
Katia eligió ser madre sola y montó el ‘Loco Matrifoco’ para criar entre todas
La asturiana Katia Oceransky fue madre a los 39 y creo una red de familias que se apoyan para sostener una crianza en tribu, basada en evidencias científicas y respetuosa
Katia Oceransky es una mujer torbellino, lo ha sido siempre, y lejos de ir perdiendo fuelle con los años, a Katia le sigue yendo la marcha. Si conoces a Katia, si te sientas con ella a compartir un café, sabrás que en esa charla vas a aprender muchas cosas. Es la consecuencia de una mente inquieta e inteligente que trajina en el cuerpo de una mujer que se ha metido —y se mete— en todos y cada uno de los fregaos que considera importantes, fueran o no oportunos. Katia lo hace por ella y por todas sus compañeras.
Feminista, activista, libertaria, rebelde, formadora en igualdad, género y diversidad, maestra de música, comunicadora nata y madre en solitario por elección, esta ovetense apasionada de todo lo que hace nunca había soñado con ser madre, ni era una idea que le rondase la cabeza desde pequeña. Pero todo cambió cuando vio las nuevas formas de crianza. Ahí sí se veía ella, y a los 39 años, plenamente consciente de lo que hacía y con “mucho zapato dado”, se quedó embarazada de Juan y decidió ser madre en solitario por elección.
“Yo iba a ser madre con o sin Juan” apunta, y sonríe con calma mientras le pega un sorbo al café americano que se acaba de pedir y que mueve entre sus manos con uñas rojas.
Era el momento, plenamente consciente de lo que hacía y con todas las herramientas en su cabeza. Hacía algunos años Katia había abortado, porque entonces ni se encontraba en el mismo momento ni quería.
“Cuando mi hermana Sonia fue madre, se me abrió un horizonte diferente. Ella es una madre con conciencia, no de las que llevan al niño a la guardería y andan detrás con el chupete. Es una madre que se lo cuestiona todo y que ha puesto el centro de la crianza en la conexión que se crea entre la criatura y su madre”.
Katia quería ser madre así, como Sonia: dar teta a demanda, hacer colecho, portear y cuidar en base a las demostraciones científicas, no tener prisa por soltar a su hija y respetar los tiempos y los cuidados que requiere la llegada al mundo de un hijo, centrándose en los cuidados y el bienestar emocional y anteponiéndolo a todo. Su hija Noa tomó leche materna hasta los cuatro años.
“Cuando una madre sale de la habitación, a un bebé se le baja la temperatura; está comprobado científicamente. Nosotras ponemos en el centro de la crianza el vínculo, no la economía. Criamos estando muy presentes, y evidentemente dices que no a muchas cosas, pero es que a mí no me gusta que mi hija esté sola. Jamás he dejado a mi hija con nadie para irme a tomar una copa. Cuando decides por ti misma ser madre sola, no quieres que tu criatura esté sola, y hay gente que no lo entiende ”concreta.
Katia es hoy la mujer que es, en parte , en gran parte, gracias a su madre.
Katia Oceransky con elDiario.es Asturias
“Mi madre ya había andado en vaqueros y viajado por el mundo; se separó de mi padre porque la maltrataba y fundó la primera casa de acogida de Asturias”. Cuando Katia estaba en segundo curso de Primaria, sus padres se separaron y su padre, del que guarda recuerdos que le provocan lo contrario a lo que le suscita su madre, colocó una tabla dividiendo la casa en dos. “Los hijos, durante el franquismo, eran del padre. La madre solo podía tener a los menores de seis años”, explica.
Tras unos meses compartiendo aquella casa partida en dos, el padre de Katia decide instalarse en Madrid.
“Mi madre se quedó en Oviedo con los pequeños, y al resto nos llevó con él. No queríamos estar allí. A mí me salvó mi abuela. Es algo de lo que me he dado cuenta con los años. Ella dormía conmigo todas las noches porque así me protegía de él. Mi hermana Sonia, la mayor, pidió audiencia con el juez a los once años y se la dieron; le dejaron volver a Oviedo con mi madre. Años más tarde, mi madre se plantó en el colegio de monjas en el que yo estudiaba y me largué con ella. Salí corriendo como una loca. Iba descalza, fíjate que mi padre no me compraba ni zapatos”, concreta.
