desarrollo que supuestamente vinimos a reformar. Las propuestas más progresistas, muchas de ellas impulsadas por Estados africanos y movimiento sociales globales, han sido eliminadas del documento final. En esencia, las voces de quienes más sufren esta injusticia han sido silenciadas.
A pesar de todo, logramos realizar una acción simbólica de la sociedad civil dentro del espacio de la conferencia. Solo tuvimos tres minutos, pero fue suficiente para expresar nuestra solidaridad global frente al imperialismo financiero y alzar la voz por la justicia de género, fiscal, climática y de la deuda.
Según su experiencia, ¿qué espacio se da a las voces feministas y del sur global en este contexto? ¿Se siente escuchada aquí?
Incluso dentro de espacios de la sociedad civil más “convencionales”, las voces feministas no siempre son escuchadas. Pero por eso mismo estamos aquí, con una fuerte presencia feminista en Sevilla. Tuvimos un foro feminista durante los dos días previos a la conferencia oficial, y desde ahí articulamos las luchas por la justicia de género, económica y climática.
Las feministas estamos entrelazando estas luchas porque están en el núcleo de nuestra misión: garantizar una vida digna para todas las personas y proteger el planeta que habitamos. ¿Es suficiente el espacio que se nos da? Nunca lo es. Pero siempre estamos aquí para ocuparlo, para reclamarlo y para transformarlo.
¿Cuál cree que es el mayor riesgo de que estas cumbres internacionales no incorporen una perspectiva feminista estructural?
El riesgo es enorme. Una mirada feminista —que en realidad son muchas, porque hay distintos feminismos— nos permite conectar lo local con lo global, lo macroeconómico con la experiencia vivida. Revela puntos ciegos, opresiones que se cruzan, y se enfoca en quienes han sido sistemáticamente marginadas. Nos obliga a enfrentar el poder y a imaginar nuevas formas de bienestar centradas en el cuidado. No incorporar estas miradas no solo es un error: es peligroso. Si este proceso no integra una perspectiva feminista estructural, será incapaz de transformar realmente las arquitecturas globales de poder.
Habla con firmeza sobre la necesidad de abolir la deuda desde una mirada feminista. ¿Qué significa exactamente y por qué es tan importante?
La mayoría de los países del sur global están atrapados en un círculo vicioso de deuda. Hablamos de justicia de la deuda porque su estructura actual es profundamente injusta, colonial e imperialista. Y entrelazada con todo eso está la injusticia de género.
Las políticas económicas no son neutrales. Cuando hay deuda y austeridad, las mujeres y niñas terminamos absorbiendo el golpe: hacemos más trabajo no remunerado, asumimos el colapso de los servicios públicos, nos empujan hacia trabajos precarios y mal pagados. Las niñas abandonan la escuela. Pagamos de nuestro bolsillo servicios que deberían ser públicos. Y todo eso se da en contextos de violencia estructural que se agrava.
Concretamente, ¿cómo afecta la deuda externa a la vida cotidiana de las mujeres en contextos como el de África o América Latina?
La deuda significa menos inversión en salud, educación, protección social. Eso nos afecta directamente: más tareas de cuidado, más riesgos, menos derechos. Las mujeres somos las primeras en sentir el impacto de cada recorte. Estamos hablando de vidas deterioradas, de derechos negados, de violencia sistemática que atraviesa todos los ámbitos.
¿Qué papel tienen instituciones como el FMI o el Banco Mundial en la perpetuación de un sistema económico que reproduce desigualdades de género?
El FMI impone políticas de ajuste estructural que priorizan el pago de la deuda por encima del bienestar de las personas. Promueve recortes en servicios esenciales, lo que destruye la salud y la educación pública. El Banco Mundial, por su parte, fomenta la privatización de servicios y la financiarización del desarrollo.
Estas instituciones, que han estado en el centro de la gobernanza económica global por más de ocho décadas, mantienen a los países del sur global marginados de las decisiones clave. Esto genera más deuda, reformas nocivas y menos inversión en lo esencial.
¿Ve avances reales en la narrativa internacional sobre deuda y género o seguimos en los márgenes?
Hay avances, sí. Cada vez se habla más de las conexiones entre justicia de la deuda y justicia de género. Pero estamos lejos de donde necesitamos estar. Y lo más importante es que esto se aborde desde lo estructural. Porque el sistema económico actual está diseñado para aumentar la desigualdad, la injusticia y la explotación.
¿Y cómo puede el feminismo internacionalista construir una agenda común frente a sistemas económicos y financieros tan poderosos?
Ya lo estamos haciendo. Llevamos décadas construyendo una agenda feminista común. Desde la Conferencia de Beijing hace 30 años –donde ya se habló de la necesidad de incorporar una mirada de género en las políticas macroeconómicas– hasta hoy, seguimos organizándonos entre movimientos, regiones y causas.
Nos inspiran nuestra hermandad, nuestra solidaridad, nuestra memoria feminista. Aunque nos ignoren o nos digan que somos demasiado, no nos rendimos. Porque todo está en juego. Y, al final, el poder está en la gente.
Como mujer panafricana y feminista que lidera una agenda global, ¿cuáles han sido los mayores retos a los se que ha enfrentado en espacios de poder y toma de decisiones internacionales?
Uno de los mayores desafíos ha sido precisamente ese: ser ignoradas o reducidas a una presencia simbólica. Pero no estamos aquí para cumplir cuotas, sino para transformar estructuras. Seguimos adelante porque estamos organizadas, porque tenemos una visión clara y porque no estamos solas.
¿Qué la inspira y la sostiene en esa lucha?
Me sostiene la fuerza colectiva, nuestra hermandad global. Me inspira la historia feminista, todo lo que ya hemos logrado y lo que todavía podemos alcanzar. A las jóvenes feministas les diría que no están solas. Nunca subestimen el poder de organizarse, de conectar luchas, de alzar la voz. Puede que el sistema sea enorme, pero también lo es nuestra capacidad de imaginar otro mundo y de construirlo juntas.