Cómo devolver la vida al pueblo abriendo un bar-tienda debajo de un hórreo

Cómo devolver la vida al pueblo abriendo un bar-tienda debajo de un hórreo

Vanessa Díaz y José Manuel Fernández ha rehabilitado la parte inferior de un hórreo como taberna en el pueblo de Premoño, paso del Camino Primitivo a Santiago, y que desde hace una década no tiene bar

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El hórreo que Vanessa Díaz y José Manuel Fernández tienen delante de su casa de Premoño, en Les Regueres, se levanta majestuoso justo a unos pasos de la puerta de entrada a su hogar. Y quizás por eso, por la propia belleza del hórreo, y quizás porque por delante de su casa pasa el Camino de Santiago y el goteo de peregrinos es continuo, hace años que pensaron que ahí, en el hórreo, era el lugar en el que ellos podían devolverle el alma a Premoño, esa que se apagó el día que cerró el último bar del pueblo, hace más de diez años.

Lo que empezó como una ilusión, que se hacía más grande cada vez que miraban al hórreo, está a punto de hacerse realidad, y en menos de dos semanas Premoño no solo volverá a tener bar, sino que además también tendrá tienda. Si su vecino Ramón estuviese vivo, se habría emocionado con este proyecto; él, que fue el primero en considerar que el bajo del hórreo de Vanessa y José era el lugar ideal para celebrar pitanzas, para juntar a los vecinos, para darle vida al pueblo.

Ahora, esa vida tendrá un sitio oficial de reunión y los peregrinos también tendrán un bar donde refrescarse, comprar un bocadillo, sentarse un rato y, de paso, dejarán de llamar en casa de Vanessa y José. “En verano hay días que pasan más de cien peregrinos; muchos piensan que nuestra casa es un albergue, nos pican en la ventana pidiendo agua o una cerveza”, explica Vanessa Díaz, y desde uno de los taburetes su hija apunta: “Mamá, cuántas veces estás haciendo fabes y entran…”. La noche anterior, un francés pasó toda la noche aparcado a las puertas de su casa en una autocaravana, esperando a su mujer, que venía haciendo el Camino de Santiago, y a José no le quedan cervezas frías en la nevera hoy porque la última “se la llevó un italiano”, explica con su sonrisa.


Vanessa y José Manuel en su taberna debajo de un hórreo

Ser paso del Camino de Santiago tiene, para ellos, muchas más cosas buenas que malas. Y es que Vanessa y José son un matrimonio a los que les encanta celebrar la vida y el contacto con la gente. “A mí me gusta la romería”, apunta José. Vanessa, que es hija de camarero, aunque se dedica a la administración, sí que sabe dos cosas: que le gustaba echar una mano a su padre porque en el bar siempre había alegría, y que la cocina es terapéutica para ella. “Esto será un chigre de los de toda la vida, vamos, que el vino se va a servir en vaso de sidra”, explica ella, que estos días anda afanada en preparar comida para las más de treinta personas que han invitado a su casa este fin de semana, por las fiestas del pueblo.

En Premoño hay, a día de hoy, noventa vecinos, en un pueblo que aún conserva la esencia de aldea asturiana. “Puedo decirte que somos un pueblo muy unido; los vecinos se conocen, trabajamos en las fiestas y, aunque obviamente siempre hay gente con la que te llevas mejor, creo que en eso Premoño sigue siendo ejemplar. Todo el mundo tiene muchas ganas de que abramos; al final, esto era una ilusión de los dos, pero para nosotros lo más importante es crear un lugar de encuentro”, concreta José.


Un peregrino en la Taberna Alborada debajo de un hórreo en Premoño

La vida de este matrimonio está llena de casualidades. Cuando se conocieron, precisamente en las fiestas del que hoy es su pueblo, se dieron cuenta de que se habían bautizado el mismo día y, además, hicieron la comunión en esa misma fecha. Cuentan con gracia que también comparten otra fecha: la de la boda, y reconocen que este proyecto les ha dado algún que otro quebradero de cabeza importante; ellos, que “no son de discutir”, llegaron a enfadarse a ratos. ¿El motivo? Principalmente, los tiempos que no hacían más que retrasarse. “Fíjate, que hacía años que habíamos hecho la consulta a Cultura para ver si aquí, en el hórreo, podíamos hacer el bar. Ya nos habíamos hasta olvidado… Por eso, cuando nos llegó la carta dando respuesta favorable, dijimos: venga, adelante; ahora no podemos dejar aquel sueño sin hacerse realidad”. Y así lo hicieron, y es en verano cuando van a abrir las puertas de su “Taberna Alborada”, con la luz del sol, y debajo del hórreo, donde se respira a gusto a la sombra.

Una pareja de peregrinos de Carolina del Norte se ha parado a preguntar si hay bar y han pedido permiso para ver qué hay debajo de ese hórreo. “Fascinante”, dice Christobal Smith, que a sus 52 años descubre para qué sirve un hórreo. El hórreo de José y Vanessa se había quedado casi sin vida, como la mayoría de estas construcciones en Asturias; ahora allí ya no se guardan cosechas, pero sí los trastos, los regalos de boda… y se habilitan tendales para que seque la rosa pese al orbayu.

Y ahí, debajo del hórreo, ahora Premoño tendrá su bar-tienda, su sitio de reunión, su lugar de paso de peregrinos… “Pocas cosas habrá más guapas que cuando la tradición de aquí se junta con la cultura de la gente que viene a hacer el Camino desde todas las partes del mundo”, apunta Vanessa, a la que solo se le queda una espinita clavada, la misma que le queda a José, que falta Ramón. Aunque quizás Ramón sea, precisamente, el alma de este bar-tienda. Y pasan otros tres peregrinos…