Katia tiene una capacidad de aceptación de la vida que llama la atención, y es que, con su sonrisa, con la que remata todas las frases, parece que hasta los peores recuerdos pierden un poco de fuerza.
“Decidí terapiar los abusos entre 2003 y 2004” y ahí se liberó de parte de la carga mental. Otra sonrisa y a seguir. “Dime una familia donde no haya algo que sanar o que curar en terapia”, apunta.
Y otra vez los datos vuelven a darle la razón. Toma otro sorbo de café, que se le ha quedado frío entre tanto análisis.
Después de ese proceso, se embarca en un viaje a México y ahí “me enamoro”. Se enamora de Juan y por primera vez siente que quizás ha encontrado al futuro padre de sus hijos. Pero ocurre lo que ya le había pasado más veces… tantas veces.
“Se me disparó la alarma. Juan era, y es, buena gente, pero pretendía que yo le pidiera permiso para moverme por la vida. Tuvimos una bronca y decidí romper. Al mes siguiente tuve la primera falta” y Katia se calla. Meses más tarde le envía un email a Juan informándole. “Le dije que iba a ser padre, y que él iba a serlo tanto como quisiera, pero que mi vida no iba a cambiar. Me dijo que por qué no nos casábamos (otra carcajada) y obviamente le dije que no, menos ahora que estaba en camino la persona a la que más voy a querer para toda la vida”.
Katia eligió ser madre sola y volvería a recorrer el mismo camino sin dudarlo. Hace quince años nació su hija Noa. Juan ha venido tres veces a visitarla desde México, y Katia ha criado y cría sola.
Yo tuve la suerte de poder hacer mi trabajo desde casa, de ajustarme, pero evidentemente criar sola no es fácil. Falta muchísimo apoyo a las familias monomarentales. La escasez máxima que tengo es de tiempo. Ahora mismo hacen falta dos salarios para mantener a esa criatura, y si no entras en escasez. Pero si yo tengo que desempeñar el trabajo de dos, ¿qué es lo que me falta? Tiempo, apunta.
Durante los años de crianza de Noa, en los que era un bebé, y sabiendo que era muy necesario crear una red para sostener a todas esas familias que apostaban por una crianza consciente, Katia dio forma a esa idea que tenía en mente y así nació el ‘Loco Matrifoco’, una red en donde todas ellas se ayudaban, y ayudan, como una tribu para sacar adelante a sus familias.
Katia Oceransky en Oviedo
Surge a partir de una idea de compartir una manera de criar. Es un lugar de reunión, de ayuda, donde nos basamos en conocimientos científicos y actualizados. La vida se puede organizar alrededor de la vida. Allí nos encontrábamos, nos dábamos apoyo emocional, si alguna tenía dudas sobre algo, enseguida buscábamos a una experta para que nos diera un taller; y por encima de todo, entre nosotras generábamos oxitocina, y eso salva la crianza, explica.
Dentro de esa unión se apoyaron muchísimo, con iniciativas realmente novedosas y que estaban diseñadas siempre pensando en una crianza muy presente. Programas como “Hogareños”, que convertían la casa de una de las familias en un lugar de juegos en el que pasar una tarde con los críos todos juntos, haciendo tribu, o los grupos de apoyo silencioso, que acudían a echarte un cable cuando lo necesitabas, resultaron fundamentales. “Con los grupos de apoyo silencioso lo que hacíamos era ir a una casa, te preparábamos la comida, te limpiábamos la casa, te planchábamos, te sacábamos al perro… lo que hiciera falta para que la madre pudiese estar con el bebé. Esa moda tan instaurada de ofrecerse a cuidar al hijo para que la madre pueda hacer las tareas es un error. Si quieres ayudar, ayúdale en casa”, dice Katia.
Katia Oceransky sigue presidiendo el ‘Loco Matrifoco’, y centra su carrera profesional en asesorar a empresas para que incluyan la perspectiva de género, además de ser agente de igualdad y madre de Noa. Ella siempre está en el cambio, formando parte de cada paso que la sociedad da para convertirse en un lugar mejor… herencia de su madre.
Terminado el café, Katia reflexiona en voz alta. “Yo sé que esto solo dura un rato y quiero aprovecharlo”, se refiere a la crianza de Noa, que llega por detrás y le da un abrazo. Se niega a perderse uno solo.