El misterio de Beth Gibbons, la voz de Portishead capaz de parar el tiempo

El misterio de Beth Gibbons, la voz de Portishead capaz de parar el tiempo

La cantante británica presenta el primer disco, tras una carrera de 30 años, que firma en solitario

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Durante muchos minutos en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII solo se oía su voz y las chicharras. Beth Gibbons ha dado este martes en Madrid uno de los conciertos más esperados del ciclo Noches del Botánico, que avanza a buen ritmo y con una única incidencia: el desplante de Morrissey.

La cantante de Portishead ha presentado el primer disco de su carrera que firma únicamente con su nombre, con dos actuaciones calcadas y ambas en entornos muy similares: Les Nits de Barcelona en los Jardines del Palau de Pedralbes y Noches del Botánico, un ciclo que también se celebra en un jardín, rodeado de las facultades y escuelas de Ciudad Universitaria y repleto hasta los topes, a pesar de que Madrid acaba de pasar por tres noches del festival más multitudinario de la capital.

La británica ha repasado con intensa dedicación su nuevo disco, Lives Outgrown (Domino) publicado el pasado mayo con una producción de James Ford, de quien se podría decir que ha decidido cómo debía sonar la música pop británica de los últimos años: de Arctic Monkeys a Florence and the Machine, de Depeche Mode a Pet Shop Boys, Blur y Pulp.

Es curioso que Ford ha tenido un aliado en este disco, que suena natural, folk, áspero, y ese es Lee Harris, quien también firma en la composición. Harris fue batería de la elegantísima banda de pop Talk Talk, así como también lo fue en el segundo disco de los no suficientemente reivindicados Bark Psychosis. Además, también tocó en el disco de Gibbons Out of Season que ella hizo en 2002 junto a Rustin Man, seudónimo de Paul Webb. Y ahí es cuando se cierra el círculo pues Webb fue también fundador y bajista de Talk Talk. Este grupo, que no debe faltar como materia inspiradora en ningún proyecto que desee asentar sus bases en la ampulosa elegancia británica, se completaba con el cantante, Mark Hollis, que desafortunadamente no podría colaborar también con Gibbons pues falleció en 2019.


Beth Gibbons en su concierto el 15 de julio de 2025 en Noches del Botánico (Madrid)

Vista sobre el escenario, Beth Gibbons no parece haber cambiado un ápice en 35 años. Sus gestos son los mismos. Su manera de agarrarse, o de engancharse, al micro es idéntica. Su voz es perfecta. Sus ademanes patosos, la gesticulación con los brazos, los saltitos al entrar o salir del escenario, como si rehuyera el glamur con especial interés, como si hiciese todo lo posible por no ser una estrella del pop, son los mismos que recordamos. Ha cambiado un miembro de Talk Talk por otro y ahora suena busca sonar menos ruidosa. Y falta, eso sí, el cigarro encendido en una mano y el paquete de tabaco en la otra. Tiene 60 años. Quizás se cuida.

Es evidente que pone de su parte para que la música esté siempre por delante. Acompañada de siete buenos músicos, no hay realización de pantallas, no hay focos a su cara o su figura, le gusta el contraluz y siempre que puede, da unos pasos para atrás, para esconderse aún más. Pero su voz, clara y lacerante como el cuchillo más afilado del mundo, está siempre por encima de todo.

Tras un primer bloque de canciones del nuevo álbum, cuando Beth Gibbons interpretó Mysteries, el público se emocionó. Y ella devolvió la efusividad en español, agradeciendo repetidamente: muchas gracias, muchas gracias, y añadiendo: “Me encanta veros”. Y una reacción similar de la audiencia sucedió cuando interpretó Tom the Model, sus dos concesiones al disco con Rustin Man.

Como ha escrito Estanis Solsona en su blog Picadura de abeja, Beth Gibbons “fue una de las últimas voces que más honestamente cantó sobre las penas del siglo XX”, y por eso quizá tanto la ama su público, además de por provocar estremecimientos cutáneos con su extraordinaria voz. Pero, según nos recuerda Solsona, Gibbons vive este otro siglo preocupada por la sociedad, la humanidad y el planeta. Lo escuchamos en sus canciones y esa naturalidad del nuevo disco quizá tenga que ver con ello.

En el bis, la cantante nos permite una excepcional concesión a Portishead, con Roads y Glory Box que, aunque perfectas en su ejecución, parecía que eran tocadas más para el público que para ella, pues puede que en aquel artificio creado junto a Geoff Barrow se siente hoy algo más incómoda, más impostada de lo que le gusta. Para reafirmar que no quiere pertenecer al pasado, la tercera y última canción del bis volvió a ser del nuevo álbum, Reaching Out. Una mujer alcanzando el origen de su misterio.

Hace 22 años, en su memorable actuación en el Festival de Benicàssim, Beth Gibbons bajó al foso para abrazar y saludar a las personas de las primeras filas, para devolverles el amor. En su concierto en Madrid, cuando los músicos ya se habían ido, ella seguía arrodillada al borde del escenario firmando portadas de sus discos (tamaño vinilo), una entrada y hasta un abanico. Lo que no hizo en esta ocasión fue tirarse sobre esos brazos que la llamaban y dejarse sostener en volandas, navegando un mar de manos y cabezas frente al escenario grande del FIB 2003, con el concierto ya más que terminado. Pocas veces se ha visto algo así. Ya no llega a esos extremos pero su cuerpo lo dice todo: quiere agradecer el cariño, que es desbordante, y no sabe cómo irse. Cuando al fin se desprende de las peticiones, se va saltando hacia el backstage, como en un juego, como si no supiera cómo irse. Señal de que se quedará por aquí para siempre.