Una vida de danza contemporánea en Zaragoza: las coreografías de Ingrid Magrinyà

Una vida de danza contemporánea en Zaragoza: las coreografías de Ingrid Magrinyà

Nacida en Ibiza y con una carrera que empezó desde muy joven en Zaragoza, la bailarina repasa los hitos de su carrera y reflexiona sobre qué significa dedicarse a la danza y cuál es nuestra relación con el cuerpo

Es extraño cómo funcionan los lenguajes artísticos para el sentido común. Creemos que entendemos tanto de música aún cuando no podemos leer un pentagrama o tocar más o menos algún instrumento. Si apenas hablamos ese lenguaje es que, en realidad, sabemos bastante poco sobre él, pero con la música no hay conciencia de esa lejanía. Lo contrario sucede con la danza contemporánea: nos suele parecer incomprensible cada vez que alguien intenta expresar algo con el cuerpo, es decir, con algo que todos tenemos, movemos y expresamos. Ingrid Magrinyà tiene alguna hipótesis al respecto, vinculada a nuestra relación con lo corporal, con nuestro desconocimiento y falta de exploración: “El cuerpo pareciera ser como una nave espacial en la que estamos. Hay un culto al cuerpo equivocado, ahora nos queremos cuidar todos, queremos estar súper sanos y hacemos muchas dietas. Pero es una manera muy falsa de estar en el cuerpo, todo se mira desde afuera. No conocemos nuestro cuerpo en absoluto, no lo escuchamos, no lo exploramos. Sigue siendo el gran olvidado”.

Tal vez la danza sirva de ayuda para cambiar esto, siempre y cuando nos olvidemos de la premisa absurda de que tenemos que entenderlo todo. “Los seres humanos somos grupales y estamos aquí por el cuerpo. Y el cuerpo en directo emite muchas cosas. Las pantallas sirven para tener información pero no para comunicarte de verdad. Ver un cuerpo en movimiento delante de ti siempre te va a transmitir algo, te va a generar cosas, te va a llevar a otro lugar”, dice Ingrid, con más de 30 años dedicándose de manera profesional a la danza. Con una trayectoria marcada por las mejores maestras y maestros, trabajos en diferentes partes del mundo y una gata llamada Pina, por la que tal vez sea la coreógrafa más famosa del mundo, madre de la danza contemporánea: la alemana Pina Bausch.

La danza no es democrática

Los padres de Ingrid son arquitectos y en su casa siempre hubo muchos libros, pianos y guitarras. Y también un nombre insoslayable en el mundo de la danza, un tío abuelo llamado Joan Magrinyà, ex director del ballet del Teatre del Liceu de Barcelona, fundador el Institut del Teatre y maestro de maestros de la danza. Ingrid lo conoció cuando él ya estaba muy mayor y no podría decir que empezó a bailar bajo su influencia, sino por algo bastante más simple: se pasaba todo el día bailando. “Un día pasamos por delante de una academia con mi madre y le dije: yo quiero hacer esto. Y, casualmente, el profesor de ahí había sido discípulo de mi tío abuelo, así que allí se generó un vínculo interesante”.


Ingrid Magrinyà

Los 14 años suelen ser la edad adecuada y obligada para que una chica tome la decisión de si quiere o no seguir con la profesión de bailarina. Ingrid decidió que sí y a los 15 años abandonó Ibiza para instalarse en Zaragoza y empezar a estudiar con María de Ávila, por insistencia de Joan Magrinyà: ella quería ir a Barcelona y su tío abuelo le dijo que la mejor escuela de España era esa en Zaragoza, dirigida por una de sus antiguas compañeras de baile. Llegó en septiembre de 1992 con todo el entusiasmo del mundo, con tantas ganas que no se detuvo a pensar en el viaje de ida que estaba empezando, sola y adolescente, lejos de sus padres. Lo pensó muchos años después. En ese momento solo quería aprender, formarse, dedicarse a eso. “En el fondo no lo ves como un sufrimiento sino como algo normal. Aunque ahora lo piensas y dices: ¡ostras! Estábamos allí muchas pero muchas horas, todo el día. Y sigue siendo una de las mejores escuelas de España”, dice Ingrid.

Mientras se enfrentaba a la dureza del entrenamiento de una bailarina, veía a compañeras y compañeros quedar en el camino. Dice que tuvo suerte, además, con el cuerpo que le tocó, con su complexión: come de todo y no hace ninguna dieta porque no se engorda con facilidad, solo se cuida un poco y con eso le alcanza y le sobra: “María de Ávila siempre decía: la danza no es democrática. Te das cuenta de que a veces por mucho que quieras no puedes. Tú puedes tener mucho amor por la danza y ser muy aplicada y disciplinada pero si no te acompaña el físico es que no puedes. Desgraciadamente es así”.

En la escuela de María de Ávila aprendió todo sobre danza clásica pura hasta que un año entró una profesora a enseñarles danza contemporánea. Eso le abrió la cabeza para siempre. Mientras tanto, hacía muchas audiciones de clásica hasta que la tomaron en el ballet de Zaragoza, pero fue justo en 2005, el año en que lo cerraron. Así que nunca pudo dedicarse profesionalmente a la danza clásica. Así que el paso siguiente fue ingresar en la compañía de danza contemporánea de Elia Lozano, donde trabajó cinco años. Así comenzó su camino de ida por las derivas imprevisibles de lo contemporáneo y a sumar trabajos con los nombres más destacados de Aragón como Miguel Ángel Berna, Teatro Troche y Moche, Teatro del Temple, Viridiana, José Luis Esteban o Pedro Rebollo. Y, por supuesto, en toda España y más allá también.

