Barrer la calle a 35 grados tras la muerte de una compañera: «Cuando aprieta el calor, o paras o caes”

Barrer la calle a 35 grados tras la muerte de una compañera: «Cuando aprieta el calor, o paras o caes”

Los trabajadores de la limpieza en Barcelona acumulan quejas por sus jornadas bajo el calor sofocante mientras el Ayuntamiento revisa los protocolos a raíz del fallecimiento de Montserrat

Otros tres trabajadores derivados a centros sanitarios por posibles golpes de calor

La peor ola de calor de la historia en un mes de junio parece haber quedado atrás en Barcelona, pero su recuerdo perdurará durante años entre las brigadas de limpieza de la ciudad. La muerte de Montserrat el pasado sábado, tras una jornada de trabajo en unas calles que alcanzaron los 35,8ºC, ha sacudido a la plantilla, donde crecen las voces que denuncian falta de medidas preventivas reales frente a las altas temperaturas. También ha obligado al Ayuntamiento a revisar los protocolos de las empresas subcontratadas.

Matilda tuvo muy presente a su compañera fallecida cuando ella misma sufrió un golpe de calor el martes. Eran apenas las 9 de la mañana y Barcelona ya superaba los 30 grados. Ella, operaria a pie, estaba en una avenida en la que no hay sombra ni lugares para refugiarse cuando empezó a encontrarse mal. “Calor que me subía por el cuello, mareos, náuseas, corazón acelerado, temblores y taquicardias”. Así describe sus síntomas Matilda, que se fue a remojar bajo una fuente y se sentó durante 15 minutos.

Al cabo de un rato, el malestar se pasó. Pudo acabar su jornada laboral, pero cuando llegó a casa, su hermano pensó que no tenía buena cara y la convenció para ir a un centro de salud. En urgencias le dijeron que tenía un golpe de calor. “Yo pensaba que no podía ser, no estaba tan mal y estaba segura de que no tenía fiebre, pero resulta que sí la tenía. Hacía tanto calor que no noté que estaba casi a 38 grados”, relata esta mujer.

El médico le recomendó reposo, hidratación y duchas frías y la envió a casa. Pero Matilda estaba “histérica perdida”, en sus propias palabras. “Sabiendo lo que le había pasado a Montse, que murió ya en su casa, lo pasé muy mal. Muchos golpes de calor se complican por no detectarlos a tiempo, así que creo que tuve suerte de mi hermano”, asevera.

Son muchos los trabajadores que, durante los últimos días, marcados por las altas temperaturas y la muerte de una trabajadora, relatan episodios similares y explican que tienen que parar a menudo para poder sobrellevar sus jornadas de trabajo. “He visto a compañeros en momentos complicados tener que entrar en cafeterías porque les daba algo”, explica Carlos durante uno de esos descansos.

Son las 11.00 cuando este trabajador frena el carro eléctrico de recogida de basura que lleva empujando desde las 7:00 y se toma unos minutos antes de seguir. Ese descanso solo aparece en el protocolo de la empresa para temperaturas mucho más elevadas a los 30 grados que marca el termómetro en ese momento, pero él sabe que debe tomárselo “chino chano” si no quiere sustos.

Carlos, que barre a esa hora una plaza del céntrico barrio Gòtic, depende a la misma base que Montse, aunque ella cubría el turno de tarde, y ambos están contratados por la misma empresa, FCC. El día en que su compañera falleció, él trabajaba en el paseo marítimo de la Barceloneta. “Ese itinerario es el más terrible, todo el día con sol, tienes que ir buscando fuentes y parando constantemente porque si no es imposible”, dice. En los dos días siguientes, el termómetro elevó las máximas por encima de los 37ºC.

Más allá de la tristeza por el fallecimiento de Montse –cuyas circunstancias están todavía por esclarecerse–, estos días la inquietud y el miedo recorren a muchos de los barrenderos y demás operarios de la limpieza, una plantilla de 4.400 personas. Temen que les pueda pasar lo mismo. Un golpe de calor como el que acabó con la vida de otro limpiador en Madrid en 2022. En lo que va de semana, hasta cinco empleados municipales barceloneses como Matilda han sido derivados a centros sanitarios tras alertar de que se encontraban mal.

En su itinerario por el centro de la ciudad, Carlos se queja de que los planes contra el calor de la empresa recomiendan hidratarse a menudo, pero en la práctica no les proporcionan botellas de agua que aguanten frescas toda la jornada. “El agua nos la compramos nosotros”, insiste. En las bases hay dispensadores, pero se calienta rápido.

Los barrenderos suman cada día varios kilómetros andando, con itinerarios en los que explican que no se detalla si hay sol o sombra, solo se identifican fuentes y refugios climáticos por si acaso. La tarea más expuesta es la del que barre al lado de la máquina barredora. En estos casos pueden recorrer hasta 15 km en un día.

