Orlando y el pasado migrante de Canarias: »Ahora estamos en el otro lado, pero no debemos perder nunca la perspectiva»

Orlando y el pasado migrante de Canarias: »Ahora estamos en el otro lado, pero no debemos perder nunca la perspectiva»

La historia de este vecino de Lanzarote es la de muchas familias en las islas, que han visto partir hacia Latinoamérica a sus seres queridos en busca de futuro, a veces de forma legal y, otras, de manera clandestina

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Con solo nueve años, Orlando Acuña se hizo popular en su pueblo. En los años 60, en Haría (Lanzarote) solo había dos teles. Una de ellas estaba en su casa. Su familia pudo comprarla gracias al dinero que su tía Milagros enviaba desde Venezuela, hacia donde emigró cuando la sequía puso contra las cuerdas a la agricultura en la isla. “Esa tele fue un boom. Yo ”chantajeaba“ a mis compañeros del colegio y, si me ayudaban a hacer las tareas del campo, les dejaba ir a casa de mi abuela a ver la tele, y a lo mejor venían 10 o 15 niños”, recuerda con cariño.

La historia de Orlando es la de miles de personas en Canarias, que hace no mucho tiempo vieron partir hacia Latinoamérica a sus seres queridos en busca de futuro. Lo hacían en barcos. A veces de forma legal, pero otras, de manera clandestina. “Ahora estamos en el otro lado porque tenemos un desarrollo económico importante, pero no debemos perder nunca la perspectiva”, afirma.

El primero de su familia en salir de la isla fue su tío. Lo hizo en un barco que zarpaba desde la Península y hacía escala en el muelle de Arrecife. “La familia de mi abuela dependía totalmente de las cuatro tierras que tenía y de la venta de los productos agrícolas. En esos años hubo una sequía bastante potente y eran cinco. Todos no podían escapar con lo que había aquí”, recuerda.

Igual que hicieron entonces muchos de sus amigos, su tío “armó el camino” hacia Venezuela. “Él estuvo trabajando en lo primero que se le ofreció, en el campo. Un señor de Galicia le dio trabajo y un lugar para vivir. La información que mandaba para acá era que allí la cosa iba muy bien, que la tierra era muy agradecida y que tenía la esperanza de llevarse pronto a mi tía y a mi primo”, recuerda.

A los dos años y medio, en 1963, Milagros y su hijo salieron de Lanzarote. En Venezuela, los tres vivían en una habitación. “Yo era pequeño y veía la incertidumbre. Mi abuela siempre estaba ”ay dios, ay dios, ¿cómo le irá a esa gente allá?“, recuerda. Todos los días esperaban con ansias la llegada de Carlos, el cartero, con la esperanza de que trajera noticias desde el otro lado del océano.


Haría, Lanzarote

Cinco años después, Milagros y su marido consiguieron terrenos propios y empezaron a enviar dinero hacia Canarias. Esa bonanza se reflejó en la casa de Orlando, pero también en la de otros isleños. Los vecinos empezaron a comprar solares y a reformar habitaciones. También llegaron al pueblo los primeros electrodomésticos.

“Me acuerdo de los regresos. Siempre los veranos venía de forma temporal alguien que traía algo de Venezuela”, cuenta. Su tía también viajó hasta Lanzarote de vacaciones una vez. “El marido hizo una cosa que era impensable en el pueblo. Alquiló un coche de turismo y se llevaron a mi abuela a ver los centros turísticos. A los Jameos del Agua, a un hotel de Fariones…”, cuenta. “Yo presumía de mi tía en todo el pueblo, porque era diferente, muy moderna”, sonríe.

El orgullo del emigrante

Entrados los años 70, Milagros empezó a enviar dinero para que sus familiares le construyeran una casa en el pueblo pesquero de Punta Mujeres. Lo que no sabía era que con el tiempo esa vivienda sería su salvavidas para poder subsistir durante sus últimos años en Venezuela. “A partir de los 90 las noticias empezaron a cambiar. Allí ya no les iba tan bien como antes. Aunque no nos contaban mucho para no preocupar a mi abuela, nosotros veíamos la televisión y por otros miembros de la familia ya sabíamos que no les iba tan bien”, cuenta Orlando.

“Nos preguntábamos por qué tenían que ir desde el campo hasta la ciudad para poder hablar con nosotros por teléfono. Después nos enteramos de que, por falta de dinero, habían tenido que quitar el teléfono”, añade. Mientras tanto, el boom del turismo y la pesca en Lanzarote hicieron que la isla despegara económicamente.

Las hipótesis se confirmaron cuando Milagros decidió vender la casa de Punta Mujeres. “Entonces ya nos dimos cuenta de que les hacía falta hasta para comprar medicinas. Mi padre y mis tíos le mandaban paquetes con medicamentos, cosas que le hacían falta y dinero”, dice Orlando. “Le mandamos ayuda sin que ella lo pidiera. Yo creo que es el orgullo del emigrante, el no verse fracasado y no pedir ayuda al sitio del que se fue”, reflexiona.

Las cosas siguieron cambiando, y hace cinco años Orlando se enteró de que el nieto de Milagros había hecho el mismo viaje que ella pero a la inversa. Había emigrado desde Venezuela hasta Canarias, en concreto, a la isla de Tenerife. “Estaba intentando conseguir un trabajo. Entonces lo trajimos a Lanzarote, estuvo viviendo en casa de mi tía tres meses y hoy en día es jefe de una ferretería y se ha traído a su mujer, como hicieron sus abuelos”, apunta Orlando.

Milagros murió en Venezuela a los 94 años en diciembre de 2024, pero su historia ha marcado para siempre a Orlando y a su familia. Él tiene ahora 59 años y es profesor de Geografía e Historia en un instituto público de Canarias. Entre todas las lecciones que traslada a su alumnado está que no hay que dar nada por sentado. “Yo en el aula a veces tengo que contar mi experiencia para decirles que quizá yo estudié gracias a los emigrantes. Gracias al dinero que mandaba mi tía yo pude tener una vida mejor, y que luego yo tenía que mandarle dinero para allá porque mi tía lo necesitaba”, subraya.

“Hay épocas que son de ”emi“ y hay épocas que somos de ”inmi“, y la historia cambia. No nos volvamos locos, no creamos estereotipos, porque Canarias ha sido siempre un sitio que ha emigrado”, sentencia. “Yo siempre lo digo porque el alumnado recibe mensajes en los que se dice que el emigrante es el que tiene la culpa, y yo los tengo que poner en realidad. Es mi misión, mi granito de arena”, concluye.