
El desarraigo de los hijos de migrantes de Torre Pacheco: «Los chicos en la calle sin nada que hacer son una oportunidad perdida»
Colectivos sociales hablan de preocupación por las elevadas tasas de fracaso escolar en sus comunidades o el agotamiento de las familias que trabajan de sol a sol; frente a eso, piden políticas públicas, inversión y acompañamiento
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El teniente León es un guardia civil veterano. Patrulla en su coche las mal asfaltadas calles del barrio de San Antonio, en Torre Pacheco, a un ritmo que es fácil de seguir a pie. “¿Son ustedes del barrio?” Pregunta a dos personas que caminan por la acera. “Somos periodistas”, responden. Mientras les requiere la documentación, varios adolescentes se asoman a través de las ventanas o las puertas abiertas de las casitas bajas. “Es que les veo a ustedes dos, estando las cosas como están, y tengo que preguntarles”, se justifica con una exquisita educación institucional.
También aparece, doblando una esquina, una delegación de la Fundación CEPAIM que saludan calurosamente al teniente León. Se recuerdan de alguna otra vez y comentan las desgraciadas circunstancias en las que esta vez coinciden; Juan Antonio Segura, el director general de la ONG, saluda también a Ahmed, Abdullah y Mohammed, tres muchachos de entre 18 y 23 años. Piden que no se les fotografíe y que, de mostrar sus declaraciones, se les cambie su nombre.
“Es que vosotros acabáis aquí y os vais, pero nosotros nos tenemos que quedar”, cuenta Abdullah, de diecinueve años. No se le nota el miedo que, en cambio, sí se respira en el barrio, pero mueve con nerviosismo las piernas e inconscientemente mira a los lados a cada poco tiempo. Quedan pocas horas para las ocho de la tarde, hora en la que diferentes agitadores de ultraderecha, como Vito Quiles, David Santos, Bertrand Ndongo o escuadristas como Daniel Esteve habían convocado este martes una concentración en nombre de los vecinos de Torre Pacheco. La convocatoria finalmente fue un fracaso.
“No queremos violencia, por eso estamos dispuestos a defender el barrio. Toda esa gente que está viniendo a liarla es de fuera. Nosotros nos llevamos muy bien con la gente del pueblo”, cuenta otro de los muchachos, y explica también que ha jugado varios años en el equipo de fútbol local. “Nunca he tenido un problema con ningún vecino”, declara a elDiario.es Región de Murcia en la puerta de su casa. No les gusta el apelativo de “ser de segunda generación”. “Yo soy español, ya está”, sentencia; y cierto es que es un matiz innecesario en una charla cotidiana, si bien muy aclarativo a nivel sociológico.
El barrio de San Antonio se erigió a lo largo de los años sesenta, como parte de un plan de reactivación de las zonas rurales. Torre Pacheco, al igual que muchos de sus municipios vecinos, estaba cambiando. La llegada del trasvase Tajo–Segura revolucionó la comarca por completo: el secano pasó a ser regadío y apareció una demanda de trabajadores tan descomunal ante una nueva industria potencialmente lucrativa que dio lugar a la llegada de oleadas de miles de inmigrantes, lucrativamente ilegales, para trabajar el nuevo y flamante Campo de Cartagena.
Los nuevos habitantes de Torre Pacheco fueron asentándose por todo el término municipal, y el rechazo de los pachequeros a este hecho los acabó desplazando hacia las nuevas urbanizaciones que se contruían en aquellos años, como Polaris World, u otros barrios de la ciudad, hicieron de San Antonio un barrio con una población marroquí muy numerosa. Youssef, un representante de la comunidad islámica de Torre Pacheco, nos recibe en su mezquita. También está inquieto. “Lo que pasó el sábado es una consecuencia de lo que ocurrió el día anterior, no hubo ningún tipo de control, los ultras corrían por todos los barrios, persiguiendo a las personas, la Policía Local y la Guardia Civil no daban abasto porque no tenían efectivos suficientes, fue una batalla campal”.
