
La ciudad que nos podemos permitir
Es desde la proximidad desde donde se puede trabajar de manera más integral, directa y compartida sobre como afrontar los problemas de individuos, familias y comunidades. Partiendo de la premisa de que una vida digna no debe estar reservada a unos pocos afortunados
Desde Estados Unidos, el ruido ensordecedor que provoca el caótico e imprevisible liderazgo de Trump no nos deja apreciar como debiéramos otras señales que nos llegan. Frente al desarrollismo ciego y la explícita negación de cualquier límite o consideración para tener en cuenta en las políticas que caracteriza a la administración Trump, la victoria del candidato Zhoran Mamdami en las primarias del Partido Demócrata para la alcaldía de Nueva York son todo un alivio. Y lo son por diversas razones. Se trata de un candidato nacido en Uganda, de origen indio y de religión musulmana cuya propia trayectoria vital y su sistema de valores contradice de raíz todo aquello que defiende y pregona el trumpismo y la extrema derecha en todo el mundo. Pero, por otra parte, es un alivio también que alguien que quiere ser alcalde de la ciudad que, sin duda alguna, simboliza la modernidad urbana, asuma como eslogan “The Affordable City” (La ciudad que nos podemos permitir).
Estamos a menos de dos años de las próximas elecciones locales en España. Y muchas de las ciudades muestran claros agotamientos de sus tradicionales pautas de desarrollo. Los efectos de la crisis financiera e inmobiliaria del 2008, junto con la generalización de la oferta de estancias turísticas a través de las plataformas digitales y la falta histórica de una política pública de vivienda, está expulsando a mucha gente de la ciudad. Pero, la ciudad sigue siendo lugar central de oportunidades, intercambios y transacciones y ello conlleva aglomeraciones de todo tipo, con efectos ambientales y de movilidad evidentes en cualquier gran ciudad española. No hay suficientes servicios disponibles para niños y niñas menores de tres años, y tampoco hay planes en marcha para abordar lo que implica el alargamiento de la vida y los efectos en el sistema de cuidados. Las ciudades y sus modelos de futuro siguen estando marcados por la fase expansionista de inicios de siglo. Solo se habla de crecer, de desarrollarse, de hacer más y más.
El mensaje que nos llega de Mamdani es otro. Si entendemos la ciudad como una comunidad de personas de todas edades y procedencias, de una gran variedad de modelos de vida y convivencia, pero que viven juntos y habitan unas mismas calles y plazas, ¿qué es lo que entre todos podemos permitirnos? ¿Qué es lo que nos acerca a pautas de convivencia de respeto y reconocimiento? ¿Qué es lo que nos permite mirar al futuro sin tener que blindar nuestras casas, estar siempre vigilantes y desconfiar de todos los que nos rodean?
En las campañas electorales los grandes partidos no se han alejado de un marco del desarrollo local que lo relaciona estrechamente con la expansión del capital, el desarrollo inmobiliario y las finanzas. Ese es el mensaje que se recibe por parte de los tecnócratas y si se persevera en el contacto con las élites del poder. Pero hay espacio para otro tipo de desarrollo. Ese que defiende que el verdadero desarrollo es el que potencia las libertades de las personas, más allá de los indicadores económicos, y que incorpora educación, salud, participación y, en definitiva, la dignidad de cada quién.
En esta era de neoliberalismo descarnado en la que se reniega de la justicia social como un invento para justificar extraer a los ricos parte de lo que han conseguido “gracias a sus méritos”, para compensar así a quienes “han fracasado por sus deméritos” y no han logrado lo que buscaban, esas dos maneras de entender el desarrollo (acumulación de capital versus ampliación de derechos y libertades) definirán lo que en cada elección explique lo que es para cada quién democracia y estado de derecho.
Decía Zhoran Mamdani la noche en que se proclamó candidato de los demócratas a la alcaldía de Nueva York por delante del exalcalde y magnate Mario Cuomo: “Hemos ganado porque los neoyorquinos han defendido una ciudad que pueden permitirse… Una ciudad en la que el trabajo duro se vea recompensado con una vida estable. Una ciudad en la que ocho horas en la fábrica o al volante de un taxi son suficientes para pagar la hipoteca. Son suficientes para pagar la luz. Son suficientes para enviar a tus hijos al colegio. Donde los apartamentos con alquiler estabilizado están realmente estabilizados. Donde los autobuses son rápidos y gratuitos. Donde el cuidado de los niños no cuesta más que lo que cuesta la universidad. Y donde la seguridad pública nos mantiene verdaderamente seguros”. Añadiendo: “Una ciudad donde el alcalde utilizará su poder para rechazar el fascismo de Donald Trump. Para impedir que los agentes de inmigración deporten a nuestros vecinos. Y para gobernar nuestra ciudad como modelo para el Partido Demócrata. Un partido en el que luchamos por los trabajadores sin pedir perdón”
Ha llegado la hora en que las ciudades y los ciudadanos nos planteemos cuál es el tipo de ciudad que podemos permitirnos. Nos jugamos mucho en ello. Es desde la proximidad desde donde se puede trabajar de manera más integral, directa y compartida sobre como afrontar los problemas de individuos, familias y comunidades. Partiendo de la premisa que una vida digna no debe estar reservada a unos pocos afortunados. Debe ser algo que el gobierno de la ciudad trate de garantizar a todos. Más allá de sus competencias. Porque la dignidad de las personas nos incumbe a todos.