
Sánchez ni puede ni debe irse
Aznar y Abascal no se lo ponen fácil a Feijóo para superar sus disparates aunque el líder del PP ha demostrado esta semana que se aplicará para no quedarse atrás y enfangar aún más si es que eso es posible
Feijóo recurre a la artillería de las cloacas policiales de Rajoy para atacar a Sánchez
En ‘Franco: el dictador que moldeó un país’ (Debate), el periodista e hispanista Giles Tremlett, señala que quizá el legado más dañino que ha dejado el franquismo haya sido la corrupción. En esta recomendable biografía se apunta cómo el nepotismo y las corruptelas que imperaban en el seno del régimen han perdurado hasta nuestros días. El ‘favor’ al familiar, al amigo, al familiar del amigo, al amigo del amigo y así hasta construir árboles genealógicos para colocar a afines en cargos públicos sigue sin dar miedo suficiente y ni tan siquiera la vergüenza que debería.
Del nepotismo a la corrupción se salta más rápido de lo que pueda parecer. El lapidario que, a partir de grabaciones recogidas en sumarios, retrata ese legado es extenso. Una de las frases imposibles de olvidar es la del que fuera presidente de la Diputación de Valencia y del PP provincial, Alfonso Rus, contando, dentro de un coche, 12.000 euros en comisiones procedentes de un constructor: “Correcto ahí hay un millón… Aquí hay un millón más. Que hay 24.000 ahí…, 3.000, 4.000, 5.000, 6.000,… 12.000 euros, dos millones de pelas”.
Sin movernos de Valencia ni del PP hay otra memorable. Vicente Sanz, que fue también secretario general del partido allí, le confesaba a Eduardo Zaplana que estaba en política para forrarse. El verbo es el que utilizó él en una frase que aparece en una grabación judicial del caso Naseiro. El que fuera ministro de Trabajo le contestaba sin disimulo: “Tú pides la comisión… y luego nos la repartimos bajo mano”. Zaplana, un ministro de Aznar. Como Matas y Rato. Hay que recordarlo porque escuchar estos días al expresidente dar lecciones de moralidad y pronosticar “cárcel” para Sánchez demuestra lo que ya sabíamos y es que sigue vocalizando mal y teniendo muy poca vergüenza.
Algo parecido le pasa a Felipe González porque no solo comparte bronceado con Aznar. También acumula episodios en su pasado que le obligarían a una mayor humildad, una cualidad de la que siempre careció y que tampoco ha cultivado con el paso de los años. En su época se acuñó el concepto de cultura del pelotazo y ha olvidado que, como se ironizaba al final de su etapa, Roldán, el jefe de los guardias civiles huyó con el dinero, y Mariano Rubio, el jefe del dinero, acabó entre dos guardias.
Así que medio siglo después de la muerte del dictador seguimos con titulares que vinculan la obra pública de toda la vida con contratos bajo sospecha. O pelotazos, nada menos que durante una pandemia, con fraudes fiscales y el ático de una presidenta que nadie sabe cómo se ha pagado. El españolito al que cantaba Sabina, ese que veía y aún ve la tele, asiste atónito, defraudado o cabreado, irá por barrios, a carruseles en los que se entremezclan informaciones veraces con rumores o incluso falsedades mientras opinan analistas que merecen ese calificativo y otros que se limitan a repetir argumentarios de partidos.
Aunque se guarde de dar detalles, sabemos qué ofrece Feijóo a sus votantes: un regreso al aznarismo, una visión miope y provinciana de España y un modelo económico que hará felices a las rentas más altas. Y pese a marear a los periodistas, el PP ha dejado claro que si tiene que pactar con Vox lo hará (tampoco es que hubiese muchas dudas). Es una diferencia interesante respecto a Sánchez o cualquier otro candidato socialista. El PSOE nunca tendrá a Abascal como socio, ni dentro ni fuera del Gobierno. En un momento en que la extrema derecha europea intenta no usar la palabra “remigración” porque les parece excesiva, Vox se abraza a conceptos como este. Solo es el último ejemplo que prueba que la de aquí es tan o más casposa y peligrosa que el resto.
Abascal y Aznar no se lo ponen fácil a Feijóo para superar sus disparates aunque el líder del PP está dando muestras de que se aplicará para no quedarse atrás. Quienes quisieron escuchar un discurso centrado y centrista hace una semana en la clausura del congreso del partido igual no prestaron toda la atención necesaria. En su intervención en el pleno del miércoles, solo tres días después, demostró que su táctica no será otra que la del navajazo y el ataque personal. Vamos, que no es que solo su fiel Tellado sea así. Es que todos van a ser como Tellado.
Ahora bien, el mal menor no puede ser la única propuesta del PSOE ni la de sus socios porque sería tanto como asumir que la legislatura ya está muerta y que no hay nada que ofrecer a un electorado que pese al cabreo se resiste a pensar que no hay alternativa a la derecha y extrema derecha. Parece que Sánchez ha empezado a entenderlo y que está dispuesto a volver a levantarse. O al menos a intentarlo a falta de que nuevas revelaciones judiciales den al traste definitivamente con sus planes.
El debate de este miércoles no era formalmente una cuestión de confianza, pero en la práctica hay que entenderlo como tal. Y Sánchez lo superó. El presidente no puede irse y a sus socios, en el Gobierno y en el Parlamento, no les conviene que lo haga, a menos que se demostrase que estamos ante un caso de financiación ilegal de su partido. A fecha de hoy, en el PSOE no hay un candidato que ni tan siquiera le haga sombra. Además, algunos cargos veteranos recuerdan que la renuncia de Zapatero a repetir en 2011 perjudicó aún más a los socialistas, cuyas expectativas, entonces como ahora, eran también aciagas.
Hace años, antes de que Sánchez se convirtiese en secretario general del PSOE, un dirigente resumía en una conversación informal cuál era la manera de mantenerse a flote en un partido: orden, disciplina y fe ciega en el mando. Me temo que es una receta exportable a la mayoría de formaciones viendo cómo los hiperliderazgos han acabado imponiéndose. Pero los partidos no son iglesias ni los militantes son feligreses. Tampoco los votantes. Y aún menos los de izquierdas que aspiran a una sociedad más igualitaria y un gobierno que no confunda democracia con plutocracia.
Crear una agencia anticorrupción (esperemos que con más competencias y medios que las que sobreviven en las autonomías), endurecer las condenas por los delitos contra la administración pública, duplicar los plazos de prescripción para evitar que los casos caduquen o intentar impedir que las empresas que hayan participado en casos de corrupción accedan a concursos públicos son medidas que van en el sentido correcto aunque los expertos en transparencia avisan de que se quedan cortas y que algunas, por ejemplo las referentes a las empresas, no serán tan fáciles de aplicar como pueda parecer.
Pero además es imprescindible que el Gobierno y sus socios se planteen qué alternativa ofrecen a una alianza de la derecha y la extrema derecha. Al Ejecutivo le corresponde liderarla, pero si los socios parlamentarios no arriman el hombro (y eso implica también la voluntad de sacar adelante proyectos como los presupuestos) solo se prolongará la agonía mientras se va llenando el saco de votos de Abascal.