Relata que la gente del barrio está asustada. “Llevan encerrados varios días y no quieren salir. Es la primera vez en treinta años que veo miedo de verdad y la gente se está preguntando qué es lo que pasa. Aquí hay familias trabajadoras, marroquíes casados con españoles, naturalizados, nacionalizados, nacidos aquí, todo el mundo se pregunta por qué vienen ahora, de repente, a perseguirnos”. La cuestión de la violencia le incomoda porque no le representa: “De los chicos [árabes] que han entrado en la pelea, muchos son de aquí, pero no llevan aquí el tiempo suficiente. Se sienten muy abandonados y están enfadados; no se sienten ni españoles ni marroquíes. Aquí les llaman inmigrantes y cuando van a Marruecos los tratan como a españoles. Son chicos que hablan árabe con acento español”.
A sus 23 años, Mohammed –nombre ficticio– dice llevar en el barrio desde 2012. Es encargado en un almacén agrícola y empezó a trabajar a los 18, tras sacarse un grado medio. “No me gustaba estudiar”, reconoce, aunque cree que quienes no siguen estudios superiores lo tienen muy difícil. “Trabajo hay, pero si tienes un apellido como el mío, cuesta mucho más que te cojan. Yo tengo una empresa y sé que hay sitios donde no te quieren por cómo te llamas”. Su padre, que llegó hace más de treinta años, trabaja como tractorista. “Cuando yo estudiaba, apenas lo veía. Trabajaba tanto que solo lo veía los sábados por la tarde. Ahora, entre sus turnos y los míos, pasamos semanas sin cruzarnos”, cuenta. Dice que esa falta de apoyo es común entre los hijos de inmigrantes. “No porque los padres no quieran, sino porque no están. Trabajan todo el día”. Le preocupa el miedo que se ha instalado en su familia. “A mi madre le da pánico salir. Le han dicho que a dos mujeres les han arrancado el velo. No sé si es verdad, pero no se arriesga. A las ocho ya está todo el mundo encerrado en casa. Esto no es normal. Nosotros no tenemos nada que ver con lo que está pasando”.
Calles tranquilas este lunes en el barrio de San Antonio de Torre Pacheco
En la carnicería halal de la calle aledaña, Rachid –nombre ficticio– limpia con esmero los azulejos blancos mientras repite que su única preocupación es que la situación se calme. Lleva 25 años en Torre Pacheco. Primero en el campo, luego en la construcción y ahora, desde hace apenas tres meses, como pequeño comerciante. “Aquí nos conocemos todos. Mis vecinos son como mi familia. Nunca he tenido problemas con nadie”, explica con una serenidad que contrasta con la tensión de los últimos días. Sus hijos han nacido o crecido en España. Uno de ellos, electromecánico, trabaja en un taller junto al almacén de Amazon en Murcia. “Vinimos con lo puesto, pero ahora vivimos bien. Yo ya tengo mi casa, mi negocio. No queremos líos, solo seguir trabajando”, dice mientras baja la voz, consciente de que cualquier palabra puede ser mal interpretada. Hace unos días, un coche pasó por la zona, rociaron con spray a un vecino y todo volvió a estallar. “Es gente de fuera la que viene a provocar. Nosotros aquí no queremos peleas con nadie”.
Pocos se animan a dar su testimonio de cómo viven estos días. Vito Quiles ha hecho estragos por las calles. Su rastro es tan fácil de seguir como charlar con árabes sentados a la puerta de una tetería o en las puertas de sus casas. “Me ha preguntado cuatro cosas y cuando he visto lo que ha subido, parecía que he dicho algo totalmente distinto”, explica Abdullah, un hombre de treinta y pocos bajo el toldo de la cafetería Estambul. El agitador ultra, escoltado por dos guardaespaldas, se enfrentaba esa misma mañana con una vecina, a quien culpaba de la paliza recibida por Domingo el miércoles anterior, por “haber formentado la inseguridad y blanqueado la inmigración ilegal”.