Al estar el servicio municipal dividido en cuatro contratas distintas, que asumen las empresas FCC, Valoriza, Urbaser y CLD, las reivindicaciones de los empleados son distintas según el distrito. Ni siquiera los protocolos contra el calor eran iguales entre las distintas subcontratistas, lo que empujó al Ayuntamiento a mover ficha. Aunque en un primer momento descargaron las explicaciones sobre protocolos en el caso de Montserrat en la empresa, poco después le abrieron un expediente y en dos días se reunieron con las cuatro compañías para unificar sus documentos de prevención.

Una de las decisiones adoptadas fue rebajar el listón de temperatura de 37ºC a 34ºC a la hora de adoptar determinadas medidas. Según reconoció el propio consistorio, en algunos casos no era hasta los 37ºC –la considerada alerta naranja según la AEMET– que se permite descansos de cinco minutos cada hora, se reparte agua obligatoriamente, se posponen las tareas más exigentes para horas más frescas o incluso se modifica el horario para comenzar antes.

Con todo, el problema para algunos trabajadores es que ni siquiera el protocolo se cumple. Algunos aseguran que por desconocimiento o porque las empresas no se afanan en difundirlo más allá de entregar la documentación al inicio de la temporada. Otras voces son menos críticas y aseguran que los encargados sí se lo recuerdan.


Una trabajadora de la limpieza se refresca durante su jornada laboral en Barcelona

Pau García, que conduce el conocido como motocarro (un camión eléctrico de basura de tamaño reducido), es de los más combativos. “Los encargados presionan a los trabajadores para que acaben sus itinerarios por más que existan protocolos”, se lamenta. Por ejemplo, asegura que el avance del horario laboral (de las 7:00 a las 6:00) no se ha llevado a cabo nunca a pesar de los picos de calor de los últimos años.

Estos días, García cumple con la jornada semanal de 35 horas al frente él solo de este camión con el que se desplaza a parques y plazas para barrer. Lo hace sin aire acondicionado dentro del vehículo, otra de las principales quejas de la plantilla durante el verano. “Si estás en una retención a pleno sol, puede superar tranquilamente los 40 grados”, dice.

A lo largo de su trayectoria de casi 20 años como limpiador, Pau, que ha trabajado a más de 35ºC en varias ocasiones, explica que no ha sufrido sustos, más allá de tener que parar en bares y cafeterías a refrescarse porque estaba apurado. Pero este trabajador apunta a los empleados eventuales, no fijos como él, que a veces no se atreven a descansar lo mismo. “Tienen miedo, pero si hay mucho trabajo y aprieta el calor, o paras o caes”, concluye.

Este empleado no es el único que se ha indignado con la gestión de la empresa y del Ayuntamiento de lo ocurrido con Montse. Todos los grupos de la oposición salvo Vox (Junts, Comuns, ERC y PP) han denunciado como “insuficientes” las explicaciones ofrecidas por el Gobierno municipal. Y han solicitado la comparecencia de su responsable político. “No han dado explicaciones claras respecto a este incidente desgraciado ni a qué instrucciones, sistemas de prevención y avisos disponen los trabajadores”, critican.

Todos se quejan de la ropa

“Es horrible trabajar en estas condiciones, con este calor insoportable”, señalaba este jueves un barrendero en la plaza Ferran Reyes, en el barrio de Navas. De nuevo, se queja de que cada uno debe comprar su agua. “Nos dicen que nos mojemos todo el rato haciendo uso de las fuentes en la calle, pero hay muchísimas que no están operativas y no puedes hidratarte”, comenta.

Sí reconoce que estos días sus encargados les insisten que paren cuando sea necesario y les dan diez minutos de respiro por hora. “Hay zonas complicadas donde no existe sombra, pero nos dicen que les busquemos y que paremos cuando sea necesario, que si nos mareamos que no trabajemos, que les avisemos…”, repasa.

En su misma zona, cubierta por la empresa Urbaser, otro trabajador explica que les han recomendado comenzar la jornada por las zonas de más sol, para aprovechar que las temperaturas no son aún las más elevadas. A él, dice, sí le proporciona agua desde la empresa.

Su principal queja es la ropa, algo que comparte la mayoría de la plantilla. Esos uniformes del característico amarillo y verde fosforito que siguen siendo de pantalón largo y grueso en verano. “Es como un trapo, pasas mucho calor y no transpira nada”, lamenta. En este aspecto, el Ayuntamiento se ha comprometido a buscar prendas más ligeras, aunque reconoce que este aspecto está condicionado por cuestiones de seguridad.

Leila, compañera de Montse, reconoce que su muerte se nota estos días. “Está el ambiente muy removido”, dice. “Hay muchos compañeros que buscan culpables, pero creo que no se trata de eso. Simplemente, hay que buscar lo que se puede mejorar y hacerlo”, sostiene, y se resigna: “Claro que hace calor en verano y frío en invierno. Pero es inevitable porque estamos en la calle y es normal tener bajadas de tensión o mareos”.

Ahora bien, sostiene que hay cosas que se deberían mejorar. Por un lado, la ropa. O los turnos que no evitan las horas más duras del día. También que las semanas incluyan seis o siete días seguidos de trabajo, aunque luego se compensen con festivos. “Es muy difícil aguantar, el cansancio se acumula y claro que pueden pasar cosas”, sostiene.