Abierta y preparada para cualquier cosa

Resulta siempre tan difícil y arbitrario definir en dos líneas cualquier arte que transite por el terreno de lo contemporáneo. Pero digamos que en el caso de la danza, se entiende como danza contemporánea a esa tendencia que empezó a darse de manera más o menos generalizada desde la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días de fusionar la coreografía con elementos teatrales para expresar emociones humanas a través del movimiento. Siempre desde la subversión o alteración de algunas normas provenientes de la danza clásica.

“El bailarían contemporáneo tiene que saber hacer muchas cosas: flamenco, teatro, performance, breakdance, circo, acrobacia. En el clásico es más fácil de definir la técnica, pero el contemporáneo ha crecido y se ha expandido de una manera tan grande que cada coreógrafo ha definido su propio estilo y su manera de plantear su búsqueda de movimiento. Tienes que estar abierta y preparada para cualquier cosa” dice Ingrid y prefiere hablar más de una proliferación de proyectos que de compañías. En un universo en el que dentro de una misma compañía pueden convivir proyectos de lo más diversos.


Ingrid Magrinyà

“El cuerpo que necesitas para bailar clásico es muy específico, muy duro y extremo. El contemporáneo da cabida a otra diversidad de cuerpos, sobre todo en los últimos años puedes ver cuerpos que hace quince o veinte años jamás habrías visto bailando. La belleza la puedes encontrar en la diversidad, no es necesario un cuerpo de 45 kilos para que tú puedas expresar”, dice. Ahora mismo, por ejemplo, ella está trabajando en un proyecto con cuatro bailarines que tienen cuatro cuerpos muy diversos.

Fuera de Aragón, Ingrid Magrinyà trabajó con Cesc Gelabert, uno de los grandes de la danza española, en un proyecto que mezclaba la danza contemporánea con la sardana catalana. Y con Toni Mira, otro nombre fundamental de Barcelona, que trabaja mucho con la música y la sonoridad, con el cual mezcló la danza clásica con elementos del circo, bailando en vertical. Casualmente, los dos tienen en común que, además de coreógrafos, también son arquitectos. Fuera de España, trabajó con compañías francesas y alemanas y giró por Sudamérica con la famosa compañía andaluza La Zaranda, con quienes acaba de iniciar un nuevo proyecto. Recuerda con mucho cariño un proyecto con una compañía en Berlín dirigida por un canadiense, donde empezó a hacer cosas más cerca del arte contemporáneo que del escénico, interviniendo espacios públicos y con sensores en la ropa que convertían al vestuario en instrumentos musicales partir del movimiento.

“Sigo buscándome a mí misma como si todavía no hubiese encontrado esa manera de estar aquí. La danza para mí es estar en el mundo, preguntarme qué hacemos aquí, por qué hay unos cuerpos con los que de repente tienes una sintonía maravillosa y por qué en otras ocasiones no funcionan las cosas” dice Ingrid sobre las pulsiones que aún siente en un escenario después de más de 30 años de plena dedicación a la danza. “Antes me preocupaba por hacer el mejor movimiento, el más extremo. Y ahora mismo lo que me preocupa es que cualquier cosa que haga sea verdad más que sea más o menos acrobático. Que transmita algo, que no sea un movimiento por que sí”.

Ingrid Magrinyà es muy lectora. Siempre ha habido un texto que le ha ayudado a crear sus coreografías, la dramaturgia para ella es muy importante: la sonoridad o el sentido de alguna narrativa, la vía de las letras le ayuda mucho a expresarse. Incluso su proyecto coreográfico personal, ‘Penélope’, parte de una relectura del Ulises de Joyce desde el lado de Molly Bloom. Para esto, al principio tuvo apoyo del ayuntamiento de Zaragoza y consiguió hacer algunas funciones, pero la magnitud del proyecto sumada a la falta de apoyo posterior complicó las cosas. “La falta de apoyo institucional a la danza está extendida en toda España y en Zaragoza se nota muchísimo porque siempre fue cuna de bailarines. Y ahora hay una gran desintegración del tejido que pudo haber en los 80. Si yo ahora mismo quisiera hacer un proyecto tendría que traerme a todos los bailarines de fuera. Y eso es indicativo de que algo no está bien aquí. Es una rueda: los futuros bailarines que empiezan a estudiar, si en la ciudad no tienen ningún referente al que mirar o sobre el que quieran poder aspirar en un futuro, antes de terminar la escuela ya se van”, dice.

Pero no abandona su proyecto y, de vez en cuando, piensa en maneras de buscarle la vuelta en formato y estructura para conseguir esos apoyos mínimos que lo vuelvan viable. Le gusta crear, coreografiar y dirigir, pero no le gusta hacerlo sola. Mientras tanto, sigue trabajando, contratada como intérprete y esperando la siguiente oportunidad de poder hacer algo suyo. Siempre buscándose a sí misma.