Sensación de abandono
En la mezquita de San Antonio, Youssef repite con calma que los pachequeros “son buena gente”. Lleva más de 30 años en el barrio y, como muchos otros, se siente dolido por la sensación de abandono. “Las familias marroquíes llevan décadas aquí. Hemos trabajado en el campo, en la construcción, en el transporte. Ahora nuestros hijos estudian, algunos trabajan en hospitales o en oficinas. Pero el Ayuntamiento no ha hecho nunca nada por integrar a nadie. Ni siquiera nos han llamado estos días.” Critica que solo las fuerzas de seguridad hayan contactado con la comunidad islámica. El consistorio, gobernado desde 2023 por el PP, sigue sin aparecer. “Los chicos que andan por la calle sin hacer nada no son una amenaza, son una oportunidad perdida. Faltan conductores, camareros, fontaneros, pero no hay programas para formarles. Luego nos dicen que por qué hay conflictos.”
Youssef habla también de un malestar generacional, de una identidad rota. “Aquí les llaman inmigrantes y cuando van a Marruecos los tratan como españoles. No se sienten de ningún sitio.” Ve con preocupación el fracaso escolar, el agotamiento de las familias, la tensión acumulada: “Sus padres trabajan todo el día. No pueden ayudarles con los estudios, y si no estudian, se desconectan. Algunos se levantan a la una, pasan la noche en la calle. Así es fácil que acaben enfadados con todo.” Frente a eso, pide políticas públicas, inversión, acompañamiento. “Nosotros también pagamos impuestos. Nuestros hijos merecen una vida. Y el pueblo merece vivir en paz. Lo que ha pasado aquí es muy grave, y no lo ha causado Torre Pacheco. Ha venido gente de fuera, con machetes incluso. La ultraderecha lo ha aprovechado todo para hacer estallar el barrio.”
Recuerda con claridad cómo cambió el barrio. “Cuando empezaron a construir Polaris y las urbanizaciones de alrededor, muchos españoles vendieron sus casas baratas y se marcharon lejos, donde estuvieran tranquilos”, explica. Las viviendas fueron compradas por familias marroquíes que ya trabajaban en el campo. “Las pagaban con su trabajo. Eran hipotecas, no regalos”, añade. Hoy, sin embargo, siente que el barrio ha sido dejado atrás por las instituciones: “Las calles están destrozadas, no se arregla nada. Solo hay que ver dónde empieza el asfalto bueno y dónde se acaba”. Asegura que cuando llueve, San Antonio se inunda. “El abandono se nota en todo. También en cómo nos miran”. Cree que esa desigualdad urbana contribuye al estigma: “No es solo el racismo, es que aquí parece que todo vale menos. Y luego llegan los que vienen a liarla, y dicen que esto es un gueto”.
Caminos que se bifurcan
Youssef habla de una separación que no se ve, pero que atraviesa a toda una generación. En el mismo barrio, en las mismas calles, unos chicos avanzan hacia la universidad mientras otros se quedan varados. “Cuando llegan a cierta edad, los caminos se bifurcan. El que estudia, se integra más. El que no, se va separando poco a poco.” No lo dice con reproche, sino con tristeza. Cree que no se trata de voluntad, sino de contexto: padres ausentes por exceso de trabajo, escasos recursos escolares, falta de referentes. “No es que no quieran. Es que nadie les tiende la mano. Y si no haces nada, acabas toda la noche en la calle, levantándote a la una del mediodía. Así no se construye un futuro.” Para él, esa fractura es más peligrosa que cualquier enfrentamiento puntual, porque ocurre en silencio y sin testigos.
Tampoco elude la parte incómoda del relato, ni se desentiende del malestar que sienten muchos vecinos. Él mismo reconoce que la inseguridad es un problema real en el barrio. “A mí me han robado en el coche cuatro veces”, cuenta. Sabe que hay chicos sin rumbo, recién llegados, sin papeles ni familia, que generan tensión. “Claro que hay problemas. No se puede negar. Y la gente tiene derecho a sentirse insegura”, dice, y defiende también el derecho de quienes se manifestaron de forma pacífica para pedir más seguridad. “Nosotros también queremos vivir tranquilos. Tenemos hijos, casas, una vida como cualquiera”. Para él, el conflicto nace de un abandono institucional prolongado. “Si no haces nada con los jóvenes, si no hay formación, ni empleo, ni alternativas, es normal que algunos acaben mal. Pero eso no representa al barrio, ni a la comunidad. Aquí la mayoría quiere vivir, trabajar y estar en paz”.